viernes, 5 de agosto de 2011

Intercambio de solsticios (222)

Bilbao, 11 de octubre de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer por la tarde –vierrnes, después del pleno- fui a recoger a Bècaud de casa de tu padre, como acostumbro. No le vi demasiado contento: su recuperación no va demasiado bien, y parece que tendrá que esperar más tiempo hasta que se encuentre totalmente restablecido. Es verdad que, a partir de una determinada edad, las intervenciones quirúrgicas ya no tienen necesariamente un resultado perfecto –incluso con unos cuantos años menos, también los médicos se equivocan, aunque sea más difícil que lo acepten.
Pilar –que celebra su santo mañana- ha regalado hoy un boli a la enfermera que se llama de esa manera. Por lo visto ha sido ella misma la que se lo ha dicho, y Pilar-enfermera me ha consultado sobre si podía aceptarlo. Por supuesto que le he dicho que sí.
Hace ya más de un mes escribí una carta a Esozi Leturiondo. No la conoces. Es –ahora- la viuda de Mario Onaindía. Como la carta describe mi estado de ánimo actual y mis reflexiones sobre la vida y la muerte, quiero transcribirla.
Dice así:

Fernando Maura

Bilbao, 8 de Septiembre de 2003.
Querida Esozi:
No tuve la oportunidad de verte en el tanatorio y había mucha gente en la Plaza de España el lunes en que despedíamos a Mario –se le organizó un acto civil de despedida-. Pero quizás sea mejor así, porque en momentos tan cortos como esos, apenas se pueden decir las palabras que quieres y además, lo malo, lo peor, es que parece como si esas breves palabras, una vez dichas, cortaran la posibilidad de pronunciar otras. Por eso casi prefiero que haya ocurrido de esta manera, porque me permite ponerte estas letras.
He pensado mucho en vosotros. En Jon su hijo-, de quien me contaba Rosa Díez que sentía una enorme rabia. En Nora, que bien sabes me hubiera gustado que fuera amiga de mi hija. Y en ti. Es verdad que han sido pocas las oportunidades de contacto, pero yo he sentido un gran calor humano en vosotros y sólo puedo tener palabras de agradecimiento por vuestra actitud.
Porque en estos casos –tú lo sentirás seguramente- te quedas muy solo. Y hay compañías que apenas suponen algo más que ruido. Pero la vuestra, la de Mario, la de Jon, la tuya ha tenido la virtud del afecto, del cariño sincero. Quizás porque también vosotros erais conscientes de lo que se os venía encima. Aunque, por mucho que las desgracias se puedan esperar nunca se aceptan del todo, ni siquiera cuando pasa el tiempo y las situaciones vividas se convierten en definitivas, porque nada ni nadie puede devolverles –a Mario, a Isabel- a la vida, a compartir las cosas de todos los días, con nosotros.
Cuando le vi en el tanatorio debo decir que le recé un avemaría a la Virgen de Roncesvalles. Quizás pueda parecerte una contradicción porque no soy creyente. Pero en ese fondo que me queda de mi educación católica, de mi familia, de mi mujer, he aprendido a integrar –en una forma tal vez parecida a como hacían los romanos- las convicciones racionales con las pulsiones del sentimiento, de eso que sin duda te gustaría que ocurriera cuando llegue el momento: Encontrarte al otro lado del puente que separa la vida de la muerte con los seres queridos, a los que un día tuviste que decir adiós. No es probable, pero la esperanza sigue siempre presente. Y, como decía ese español que se hizo inglés, George Santayana, “ya que Dios no existe, por lo menos nos cabe creer en la madre de Dios”. Yo creo, Esozi, que la única que podría acercarme a Isabel cuando todo haya acabado en mí, es esa Virgen en que un día creyó ella, y bajo cuya advocación, Pilar, nuestra hija, recibió su primera comunión, porque su madre lo quiso cuando Pilar se encontraba bastante mal, antes de superar una vez más esa crisis, como sólo los niños saben.
Ahora te has quedado tú. Te dirán que el tiempo lo cura todo. Y es verdad. Pero también es verdad que el tiempo desgarra, que la ausencia se comprende cuando pasan las semanas y los meses, y te das cuenta que el viaje de Mario no tiene billete de vuelta. Entonces es cuando gritas que ¡no!, cuando te rebelas, cuando los paisajes evocan los recuerdos, y estos se convierten en verdaderos puñales.
Será entonces como este verano mío en Lanzarote. Cuando había madurado en mi soledad y los paseos por la playa siempre me reenviaban a ella. Cuando tres amigos –Esozi, Mario y Jon- estabais dispuestos a compartir vuestro tiempo –un tiempo del que ni siquiera disponíais, porque ya estaba Mario en las horas del descuento- conmigo. Y a mí me gustaría, siempre que pueda ser útil, devolver algo de lo que recibí de vosotros.
Dile a mi amigo Jon que, siempre que quiera le llevo a Bècaud a Vitoria. Y, por supuesto, en Lanzarote puede intentar jugar con él al “frisbee” –otra cosa es que el perro se deje.
Te recuerdo mi teléfono, es el XXXXXXXXX. Lo puedes utilizar con la total seguridad que estaré encantado de recibir noticias vuestras. En todo caso, te amenazo de forma clara: Procuraré localizaros en Lanzarote. Y Vitoria y Bilbao están muy cerca.
Como decía Goytisolo: “No sé decirte nada más / Pero tú debes comprender / Que yo aún estoy en el camino”.
Te mando con este beso todo mi afecto y mi mejor disposición, aunque sólo sea por el agradecimiento que debo a mis tres amigos de Lanzarote.

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