domingo, 31 de diciembre de 2023

More or less the same

 En el concierto que Paul Simon y Art Garfunkel ofrecieron en el Central Park de Nueva York, en el año 1981 -un acontecimiento que congregó a medio millón de personas- una de las canciones que interpretaron -era una de las más características de su repertorio- fue "The Boxer". 


Cuenta -lo dice Anje Ribera- el devenir en Nueva York de un joven que abandona su mundo rural con la esperanza de triunfar entre las doce cuerdas. No le ocurre así, y pronto se ve sumido en el hoyo de la pobreza y el desamparo. Pero todo era una simple metáfora, porque en realidad la balada es autobiográfica. Paul Simon, que dijo haberse inspirado en la Biblia, escondía sus propias experiencias en la figura de un púgil que se pelea con el mundo, recibiendo y dando golpes para sobrevivir, sumido en su soledad y superado por el miedo.


En esa interpretación, el dúo introdujo una coda a la canción que no se encuentra en la versión primitiva. Recitaron entonces "After changes upon changes, we are more or less the same". 


La vida produce, en efecto, cambios que se superponen los unos encima de  los otros. Y cabe preguntarse si esas modificaciones sobrevenidas en nuestras existencias nos han cambiado, o si, en realidad, seguimos siendo los mismos, más o menos, como aseguran los citados cantantes.


Yo no afirmaría con la misma rotundidad que esas toneladas de tierra y escombros -también ese depósito de felicidad- que la vida nos ofrece, no nos cambie en alguna medida. Y recuerdo -podrían evocarse muchos otros casos- una fotografía familiar, por ejemplo.  Está tomada en los años 60 del pasado siglo. El retratista quería hacer una composición artística, y para eso pretendía incorporar una idea de movimiento a la estirpe. Por supuesto que ésta no figuraba al completo (el padre era de la opinión de que una instantánea era la "tumba de un momento", de modo que excluía su presencia en aquel testimonio que, tiempo después, todos los hermanos expondrían, a pesar de sus consecuentes discrepancias y aún rupturas, en los salones de sus casas).


En el centro de la imagen, el grupo familiar avanzando hacia la cámara, figura entonces la madre. No padece, por lo tanto, la representación del grupo: recordemos que en muchas culturas -incluidas la de alguna región de España- la mujer es el fundamento de la prole, su principal referencia. 


A su lado, y figurando en la foto según el estricto orden de su nacimiento, aparecen sus hijos. Uno de ellos, de pantalón corto, como sus hermanos menores, pero no como los mayores, camina sobre unas wambas -aquellas zapatillas que se usaban entonces y que el transcurso de los veranos volvía inservibles-. Tiene un gesto alegre, como si el mundo fuera un terreno a conquistar. Algún amigo le diría, años más tarde: "El más sonriente de todos los hermanos".


¿Qué fue de él? ¿Es ahora, quizás 60 años más tarde, "más o menos el mismo"? 


Tengo mis dudas. El caso es que le ha pasado una vida por encima, como en la canción de Simon y Garfunkel. Su andar de hoy es vacilante, por si alguna escalera o hendidura en el asfalto le hiciera perder el equilibrio. Ha perdido el pelo, así como buena parte de la profundidad de su visión; y padece, más que goteras, una inundación que, por el momento, no le impide hacer una vida relativamente normal, dadas las circunstancias. 


En el camino hay un intento temprano de abandono, basado en el olvido y la desatención. Por suerte, en éste como en otros casos a lo largo de su vida, siempre ha habido gentes que han acudido a su rescate. Y tienen todos nombres de mujer. Pilar, Ana, Victoria... 


También le ocurrió que una de sus salvadoras no pudo con su propia existencia y decidió dar un paso atrás. Ahí quedaba una niña que fue mujer sin abandonar del todo su infancia. Y en esa maternidad sin hogar, en esos abrazos sin brazos que le dieran calor, en ese mar de mareas y galernas zozobraría -y se hundiría finalmente- ella.


Era difícil la viudedad, acaso la muerte de una hija lo fuera más. Sin duda que -como ocurre en el circo, el triple salto mortal- más difícil aún es quedarse solo con 50 años. "Podría ir a Dharamsala a asesorar al Dalai-Lama”, piensa entonces ese niño que ya ha entrado en la madurez a través del dolor, y no sólo de los años.


Pero la vida no se resuelve nunca en una competición de sufrimientos varios. María -amiga, hija de una prima segunda- le llevó a Jerusalén poco después del fallecimiento de su hija. En una conversación con uno de sus amigos surgió el comentario de un noviazgo que debían vivir a través de Internet una chica palestina y un muchacho israelí, por causa de las limitaciones de contacto que se les imponían. Él debió de hacer un gesto en el que se combinaba la contrariedad con el estupor. Una señora, sentada en una silla de ruedas, que apenas sí podía aventurarse con los estrechos peldaños de su casa, situada en la parte vieja de esa antigua ciudad, fue consciente de lo que había detrás de aquella expresión.


- ¿Lo ve usted? Siempre hay que mirar en la dirección de los que están peor que nosotros.


Pero no es eso lo que hace el común de la gente. Para ellos, como dice la canción, “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.


Y ese muchacho de pantalón corto y la sonrisa en ristre podría contar también su vida de limitación y estrechamiento de su libertad, debido a su compromiso político; sus apesadumbrados pasos detrás de los cadáveres de sus compañeros de partido y de otros partidos; de historias de escoltas; de reivindicaciones de atentados y de la desidia, cuando no de la complacencia, de otros.


¿Le ha resbalando todo esto al chico de este relato, como las gotas de lluvia sobre un tejido impermeable? La respuesta más probable a esta pregunta es que no. Esas paladas de sucesivas desgracias se han ido sedimentando en el interior de su organismo, somatizadas en desórdenes gástricos que le provocaron, primero, una hernia de hiato, que después se convertiría en un esófago de Barret, un tumor, que le conducía a una agresiva intervención quirúrgica de la que salía indemne…


Pero esto ocurría en lo que podríamos calificar de su tercer rescate, el que llevaría el premonitorio nombre de Victoria. Algo así como la última oportunidad. Se trataba de una mujer positiva y que luchaba contra la posible melancolía que avanzaba sobre él con una determinación que bien merecía quedar inscrita en el libro dé récords Guiness.  Le envolvió en su halo protector y se convirtió en su brazo, su vista, sus piernas... le entregó todo lo que tenía, sin poner límite a su generosidad, haciendo buena la oración del de Asís: "Cuando abandones esta vida sólo te llevarás lo que has dado".


Fue entonces cuando su sonrisa volvió a parecerse a la del muchacho que cogía de sus manos las de sus hermanos.  Ya no se descomponía en una mueca. Recuperó la serenidad y, con ella, el impulso y la iniciativa. Cualquier nuevo vaivén que le aconteciera quedaría mitigado por la carrocería del "nosotros". Se parecía a una escena de la película de Truffaut, creo que "Domicilio conyugal", cuando el personaje interpretado por Jean-Pierre Léaud intenta vanamente untar un biscote con mantequilla, y se le rompe siempre.  Entonces su novia hace reposar la tostada sobre otra y ya puede conseguirlo: una rebanada es frágil, dos adquieren consistencia.


