domingo, 21 de abril de 2024

Closing time

Leonard Cohen tenía en "Closing time" una de sus canciones de referencia.  Debido a su título figuraba en el final de sus actuaciones, quizás antes de alguna última interpretación en la que el adiós revestía un carácter cuasi-religioso, como en Londres o Madrid ("Quiero dejarte, espero que estés satisfecho"), o el “Save the Last Dance for me”, de Michael Bublé que, por cierto, hiciera una versión de su "I'm Your Man". Fassbinder da inicio a su singular película "Querelle" con un camarero cerrando un bar portuario recitando esa fórmula básica ("Es hora de cerrar"), y no por casualidad, porque el cineasta alemán era un gran admirador de Cohen.


"Closing time" no es una canción que invite a una despedida grata y reposada, quizás por ello Cohen prefería después de esa interpretación cantarnos algún himno de adiós, o llegaba al punto de recomendarte un sosegado regreso a tu casa, donde casi se diría llegaba incluso a arrebujarte bajo el edredón y desearte que pasaras una buena noche. "Closing time" es una canción frenética, en la que la danza progresa con un ritmo endiablado y a la que son convocados los más singulares invitados.


El tema empieza relatando que estamos en una fiesta. ("Ah, estamos bebiendo y estamos bailando/Y la banda toca muy bien/Y la sabiduría de Johnny Walker está a flor de piel").


Cohen nos presenta a dos de los presentes, y a un público que participa animado en ella ("Y mi dulce compañía, es el Ángel de la Compasión...", y guarda en ella tanta "ternura" que "se está restregando a medio mundo contra su muslo", lo que toda la concurrencia, un tanto colocada ya, acepta de buen grado: "todos los bebedores y bailarines muestran un rostro alegre para agradecérselo". Y existe también alguien que ameniza la escena, porque sin música -sin sexo- la fiesta no es posible: "El violinista entona algo maravilloso".


Entonces hay un baile de parejas que se nos antoja desordenado y caótico. Se presume algo de desenfreno en la estancia y entre los que celebran la juerga ("Ah, las mujeres se arrancan las blusas y los hombres bailan vestidos de lunares/Pierdes a tu pareja, la encuentras, es un infierno cuando el violinista se detiene...", pero es la hora del cierre, nos recuerda la canción, antes de repetir el desaforado descuaje de camisas y la promiscuidad de las parejas que se suceden unas sobre otras, cuando el violinista detiene su música.


El artista describe a continuación un paisaje onírico, una especie de viaje ligado al consumo de estupefacientes. Y en ese sueño aparecen los viejos demonios familiares cohenianos ("Oh, estamos solos y nos ponemos románticos/La sidra está fundida en ácido..."), la cosa ya va entrando en una nueva fase de convulsión, de modo que no sorprende que “el Espíritu Santo está gritando ¿Dónde está la carne?” Por supuesto que el espacio exterior invita al sosiego: "Y la luna está nadando desnuda y la noche de verano huele a perfume". Y se espera entonces un alivio de la situación. Pero no responden a eso los castigados organismos de los congregados, porque "forcejeamos y nos tambaleamos/Abajo entre las serpientes y en la escalera/Hacia la torre donde tintinean las horas bendecidas”.


Y así fue como ocurrió, dice un juramentado Cohen: “Un suspiro, un grito, un beso hambriento/Las puertas del amor cedieron una pulgada/Y no puedo decir que haya pasado mucho más/Es hora de cerrar". Intuimos la torpeza en el ser romántico que sólo puede atisbar una pulgada de apertura en las cerradas puertas del amor, ¿del deseo?


Ahora se dirige a su amante, a su proyecto de amor o de sexo furtivo, en una noche en la que se han transgredido los límites. Le explica que la quiso por su belleza, prescindiendo de sus demás características personales. Pero admite que eso no le ha vuelto estúpido -totalmente, porque el amor debería siempre contener en su ecuación algo más que una mera atracción física-. En todo caso no parece que estemos en eso, nos encontramos en una fiesta un tanto alocada de la que no conviene obtener conclusiones precipitadas ni trascendentes.


