domingo, 21 de octubre de 2007

Autonomías regresivas

No diré que España vive en trance de desaparición -como afirman los apologistas de la catástrofe- pero sí que afronta un momento de regresión histórica. El origen de la reflexión que motiva este artículo se sitúa en el planteamiento de superación del Antiguo Régimen -al que, es preciso no olvidarlo, tanto colaboraría la actual dinastía reinante-. Con él se fueron detrás los aranceles,alcabalas y tasas de cualquier clase que gravaban todo tipo de mercancías en su discurrir a lo largo de la península..
Este cambio traía su causa en una verdadera necesidad. Los señoríos feudales asentaban su posición política en determinados territorios. Era un poder desde el que exigían esos y otros gravámenes, los cuales consolidaban su preeminencia política. Y desde esta situación dominante sometían a un auténtico chantaje a los reyes, de quienes afirmaban sin embargo su condición de súbditos. Pero los comerciantes -hombres de negocios de la época- no podían estar de acuerdo. Sus productos recibían tal número de cargas a lo largo de su viaje por España que llegaban muchas veces al consumidor final en la forma de objetos cuasi-preciosos, con los inconvenientes que de ello se derivaban en cuanti a su consumo.
El comercio llama siempre a la apertura de nuevos mercados, en una vía que no ha descansado hasta la llegada de la actual globalización.
En ese sentido, el proceso de centralización emprendido en España, en su versión más democrática a partir de la Constitución de Cádiz de 1.812, puede ser considerado como una auténtica tendencia, que apenas se vería truncada por fugaces fenómenos como el que diera en denominarse como cantonalismo -"¡Viva Cartagena libre!", reflexiones sesudas como el republicanismo federativo de Pi I Margall, las tímidas Mancomunidades emprendidas por algunos políticos de la Restauración iniciada por Cánovas o los Estatutos de Autobomía concedidos por nuestra Segunda República.
Si esa lectura jacobina constituye el trazo dominante en nuestra historia moderna, es cierto que no siempre fue democrática, ni siquiera liberal: la dictadura del general Franco es siempre ejemplo paradigmático de centralismo autoritario.
Esa tendencia se quiebra con el Estado de las Autonomías que se establece en el título VIII de nuestra vigente Constitución y se refuerza después por la revisión estatutaria impulsada en la actual legislatura por el Presidente Zapatero.
Los treinta años transcurridos y la aplicación de las previsiones constitucionales en materia autonómica nos permiten obtener algunas conclusiones.
Sin ánimo de resultar exhaustivo ciataré alguna. La primera podría consistir en el nacimiento y consolidación de unas nuevas clases políticas regionales, compuestas por Consejeros, Viceconsejeros, Directores de los respectivos Departamentos y de las empresas públicas creadas al calor de las transferencias competenciales.
Estas clases políticas lo son de dos tipos básicos: las que proceden de los partidos nacionalistas, en las llamadas "nacionalidades históricas" y las estructuras territoriales de los partidos nacionales que se hacen fuertes básicamente en las regiones.
Unas y otras se parecen bastante. El común denominador -aparte de un discurso más o menos integrador o reivindicativo- es el de presionar a la Administración Central en petición de mayores competencias que alimenten a su siempre voraz legión de pretendientes a engrosar el pesebre de los elegidos.
No se trata por lo tanto de que exista o no demanda por parte de los ciudadanos que componen esas comunidades autónomas de un mayor techo competencial. No existe tal, como lo demuestra la escasísima participación ciudadana en los referendos de Cataluña y Andalucía.
Incrustadas estas clases políticas en las instituciones territoriales y alejadas de los ciudadanos, sus nuevos estatutos apenas pretenden acercar el poder al ciudadano, sino acercarse ellos mismos.-esas clases políticas- al poder.
De ese modo, los partidos nacionalistas presionan a los partidos nacionales que se encuentran en el Gobierno de España a que concedan más competencias a las autonomías que ellos gestionan. Ponen a cambio de esas políticas sus votos en el Congreso de los Diputados. No pretenden en realidad la independencia, sino el permanente chantaje a la cosa común.
Las estructuras territoriales de los partidos nacionales -especialmente cuando gobiernan en sus autonomías- dicen contribuir a un proyecto común que se llama España, aunque lo que están haciendo realmente es ayudar a su fragmentación. El pago que entregan para ello al Gobierno central de su partido es la paz organizativa interna -"entre bomberos no hay que pisarse la manguera".
Y como resultado de todo eso se ha construido ya un proceloso país compuesto por diecisiete países. Un notario que no sepa catalán no podrá abrir notaría en Barcelona, un prestigioso médico que no domine el euskera no podrá ejercer en el hospital de Cruces y una empresa de servicios que no esté radicada o disponga de filial en Murcia no podrá participar en determinados concursos públicos Y hay quien piensa que conviene trocear también la Seguridad Social, de modo que los pensionistas a lo mejor tengan dificultades para cobrar su jubilación en el supuesto de que el sistema público dependiente de su autonomía recorte sus prestaciones o simplemente se declare en quiebra -no quebrarán desde luego las empresas públicas de esos territorios en tanto haya que pagar las nóminas de los paniaguados de sus partidos.
La distancia entre representantes y representados, entre políticos y ciudadanos se va acrecentando con el paso del tiempo. Y las convicciones de los primeros se han visto sustituidas en gran parte por sus propios intereses crematísticos.
La unidad de España no es sólo importante por lo simbólico. Lo es también porque se refiere a la solidaridad y al progreso. Este consiguió clausurar el tiempo insolidario del Antiguo Régimen. Pero hoy pueblan los escenarios públicos estos nuevos reconstructores del pasado para contarnos en la práctica que, al fin y al cabo, ese tiempo histórico era bastante mejor y que conviene reeditarlo.