Aun subsistiendo, sin embargo, las desazones que dejaba atrás; los viejos recuerdos de su ciudad natal que para él constituían una especie de vida anterior, como si se hubiera operado en él algo parecido a una reencarnación.  Y es que esa ciudad y sus gentes quedaban tan lejos que se diría que para él sólo fueran un sueño, una pesadilla, incluso.


Y se unían a ese confuso dormitar que proporcionan, las cabezadas de las madrugadas, la profunda decepción que la deriva política de su país estaba experimentando. Buena parte de las causas por las que él había combatido se evaporaban como el aire como consecuencia de la gestión de los irresponsables gobernantes -a cuál más incompetente o ávido de poder-. Y en esos momentos de frustración aún podía él encontrar el refugio de Victoria, un reducto al que los embates de esa desahuciada política no eran capaces todavía de vulnerar.


La vida de cada uno de nosotros es muy corta, y es muy pequeña en comparación con las de los miles de millones de seres humanos que atravesamos este mundo; se parecen a gotas de agua que devoran los océanos. Pero si contamos con la suerte de dividir esa gota en un par -o más- de minúsculos fragmentos, tendremos la oportunidad de vivir dos o tres vidas, todas ellas repletas de diferentes experiencias, acompañados de gentes distintas, en ciudades tan extrañas entre sí que nadie diría que pertenecen al mismo país o que se sitúan en el mismo continente. Una sola vida, entonces, pueden ser unas cuantas.


¿Somos más o menos los mismos? Eso aseguraban Simon y Garfunkel en Central Park hace ahora más de 40 años. Sin embargo, ellos mismos habían experimentado el trauma de su separación 10 años antes. La rivalidad se impuso a la integración de uno de los dúos mejores de la historia de la música.  Quizás entonces quisieron contar a sus oyentes que todo seguía igual, entre ellos y su público. Pero no era así. Cada uno se fue con sus canciones a otros lugares y ya no serían los mismos. Igual que nosotros, de la misma manera que el chico que avanzaba, junto a su madre y sus hermanos por el jardín de su casa de veraneo.


Así es, según creo, pero no dejarían de tener cierta razón, Paul y Art, cuando decían en esa misma canción que el luchador permanece todavía, siempre en el combate.

domingo, 24 de diciembre de 2023

Las hermanitas de los pobres

 Era un hombre de los de antes. Adusto y severo, el gesto siempre torcido, como si le acabaran de dar una mala noticia. Apenas reía, pero las raras veces en que la alegría se apoderaba de él, dejaba al descubierto una muela de oro, circunstancia tal que quizás le aconsejara limitar en todo lo posible sus escasas expansiones de diversión. 


El hombre de nuestro relato no era por lo tanto persona proclive a los festejos ,y cuando la ciudad en la que vivía se engalanaba para conmemorar alguna efeméride y un recinto de la urbe se llenaba de puestos de feriantes y de atracciones diversas, se hacía acompañar de su numerosa muchachada, y observando las atentas expresiones de sus hijos les espetaba, casi como una orden: "Podéis subir donde queráis". Formulaba él así una especie de esparcimiento por decreto, casi como una ancestral costumbre, como quien sabe que el periódico del día va con el café del desayuno y los días de labor toca acudir a la oficina. Y sus vástagos, que iban con él sin convicción y con extrañeza por la inusual invitación, agotarían sus actividades festivas en apenas dos o tres barracas, antes de manifestar que sus afanes -escasos- habían quedado satisfechos, que era cuando nuestro personaje, cumplida su obligación, respiraba tranquilo, encantado de volver a sus libros en la siempre placentera quietud de su salón familiar.


La familia que creaba nuestro protagonista era, como se ha dicho, numerosa. Heredaba también una familia amplia por el lado paterno y el de su madre. Y conviene a nuestro relato dedicar atención a este último. Tenía su madre un hermano que, situado en una buena posición económica, gracias a una importante herencia, había frecuentado eso que su sobrino -objeto de este relato- llamaba las “chicas guapas", esto es, las que otros describían como las mujeres que te atienden en locales reservados para hombres y "te tratan de tú", que era la manera indirecta de mencionar los lupanares.


En estos tugurios del más allá de la ciudad habitual a la frecuentación del público burgués, debió conocer el tío de nuestra historia a una bella joven de origen gallego, de cuyo trato surgió, en él el amor, y en ella la posibilidad de abandonar el ejercicio de la profesión más antigua del mundo. 


Casó la pareja en una ceremonia cuasi clandestina y vivió de las rentas aportadas por el tío del grave señor de nuestro cuento en un piso relativamente alejado del centro urbano, al que acudía su sobrino con alguno de sus hijos con motivo de algún partido de fútbol que retransmitían por televisión, en tanto que la dueña suministraba a los chicos el entonces acostumbrado bocadillo de chocolate.


Había una cierta diferencia de edad entre los cónyuges, de modo que fallecía el tío antes que ella, quedando ésta en la vivienda de ambos, administrando con austeridad los recursos que había recibido en herencia. 


Y el tiempo se cernía sobre ella como en la pascua de Góngora, y el diente que se le quedaba "sepultado en unas natas".  Esa mujer que había encandilado a sus clientes, hasta el punto de que uno de ellos perdiera la cabeza y la llevara hasta el altar, ya no era más que una vaga sombra de lo que fue. La vejez se confabularía en ella con la depresión, y ésta la corregía entonces con la más desaforada adicción a la ingesta de dulces. Su nevera estaba poblada de tabletas de chocolate y su despensa plagada de galletas de mantequilla y si salía a la calle sólo era para adquirir pasteles: carolinas de profuso merengue, tartas de arroz y pasteles rusos.


En la sobria gestión de sus recursos que ella practicaba no cabía la ayuda exterior. Como una especie de "Juan Palomo" ella se bastaba para todo. Tampoco había conocido mayor vida social que las eventuales visitas de su sobrino, y sus antiguas amigas del oficio habían sido oportunamente clausuradas como estorbo para su nueva vida. Sólo la consolaba la asistencia a los servicios religiosos y la ayuda de un contable que, conocedor de su soledad, sobrepasaba un tanto su cometido financiero para preocuparse de otros ámbitos de la vida práctica de su clienta.


El exceso de glucosa en la sangre y la dificultad de su eliminación producen una enfermedad recurrente que es la diabetes, y ésta se pone de manifiesto en los ataques de corazón. Y esto fue lo que aconteció con ella. El contable acudía en una ocasión a visitarla y, dado que nadie atendía a su llamada, utilizó su llave. La entrada de la vivienda constaba de un diminuto recibidor, inmediatamente contiguo al salón. Todo se encontraba en aparente orden, pero no existía rastro alguno de ella. Dio una voz y nadie contestó, de modo que el buen hombre se adentraría por el pasillo que se abría a la izquierda de la estancia principal de la casa, y que conducía a un tortuoso y oscuro pasillo.


Allí fue donde la encontró. Yacía ella boca abajo. El contable zarandeó aquel órgano fofo y amorfo sin obtener éxito alguno de sus gestiones. "Está claro -se dijo a sí mismo-. Está muerta".