Al fin y al cabo, ella también asistía al party por causa de su belleza -le confiesa sin tapujos-. No existe por lo tanto demasiado misterio en este momento del cierre. "Te amé por tu cuerpo -le confirma-. Y es que sonaba una voz que se diría emitida por el mismo Dios, que le decía que su cuerpo era... realmente... realmente...


El frenesí se ha apoderado de la pieza. Intuimos cómo los bailarines se mueven enloquecidos, el viejo Johnny Walker sigue campando a sus anchas, no sabemos cuándo se bebe sidra o se consume LSD... y alguna pareja se entretiene en sus exploratorios devaneos amorosos.


Pero el poeta ya ha encontrado un lugar en el que recogerse a pesar del barullo que le rodea. Y continúa con un soliloquio dirigido a su ocasional amante. Las expresiones que le dedica ahora se ven impregnadas de una altura emocional que elevan la relación hacia posiciones que poco tienen que ver con una rápida transacción sexual. "Y te amé cuando nuestro amor estaba bendecido...", ¿por Dios?, ¿había alguna necesidad de que en determinadas instancias se emitiera un "nihil obstat" a esa relación?, ¿o es que existía un momento previo a la fiesta que ésta sólo ha precipitado?


Existe, desde luego, algo más profundo, muy profundo, en ese amor reencontrado: "Y te amo ahora que no nos queda nada más/Que dolor y una sensación de tiempo extra". Ya no se trata de que la fiesta está concluyendo, es que nos encontramos casi en tiempo de descuento. El mundo -nuestro mundo, nuestra vida, al menos- está concluyendo y el dolor que sentimos ante el final próximo se ve mitigado por la cercanía del ser querido.


Y te he echado de menos desde que nuestro lugar fue destruido", añade el poeta, que vuelve sobre los parámetros del Armageddon que evocara en "The Future" ("He visto el futuro, es un crimen"). Y la reflexión del cantante es muy triste: ya ha dejado de formar parte de las gentes que aspiraban a decidir sobre lo que vaya a pasar; está viejo y sólo piensa en lo que va a ocurrir, y simplemente no le importa.


Aún le queda a Cohen en este tiempo ligeramente estirado un espacio para el sarcasmo. "Se ve como la libertad pero se siente como la muerte". Y eso es lo que va a pasar. O ninguna de esas dos posibilidades: "Supongo que es algo que está en el medio".


Estamos envueltos ya en un vértigo imparable ya, hasta que el agotamiento concluya con él y sus protagonistas acaben derribados en sus sofás. 


Y el cantante prosigue: "Sí, estamos bebiendo y bailando. Pero en realidad no pasa nada/Y el lugar está tan muerto como el cielo un sábado por la noche". (Parece que a Dios le expulsa Lucifer de los tugurios desenfrenados del atardecer de los sábados). "Y mi compañera que está muy cerca de mí/Me hace dudar, me hace reír..." y es que "ella tiene cien años, pero lleva algo ajustado". (Todos los limites han sido superados, ¿qué más da la decrepitud si produce morbo?). "Y levanto mi copa ante la Horrible Verdad/Que no puedes revelar a los Oídos de la Juventud/Excepto para decir que no vale ni un centavo". Parece que Cohen cede en buena parte sus convicciones, porque la Verdad está ahí y es Horrible, tanto que su contenido puede, además de herir la sensibilidad de las nuevas generaciones, conducirlas al inconveniente nihilismo del descreimiento. Y eso no merece la pena, no vale un centavo.


El desenfreno prosigue alocadamente y los versos se repiten como si la danza circulara produciendo un mareo desconcertante. Y el poeta asegura:  "Y todo el maldito lugar se vuelve loco dos veces/Y es una vez para el diablo y otra para Cristo", (adoradores a pares de los principios del Mal y del Bien). "Pero al jefe no le gustan estas alturas vertiginosas" (prefiere seguramente terrenos más firmes y conocidos que los elevados ámbitos de la religiosidad). "Estamos atrapados en las luces cegadoras de la hora del cierre".