1 comentario:

Pedro José Chacón Delgado dijo...

Hola Fernando, de nuevo.
Soy Pedro José Chacón. Gracias por tu contestación a mis comentarios en tu artículo "Encuentro y desencuentros". Ya ves que allí entre Benjamin y yo tenemos un diálogo sobre el maketismo (maquetismo, como diría Benjamin) que espero que sirva para poner en claro nuestros respectivos puntos de vista. Pero he de decir que, gracias a las sugerencias de Benjamin, he podido encontrar nuevos ángulos de reflexión para mi tema que me resultan muy enriquecedores. Esto, además de a Benjamin por supuesto, se lo debo a tu blog, por lo tanto gracias.
Y aprovecho para darte esas gracias en este otro artículo tuyo sobre las "Autonomías regresivas" porque me ha resultado (de nuevo) particularmente sugerente. Al respecto he colgado en mi blog "Laidentidadmaketa.blogspot.com" un artículo de reflexión historiográfica titulado "Hipótesis sobre el origen de los nacionalismos periféricos peninsulares" donde aparece en cierto modo considerada esta reflexión tuya de aquí.
Considero allí que los llamados nacionalismos periféricos tienen su verdadero y único origen (como movimientos políticos efectivos, entiéndaseme bien) en la presencia de inmigrantes de otras regiones españolas. Esta es su verdadera espoleta de aparición. En Galicia no hay un nacionalismo que suponga peligro para la unidad de España, sencillamente porque allí no hay inmigrantes a los que discriminar.
El origen de los nacionalismos políticos que suponen un desafío a la unidad de España, por tanto, está en la presencia abrumadora de personas de otras regiones españolas desfavorecidas por la modernidad, digamos así, y que desde finales del XIX y luego también a mediados del XX fueron en grandes cantidades al País Vasco y a Cataluña.
Como contraejemplo de lo que digo fijémonos en lo que pasa en Navarra. Una región con una historia tan rica o más que las de País Vasco y Cataluña, incluso con su periodo de esplendor y de independencia como reino, algo que no pueden decir ninguna de las otras dos -Cataluña formaba parte del reino de Aragón-, con lengua propia también y todo, cuna de los estudios en favor del euskera, con Arturo Campión a la cabeza, luego suplantado en ese liderazgo por Sabino Arana, pero hoy vuelto a reivindicar por el nacionalismo vasco lingüístico, como es sabido. Una región que podría explicarse geográfica y culturalmente en paralelo con el País Vasco: un norte montañoso y de características singulares, con sus variantes del euskera propias y un sur profundamente romanizado, como ocurre en Alava, y con el castellano como lengua de uso principal o casi única. Pues bien, allí no hay un nacionalismo disgregador mayoritario y no quieren que les confundan con lo que pasa en el País Vasco, justamente porque allí no hay una inmigración de otras partes de España en una cantidad crítica que haya provocado una reacción en contra de ninguna élite autóctona. Y lo mismo, o parecido podríamos decir del País Valenciano, por ejemplo, etc.
Las consecuencias políticas de esos traslados de población masiva en el interior de España están a la vista de todos. Primero surgieron esos nacionalismos políticos y luego vino el intento de solución, primero con los Estatutos de Autonomía republicanos y luego con los de la Constitución del 78 y el Estado de las Autonomías.