La hermana del contable trabajaba en la oficina que dirigía el sobrino político de la fallecida, por lo que se puso en contacto con él. "Ley de vida", repuso al administrador su interlocutor. "Tarde o temprano todos tendremos que pasar por eso...", lo que le pareció una afirmación no especialmente sobrada de sentimiento.  Aún así le pareció más prudente afirmar a continuación un, "qué razón tiene usted, no somos nada". 


En cualquier caso, la conversación quedó interrumpida -poco más había que decir-, de modo que en su condición de familiar más cercano decidió asumir el control de la situación, practicando la mejor de sus cualidades que no era otra sino la de delegar. Y, en la medida en que una de sus hijas era médico, le encargaría que se acercase a la vivienda y comprobase lo que efectivamente había ocurrido; y dado que otro de sus hijos trabajaba también en su oficina, le encargo que hiciera una visita a la casa y se informara acerca de lo ocurrido.


Llegó antes la médico, que pudo certificado el óbito. Un ataque al corazón sería su causa, según señaló la doctora. Minutos después llegó su hermano. "¿Quieres verla?", le preguntó. Pero el deterioro físico que se cierne sobre los seres humanos nunca había sido superado por el escaso morbo que le producía la curiosidad, así que declinó la invitación.


Se encontraba en la casa también el contable, que refería con amplitud de detalles la forma en que había hallado a la difunta. En esas cuitas andaban cuando llegó el cejijunto sobrino. Éste no hizo más que ordenar a su hijo que localizara el testamento de la mujer.


En el salón, junto a la ventana, había un escritorio de buena madera de Guinea con sus cajones. No tuvo mucha dificultad el joven de localizar un sobre que anunciaba con letra escrita a mano que su contenido era el de sus últimas voluntades. Era una disposición ológrafa -no había intervención de notario alguno, por lo tanto-. Así se lo hizo saber a su padre.


- Léelo -le ordenó. 


El chico se saltó los antecedentes que este tipo de documentos habitualmente contienen, esos que manifiestan que el firmante se encuentra en pleno uso de sus facultades mentales... y demás precisiones de ese estilo, y se ciñó al contenido que tenía el mayor interés para su padre.


"Lego todos mis bienes a las hermanitas de los pobres", declaraba.


No se dibujó expresión alguna en la cara del adusto señor. No existía, por lo tanto, sorpresa, quizás porque imaginaba ese desenlace de la cuestión. Y con su característica voz de mando, anunciaría:


- Pues que se hagan cargo las hermanitas de los pobres.


Dicho lo cual, dio media vuelta, abrió la puerta y desapareció. 


La cara del contable era todo un monumento a la estupefacción. Se quedaba solo ante el cadáver de una persona gruesa y sin saber muy bien qué hacer con ella, qué funeral organizarle, en qué lugar darle tierra... en ningún manual del buen administrador se ofrecían pistas de cómo acometer ese orden de gestiones cuando los familiares no se hacían cargo.


En ese momento los dos hermanos se observaron en un gesto que abarcaba, todo en uno, la solidaridad con ese hombre y la consideración de que, cualquiera que hubieran sido las circunstancias, después de todo, el cadáver yacente en algún pasillo de la casa era el de una tía abuela de ellos. Que los recursos de la finada no fueran definitivamente recibidos por esa familia no suponía que se pudieran inhibir de las gestiones correspondientes a aquel trance. Después de todo, tampoco el contable figuraba entre los beneficiados por la disposición testamentaria.


Así lo hicieron. Hubo funeral, entierro, aunque no esquela que nadie pagaría. Y el cortejo que la enterró era tan breve que, incluido el cura que ofició el responso, se podía contar con los dedos de una mano.


El hombre adusto de nuestro relato no asistiría a ninguno de los actos fúnebres. 


Seguramente tampoco ninguna de las componentes de las agraciadas hermanitas de los pobres. 

domingo, 17 de diciembre de 2023

Nicolás

 Hay un vértigo en la política española por el que se diría que los acontecimientos que se produjeron en el día de ayer se situarían en los arcanos de nuestra historia; y sus protagonistas --buenos, malos o indiferentes- sólo tuvieran que abrir el paraguas y esperar a que escampe. Claro que son muchas veces ellos mismos quienes parece que gobiernan -cuando no aprovechan- también sobre los elementos y arrojan sobre el escenario público novedades que desplazan en el interés a las que les resultan adversas.


A Nicolás le han expulsado -o le han abierto un expediente, lo que en términos partidistas constituye sólo un obligado precedente- del PSOE. Y no es que Nicolás haya mudado en las posiciones que defendía desde antiguo, que son básicamente las mismas. Le han señalado la dirección de la puerta de la calle porque son los expulsantes quienes "han cambiado de opinión"; puestos en la tesitura entre elegir entre el ejercicio del poder o el mantenimiento de las convicciones, la dirección socialista ha preferido aquélla antes que ésta.


Vivimos malos tiempos los que nos aferramos -como lo hace Nicolás- a las convicciones, a condición desde luego de que no seamos nacionalistas y nuestro peso político, siquiera escaso, esté representado en ese patio de monipodio en el que se ha convertido el Congreso de los Diputados, donde se truecan almas por poltronas, y la única idea motora consiste en aguantar -resistir- unas semanas, unos meses, quizás unos años, en el ejercicio del poder.


Y Nicolás no es de esos a quienes el poder, su ejercicio y disfrute, le nublan el entendimiento. Ya lo abandonó cuando, en el año 1998, los atemorizados nacionalistas -los violentos y los presuntos demócratas- suscribieron el Pacto de Estella ante el auge de la marea constitucionalista que emergía en España después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nicolás sería entonces consciente de que, sometido a presión, el PNV siempre escogía la huida hacia adelante como solución, y que ese partido formaba más parte del problema que de su remedio. 


Sentado en su coche en la autopista Bilbao-Behovia junto con el muñidor de todos los acuerdos y desacordes, Rodolfo Ares, ordenaría Nicolás la ruptura del pacto con el partido de Arzallus. No pasaría mucho tiempo para el abrazo del Kursaal entre él y Jaime Mayor para el desalojo democrático del poder de los nacionalistas. 


Y ese gesto no sería del sectario gusto de los socialistas.  Apenas unas horas después de que PP y PSOE no conseguían vencer en las elecciones autonómicas al nacionalismo, ya estaba preparada la cama en la que yacería el cadáver político de Nicolás, a quien sustituía el hijo del amigo de su padre, Lalo López Albizu, ese Patxi al que la madre de Joseba Pagaza espetaría una frase lapidaria: "Harás cosas que nos helarán la sangre". Y, en efecto, en eso sigue.


Pero Nicolás continuaría aferrado al seguro timón de sus convicciones, sin hacer mudanza de partido, aunque su partido había cambiado, y mucho además. Avanzaba hacia un mercado persa en el que 7 votos sólo para la investidura -eso ha asegurado el prófugo- constituyen un precio adecuado para comprar a los secesionistas su mendaz relato de la historia -la pasada y la reciente-, y conceder el perdón y el olvido a quienes organizaron un "posmoderno" -en expresión de un importante grupo de diplomáticos- golpe de estado.