El caso es que continúa el baile como un escenario final que nos recuerda a la película de Sidney Pollack de 1970, "They Shoot Horses, Don't They?", y que fue traducida al español como "Danzad, danzad, malditos", situada en los tiempos de la gran depresión norteamericana, en la que, a cambio de un premio, las parejas de baile llegaban al desfallecimiento y hasta a la muerte. Ganaban los que resistían más. Pero en esta canción no existe premio en metálico, sólo la certeza de que lo vivido es lo que importa. No queda nada más cuando se apagan las luces y se cierra el local. Nada, ni siquiera la vida, especialmente ésta.

viernes, 12 de abril de 2024

Y el Fénix se puso la camiseta del Athletic

 Corría el año 1983. Los ayuntamientos de España se habían visto renovados después de las elecciones municipales. En el de Bilbao, fui elegido concejal en las listas de Coalición Popular, por Unión Liberal. Apenas había cumplido los 28.


Además de concejal, era director de la agencia de seguros Maura y Aresti, representantes provinciales de La Unión y el Fénix Español. Mi decisión de abandonar las oposiciones al ingreso en el cuerpo diplomático se producía toda vez que un pistolero de ETA acribillara a balazos al socio de mi padre, Enrique Aresti, en un descansillo de la misma oficina de la Compañía en el Arenal de Bilbao.


Una tarde de ese año 1983 tomaba una copa en la cafetería Iruña (de la Villa bilbaina) con un agente de la compañía que nuestro director comercial, Carmelo López de la Hoz, había reclutado poco antes. El nombre del agente era Ricardo Eguibar. 


Reconozco que nunca he sido aficionado al fútbol, más allá de una fallida, solitaria y breve temporada como socio de un club que creo que en aquellos tiempos disputaba lo que entonces era la tercera división (el club era el Indauchu). Sin embargo, enardecido por la labia del ocurrente colaborador de la compañía y al calor de las cervezas que trasegamos, surgió una apuesta que ni siquiera lo era: carecía ésta de contenido económico.


Recuerdo que el Athletic iba primero en la clasificación de la Liga, además de que siempre se había distinguido por su capacidad de ganar la Copa. Así que Eguibar me dijo con toda la gravedad de la que se veía capaz:


- El Athletic va a ganar la Liga, ¿qué te apuestas?


No tenía que apostarme nada -creo que le dije-. En realidad, no me molestaba en absoluto que así fuera. Lo prefería, incluso. Y así se lo hice saber.


- Y si gana la Liga también podría ganar la Copa... -continuaría Eguibar, haciendo una singular premonición.


Me pareció altamente improbable ese doblete, pero asentí. Cosas más raras se habían visto...


- Y si eso sucede... ¿a que no te atreverías a poner al hombre del pájaro con la camiseta del Athletic? 


(Dos apuntes necesarios: el agente no pronunciaría la palabra "atreverías", utilizó en su lugar otra expresión que el avisado lector ya habrá adivinado; el segundo, "el pájaro" era, en realidad, el Ave Fénix).


Recogí inmediatamente el guante. Así lo haría, le aseguré.


Parecía imposible, pero el doblete se produjo al fin.


El lunes siguiente a la consecución del espectacular evento deportivo, acudí a la oficina tratando de poner orden a mis confusas ideas al respecto. Quería cumplir con mi compromiso, pero desconocía cómo hacerlo.


En esas dudas me encontraba cuando no tardaría en recibir una llamada de la telefonista:


- Es Ricardo Eguibar...


Atendí su llamada. Como era lógico, el agente me recordaba el acuerdo que habíamos suscrito verbalmente en la cafetería Iruña. Le dije que estaba en el asunto.


Había en ese Bilbao de los años 80 del pasado siglo una especie de experto en todo tipo de lides. Disponible, afable y colaborador en todo momento, Kiko Mochales era director comercial de El Corte Inglés. Lo que no pudiera Kiko ningún otro sería capaz de hacerlo.


Pedí que me comunicaran con él. Se puso al teléfono. Le expliqué el problema. Le hizo gracia y le pareció bien, pero él carecía de operarios que pudieran vestir a la estatua. Eso sí, se ofrecía a confeccionar la parte delantera de la camiseta del Athletic. 


