Bilbao, 15 de marzo de 2003.
Querida Lorsen:
Un día después de mi última carta escribía un “e-mail” a tu amiga Bona. Te lo transcribo a continuación.
Bona@infinito.it
Bilbao, 9 de marzo de 2003.
Querida Bona:
He tardado mucho tiempo en ponerme en contacto contigo. Tanto que aún te debía una traducción a un poema que me encargaste, pero a través del correo electrónico que anoté en Florencia no fue posible la comunicación. Luego he intentado llamarte por teléfono pero también me ha ocurrido lo mismo. Tiempo después, Vicky, la mujer de Carlos, con quienes nos vimos por última vez en “La Torricella”, me ha facilitado este “e-mail”. Espero que esta vez funcione.
Lamentablemente no son buenas las noticias que te estoy tratando de enviar. “Lilita”, que sufrió mucho en los últimos años –especialmente desde el nacimiento de nuestra hija-, atravesaba por constantes depresiones que apenas le dejaban un tiempo de normal convivencia con la vida.
El pasado 28 de noviembre, su corazón, que tú conocías tan generoso y abierto a todo el mundo, dejó de latir. Puedo decirte que pasé toda esa mañana junto a ella y que se fue de aquí sin un solo gesto de dolor, sin un estertor, con el rostro tranquilo y los ojos muy abiertos. De tal manera no fue consciente de que le había llegado esa triste hora que ni siquiera tuvo la oportunidad de llamarme junto a su cama para despedirse de mí.
“Lilita” ya no sufre. Ya no tiene que preocuparse de una niña -¿niña?-que va a cumplir en agosto 16 años y que sólo puede mover la cabeza. Ya no tiene que recibir cartas anónimas de ETA ni llamadas de amenaza. Ya no hay un marido al que despedir todas las mañanas cuando sale de casa sin saber si volverá o no por la noche: “Lilita” ha descansado.
No puedo, todavía hoy, que han transcurrido más de tres meses desde entonces, sino dejarme llevar por la emoción al escribirte. Ella me hablaba mucho de ti en los últimos días antes de su partida. Quería hablar contigo. Disculparse por la repentina salida de tu casa, debida a nuestros amigos, que consideraban que ya habían visto todo lo que querían ver. A veces, un día, sólo un día, puede significar una parte tan intensa de una vida que el recuerdo permanece tan ligado a ti que lo convierte en imborrable.
Pero “Lilita” siempre me hablaba de aquella noche, cuando concluidos todos los tragos posibles, en el jardín de tu casa, en el verano de 2001, se ponían las “cassettes” de los coches y escuchábamos a Fabricio de André cantando “Marinella”.
Sabes que “Lilita” te quería, que tú eras para ella su maestra y que cualquier viaje que nos proponíamos hacer a Italia tenía como referencia obligada tu casa, tu persona, tus amigos... Pero sobre todo tú, Bona Baraldi, que abrías de par en par las puertas y ventanas de tu corazón y compartías todo lo que tenías en cada momento. Quizás esa similitud de almas generosas os unía a “Annelita” y a ti, a pesar de la distancia. Distancia, te lo aseguro, provocada más por su enfermedad que por una pretendida vocación de mantenerse lejana de tu persona.
No sé si te llegará este texto. Pero si cayera en tus manos te ruego que me lo digas porque me gustaría que, como homenaje a “Lilita”, una parte de esa relación se mantuviera entre nosotros.
Ya sé que esta carta te ha dejado un poco más sola de lo que estabas hasta ahora, y que el consuelo de la soledad es bastante complicado como bien tú lo sabes desde hace ya algún tiempo. Pero el recuerdo de los tiempos felices, prendido a ella de una manera indeleble –y prendido también a esos gratísimos instantes pasados contigo- nos devuelve a “Lilita” como un ser inmortal. El escritor argentino Borges dice que la gente sólo muere por el olvido de quienes seguimos instalados en este a veces muy triste mundo. Por eso “Lilita”, cuyos restos conservo junto a mí, en mi casa; con quien dialogo para que me aconseje –especialmente en lo que se refiere a nuestra hija Pilar- no ha muerto del todo para mí. Sigue viva, aunque en un lejanísimo viaje del que nunca volverá. Yo ni siquiera creo que vuelva a estar con ella de otra manera a como la siento todos los días, de la manera en que la siento ahora mismo, por ejemplo, cuando te escribo acerca de ella. Sólo sé que ahora ella está bien y, aunque eso no sea consuelo suficiente para quienes permanecemos en este mundo, debo ser muy consciente de que mis lágrimas no lloran por ella, sino por mi soledad.
Ha sido esta una carta triste, pero creo que obligada. Junto a ella quiero que te llegue el mayor de mis besos de amigo que quisiera heredar de “Lilita” al menos un poco de esa amistad que os unía. Estoy seguro de que ella lo querría de ese modo. Yo también. No quisiera pasar esta hoja de mi vida como se pasan las páginas de una revista que apenas estás ojeando para pasar el tiempo.
Con mi recuerdo más afectuoso recibe un fuerte abrazo de
Jorge Brassens
Lamentablemente el escrito no ha llegado a su destinataria. Y tengo la sensación de que los puentes entre los dos están cortados, no diré que para siempre, porque quizás algún día nos pongamos en contacto, en un recuerdo a tu persona. Pero, por el momento, no sé muy bien cómo.