Quizás Nicolás no intuyera que todo eso estaba por suceder, aunque también le pudiera ocurrir -como a tantos otros- que le venza la perplejidad de hoy a la que sólo sustituirá la de lo que vendrá mañana. Un asombro que se une inevitablemente a la observación de cómo miles de ciudadanos se concentran en defensa de la igualdad ante la sede del partido que ha sido el paladín de esa causa.


La reclamación de una España de ciudadanos libres e iguales ya no puede resultar objeto de exclusiva reivindicación por este PSOE, en el caso de que lo pudiera reclamar un partido que -como muchas formaciones de la izquierda- se han situado en el terreno de las identidades específicas, esas que se refieren a las partes que componen la sociedad y no a la gente en su conjunto.  Y habrá que decir que, llegados a este punto, ya no se sabe muy bien qué es lo que une a un vasco y a un andaluz, a un gallego y a un catalán, más allá de un carnet, la esperanza o el cobro de una pensión de jubilación o -acaso- la efímera celebración de una victoria deportiva.


Y Nicolás sigue en eso, inasequible a la postración. Generoso, como cuando en el Parlamento Vasco, el lehendakari Ibarretxe poco menos que me acusó de proto-fascista por recordar la expresión que Unamuno dedicó en Salamanca a los falangistas en el año 1936. "Venceréis, pero no convenceréis", les diría el profesor bilbaino. Nicolás tuvo a bien entonces recordar mi pasado antifranquista. Por cierto, mis compañeros de bancada del PP nada habían objetado. Así era Nicolás, y así sigue siendo. 

domingo, 10 de diciembre de 2023

El parque temático de las ciudades emblemáticas

Europa es cada vez más un parque temático. Uno visita cualquier ciudad que hunde sus raíces en la historia y ofrece a sus visitantes una buena dosis de cultura, y se puede sorprender cuando observa a unos turistas jóvenes disfrutando de un helado de pistacho mientras observan el Duomo de Florencia, coronado por la cúpula que diseñó Brunelleschi, con el mismo embeleso -seguramente por el helado, no por la construcción- que pondrían si tuvieran por delante el castillo de cartón piedra de Disney en París o en Orlando.


Cuando pega el sol de firme -y este verano nos ha deparado notables episodios de calentura- se diría que resulta más agradable el refresco que la cultura. Y tampoco hay porqué rasgarse las vestiduras, Góngora ya porfiaba por las mantequillas y el pan tierno para las mañanas de invierno... y que ría la gente.


Claro que seguramente no existe inmersión de esos jóvenes en la profundidad cultural, en la memoria de esas ciudades con historia de siglos, con pensadores como Maquiavelo o escritores como Dante, con la majestuosidad de la Signoría o la evocación de los Médici y sus relatos dignos de una nueva narración de las mil y una noches. Sólo hay trolleys que pasan sobre las desgastadas aceras de la ciudad con partida o destino de o hacia algún hotel de Florencia... una ciudad que ya es toda ella una suma de centenares, ¿de miles?, de hoteles.


Es inevitable entonces evocar la nostalgia de los tiempos, de las visitas pasadas a las ciudades en las que pudimos disfrutar y compartir tantas cosas con amigos que ya el paso del tiempo ha convertido en referentes y definitivos. Alfonso de Virgilis, el primero, seguramente uno de los más singulares personajes que la vida te haya proporcionado. Recordar junto a él las extraordinarias veladas de sus premios Galileo, en las que te podías reunir con Lucía Bosé y con el embajador ante la Santa Sede, Jorge Dezcallar; y a Plácido Arango conversando con Carlos Fuentes sobre mi tío Jorge Semprún.


Y la nostalgia me lleva a recordar también a la artista florentina -ahora afincada en esa bella ciudad que es Siena-, Bona Baraldi, a quien el destino la llevaría a conocer el fallecimiento de uno de sus hijos, Tomaso, en condiciones trágicas. Bona que pintaba una mano blanca que brotaba de la parte inferior del lienzo, en su homenaje a una amiga que también se había ido, dejando tras de sí un inmenso vacío y a una niña que nunca perdía su sonrisa desde una cama de hospital.


Con el paso del tiempo, en ocasiones, la memoria desborda las fronteras de la nostalgia y nos arroja a un espacio desgarrador. Por eso es preciso acometer el ejercicio de una evocación más grata, la que nos permita revivir -volver a vivir- los tiempos de nuestra felicidad o la de otros. Y si Florencia -o Venecia- forman parte de ese parque temático en el que Europa se contempla a sí misma, reflejada en el espejo de sus pasadas glorias, incapaz de ofrecer receta alguna para resolver los problemas que afectan al mundo -incluso para solucionar los nuestros propios-, cabría evocar por ejemplo la recreación de la Venecia de Brideshead Revisited, la serie que trasladó a las pantallas de televisión la atormentada novela del autor católico Evelyn Waugh. Observar a ese actor espléndido que fue Sir Lawrence Olivier describiendo ante su hijo y el amigo de su hijo -magnífico Jeremy Irons- su vida después de su desencuentro matrimonial. Esa era la Venecia, la Italia, en la que los aristócratas británicos se albergaban en lujosos hoteles o adquirían vetusto "palazzos" para su reforma y posterior habitación. 


No era Italia, no era Florencia, ese parque temático que es ahora, en el que se diría que da igual la visita a Port Aventura que a la Galería degli Uffizi. No se veían por sus calles, que comunican a los viandantes, entre palacios que fueron residencia de nobles y burgueses, las cadenas de tiendas que ya se observan en todas las ciudades del mundo y que ahora invaden también las de la capital de la Toscana. Supongo que, a pesar de las reservas del ayuntamiento, muy pronto se asombrarán los fantasmas que aún habitan esos edificios al advertir en sus bajos los coloridos reclamos de un McDonald's o un KFC, símbolos definitivos de una colonización siquiera menguante. Una vez conquistados, se diría que carece de importancia el lenguaje que hable el invasor, y que los caracteres chinos convivan con Gucci o con las tiendas que ofrecen cuero en bolsos, maletas o abrigos.


El siglo XXI, un tiempo desconcertante en el que lo nuevo se hace viejo en cuestión de segundos, las certezas se desvanecen y los selfies sustituyen a la mirada, las obras maestras se ahogan en un líquido elemento. Y cuando aparezca ante nosotros por la vía Tuornabuoni un redivivo Giovanni Boccaccio no faltara algún turista que le confunda con el ratón Mickey.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Fomentar la participación

Mi amigo Pepe nació, como yo, en Bilbao. Y también, como me ocurre a mí, le interesa la política y considera que las soluciones liberales son preferibles a las colectivistas, y aunque advierto que en los últimos tiempos se va deslizando hacia un escepticismo -cuando no una abierta hostilidad- respecto de la intervención del Estado en la economía, no me considero con suficiente autoridad para adjudicar certezas en las doctrinas políticas y -menos aún- en las económicas. Considerando además que se trata de un amigo.