- La parte trasera no importa -convinimos ambos-. No se va a ver.


Una de las tareas ya estaba hecha. En 24 horas tendríamos lista la tela. El Corte Inglés se haría cargo de su confección sin coste alguno.


Resuelto el asunto del vestido quedaba pendiente el de los vestidores.


No sé muy bien si la idea fue mía, de Mochales o de algún tercero, pero finalmente me puse en contacto con el servicio municipal de bomberos. El cuerpo se avino con carácter inmediato a concretar la operación.


Y así ocurriría. Veinticuatro horas después, una alta grúa depositaba a un par de bomberos a la altura de la estatua del Ave Fénix, cubriendo la parte anterior de su cuerpo y sus brazos con la camiseta que previamente les habían entregado desde los grandes almacenes. De ese modo, antes de que la acostumbrada gabarra subiera por la Ría y llegara al ayuntamiento de Bilbao para recibir desde su balconada el aplauso de los bilbainos, el emblema de la Compañía de seguros, que coronaba todos sus edificios de representación en España, se vistió la camiseta del Athletic. 


Como final de esta bilbainada les contaré que ni siquiera pedí permiso a los directores centrales de la entidad. Evitaba así una posible negativa de tan circunspectos señores, aunque supongo que cuando vieron las imágenes en televisión y en la prensa de Madrid (ABC, por ejemplo, publicaría una fotografía) se sonreirían ante la publicidad gratuita y simpática de esta historia local.


Quede registrada la anécdota para el recuerdo.

domingo, 7 de abril de 2024

Madrid, el nuevo rompeolas de las Españas

Queda pendiente la situación de Isabel Díaz Ayuso en el turbulento escenario político español de la forma en la que el Partido Popular articule su oposición al gobierno socialista en la legislatura que apenas acaba de empezar y ya emite señales de desfallecimiento. Está cerrado -en el caso de que en alguna ocasión lo estuviera- un cierto paréntesis en el la rotunda confrontación entre el gobierno de la Comunidad de Madrid y el del Estado -a estas alturas me resisto a calificarlo de 'nacional'-, una reyerta que recibía el testigo del vacío político que dejaba la tantas veces errática política de Pablo Casado, su incomprensible intento de reducción del papel de Ayuso  a mero títere en sus manos -con el fin de que no le hiciera la competencia-, y el largo interregno que vivió este partido hasta la elección de Feijóo y, aún hasta que éste pudo asumir su victoria-derrota electoral el pasado mes de julio.


En el rifirrafe impuesto por la polarización política que, es preciso recordarlo, conviene su impulso a los don ejes del bipartidismo español, por el efecto de expulsión de terceros actores que no sean los nacionalistas, Isabel Díaz Ayuso se ha convertido una vez más en el objetivo de los ataques socialistas como más eficaz pim-pam-pum ante la presunta actividad conseguidora de dádivas gubernamentales de la mujer del presidente del gobierno.


Pendiente aún de las consecuencias políticas del caso de su pareja, y auxiliada por el pararrayos que la protege de la tormenta que proyecta en torno de Isabel Díaz Ayuso su asesor áulico, la presidenta de la Comunidad de Madrid se ha erigido en la única alternativa al gobierno de Sánchez. A lo largo de la pandemia, en especial, Ayuso ha convertido Madrid en un referente de libertad coherente con esa burbuja que diferencia la capital de España de los localismos regionales -y aún nacionalistas o independentistas- de otras zonas del país.


Escribía Antonio Machado en noviembre del año fatídico que fue el de 1936: "Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas". 


Eran versos que expresaban la realidad de nuestra in-civil guerra, pero que nos sirven hoy para que, sobre el dique de contención de la Comunidad y de su Villa, se agote el perverso efecto del oleaje y las mareas que amenazan descuartizar el magnífico proyecto de convivencia que nos dimos los españoles a lo largo de la transición.


