lunes, 26 de enero de 2009

Intercambio de solsticios (1)

La vida es el constante espacio de las paradojas y los hechos admiten explicaciones cuyo sentido nos es advertido sólo después de un tiempo y sólo una vez que otras casualidades nos lo muestren de manera diáfana.
Esta historia comienza en un restaurante italiano de Madrid. Mi amigo Jorge Brassens, que uno de los responsables de un joven partido situado en el centro del paisaje político español, se había citado a comer con un dirigente de un partido rival, a requerimiento de este. El motivo del almuerzo tenía que ver con el deseo de esta persona de asociarse al partido de Brassens, tal pretensión debía resultar discreta hasta su concreción definitiva, de modo que titularé con el nombre de "señor equis" al contertulio de mi amigo Jorge.
Brassens y el "señor equis" comparten un amigo común que, por motivos de trabajo, se ha desplazado a Chicago, José Carlos Grossmann. Estas Navidades, Grossmann y el "señor equis" tuvieron la oportunidad de almorzar juntos y con sus mujeres.
En esa comida, Grossmann le contaba al "señor equis" que su casa de Barcelona, en la que vive su primera mujer junto con sus dos primeros hijos, había sufrido un pavoroso incendio con consecuencias devastadoras sobre el inmueble. Un cigarrillo mal apagado en la habitación del chico, que se encontraba con su novia, había prendido en las sábanas y el fuego había superado la fase provocadora del humo blanco -cuando las llamas aún pueden sofocarse- y se consolidaba el humo de color negro -cuando ya no hay nada que hacer, según dicen los expertos..
Los tres -ambos hijos y la novia del primero, la "ex" de Grossmann no debía encontrarse en casa- se situarían en uno de los balcones de la vivienda, algo quemados y bastante asustados, a la espera de la llegada de los bomberos.
Con cierta rapidez -no con rapidez cierta, que la angustia siempre detiene las manecillas de los relojes- y con su acostumbrada parafernalia de sirenas aparecía el coche del servicio municipal que se ocupa de apagar los incendios. Se activaba la escala mecánica a cuyo extremo se sitúaría un contenedor en el que alojar a las víctimas del siniestro que se dirigía hacia el balcón. El piso ardía ya en pompa. Un bombero calmaba y ayudaba a los tres chicos a que abandonaran el inmueble.
Carmen Toledo -la primera mujer de José Carlos- llegaba ya a la que un día fuera su vivienda. Contenida la respiraciób, se deshacía en lágrimas cuando abrazaba a sus hijos poco antes de agradecer al bombero su eficaz actuación. Este dibujaría en su cara un gesto de extrañeza que Carmen no sabía cómo interpretar.
- ¿N-no me conoces? -balbuceaba el bombero, con un tratamiento coloquial que presumía un conocimiento previo o un exceso de familiaridad.
Pero Carmen no estaba ese día para entregarse a la frivolidad social y le respondía con un gesto de cabeza con el que le decía que no sabía quién era.
El bombero entonces se quitó el casco. Y a pesar de su aplastado pelo y de su tiznada cara, Carmen reconocía al hombre.
- U-usted... T-tú -tartamudeaba ahora Carmen Toledo- eres...
- Sí. Yo mismo -asentía el bombero.
El "señor equis" explicaría a mi amigo Brassens que, tiempo atrás, Jenny Grossmann, la hija de José Carlos y Carmen, se había caído jugando en la piscina más honda del Club del Prat, en medio de un descuido de sus padres. La oportuna acción de un socorrista la salvaría de perecer ahogada.
Andando el tiempo, este socorrista convertido en bombero volvía a salvar a Jenny de una muerte más que anunciada.
El "señor equis" remataba su primera copa de vino no sin antes reproducir las palabras que José Carlos Grossmann le había dicho:
- ¡Y ahora que alguien me diga que no existe el Ángel de la Guarda!

(Continuará)

1 comentario:

Sake dijo...

Emocionante relato. La verdad hay a veces casos en nuestras vidas, que nos hacen pensar en "Casualidad""mano protectora" y pensamos que ¿porque me ha sucedido ésto?¿Como he podido encontrar ayuda en situación tan complicada?. Y puede resultar, que en el fondo de nuestro cerebro, sabemos lo que buscamos. Tenemos gran cantidad de información almacenada (y usamos la que queremos usar).Es que acaso ¿no creamos nosotros las casualidades?, es que acaso ¿otras personas no cinciden con nosotros, porque lo buscan y desean?. Somos los humanos buscadores y nos encontramos en puntos comunes. Porque quizás los caminos los hacemos al andar. Un cordial saludo D.Fernando.