domingo, 9 de diciembre de 2007

(Basado en una historia real).

Tenía una prevención cierta –que no es lo mismo que una cierta prevención- con esa empresa. Pues la correduría de seguros con la que colaboraba desde que salí de la empresa familiar me pedía que organizara una reunión. Así lo hice. Me acompañaba un tipo bastante pintoresco, un ingeniero un poco loco, con el aspecto de un otrora bien conocido escalador, la nariz curvada como el pico de un loro, la mirada inquiata y os gestos nerviosos.
Nos recibió un tipo escuálido, tímido y desarreglado, al que todas las cosas le caían anchas, desde el traje hasta el edificio donde se encontraba, pasando por el despacho que ocupaba.
Lo primero era presentar la correduría de seguros. En un momento dado, aquel tipo empezó a hablarnos de “Euskadi Punto Kom”, de las acciones que había realizado hasta el momento. Pero el hombre no se sabía bien –ni mal, no se la sabía- la facturación, de la empresa, de modo que hizo lo que debe un hombre que trabaja en una compañía de telecomunicaciones cuando precisa de un dato del que carece en esos momentos –y cualquier otro- esto es, levantar el teléfono. Pero no se comunicaba con nadie, por mucho que el buen hombre insistía en tal extremo. Entonces dirigió su mirada hacia nosotros, su cara era todo un poema.
- El sistema no funciona –declaró.
Luego dio una voz.
- ¡Itziar!
Pero la tal Itziar tampoco estaba en comunicación, con lo que el responsable de la empresa vasca de telefonía integral se tuvo que ir hacia la otra sala, quizás una especie de misterioso arcano, donde encontrar información tan complicada a la par que decisiva.
Ese fue mi primero y paradójico encuentro con Euskadi Punto Kom.

Por razones que no son del caso he seguido a esa empresa con el paso del tiempo. Pero se trataba solamente de conocer su cuenta de resultados –casi siempre fuertemente deficitaria.
Un día recibí la invitación a asistir a una jornada de puertas abiertas organizada por la empresa.
Y allá me fui. Una vez tomado el acostumbrado café, nos pasaron a una sala de reuniones, donde se van presentando, uno a uno, todos los miembros de la dirección de la compañía.
- Este es el director de tal cosa –anuncia el director general-. Es de Algorta. Y tarda en llegar aquí... ¿Cuánto?
- 35 minutos –asegura el aludido.
- Y este –continúa el director- es el responsable de aquello. Es de Ataun, y tarda... ¿Cuánto?
- 45 minutos –responde el responsable de aquello.
- Ese otro es el responsable de lo de más allá. Es de Salvatierra. ¿Cuánto tardas en presentarte en la empresa –le pregunta.
- 50 minutos –contesta este.
- Bien –concluye satisfecho el director de EPK-. Aquí hay gente de los tres territorios. Nuestra obsesión es integrar a toda la gente vasca y que, a pesar de que esta compañía deba tener una sede concreta todos puedan seguir viviendo en sus localidades de origen. Eso nos enriquece.
- Ahora vamos a ver un vídeo... Si no tenéis ninguna pregunta que hacernos, claro.
Y como nadie tenía pregunta que formular –quizás porque no había nada que preguntar, por el momento- el director pulsó la tecla correspondiente y empezó a proyectarse la película.
En pantalla aparecieron dos jóvenes muchachos vestidos a la usanza de los “mendigoizales” –montañeros vascos-: Camisas de franela a diferentes cuadros y pantalones vaqueros de distintos desgastados. Los dos se aplicaban a golpear con unos instrumentos de percusión en una mesa que devolvía esa agresión con un agudo sonido lastimero y molesto. Se trataba de la “txalaparta”.
Una voz en “off” aseguraba que “Joseba y Arkaitz” –que debían ser los nombres de esos dos mozalbetes- consiguen que su música llegue a todo el mundo gracias a Euskadi Punto Kom”.
De repente, el vídeo se paró, haciendo una foto fija. En un primer momento pensé que se trataba de una pretensión del realizador. Pero no era eso, el vídeo estaba mal y el problema se repetiría en numerosas ocasiones a lo largo de su reproducción.
La imagen se desdobló en cuatro –esta vez el vídeo no engañaba: Esa era la idea-. Arkaitz (?) hablaba por teléfono con una señorita. ¿En qué idioma? Lo ignoro, la misma voz en “off” seguía contando que con EPK se podía hablar con todo el mundo. Los otros dos cuadros de la pantalla ofrecían el mapa de un pueblo del Gohierri guipuzcoano –donde eventualmente residirían los artistas- y la capital de Irlanda al otro lado. Siempre según el locutor de la película, “han arreglado un contrato para una actuación de los ‘txalapartaris’”.
- Miles de vascos pueden, como Arkaitz y Joseba organizar su vida a través de Euskadi Punto Kom.
Y se veían imágenes –con frecuencia detenidas por la escasa calidad del vídeo- de personas caminando por una calle congestionada.
Las imágenes proseguían mostrando las excelentes prestaciones de EPK. Un mapa de las presuntas siete provincias vascas apareció surcado por una miríada de trazos de diferentes consistencias que recorrían todos los puntos posibles del mencionado territorio.
Luego, la imagen volvía a los músicos y a su aguda y percutente ejecución.
- Euskadi Punto Kom –terminaba la voz en “off” es la respuesta a los vascos que quieran comunicarse en vasco, en un sistema vasco, con otros vascos y con el resto del mundo.
Un ruido estridente –este no de la “txalaparta”, sino del vídeo- anunciaba la abrupta conclusión de la película.
El director de la compañía volvió a tomar la palabra:
- Como habréis podido ver, Euskadi Punto Kom no pretende haber inventado la rueda. Lo que quiere es que la mejor rueda que exista la podamos usar en Euskadi.
Acompañados de tan sabias palabras salimos de la sala de reuniones, nos hacemos una fotografía y visitamos las instalaciones de Euskadi Punto Kom.

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