Considero que desde los gobiernos de España, desde finales del XIX y hasta hoy mismo, no se ha sabido "ver" esa realidad provocada por el trasiego intenso de mano de obra en el interior del país desde unas regiones a otras, que es el dato clave para entender la España contemporánea en todos sus aspectos, a mi juicio. Y todos los gobiernos de todas las fases políticas de esta época, sin excepción, desde los restauracionistas, pasando por los republicanos, hasta hoy mismo caen en la trampa de las reivindicaciones culturales de esos nacionalismos, de la "agonística" situación de unas lenguas en peligro, necesitadas de un poder político que garantice su futuro, de sus "legítimas" reclamaciones nacionalitarias basadas en unos Fueros mal entendidos o peor interpretados, para concederles todo lo que piden y los resultados que describes en tu artículo no pueden ser más elocuentes.
Desde mi punto de vista, que trato en el capítulo 2 de mi libro "La identidad maketa" y que está en la base de toda la tesis que sostengo en esa obra, es el que tú das en una frase certera de tu artículo: en realidad no quieren la independencia, la independencia es su gran baza, sabedores de que en el interior de sus propias regiones la complejidad y la pluralidad es manifiesta, en el fondo y en la forma lo que hacen es utilizar esa reivindicación de independencia como chantaje permanente para mantenerse en el poder y reivindicar sin fin competencias y privilegios.
Las víctimas (en el País Vasco son víctimas en todos los sentidos) de esta situación son los inmigrantes de otras partes de España, tanto en el País Vasco como en Cataluña, donde son casi la mitad o más de la población, por otra parte, y eso sin contar la población mestiza ya muy evidente en ambos territorios, que probablemente constituirá la mayoría natural en ambos. Dichos inmigrantes se ven forzados a ocultar u olvidar cualquier rasgo que "delate" su procedencia de otras partes de España y asumir como propios los rasgos identitarios de las zonas gestionadas por esos nacionalismos, con la aquiescencia de los gobiernos de turno en España, que ven "natural" respetar los rasgos identitarios vascos y catalanes, con tal de que dichas identidades se sientan "cómodas" en el Estado español. Y las demás autonomías, a remolque de las históricas, engordando, como explicas en tu artículo, unas clases políticas que, en el fondo, actúan todas igual respecto del Estado. Y esto, así, no hay quien lo pare.
A mi modo de ver, las causas, las raíces están claras. Sólo teniéndolas en cuenta se podrá hacer algo en el futuro. Y eso pasa, en primer lugar, porque las poblaciones no autóctonas de País Vasco y Cataluña pierdan sus complejos y sepan reivindicarse a sí mismas, tanto frente a los nacionalismos que los quieren anular como a los gobiernos de España que sólo cuentan con ellos para recibir votos y nada más. Y, en segundo lugar, por los gobiernos de España, para que se quiten de delante el velo vergonzante de la ignorancia y de la candidez respecto de lo que significan los nacionalismos "periféricos" en España y sepan que la riqueza y la supervivencia de la cultura de esas regiones no está directamente relacionada como el mantenimiento y cuidado de sus élites gobernantes, ni con sus ansias de independencia. Que esas variedades culturales que defienden los nacionalismos de manera compulsiva (luego que le pregunten al Diputado General de Alava, Xabier Agirre, por qué no sabe euskera)sólo son una cortina de humo para reivindicar poder político y económico de manera permanente y sin fin.
Un saludo afectuoso.