Hubo, en efecto, un modelo de libertad de Madrid que se enfrenta -y aún lo hace- con la acción intervencionista de un gobierno que coloniza las instituciones con los adictos, que se sirve de sus socios para amenazar a los jueces, estableciendo la separación entre los "malos", que practicarían el 'lawfare', y los buenos y obedientes, que son por definición silentes; que seguramente atacará a los medios de comunicación hostiles privándoles de la  munífica asignación de fondos publicitarios, cuando no sugiriéndoles la contratación de columnistas, el cambio de su dirección o de línea editorial... otros regímenes que han optado por el mantenimiento a ultranza del poder y el obstáculo del "no pasarán" a la alternativa, se han valido de estos y de otros instrumentos aún más agresivos para el control de la disidencia. En este guión de la invasión por el gobierno de las esferas de libertad que las democracias garantizan a los ciudadanos quedan aún otras parcelas a conquistar por los nuevos liberticidas. 


Constituirse en paradigma de la libertad en un país como es la España de hoy en día no es difícil, aunque requiere de un cierto arrojo ponerse a eso entre los corifeos que han convertido en el eje de su discurso político la demonización del opositor más que la explicación de sus presuntos aciertos.


Se parece bastante la estrategia de Ayuso a la de Sánchez en eso de achacar a la oposición sus errores, ocultando los propios. Sin necesidad de investigar otros hechos, la gestión de la presidenta de la crisis del Covid ilustra abundantes ejemplos de praxis que no podrían ser considerados como casos de éxito: el ático de lujo ocupado por ella durante dos meses; las comidas a más de 10000 alumnos servidas por la cadena Telepizza; la operación de propaganda de la apertura de un hospital en IFEMA, sin UCI ni laboratorios, gestionado por personal procedente de la atención primaria -algo así como hacer verdadero el dicho "desvestir a un santo para vestir a otro"-, y que zanjaría exultante la principal responsable de la región con esta sorprendente afirmación: "IFEMA ha demostrado que en los hospitales que tienen techos altos los pacientes sanan muy bien”; la rescisión de los contratos a los sanitarios de refuerzo en tiempo de Covid... la más grave de todas, sin duda, ha sido la negativa de la Comunidad a derivar pacientes ancianos con deficiencias a los hospitales públicos, en una práctica eugenésica que pensábamos historia a olvidar en los tiempos presentes. 


No deja de ser cierto que el capítulo que relata los errores en la gestión del Covid no sólo se debe achacar a la administración de la Comunidad madrileña. Ha incurrido en ellos el gobierno de nuestro menguante Estado y, ni para ellos ni para otras instancias de poder, se ha propuesto una comisión de investigación parlamentaria, como sí se acaba de montar para el examen del 'lawfare' además de las recientemente aprobadas en el ejercicio del espectáculo del “y tú más” que nos vienen proporcionando gobierno y oposición en el Congreso y en el Senado. Resulta evidente que, más que poner luz y taquígrafos a los casos dudosos, nuestra clase política no pretende otra cosa sino embarrar el terreno de juego y tapar sus vergüenzas a base de tierra húmeda en la que atrapar y neutralizar a los discrepantes en una larga lista que daría comienzo con los jueces, le seguirían los medios de comunicación más tarde y tendría continuidad con cualquier ámbito de la vida pública y aun privada, en el supuesto de que la actualidad y las ventajas políticas lo requieran.


Pero es que la presidenta de la Comunidad madrileña -preciso es reconocerlo- cuenta también con aciertos en su gestión. Díaz Ayuso expresa ideas simples sobre la base de valores diáfanos, resaltando las virtudes de su modelo de gobierno, liberal y cosmopolita, y confrontando siempre a Sánchez, más que a sus rivales directos, según ha escrito Miguel Ángel Martínez Meucci.


Este último inciso resulta clave. La política nacional tiene tal importancia en Madrid que lo que ocurra en el Ayuntamiento o la Comunidad pasa desapercibido por lo general. La elección como rival del inquilino de la Moncloa, al mismo tiempo que desprecia con un manotazo a su oposición natural en la asamblea, se ha convertido en una clave de éxito, en la que ha 

caído en no pocas ocasiones el presidente del Gobierno. 


