lunes, 4 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (8)


Una segunda llamada -esta vez de Federico a Carmen- daría comienzo a su relación. Una relación que -cuando se escriben estas líneas ha concluido hace ya tiempo.
Otra cosa seria la Fundación Ibarra. Superada la intentona de Gowen Barrera de constituirse en gerente -por lo visto era él el "padre del proyecto", según él mismo proclamaría, y ese puesto le debía corresponder sin lugar a cualquier género de duda- y ante la ineficacia de su novia en proporcionarle nuevos contactos culturales, Ronnie San Bonifacio resolvía cancelar la iguala de la Algorteberri. Ambas decisiones, si bien justas, no ayudarían demasiado a la integración de los componentes del grupo.
Pronto se advertirían dos ámbitos enfrentados: San Bonifacio, Barrientos y los técnicos aportados por el primero, de un lado y Barrera, Algorteberri, Javier Ibarra y el abogado de los Ibarra del otro. A estos efectos, el artista era un mero espectador.
A San Bonifacio y Barrientos, se les unían  por indicación del primero nada menos que dos abogados. Uno era abulense y  llevaba en esa provincia los asuntos jurídicos de Ronnie. Letrado discreto, Pedro Casona integraba con facilidad en su persona las tranquilas características de aquella ciudad a la que sus robustas murallas se diría que habían sumergido la plaza en las más profundas épocas medievales. El otro letrado, Luis Sagarduy, experto en lances urbanísticos, tenía un estilo diferente y no tardaría en aparecer por la Garúa de Bracacielo con su joven amante. Casado y con hijos, Sagarduy florecía bastante a destiempo respecto de lo que a él le hubiera gustado seguramente,
¿Y para qué se precisaba de tanto abogado? La explicación estaba en que Ronnie San Bonifacio debería definir el terreno que cedería a la Fundación, sus limites geográficos y temporales -con la posibilidad de la reversión de los mismos a su dominio primitivo en el caso de que la operación abortara.
Desconfiada, a la par que desinformada, Maricruz -la esposa de Ibarra- agregaba al grupo a su abogado de confianza, Juan Yelmo, que hacia su aparición en la finca con  toda la petulancia que se espera en un bilbaíno de chiste. Lo haría todo, lo resolvería todo y perdonaría generosamente a todo el resto del mundo por no haber llegado a su elevada condición y prestigio. En fin, ¡solo había una familia Yelmo y esta era de Bilbao! De modo que, cuando alguien explicaba las pretensiones del proyecto, Juan daba cuenta del nombre de quien se encargaría de llevarlo a cabo. Y cuando le llegó el turno al ramo de la hostelería, con el mismo grado de íntima convicción y perfecto conocimiento , aseguraría Yelmo dirigiéndose al artista:
- De eso se podría ocupar Fulano de Tal, que es buen cocinero y, además, admirador tuyo.
Era muy diferente el caso del Director de Noticias de Ávila. Salvador Jiménez, a quien Ronnie San Bonifacio encargaba una especie de auditoria del PP en la región y la provincia. El asesoramiento de Jimenez permitiría a Barrientos la realización de alguna gestión política con los populares abulenses y la visita a la finca de La Garúa de algún alto representante local de ese partido. Uniría a esas destacadas gestiones la publicación en el diario de su dirección de un destacado reportaje sobre las piedras pintadas por Andrés Ibarra en lo que el mismo artista denominaba "su territorio".
En vista de su acreditada competencia, Federico Barrientos confesó a Ronnie San Bonifacio:
- Habría que incorporarlo al comité de la Fundacion.
Y así lo hizo.

No hay comentarios: