miércoles, 20 de marzo de 2013

Las casas de Maura o Maura el marinero y su devota familia

Las casas de Maura o Maura el marinero y su devota familia Era llegada la hora y día de la excursión maurista que nuestros amigos frecuentaban con periodicidad ciertamente un tanto caótica, aunque con fervor rayano en el entusiasmo. "¡Por mí no quedará", parecían decir los descendientes de tan eximia persona (y asimilados), como decía el ilustre prócer cuando, pasada ya su hora madura, en lo que a edad y política se referían, y por eso de que su negativa a asumir responsabilidades de gobierno pudieran hacer decir a los españoles del momento y a los españoles del futuro, que Maura se reservaría, amargado, al discreto laborar de su bufete o a la dirección de la Academia de la Lengua. Esa frase seria muy apreciada por SM el Rey (que tantas contrariedades había producido en el político mallorquín) hasta el punto de que el lema asociado al titulo nobiliario que había concedido aquel a su hijo Gabriel era esa exigente consigna. No quedaba, por lo tanto para sus allegados, conducidos todos por la germánica dirección de la bella señorita Carla Rodríguez Spiteri, quien confesaba un tanto turbada al matrimonio formado por el autor de este blog y su no menos encantadora y agraciada Victoria: - Cuando voy a Alemania paso por un poco desorganizada, y aquí me acusan de lo contrario... "Cosas veredes". Lo cierto es que, con puntualidad más o menos nritánica, nos agrupábamos todos: a los ya mencionados habría que añadir nuestro habitual "cicerone", Alfonso Pérez-Maura; mi hermano Pedro y María; la familia de Gabriel Gamazo, con ausencia en esta ocasión de su hija, pero con la presencia de los demás, incluida, por supuesto Consuelo, su mujer... Y, ¡maravilla de las maravillas!, ese joven matrimonio de Gonzalo Montoliú y Josefina, que acobardado el primero por las lluvias norteñas, decidía poner distancia con Santander, por aquello de los resfriados del final de temporada, que dicen que son los más peligrosos (eso, aunque lo diga su dilectísimo suegro, no es verdad, que Montoliú es Maura y tampoco por él iba a quedar a causa de un catarrillo de tres al cuarto). Pero, en todo caso, los Montoliú no llegaron a la cita, que era en el Museo Naval, asunto también maurista donde los hubiera. No en vano, don Antonio sabia como pocos que un país como España debía asociar buena parte de su prestigio exterior a la creación de una armada competente. Y digo lo de "creación", porque como bien dijo en su día nuestro antepasado, no podían nuestros barcos cumplir con el mandato evangélico consistente en "poner la otra mejilla", pues atacados los dos navíos, se acababa con lo que se daba... Tuvo la condición -imprevista, en este caso- de guía del museo un descendiente de un Ministro de Instrucción Pública... de don Antonio. ¡Curiosa casualidad! De origen asturiano y primo del también político español -más reciente-, Rodrigo Rato, que se encuentra en las portadas de los periódicos por su discutida y discutible gestión en Bankia, Faustino -que es como se llama nuestro conductor por el museo- presentaba las diferentes salas con especial atención a la persona de Alfonso Pérez-Maura. Diría aún más, que solo observaba a Alfonso, de modo que cuando este dedicaba su atención a otras cuestiones, frustrado Faustino, parecía ofrecer sus explicaciones a una inexistente audiencia en medio del más desierto de los desiertos. Pero no crean que por eso nos sentimos apenados. Además disponíamos de otro documentado conductor: Gabriel Gamazo, uno de los pocos padres que existen en la actualidad volcados en enseñar historia de España a sus hijos, y que había visitado el museo en cuestión en ya varias ocasiones. "Hay una reproducción de un camarote", me decía. Y aunque el guía oficial lo pasara por alto, siempre gracias a Gabriel pudimos sumergirnos en la contemplación de la "boiserie" correspondiente. Tenía mucho que verse en ese museo. De modo que empleamos más de dos horas en su recorrido, pero aún dejamos buena parte de la más cercana actualidad apenas sin conocerla. Daría para otra ocasión, y de verdad que el espacio lo merece. Nos esperaba la lluvia en el Paseo del Prado, junto con la manifestación correspondiente. Pero no todo eran malas noticias, también estaban presentes los Montoliú, como había quedado dicho. De modo que, una vez abiertos los paraguas y sorteados los obstáculos de la escasa concentración de protesta, nos íbamos hacia la calle del Barquillo, primera de las residencias de don Antonio, en un ático interior de su numero 9. A partir de ese momento, pasaría Alfonso de principal oidor a prístino enseñador. Claro que los niños querían a toda costa entrar en las casas, pero solo podíamos observar las bellamente restauradas fachadas y conocer de labios de nuestro guía las incidencias de la vida de nuestro antecesor. Claro que, cada uno tiraba a lo suyo, y quienes procedemos de José María, queríamos saber dónde nacería este. Por lo visto en Lealtad -la actual Antonio Maura- según nos informaba Alfonso. De allí pasamos a la calle Recoletos. En un bajo, junto al cual existe un "restaurant" de francesas pretensiones vivió luego don Antonio. Y luego, muy cerca, en la misma calle, en un inmueble que es hoy propiedad del BBVA y que da a un amplio jardín, por el que penetraba la luz que tanto gustaba al político para lucirse en su afición por la pintura de la acuarela. Quedaba aún el edificio de la calle Génova, pero lo dejaríamos para más tarde, no sin prorrumpir en aplausos ante la sola mención de Alfonso por la cual debíamos agradecer -como descendientes de don Antonio- la liberalidad de Germán Gamazo, bajo cuyo amparo pudo el que fuera 5 veces presidente del Consejo desarrollar estas y otras actividades. Y como quiera que es Gabriel descendiente directo del prócer liberal, los aplausos y los vivas (podíamos haber dicho que "¡Gamazo, sí!", pero salvo algunos navarros en su época de Ministro de Hacienda, nadie más parecía haberlo dicho). En todo caso, reseñado queda nuestro agradecimiento, ¿quién sabe que pasaje de la historia de nuestros ancestros nos ha puesto en este tantas veces grato y otras tantas ingrato mundo? Estas cosas de los museos y de los paseos acostumbran dejar a los circunstantes poco menos que exhaustos, así que recibíamos el yantar en la bombonera de "El Espejo" como agua de mayo -que no de marzo, como la que dejábamos por el momento atrás-. Situados frente a unos reconfortantes caldos, nos enfrascábamos cada dos o tres en nuestros asuntos y conversaciones. Pero la tonitruante voz de Alfonso se elevaba sobre los concurrentes -y la concurrencia general del establecimiento- hasta el punto de que dirigían todos los presentes su atención a nuestro grupo, cosa que si bien podía considerarse poco discreta, no era en absoluto poco maurista, que don Antonio enardecía a las masas en plazas de toros y vegas carranzanas sin disponer de artilugios tales como los micrófonos asociados a potentes altavoces, como hacen ahora los diversos artistas del espectáculo. - ¡Fernando, Fernando! -gritaba Alfonso entre risas-. ¡A ver qué dices en tu blog! De manera que no tendría yo más remedio que escribir algo... Concluido el almuerzo y como quiera que nos quedaba un edificio por visitar, el de Génova, hasta allá nos fuimos. Este había sido derruido y en su lugar construido otro, que alberga hoy... El Instituto Social de la Marina, lo que no deja de ser una especie de indirecto homenaje a don Antonio. Y yo me volvía a casa pensando que si Madrid carece de puerto de mar es solo por casualidad. ¿Y la próxima? Toledo, que se resiste, pero que un día llegará. ¿Y qué tiene que ver la ciudad castellano manchega con don Antonio? Nada, seguramente. Pero allí donde acudan sus descendientes, el espíritu del gran hombre reverdece y su señera figura pasea por los caminos en nuestra compañía.

1 comentario:

Sake dijo...

¿Es bueno tener un antepasado muy Ilustre?, porque puede suceder que por muchos méritos que acumulemos éstos permanecen a la sombra, ocultos bajo nuestro ilustre antepasado.