La combinación de su habitual desparpajo con su oposición a Sánchez ha permitido a Ayuso reducir a Vox a una situación marginal, dada su mayoría absoluta. 


No sirve desde luego esta estrategia para las demás Comunidades Autónomas en las que el PP ha obtenido mayorías simples, o que se convierten en absolutas con el apoyo del partido de Abascal. Y la razón es que el resto de España no rompe olas como en la cosmopolita Madrid. A lo que se une la apuesta del partido conservador por un acusado regionalismo, cuando no un nacionalismo "light", producto del desarrollo de un Estado de las autonomías ávido de transferencias como las concedidas a las regiones más favorecidas por los dos partidos en los sucesivos pactos de investidura. En este contexto, el implacable discurso de Vox proporciona a este partido una fidelidad de voto que, hoy por hoy, resulta irrebatible. En eso consiste -a mi modo de ver- el síndrome del "elefante en la habitación" que no sabe resolver el partido presidido por Feijóo y que condiciona sus mayorías en el momento presente y en el futuro.


Pero Sánchez parece no estar dispuesto a seguir entrando al trapo que le tiende Ayuso, aunque no hacerlo así no supone en absoluto que el presidente del gobierno no vaya a intentar debilitar a ésta, que se ha convertido en una peligrosa rival para él. El procedimiento -sibilino, como acostumbra- tiene que ver de modo inevitable con el reparto de los fondos. Como han escrito Pedro Herrero y Jorge San Miguel (Extremo centro): "tarde o temprano se planteará una modificación de la financiación autonómica cuyo objetivo será limitar la capacidad competitiva de Madrid". 


La respuesta a esta más que probable eventualidad la sugieren los mismos autores: "o Madrid genera una coalición a su alrededor, o acabará pagando el pato de las alianzas de la izquierda española. Madrid debería tejer una red de alianzas regionales, alianzas que tengan un nombre y una identidad, que incorporen aspectos normativos como el mutuo reconocimiento de licencias o de currículos educativos, que unifiquen el examen de la EBAU... Hay que sentarse a pensar y poner cosas en marcha".


La potencia del gobierno regional del PP, unida a una estrategia de oposición nacional que no se confunda con las maniobras de distracción en las que resultan tan hábiles los socialistas, y un entendimiento con Vox que defina los campos de juego y articule una alternativa inteligente con este partido -como ha hecho el PSOE con Sumar-, nos podrían garantizar una alternativa política que -a falta de una potente formación de centro liberal- ayudaría al menos a revertir la peligrosísima deriva por la que España está transitando.

domingo, 31 de marzo de 2024

Decidir por uno mismo


En la novela de Saramago "La caverna", Cipriano Algor, un alfarero sesentón, recibe una pésima noticia de su único cliente: a partir de ese momento su mandante rescinde el contrato que mantenía con él, ya no le va a comprar los enseres de barro que le ha venido suministrando. Cipriano Algor deberá detener la producción de platos, vasos, botijos y demás enseres que constituyen su único medio de subsistencia. Alguien -un ominoso e impersonal "Centro"- ha decidido que ya no sirve, y que, en consecuencia, no le queda otra salida que el retiro. El alfarero podría vivir acogido al sueldo de su yerno y al cariño de éste y de su hija, pero no está dispuesto a abandonar. Así que decide continuar, operando en esta ocasión un cambio en su modelo de negocio: a partir de entonces fabricará unas estatuillas.


Joaquín Romero no se encuentra en la misma situación que el alfarero. Más cerca de los 70 que de los 60, él podía vivir perfectamente de sus ahorros y de una pequeña pensión. Aún así quería mantenerse en activo, sentirse útil, para los demás pero también para su propia autoestima. De modo que estaba colaborando con una empresa de consultoría, haciendo lo que mejor sabía: mover los contactos que su azarosa vida le había suministrado.


Pensaba Romero que su trabajo rendía a satisfacción del negocio, aunque apenas recibía de sus responsables expresiones de conformidad, tampoco de reparo. Y él continuaba con el desarrollo de su agenda, promoviendo reuniones y algún que otro contrato.