A Pepe le importa -no es el único  preocupado- el asunto de la participación ciudadana en la vida de sus países. Es verdad que la democracia liberal consiste, poco más o menos, en la transferencia de las decisiones a un cuerpo legislador -los representantes electos- que convive con los otros poderes del Estado en estricto ejercicio de la separación de poderes. Dicho lo cual, reducir la ciudadanía al ejercicio del voto una vez -o las que sean- cada cuatro años no parece que baste para definir la condición de miembro de la "polis -de la ciudad- al solo ámbito del voto, se parecería al empleo de las técnicas de la jibarización respecto de quienes son -somos- depositarios de la soberanía. 


El profesor Font Fábregas ha señalado -con acierto, a mi juicio- la importancia del factor educacional en el ejercicio activo de la ciudadanía.  La carencia cultural del común de las gentes en los momentos iniciales de la extensión del voto al conjunto de los ciudadanos -primero a los varones, después a las mujeres-  producía una división clara entre la población y las élites gobernantes. Habrá que recordar que ése sería precisamente uno de los motivos por los que la misma izquierda era renuente a conceder el derecho de voto a las mujeres: su general escasa formación las acercaba demasiado a las posiciones de la iglesia y, en consecuencia, a votar por los partidos conservadores.


Alcanzados unos niveles satisfactorios de educación individual, la capacidad de intervención ciudadana se abriría de manera progresiva, constatando que el ejercicio del voto no constituye el único ámbito de actuación cívica. Y, desde antiguo también. Ya Alexis de Tocqueville describiría -a decir de José María Marco-, en su “Democracia en América” que “la igualdad y la libertad en Norteamérica no son aquellas de las que hablan los revolucionarios franceses, los jacobinos. Es la igualdad ante la ley, y la libertad de participar en el gobierno de la república y de emprender cada uno su propio proyecto de felicidad, lo que requiere una amplia zona de independencia del Gobierno y la posibilidad de cambiar, rectificar, volver a empezar". 


Robert Putnam, y Shaylyn Romney Garrett, siempre en relación con “Democracia en America”, afirman:


“Tocqueville se inspiró en lo que vio en Estados Unidos: sus ciudadanos protegían profundamente su independencia, pero a través de una asociación amplia y profunda, pudieron superar deseos egoístas, participar en la resolución colectiva de problemas y trabajar juntos para construir una sociedad vibrante y... En comparación con Europa en ese momento, una sociedad sorprendentemente igualitaria que perseguía lo que él llamó “interés propio, correctamente entendido”


Frente al espíritu ciudadano se bate, silencioso y resignado, el desánimo del miembro de la comunidad que no observa excesivo interés en formar parte de ella. Recurriendo otra vez a Tocqueville -ahora en sus "Souvenirs"-: "Era una mujer de una sensibilidad demostrativa más que profunda y extendida. Muy buena en cuanto a sus costumbres e incluso muy espiritual, pero que había reducido su espíritu un poco e incluso refrescado su corazón, cerrándolos estrechamente en una suerte de piadoso egoísmo en el que ella vivía solamente ocupada del buen Dios, de su marido, de sus hijos, sobre todo de su salud, sin interesarse apenas de los demás; la mujer más honesta y la peor ciudadana que se haya podido encontrar".


El profesor Font Fábregas ha aludido al inconveniente que tiene el factor tiempo en el ejercicio de la participación ciudadana, y la necesidad de que los procesos que implican a las personas en los diferentes ámbitos públicos no se encuentran desalentados como consecuencia de su ausencia de consecución.  Volveré sobre el segundo de los aspectos a lo largo de este trabajo,  pero el primero debería quedar matizado por las reflexiones contenidas en  los expresados razonamientos de Tocqueville: antes que el factor tiempo, el problema esencial radica en que las personas asuman que su condición de ciudadanos les debería llevar a preocuparse -implicación incluida- de las cuestiones que afectan a su comunidad.


Y habrá que definir también esa preocupación comunitaria en toda su significación. No a todos los ciudadanos les interesan los mismos ámbitos de actuación. Los hay a quienes se sienten concernidos por los asuntos generales que están conectados con la política o la Administración pública, pero también están los que participan con mayor intensidad en cuestiones más concretas, como la ecología o el medio ambiente, la protección de los animales o la economía aplicada o especializada. En este sentido, esa contribución debe por fuerza insertarse en el objetivo más amplio de ciudadanía que expresaba en el inicio de este trabajo, esto es, la que no se reduce sólo al ejercicio del voto y la que no se restringe al mero ámbito profesional y familiar, descontada la general y mayor dedicación del individuo a estas actividades. 


Otra idea previa ha sido formulada por Paolo Flores de Arcais, para quien "dividir el poder, fragmentarlo, ponerlo a disposición de todos, garantizar la transparencia en la vida pública, favorecer el reconocimiento de las verdades de hecho, imponer puntos de partida iguales a partir de adecuadas normas electorales, sobre los costos y las formas de la propaganda, volver poco ventajosa toda política 'interesada', reducir la tasa de profesionalización y de partitocracia a favor de la política parcial, del compromiso como bricolage, con un sistema de severas incompatibilidades y con la prohibición (o la fuerte restricción) a la renovación de los mandatos. Todo ello acerca a la democracia ideal".


Estoy de acuerdo con esa opinión, la limpieza, consecuencia de una regeneración del sistema, ayuda a la participación de la ciudadanía.  La hace más asequible.  No olvidemos que -si se me permite un símil deportivo- la contribución de personas y grupos en las tareas colectivas se parece más a un partido de tenis, en el que el otro jugador devuelve la pelota, que a uno de frontón, en el que el muro resulta siempre infranqueable.


Para terminar con este preámbulo, con independencia de lo que escribiría Tocqueville en el caso de que el aristócrata francés visitara ahora los Estados Unidos, es preciso señalar que existe un innumerable conjunto de actividades que se pueden practicar en el ámbito de la sociedad.  Cabe militar o estar afiliado -no es lo mismo- a un partido o a un sindicato; pero también es importante la contribución con nuestro tiempo al movimiento asociativo, fundacional, cultural, la ayuda a la comunidad o el más sencillo apoyo a cualquiera de las organizaciones que despliegan su trabajo en estos contextos. 


Se me objetará a esta reflexión, al menos en ocasiones, que bastante hace el ciudadano con sacar adelante a él y a su familia y votar en las elecciones como para verse obligado a una actuación adicional. Y que es más bien obligación de las élites la influencia sobre la política de manera que los derroteros de ésta se conduzcan con adecuación a las exigencias de nuestros intereses.  Habrá que decir ante semejante afirmación eso de que "cada palo aguante su vela", las élites tienen su responsabilidad en lo que pueda ocurrir, pero ello no obsta a que a los ciudadanos comunes y corrientes no nos alcance alguna incumbencia en la contribución a decidir sobre nuestro futuro. 


El político y el ciudadano

Concluida esta introducción, parece conveniente trazar una línea que no es separata  pero sí definitoria de las mejoras que sería preciso introducir entre los profesionales de la política y las gentes que no viven de ella. Una frontera que no debería ser permanente ni indeleble, porque sería oportuno, sin duda, que quienes se encuentran en el segundo grupo pasen un tiempo al primero,  y que los que permanecen, no importa qué viento sople y qué marea se cierna sobre ellos, la abandonen, aunque sólo sea por conocer las dificultades cotidianas que deben afrontar los ciudadanos que no son profesionales de la política. 


