Esta estrofa de la canción Boogie Street, de Leonarda Cohen, que ya fue objeto de comentario en el blog Algunos Pájaros Errantes, quedaría sepultada por el tráfico de la calle y la contraposición entre la agitada vida que proyecta la vía -la vida- pública y la quietud, hasta cierto punto anacoreta, de la vivienda de cada uno. Pero la imagen contiene tanta y tan poderosa fuerza que reclama un comentario aparte.
Hay un amigo que me escribiría manifestándome su desacuerdo con la afirmación del poeta de Montreal. Y tiene razón. No todos somos -o son- hijos del amor, tampoco todos los que se van se disuelven en ese ámbito.
Vayamos a los datos y a las encuestas. Según el informe del Estado de la Población Mundial del año 2022, publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), casi la mitad de todos los embarazos en el mundo -unos 121 millones al año, medidos entre 2015 y 2019- no fueron deseados.
Cualquiera que sea la veracidad de esta estimación (ya decía Disraeli que existen las mentiras, las mentiras sangrantes y… las estadísticas), 121 millones de embarazos no deseados son muchos millones.No disponemos del dato de los embarazos que dan lugar a los correspondientes nacimientos, pero la mencionada cifra constituye una enmienda de totalidad al cantautor, de tal envergadura que no admitiría defensa por su parte, en el caso de que Cohen hubiera podido acometer esta difícil tarea.
No existen, por fortuna para Lord Beaconsfield -ese era el título que ostentaba Benjamín Disraeli- estadísticas sobre las gentes que mueren solas, sin la compañía de familiares o amigos. En fechas recientes, la pandemia del COVID 19 ha puesto en evidencia un importante número de casos de muerte en soledad. Por ejemplo, en Los Ángeles (Estados Unidos) se celebraría una ceremonia en diciembre de 2024 para honrar y enterrar a unas 2.000 personas fallecidas a lo largo del año 2021, cuyos cadáveres no fueron reclamados y que fallecieron solos durante ese episodio.
En todo caso, algunos estudios han puesto en evidencia que la soledad incrementa de manera prematura el riesgo de la muerte. Una investigación realizada en Alemania respecto de un colectivo de unas 4.000 personas en un lapso de 13 años, concluía que vivir solo y con escaso contacto social incrementaba en un 47% el riesgo de fallecimiento.
Y un estudio noruego que seguía a unas 20.000 personas, llegaría a la conclusión de que el aislamiento social incrementaba en un 15%el riesgo de muerte antes de tiempo (un 20% más en el caso de los hombres).
No hacen falta estudios para demostrar que la soledad es mala compañera. Y que morir en esa situación añade al inevitable dolor de la transición, el de la depresión anterior en la persona que padece esa situación.
Y sin embargo es posible que, después de todo, Leonard Cohen no estuviera absolutamente equivocado. Nieto del rabino, Solomon Klonitsky-Kline, al poeta canadiense no le era extraño el ámbito religioso, hasta el punto de que Bob Dylan afirmaría de él que todas sus canciones trataban de la relación del hombre con Dios.
Siguiendo con su propia tradición, tanto en la Torá como en el Génesis, el hombre no nace de una manera casual, sino como consecuencia de un proyecto divino. De la misma manera, su fallecimiento disolvería su existencia en los brazos de su creador. Añadan ustedes la idea del amor con la de Dios que, si bien resultaba menos absoluta en el Antiguo Testamento, impregna de manera total el Nuevo y el cristianismo.
También es preciso advertir que a Leonard Cohen no le resultaba extraña, tampoco antipática, la idea de la nueva religión que se expresa en los Evangelios. De hecho, en el último disco que se publicaba bajo su responsabilidad (el último se debería a su hijo), el que llevaría por título You Eant It Darker, abogaría por un pacto -un Tratado- entre el amor de Cristo y el suyo (I wish there was a treaty/Between your love and mine).
De la misma manera a como lo hacían nuestros poetas místicos, el discurso -el discurrir- de las palabras del poeta traspasan las fronteras del amor terrenal al espiritual, como si no tuvieran una entidad diferente. No resulta preciso cerrar una espita para que se abra el chorro de la otra. Se ama, se entrega uno, no importa entonces tanto el objeto de esa acción, porque de ella no sólo se beneficia el ser amado. Se trata de una pulsión benéfica que se dirige al conjunto de las gentes que nos rodean, que nos hace mejores y que nos reconcilia con una humanidad que, en alguna ocasión, contagia también a ésta. El amor no hace, por lo tanto, distingos respecto del objeto del ser amado.
No es difícil advertir que en ese estimulante derrame de amor se encuentre Dios. Y no lo es entonces que ese proyecto divino que es el hombre, -aunque sus padres no deseen su existencia- y/o el ser, así creado, deba desaparecer en la más triste de las soledades. Es más que posible -de acuerdo con esta tesis- que también en estas difíciles circunstancias se imponga el designio divino, según el cual, su vida, aunque nos parezca de una forma objetiva como simplemente prescindible, ha sido importante, incluso imprescindible para quienes se encontraron con esa persona a lo largo de su existencia.
Pensemos, por ejemplo, en una niña, acostada en una cama de hospital durante más de 20 años, y que fallecería en ella. Parecería su vida inservible, inútil, gravosa para la sociedad y su familia… pero es posible -es seguro- que su rastro y su cariño -su amor- sería de tal envergadura que nadie que la conociera y la tratara podría negar que su vida tuvo sentido.
Por eso, en el amor nacemos y en él nos disolvemos. Y Cohen también tenía razón en esta estrofa.
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