Y en ésas estaba cuando uno de sus compañeros de trabajo se despedía de él a través de un WhatsApp. En estos tiempos modernos, cualquiera que sean las edades más o menos provectas de los interlocutores, las formas de la comunicación directa han quedado atrás, sustituidas por un trato cordial pero distante. Joaquín Romero contestó al mensaje, requiriendo de una posterior explicación que nunca llegaría. En ausencia de marinero -pensó- siempre quedará el capitán. Y a éste se dirigió. La respuesta del principal responsable de la firma resultaría esquiva, cuando no ofensiva. Una vaga promesa de un almuerzo, primero, de un café, después, para formalizar la cancelación de su contrato que nunca se produjo sería el único ofrecimiento que obtenía de la empresa.


Joaquin Romero sintió una profunda decepción. No acababa de comprender muy bien los motivos de la actitud que ponía en evidencia la decisión de prescindir de sus servicios, máxime cuando muy poco tiempo antes había remitido una información de la consultoría a un posible cliente. ¿Cómo era posible que, en lugar de advertirle de que estaban negociando la venta de la sociedad a otra compañía, le hicieran llegar un documento en el que se contenían los servicios a prestar por la firma que estaba siendo objeto de transacción económica? Se unía a esta lamentable circunstancia, además, una gestión que Joaquín Romero estaba haciendo con una importante empresa y que tuvo que detener ante la nueva situación que se había producido.


El cruce de correos que mantuvo con el responsable de la firma no redujo ni su estupor ni su enfado, incluso los acrecentaría. Razones de edad -le informaban-. Pero tampoco existía seguridad de que fueran ciertas esas explicaciones. Y, acompañando a una rápida y confusa conversación telefónica, y por correo, se le hacían consideraciones irritantes e innecesariamente ineducadas en su contra.


Cesados los contactos con el director de la empresa, Joaquín Romero obtendría alguna información complementaria que ya carecía de utilidad. Y reflexionando para su interior, y con el consejo siempre práctico de su mujer, decidió que lo que debía ser en el futuro sería él mismo, y no otros, quien lo determinaría. Y eso que la edad y las prestaciones físicas ni siquiera se parecían a las que le acompañaron en el día que firmara con la anterior compañía. Buscar empleo con 68 años se antoja cuestión difícil donde las hubiera.


Pero Joaquín Romero no era hombre que cedía con facilidad al desánimo. Movió sus contactos, tocó puertas y las encontró generalmente cerradas. Aún así, Madrid es ciudad abierta a las oportunidades, y pasadas unas semanas logró su objetivo. Una prestigiosa empresa del mismo sector de actividad -más importante por cierto que la que le había cancelado su relación comercial- le contrataba.


Era como en la canción de Simon y Garfunkel -The Boxer-, "the fighter still remains". Ese viejo e incansable luchador que era Joaquín Romero, aunque cansado en ocasiones y al límite de sus fuerzas físicas, todavía se veía capaz de lanzar alguno que otro guantazo en su derredor.

domingo, 24 de marzo de 2024

Sanciones

 


En un artículo publicado por The New Yorker el 24 de octubre de 2022, la analista financiera, Sheelah Kolhatkar, decía que  "el uso de sanciones económicas se remonta al menos a la antigua Atenas. Alrededor del 432 a.C., Pericles emitió el Decreto Megariano, que estableció un bloqueo dirigido a los aliados de Esparta. Sin embargo, la eficacia de la táctica sigue siendo dudosa. Algunos historiadores han llegado a afirmar que el decreto ayudó a iniciar la Guerra del Peloponeso".


Siempre segun Kolhatkar, "después de la Primera Guerra Mundial, cuando la Sociedad de Naciones consideraba el uso de medidas económicas como una manera de disuadir a los países de invadirse unos a otros, Woodrow Wilson habló de las sanciones como una táctica 'más tremenda' que el conflicto físico. Una nación sólo tenía que imponer a otra este 'remedio económico, pacífico, silencioso y mortal y no habría necesidad de la fuerza', afirmó. 'Es un remedio terrible. No cuesta una vida fuera de la nación boicoteada, pero ejerce una presión sobre esa nación que, a mi juicio, ninguna nación moderna podría resistir'. La evaluación de Wilson resultó optimista, ya que la amenaza de sanciones contra Alemania, Italia y Japón no logró evitar otro conflicto global".