Porque la participación en la política -lo decíamos antes- es una moneda de dos caras, y en la medida en que defendamos la idea de que las gentes participen en la vida de su país, también debe la política hacer algo para que la contribución de aquéllos resulte más eficaz.


La primera idea que se me pasa por la cabeza es la de la exigencia.  El derecho al voto podría transformarse en un deber, no sólo en una posibilidad. La democracia chilena así lo establece, al igual que la ley electoral del "gobierno largo" de Maura en España (1907-09). Quizás parezca un procedimiento un tanto excesivo, pero es un correlato de la necesidad de nuestra contribución a las decisiones que se adoptarán después en nuestro nombre. Descontada queda, desde luego, la posibilidad de votar en blanco o de anular el voto.


Los que hemos experimentado -a veces sufrido- la experiencia de militar en un partido político hemos tenido la oportunidad de conocer cómo son éstos en su interior, cómo las cúpulas lo dominan todo, cómo los afiliados de base sólo sirven para pagar su cuota, aplaudir en los mítines o actuar como apoderados o interventores en las jornadas electorales.  La democratización de los partidos constituye una tarea necesaria y urgente en el propósito de favorecer la implicación ciudadana en política. 


En cuanto a los sindicatos se refiere, la situación que se advierte en España es poco menos que calamitosa. Agarrados como se encuentran a los presupuestos del Estado, se ven abocados a atender las demandas de los partidos de gobierno, sean de un color político o de otro. Resultaría una política de salud pública desgajarlos de esa protección y hacerlos dependientes de sus afiliados. Es cierto que la dinámica de las relaciones laborales ha cambiado mucho en los últimos tiempos y que el papel que tenían los sindicatos en las reclamaciones para conseguir un nivel de vida simplemente digno han sido alcanzados. Y aunque las desigualdades y la pobreza aún disponen de cara y ojos, se encarnan en sectores de la sociedad que no consideran necesaria ni útil la mediación sindical; pero este problema de adaptación a los nuevos tiempos del siglo XXI no debería corregirse vinculando los destinos de los sindicatos a la deriva de los gobiernos.


La carta vasca de servicios sociales 

El profesor Font Fábregas ha estudiado el asunto de los "presupuestos participativos", lo que me recuerda los instrumentos llamados de iniciativa popular.  En mi condición de parlamentario vasco tuve la oportunidad de ejercer de ponente en el debate y posterior aprobación, entre los años 1996 y 1997, de una ley de amplia perspectiva social, llamada "Carta de Derechos Sociales”, promovida por la autodenominada "Plataforma contra la Exclusión Social - Gogoa”, integrada por sectores de la izquierda radical. El grupo popular decidió apoyar su tramitación con el propósito de no desalentar a los ciudadanos que tuvieran la pretensión de recurrir a estos procedimientos.  Recuerdo que el grupo del PNV votó en contra, de modo que nuestra aprobación resultó decisiva para superar el primero y fundamental de los pasos que luego tendríamos que dar.


En todo caso, el texto que debíamos considerar era un compendio de pretensiones irrealizable, bastante similar por cierto a los elaborados en las festivas asambleas que se desarrollaban en la Puerta del Sol de Madrid a partir del 15M en el año 2011. Resultaba evidente que esa propuesta no debería conocer la luz del BOE en las condiciones que traía inicialmente. Fue Joseba Arregui -entonces parlamentario del PNV, aunque presumo que en prudente evolución hacia el constitucionalismo- quien vino a proponerme una especie de descuaje del contenido de la iniciativa popular, pasando por él una especie de lima que lo dejara irreconocible.  Una mayoría social -PNV-PP, a la que el PSOE uniría sus votos- se imponía sobre las irreflexivas e inabordables pretensiones de quienes habían avalado la idea inicial; una mayoría que las gentes sensatas del nacionalismo no han querido después que tenga recorrido, y es que el PNV siempre acaba prefiriendo al "modelo de sociedad " el de Estado -es decir el Estado propio o independiente.


El solo hecho de la acomodación de la Carta de Derechos Sociales por la mayoría de los votos parlamentarios a la realidad presupuestaria -y también a una necesaria contención de las posiciones más radicales en el ámbito de la asistencia pública- no debería suponer una deslegitimación del sistema democrático. La democracia representativa establece que la soberanía reside en el pueblo, que designa sus representantes para la adopción de las decisiones que correspondan. 


Se podrá sin embargo imaginar el lector la impresión que esa actitud produjo entre los promotores de la iniciativa. Seguramente debieron confundir la aprobación del trámite con la definitiva convalidación del proyecto. En todo caso, su frustración fue evidente, y las limitaciones de un procedimiento como éste quedarían al descubierto. Y también la adicional reflexión que -con el paso del tiempo- cabría hacer respecto de la melancolía a la que conducen estos procesos en sus promotores y la consiguiente desatención hacia ellos por parte del sistema. 


Tiene también un interés adicional el caso, ya que no se ofrecieron explicaciones a los miembros de la Plataforma contra la Exclusión respecto de las conclusiones que la ponencia parlamentaria había adoptado, lo cual resulta hasta cierto punto lógico, dada la distancia entre las pretensiones de éstos y el texto finalmente adoptado. Se produjo, eso sí, algún encuentro entre los diputados y los autores de la iniciativa, pero sirvió de muy poco, ya que la mayoría parlamentaria tenía muy clara su actitud y los proponentes no querían ni oír hablar de una reducción en sus aspiraciones. Por otra parte, el radicalismo de los miembros de la mencionada asociación, vinculados como se ha dicho a la izquierda "abertzale" filo-etarra, hacía difícil y hasta incómodo para algunos el mero contraste de opiniones. 


Y es que la participación ciudadana no opera en el vacío de una campana de cristal, sino en circunstancias políticas y sociales muy específicas que siempre resulta preciso comprender para después extraer las conclusiones a que haya lugar.


Los referendos

Pero habrá que advertir que no todos entienden lo mismo cuando utilizan el término "participación", hasta el punto de que esta palabra podría resultar tan polisémica como tantas otras: seguramente como la de "sociedad civil". Así ocurre, por ejemplo, con el discurso pronunciado por el Rey de Holanda, que el Instituto Elcano glosaba en la forma que sigue:


"El reciente discurso del Rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos desencadenó un arduo debate en torno a uno de los pilares básicos de los estados europeos: el Estado de Bienestar. En su discurso de la corona, el rey abogó por la reconversión de la clásica sociedad del Bienestar por una “sociedad participativa propia del siglo XXI”, cuyas características se centren básicamente en el ingreso de la iniciativa privada al sector de la salud y bienestar social con la intención de disminuir los elevados costes que genera el modelo social. El anuncio del rey, que responde a una iniciativa de la coalición liberal-socialdemócrata que gobierna actualmente el país, viene a poner en tela de juicio uno de los puntos centrales de cohesión que caracteriza a los diferentes países que integran la UE y, sirve además, como llamamiento para anunciar el inicio de la revisión de un modelo que todos los europeos daban por hecho que nunca se tocaría".


