Asistí hace unos pocos meses -cuando el inclemente calor de julio cedía ante el bullicio madrileño de las primeras horas de la tarde- a un debate en el que diversos ponentes analizaban la influencia de la inteligencia artificial en el ámbito de la escritura.
Confieso al lector que yo no milito en el grupo de los que se enfrentan a la IA. No, no soy como los "ludditas" de los tiempos pasados, que, asustados ante la irrupción de las máquinas en la sociedad industrial, se fueron en su contra para destruirlas. Pienso que cualquier novedad tecnológica -aunque nos exija adaptarnos a ella- resulta, a más o menos largo plazo, positiva. Lo mismo ocurrirá -supongo- con la Inteligencia Artificial, que sin lugar a dudas nos despejará de nuestras repetitivas gestiones cotidianas y nos permitirá concentrarnos en las cualitativas, allá hasta donde la máquina no puede llegar.
No entraré ahora en la aplicación de la Inteligencia Artificial en la escritura, aunque el nivel de cursilería al que llega este nuevo procedimiento tecnológico, por ejemplo, en los poemas de amor, sea difícilmente igualable. Pero, volviendo al debate con el que se inicia este comentario, me impresionó la definición que de ella misma hizo una ponente. "Yo sólo me ocupo de lo que puedo resolver. De los míos también. Yo cuido mi jardín", dijo.
Nada hay a priori más lógico que lo que expresan estas frases. Nada, excepto la expresión en sí misma. La construcción de un espacio de ocupación restringido a unos pocos (familiares, allegados, profesionales cercanos...) remite a la lógica de no dispersar esfuerzos. ¿Para qué me voy a ocupar de las cosas cuya solución no está en mi mano?
Está claro que ocupación no es lo mismo que preocupación. Y quizás a la ponente podría hasta preocupar la solución de los problemas que afectan a los demás mortales: la carestía de la vivienda -en el caso de que no se vea en la necesidad de adquirir o alquilar una-, el general deterioro de los servicios públicos -si es que no precisa de su uso-, el paro -en el supuesto de que ya desarrolle una actividad profesional-.... pero como no puede resolver esas dificultades, no ocupan su tiempo.
Y, sin embargo, esta persona vive en sociedad. Le afecta la elevación de los precios o el retraso de los trenes que nos proporciona con tanta frecuencia RENFE, por no decir que quizás le preocupe la situación política española -en el supuesto de que no sea votante del PSOE, de Sumar o de los apoyos externos que recaba el gobierno-... pero, en la medida en que su solución no está en sus manos, dado que no es "su jardín", no se ocupa de ellos.
Se deriva entonces de esta afirmación que la ponente en cuestión ha optado por lo que se podría calificar de “ciudadanía resignada”. La de los que prefieren asentir y abandonar el recinto público cuando un funcionario cualquiera les contesta mal o simplemente les da con la puerta en las narices, la de los que dejan de marcar el teléfono porque el organismo oficial correspondiente no contesta, la de los que soportan el mal estado de las calles o la deficiencia en la recogida de las basuras, ¿y qué decir de aguantar con estoicismo las huelgas de cualquier servicio público o privado?
No, nuestra ponente no acudirá a ninguna de las manifestaciones de protesta que se convoquen, no pondrá su firma al pie de ningún documento en el que se reclame alguna actuación pública o privada, y, cuando en alguna conversación alguien exprese sus quejas respecto de cualquier orden de problema, dirá que podría estar de acuerdo con lo dicho, pero como quiera que no tiene la solución, no le ocupa. Además podrá decir -sin que le falte alguna razón en eso- que resultan poco útiles esas gestiones.
Esta resignada ciudadana quizás cumpla con su obligación de votar, aunque, como la ley no se lo impone, a lo mejor prefiera emplear su tiempo libre de ese domingo en ofrecerse un paseo o disfrutar de un aperitivo con los amigos. Total, un voto no hace granero... y sirve para poco.
Pasar de la resignación al inconformismo requiere una cierta dosis de consciencia. De saber que el ciudadano no sólo debe "cuidar de su jardín", sino también estar atento a lo que ocurra en los jardines que, no siendo tampoco ajenos, no forman parte inmediata del suyo. Porque el derecho de ciudadanía no se entiende si no incorpora los deberes que le son conexos. Y porque, si alguno tiene, esa es la gran victoria que tantas luchas costaría a las sucesivas generaciones: el imperio de la ley y la libertad, la declaración de derechos del hombre y del ciudadano.
No quisiera resultar ácido, pero el comentario de la ponente en cuestión me recordaría poderosamente la frase atribuida al general Franco en relación con sus tres cajones: el destinado a los asuntos de imposible solución, el de los asuntos que el paso del tiempo se ocupará en resolver y el de los asuntos que debían resolverse -invariablemente el menos atestado de los tres.
Y también -lo cuenta Paul Preston-, que cuando el ministro de Hacienda, Navarro Rubio, hablaba con el dictador sobre la siempre aplazada Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, el caudillo, pese a sus 72 años, le reveló que contaba con gobernar aún algún tiempo, añadiendo que hubiera pretendido dejar la ley orgánica para más adelante, porque cuanto más la aplazara, tanto más en sintonía estaría con el futuro.
Eso creo que es lo que ocurre cuando sólo cuidamos de nuestro jardín, que del jardín que es de todos se ocuparán otros…
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