No parecían alentadores, por lo tanto, los antecedentes de las políticas de sanciones en cuanto a sus resultados positivos. A pesar de eso continuarían en la agenda político-económica de las acciones pre-bélicas o alternativas a las operaciones militares. Como recuerda Sheelah Kolhatkar: "Aún así, el atractivo de las sanciones económicas persistió, particularmente en la historia moderna de la política exterior estadounidense. En los últimos ochenta años, Estados Unidos los ha desplegado contra la Unión Soviética, China, Cuba, Vietnam, Irán e Irak, entre otros; unas diez mil entidades han sido designadas como objetivos de sanciones. El éxito más claro de una presión de boicot hasta la fecha fue quizás la campaña global contra el sistema de apartheid de Sudáfrica. En 1986, Estados Unidos se unió a otros socios comerciales de Sudáfrica para aprobar sanciones, y se extendió el movimiento para desinvertir y boicotear los bienes y servicios del país. La presión económica resultante ayudó a poner fin al apartheid en 1994".


Se trata, sin duda, de un magro resultado el de esta política de castigos económicos cuando solamente podríamos evocar un único caso de éxito que consiguiera revertir la permanencia de un régimen. Nicholas Mulder, historiador y autor de “El arma económica”, avanza una explicación al respecto: "El surgimiento de las sanciones como herramienta de la guerra moderna, señala que, en estos y otros países sancionados de manera agresiva por gobiernos occidentales, los líderes despóticos duraron años o permanecen obstinadamente en el poder. Las sanciones -continúa Mulder- son una especie de alquimia. Aplicas toda esta presión a la caja negra de la economía de un país y esperas que, al otro lado de esa caja negra, surja un cambio político. Pero que el dolor y la presión conduzcan al cambio que se desea ver es el verdadero desafío, y a menudo la gente subestima lo difícil que será. Y ésa es la razón de que las sanciones suelen ser mucho menos efectivas de lo que uno podría pensar”.


En un mundo globalizado, además, las repercusiones de estas políticas no se agotan en el estricto plano del represaliado y del sancionador. No se trata sólo de una relación bilateral. Daniel Drezner ha escrito para Foreign Affairs que en las sanciones decretada contra China, el 8% las paga el citado país, el 91% corre a cuenta de los exportadores estadounidenses que lo repercuten sobre los consumidores. Y no sólo eso, siempre según Drezner, algunos países -Rusia, por ejemplo- responden a las sanciones con otras sanciones, lo que perjudica también a terceros países. Drezner opina que esta política, practicada en contra de Irán, ha producido el efecto perverso de la reactivación de su programa nuclear.


Hay un aspecto en el que los teóricos de la política económica internacional no entran en muchas ocasiones -o lo hacen de puntillas-. Es éste el de la necesidad que tienen las democracias de limpiar en alguna medida su conciencia sin tener por ello que llegar al extremo de adoptar medidas de difícil explicación a su ciudadanía y de la no menos complicada reversibilidad que tienen algunas operaciones de ocupación de territorios ajenos y distantes. Basta como ejemplo de este último supuesto el de la vergonzante salida occidental -estadounidense en especial- de Afganistán.  En esa tierra de nadie que media entre el no hacer nada y liarse a tiros se encuentran ese tipo de medidas. No servirán para modificar el actual estado de la situación, pero dirán a su clientela interior -sus votantes- y exterior -los opositores silenciados de los regímenes a sancionar- que no son, no somos, ajenos a sus convicciones. 


Un lavado de conciencia que el que escribe estas líneas experimentó en las dos resoluciones de urgencia del Parlamento Europeo en contra de la cúpula gobernante en Venezuela. Una institución sin competencias para la política exterior llamando a los gobiernos que componen la UE a que decreten sanciones contra un régimen de sátrapas. ¿Sirven para algo? Mejor eso que no hacer nada.