La participación de la iniciativa privada podrá eventualmente hacer más sostenible el estado del bienestar, pero no es a este tipo de intervención al que nos referimos. Tampoco a los procedimientos de la democracia directa que, a pesar de su permanente actualidad en el acoso a la Constitución de 1978 por parte de las formaciones políticas independentistas y su pretensión de someter a plebiscito la unidad de España, han quedado más que desprestigiados por el abuso histórico de dictadores y gobernantes autoritarios. Recuérdese que el general Franco recurriría a esta práctica con frecuencia, o al general De Gaulle, a quien Mitterrand le acusaría de ejercer el golpe de estado permanente (le coup d'état permanent) porque acostumbraba a convocar estos actos refrendarios siempre que se cernía alguna crisis sobre su gestión. 


Dilucidar sobre cuestiones que son más que complejas (el Brexit, la independencia de Escocia...) respondiendo a una sola pregunta, detrás de la cual se carga toda una retórica de presuntos agravios y emociones no susceptibles de objetivación, conduce a resultados desconcertantes y de muy difícil reparación. Del orden del 60% de los británicos votaría ahora por seguir en la UE.


Otras propuestas de contribución de las personas en los asuntos públicos, de carácter más institucionalizado, como son por ejemplo, los Consejos de la Juventud, no parecen haber representado un gran avance para este sector de la población. La dependencia del citado organismo de la financiación pública (sus gastos los sufraga el Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030, según la página web de dicha organización) parece convertirla más bien en otra correa de transmisión del Gobierno, como ya hemos advertido que ocurre con los sindicatos. 



La democracia participativa

Desde posiciones de izquierda se viene defendiendo como solución a las supuestas deficiencias de la democracia liberal la llamada "democracia participativa ". El sociólogo francés Ives Sintomer la describe de la manera siguiente:


En su sentido amplio, la democracia participativa reside en la institucionalización de la participación ciudadana en lo que se refiere a la planificación de las políticas públicas. Durante las dos últimas décadas se han multiplicado en Europa y en todo el mundo los dispositivos orientados en ese sentido, aunque en el marco de contextos muy diversos: Agendas 21 locales, planificación estratégica participativa, presupuestos participativos, comisiones de debate público, jurados ciudadanos, conferencias de consenso, consejos de barrio, desarrollo comunitario o incluso el establecimiento de partenariados entre lo público y lo privado en las asociaciones. La lista podría extenderse aún más. De forma paralela, ONGs y movimientos sociales muy independientes de los partidos políticos desempeñan un papel creciente en el mundo. Han creado sus propios espacios de encuentro, como el Foro Social Mundial, y a veces se implican en la “gobernanza global” impulsada por algunos organismos internacionales.


Esta modalidad participativa, a la que se califica sin argumentación adicional justificativa de "democrática", se convertiría en una especie de bálsamo de Fierabrás que curaría todos los males que afectan a las democracias modernas. Afirma Sintomer:


"(...) crece la conciencia de que la política no es inevitablemente un juego de suma cero, en el que los cargos electos perderían necesariamente poder si lo compartiesen. Si toda la política recuperase credibilidad, ¿no ganaría todo el mundo con ello? Por supuesto, la democracia participativa no es una receta milagrosa y las experiencias implicadas en ella hacen frente a varios desafíos".



Las conferencias de consenso en Dinamarca 

Podríamos abordar en este contexto de contribución ciudadana en las políticas públicas las llamadas "conferencias de consenso" que se han puesto en marcha en Dinamarca. Según la profesora uruguaya María Lázaro, bajo la responsabilidad del Comité Danés para la Tecnología, organismo independiente asesor del parlamento de ese país, implican la selección de un panel de 10 a 15 ciudadanos (de entre el total de interesados en participar que responden a una convocatoria pública) que evaluarán un asunto científico-tecnológico controvertido.


Su función es tratar conflictos asociados a tecnologías a debate desde el punto de vista ambiental, como la energía nuclear, y tender un puente entre los expertos, los políticos y los ciudadanos. Desde su primera experiencia en Dinamarca, en 1987, han versado sobre políticas energéticas, polución del aire, agricultura sostenible, riesgos químicos para el ambiente, terapia génica, clonación, organismos genéticamente modificados, gestión de residuos nucleares, entre otros. A partir de la experiencia danesa, este mecanismo se ha desarrollado en otros países por iniciativa de diversos actores, principalmente ONGs y/o Universidades.


Para finalizar, el panel ciudadano realiza un informe con sus conclusiones y recomendaciones que será distribuido a los medios y a las autoridades. En Dinamarca se convoca una conferencia de consenso cada vez que el parlamento considera una legislación relacionada con emprendimientos científico-tecnológicos controvertidos y generalmente constituyen una aportación significativa en el proceso de toma de decisiones. Esta situación es muy variable en el resto de países en donde se han desarrollado estos mecanismos.


Sin ánimo de despreciar otros ámbitos de participación ciudadana, convendría quizás que dediquemos nuestra atención preferencial a la que se produce en el nivel local. La administración local -decía don Antonio Maura- "es la ropa que toca a la piel, el suelo que pisan nuestros pies".


Font Fábregas ha señalado con acierto que "el gobierno local se ha considerado siempre como el escenario privilegiado desde el cual pueden desarrollarse experiencias de participación ciudadana y se ha convertido realmente en el nivel de gobierno donde más se ha avanzado en esta línea".


Los presupuestos participativos 

Un caso interesante en el contexto local son los llamados "presupuestos participativos", que suponen un proceso de implicación en el que la ciudadanía decide de manera directa a qué se destina una parte del presupuesto municipal.


William W. Goldsmith y Carlos B. Vainer han estudiado el caso de Porto Alegre, en Brasil -una ciudad que cuenta con algo más de 1.300.000 habitantes- que presentan de la siguiente manera:


"En octubre del año 2000, los ciudadanos de casi la mitad de las 60 principales ciudades brasileñas, agraviados por décadas de pobreza y ola delictiva, además de pésimos sistemas de provisión de viviendas, asistencia sanitaria y educación, y de falta de planificación de la infraestructura y de acceso a servicios básicos, eligió como alcaldes a representantes de partidos izquierdistas destacados por su labor de apoyo, honestidad y transparencia. Si bien es cierto que estos gobiernos de reforma están introduciendo nuevas esperanzas y expectativas, también es cierto que se enfrentan a una herencia de desconfianza generalizada hacia los políticos y burócratas municipales, quienes tradicionalmente han estado acusados de negligencia y corrupción. Asimismo, confrontan perspectivas fiscales sombrías en forma de una baja facturación impositiva, débiles transferencias federales, y mercados de suelos urbanos que producen segregación y desigualdades profundas".


