sábado, 17 de agosto de 2024

Ser y estar, de y en España

 Ser y estar son dos verbos que no por interés de complicarnos la vida se han inventado los muy eruditos y serios académicos de la lengua. Por nuestra existencia se deambula a veces, otras se siente, y hay ocasiones en las que ambas pulsiones coexisten.


Pero no ocurre siempre. Hemos alcanzado en nuestros tiempos ese nirvana que nos anunciaba el filósofo marxista americano de origen alemán, Herbert Marcuse, cuando se refería al "hombre unidimensional". El avance en la especialización de las gentes en sus actividades profesionales, unido a la reducción de las percepciones de terceros en relación con uno mismo, nos convierten en seres de una sola realidad; ya nadie es más que abogado, pintor, profesor de universidad o pastor en el Pirineo. Y, sin embargo, además de una profesión tenemos una familia, practicamos unas aficiones y cultivamos alguna que otra amistad.


Ser y estar en España no es lo mismo. Por poner un ejemplo, los hombres de empresa bilbanos de los siglos XIX y XX que trabajaban en la industria del hierro, en la construcción naval, en el comercio internacional o en el sector financiero, estaban allí, desde luego, pero también eran... España. Esos capitanes de empresa arriesgaban sus capitales para crear riqueza, desde luego, pero también para defender sus ideas. Ahí estaban Víctor Chávarri y "La Piña", los Bergé y el maurismo o los Ybarra que fundaron el periódico "El Pueblo Vasco" para defender las políticas conservadoras.


Estaban, pero también eran. Algunos han llegado a considerar aquellas prácticas de los reseñados siglos como un producto de las pretensiones de las oligarquías de entonces para mantenerse en el poder. La política sería para ellos una extensión de los negocios... ¿y quién mejor que ellos mismos para promover sus intereses en el foro público? Quizás no les falte alguna razón a esos críticos. El caciquismo tuvo una gran influencia en el mantenimiento de ciertas corruptelas y en la extensión del clientelismo, pero la evolución de ese sistema depararía en otros países la identificación del representante público con el elector, asociando a esa relación un proceso de democratización y de limpieza electoral.


Hoy en día el mundo de los negocios se ha desvinculado en absoluto de la política. "Zapatero a tus zapatos", la empresa no debe introducirse en la política, lo mismo que el ejército o la iglesia. La grey pública ha construido de ese modo una endogamia propia y una meritocracia particular que le hace refractaria al resto de los sectores sociales. Nacen a su actividad desde las organizaciones juveniles de los partidos y van escalando posiciones en ellos, en esa amplia escala que va desde los consejos de barrio, concejalías, diputaciones provinciales, parlamentos autonómicos, diputados y senadores, parlamentarios europeos, y los gobiernos correspondientes.


Cualquier llamada a que los mejores, los que han triunfado en el sector privado o en las oposiciones más prestigiosas, se incorporen -durante algún tiempo al menos- a la política, suena entonces falsa, cuando no un brindis al sol o a una voz que clama en el desierto. Conviene para los discursos, pero no interesa en la práctica.


Claro que, acción y reacción, juegan en el mismo terreno. Tampoco a los empresarios de hoy en día les interesa el ejercicio de la política. Desde luego que sí les preocupa -y ocupa- la política como fuente del poder, de la normativa que les regula, de las subvenciones que pudieran recibir...  pero siempre situándose al otro lado del puente levadizo que permite el acceso a ese mundo.


Y les sobran los motivos. Cuando no se ven acosados por partidos y conseguidores de los mismos para el pago de peajes, dádivas o comisiones, lo son para cobrar en especie por los favores recibidos por éstos en el cumplimiento del que se presumía como servicio público. Aunque no cabe tampoco predicar la santidad respecto de la empresa, ya que también ésta pretende en ocasiones la obtención de favores de la administración que puedan encontrarse en el límite de lo legal o incluso desbordarlo.


No es políticamente correcto afirmarlo, pero tampoco ayuda a este saludable trasvase de efectivos la remuneración que obtienen de su actividad los políticos; cualquier comparación con los rendimientos de quienes se dedican al sector privado resalta esta evidencia. Y el riesgo de corrosión de la imagen personal como consecuencia de esa máquina de picar carne que acciona en las tareas representativas (partidos políticos, medios de comunicación, intervención de la judicatura, crítica ciudadana…), disuade de su participación a no pocos que en algún momento de sus vidas se hayan ocupado en deshojar la margarita de un coyuntural cambio de oficio.


Estar, transitar por el mundo de los negocios no es lo mismo que ser español, esto es, de sentir que los destinos del país dependen mucho también de los empresarios, de su compromiso con nuestro futuro. Y ya sé que eso es un desiderátum de imposible cumplimiento y que no cabe volver del revés el reloj de la historia, pero sí pienso que es preciso recuperar el concepto del "zoon politikon", del ciudadano como sujeto activo de la política, cualquiera que sea su actividad profesional. Y en especial debe reclamarse esa actitud respecto de las élites sociales en las que muchos importantes empresarios están integrados. 


Y habrá desde luego que romper una lanza a favor de quienes se muestran comprometidos con la sociedad. A los dueños de Zara o de Mercadona a quienes zahiere la extrema izquierda con manifiesta injusticia. 


Y a tantos otros. A los que están en España y sienten a España.

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