El martes cené en Madrid con Felipe Gangoiti y su novia, Mercedes, que se presentó en tu funeral sin conocerte en absoluto. Se trata de un chica encantadora. Felipe haría mal si la dejara escapar, pero ella parece muy cercana a él. Dan la impresión –quizás tú no estarías excesivamente de acuerdo con mi apreciación- que llevan siendo pareja desde hace mucho tiempo.
Por cierto, que esa misma tarde hice un buen destrozo en la “Gran Peña”. Me dieron una llave y como los números no están claros en las habitaciones –y mi vista no es precisamente la de las águilas- fui a abrir la puerta de la una cuando la mía era la ocho. El caso es que se quedó una parte de la llave en la cerradura equivocada. Por eso llegué tarde a la cena y no pude ver la exposición previa, que me dijeron que no había estado demasiado concurrida.
El miércoles conocí a Victoria Chapa, que era la inquilina de mi madre en el apartamento de Príncipe de Vergara. Ella es directora general de una editorial de libros de bolsillo. Me dedicó hora y media –cuando lo habitual es que te larguen en diez minutos- y me dijo que le mandara cualquier cosa que se me ocurriera, que si ella no la podía publicar trataría de encontrarme alguna editorial de suficiente nivel. Tengo la sensación de que me he encontrado con una agente literaria sin pretenderlo. Claro que le había impresionado mi historia –seguramente narrada por su primo Álvaro- y el hecho de que se ha quedado huérfana de padre y madre en apenas dos meses, coincidiendo además con tu partida.
El jueves, a mi regreso a Bilbao, había quedado con la policía para que se desplazara a Cruces a prepararle el carné de identidad a Pilar. Fueron cuatro. Pilar estaba arreglada con su vestido de Ágatha Ruiz de la Prada que tanto le gusta –y tanto te gustaba a ti-. Le sacaron varias fotos, le tomaron sus huellas dactilares y tu hija se portó muy bien. Quizás había esperado un poco más de teatro, no sé: los agentes vestidos de uniforme, las gorras de plato...
También se presentó allí Jaime Larrínaga. Hablamos los dos con Tere Hermana. Al pobre de Jaime se lo están haciendo pasar muy mal. El vicario anda revolviendo entre sus feligreses –no para la paz, precisamente- y el obispo le ha dicho que ha delegado en el vicario, precisamente, la solución del asunto. Jaime es tan buena persona que seguramente este asunto le estará horadando como la gota china.
Alfonso Pérez-Brassens, José Areilza, María –su mujer- y una amiga de mi sobrino están dispuestos a viajar hacia aquí para ver el “Chillida Leku” y la casa de Motrico. La fiesta terminará el domingo por la noche en Arrechea.
Ayer cené con tu padre y con Gaby. Hoy se iba de boda a Celorio, de una hija de tus tíos Miguel y Conchita. En el coche viajaban tu tía Lolis –estoy viendo tu gesto-, Antonio Barandiarán y Carmen Careaga. No le he encontrado del todo mal, aunque le ha salido una hernia y se le ha hinchado una pierna. No quiere que le vean en Cruces, aunque me ha dicho que irá el lunes. No sé.
Pilar estaba muy bien, chinchorrera, como de costumbre. Ahora considera que el carné de identidad se lo tiene que guardar tu padre. Al final se ha reído mucho cuando me ha confirmado que quiere que lo conserve yo. La he visto muy bien, aunque le están dando antibióticos. Yo no me planteo demasiado su situación objetiva, deducida de sus parámetros, en los que apenas me fijo. Sólo atiendo a su aspecto, a su sonrisa o su mueca de desagrado. Y de todo eso obtengo mi impresión. Me basta. No sé cuánto tiempo tendré de Pilar, pero sí sé muy bien que si la desatiendo ahora, cuando llegue el momento de su adiós –si es previo al mío, quién sabe-, nunca me lo perdonaría.
Hoy he comido con mi madre. Estaba Eugenia, porque Teresa tenía un congreso en Barcelona. Me ha contado que le preguntó:
- Pilar: ¿Quién es tu madrina?
Y que la niña contestaba algo así como:
- Eugenia.
- ¿La abuela Eugenia
Y que Pilarle hacía que “no” con la cabeza, mirándola muy fijamente.
Emocionadas las dos se aceptaban entonces como madrina y ahijada.
Mi hermana, que tiene la habilidad de meterse a cualquiera en el bolsillo, lo ha hecho también con la niña.
Esto es lo que ha dado de sí la semana. Ahora tengo la corrección de “Sombras, paisaje gris” como tarea literaria principal. He previsto ir a Arrechea una mañana de esta semana, para recoger el “diskette” de la novela –gestión a la que te hubieras ofrecido tú, sin lugar a dudas-. Para eso he hablado con Mónica Oriol que me ha propuesto un sistema bastante complicado –viajar en dos coches, el mío y el oficial, hasta el límite con Navarra, y luego coger mi coche hasta Arrechea-. Luego me ha insistido mucho en que le llame a Rafa Ustara para cualquier cosa.
Un beso.
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1 comentario:
Si yo supiera el modo de haberme comunicado contigo cuado debia ahora estaria más tranquilo, pero ¡oh Dios! falló la comunicación cunado más lo necesitábamos.
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