A través de este procedimiento de participación, los ciudadanos deciden el destino de la mitad de los fondos presupuestarios municipales. Miles de residentes pueden participar, y lo hacen todos años en asambleas públicas. Los vecinos toman decisiones sobre asuntos locales prácticos como mejoras de calles o parques, y sobre otras cuestiones más complejas que atañen a la ciudad. El proceso del presupuesto participativo en Porto Alegre comienza con la presentación formal por parte del gobierno del plan de inversiones aprobado para el año anterior, y de su plan de inversiones y presupuesto para el año en curso. Los delegados elegidos de cada una de las 16 asambleas de distrito se reúnen durante el año para determinar las responsabilidades fiscales de los departamentos de Porto Alegre. Con el fin de alentar la participación ciudadana, las reglas establecen que el número de delegados es aproximadamente proporcional al número de vecinos que asistan a la reunión de la elección.


Según los autores, la razón principal de poner en marcha este procedimiento está en la tensa relación existente entre el ayuntamiento y los ciudadanos, y como consecuencia de su implantación cada año el presupuesto participativo adquiere una tajada mayor del presupuesto total de la ciudad. Las prioridades han cambiado de una manera nunca antes prevista por los alcaldes ni por sus equipos gubernamentales.


Siempre según los autores, entre los participantes del proceso figuran miembros del partido del gobierno, profesionales, tecnócratas, ciudadanos de la clase media y un número desproporcionado de la clase pobre trabajadora (pero menos de las clases muy pobres). El proceso atrae y estimula la acción política de muchos que no apoyan al partido de gobierno, en contraste con el antiguo sistema de patrocinio que utiliza los presupuestos de las ciudades para pagar los favores de los partidarios. Como un indicador del éxito del sistema de Porto Alegre, se ha observado un aumento muy significativo en el número de participantes, desde apenas unas 1.000 personas en 1990 a 16.000 en 1998 y 40.000 en 1999.


El crecimiento de la participación no ha estado, sin embargo, exento de contrariedades, aunque, a lo largo del camino, el proceso participativo se ha reforzado. Por ejemplo, cuando ciertos residentes notaron con molestia que a los habitantes de ciertas zonas de la ciudad les habían pavimentado las calles o les habían asignado una nueva parada de autobús, descubrieron que los beneficiados habían sido justamente los únicos en acudir a las reuniones presupuestarias. En los años siguientes se incrementó la asistencia a las reuniones, lo cual expandió los intereses representados en los votos y aumentó la satisfacción ciudadana. Consecuencia del éxito de esta experiencia ha sido que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) está alentando a ciudades de toda América Latina a poner en marcha estos sistemas.


No todos están de acuerdo con este procedimiento como método para la mejora de la democracia.  Juan Camilo Fuentes ha criticado las prácticas clientelares que se han producido en Porto Alegre, que reducirían de manera drástica la limpieza del proceso de participación. Los partidos políticos -según su opinión- habrían despojado a los presupuestos participativos de tal condición. Como resulta fácil de comprender, determinados grupos políticos estarían en condiciones de influir -e incluso resolver- el destino del presupuesto municipal. 


El mismo profesor señala el hecho por el cual, cuantas más propuestas se presenten, menos prosperan, entre otras cosas debido a la dificultad en el control de su ejecución por parte de sus impulsores. Por otra parte -siempre según Fuentes- no están bien establecidas las reglas del juego: la igualdad en la participación, la búsqueda de objetivos comunes o la garantía de un debate riguroso. 


Concluye Fuentes que algunas de las propuestas aceptadas para su ejecución en estos presupuestos participativos coinciden con los criterios de las autoridades municipales, la que equivale a asegurar que este sistema sirve para poco más que para legitimar las políticas previamente diseñadas por el equipo de gobierno, como ocurre con el ayuntamiento de Porto Alegre y el PTT brasileño.


Por otra parte, cabría también preguntarse -como lo hace Font Fábregas- si los que participan son poco representativos, porque son siempre los mismos... ¿deberíamos escuchar a los participantes cuando sabemos que son socialmente poco representativos? ¿No corremos con ello el riesgo de estar actuando contra la voluntad de la mayoría silenciosa y pasiva de la sociedad? El mismo autor -sin hacer referencia a ningún caso concreto- se ha referido a que las prácticas clientelares han arruinado buena parte de estos presupuestos participativos, dado que los llamados a participar formaban parte del mismo partido que los responsables públicos.


Volviendo al caso de los presupuestos participativos, en España también se ha puesto en práctica esta modalidad. Se trata del Ayuntamiento de Madrid. Según la página web municipal, las personas que participan a través de Decide Madrid plantean proyectos de gasto e inversión, éstos se valoran técnica y económicamente por el personal municipal especializado y llegan a una votación final. Los proyectos seleccionados en la votación definitiva se llevarán a cabo, a partir del 1 de enero del año siguiente, por el Ayuntamiento.


En el mes de septiembre de 2022, la misma página oficial municipal hacía pública la cantidad asignada por los presupuestos a esta modalidad: 50 millones de euros, que, sobre los 5,200 millones aplicables al actual año, no llega ni a un 1% del total, cifra como se puede advertir con facilidad muy inferior al caso brasileño referido con anterioridad.  El reparto del presupuesto en el ámbito de los distritos -siempre según la página web- será directamente proporcional a su número de habitantes, para lo que se tomarán como referencia los datos del padrón municipal. Las convocatorias son de carácter bienal y el 82 % de los 1.214 proyectos ganadores correspondientes al periodo 2016-2019, se encontraba sin ejecutar al inicio de este mandato.


El sorteo

Se ha estudiado también como procedimiento de participación ciudadana el del sorteo. Parte de la base de la equivalente posibilidad de todos los ciudadanos en la adopción de las decisiones que este sistema les adjudique. Igualdad que se suma también a la presunción de que todos los miembros de una determinada comunidad poseen las suficientes dosis de conocimientos y de sentido común que les hagan acreedores al desempeño de esas funciones. 


Dadas las carencias de este procedimiento, se viene solicitando el ejercicio de una deliberación más amplia en el espacio público. Nacida en las tertulias intelectuales en los siglos XVII y XVIII y en las deliberaciones de las asambleas constituyentes de las revoluciones americanas y francesas, aunque vinculada en sus raíces a la polis ateniense, el sorteo forma parte de un universo más amplio, que es precisamente el de la democracia deliberativa.


El politólogo de la universidad de Stanford, James Fishkin, ha propuesto un sistema de democracia directa deliberativa que utiliza como instrumento el sorteo. Se trataría en realidad de trasladar el modelo ateniense de la ciudad-Estado a las actuales construcciones estatales de hoy, un viaje que reviste sin duda una enorme complejidad. Este recorrido se facilita precisamente a través del sorteo.


Forman parte también de este elenco de medidas las llamadas encuestas deliberativas, basadas en muestras aleatorias y representativas de unos 400 ciudadanos que se reúnen durante uno o dos fines de semana para discutir un cuestionario que les es sometido a su consideración.  Según quienes han analizado el comportamiento de las personas llamadas a formar parte de este experimento, es posible generar a través de estos procedimientos las condiciones que permiten formar una ciudadanía ilustrada.


No debemos dejar de mencionar que la práctica del sorteo consigue también reducir el protagonismo en los "sospechosos habituales", las gentes previamente organizadas políticamente que sustituyen a los ciudadanos comunes y contaminan los procesos de participación con sus exigencias previas, en general coincidentes con las posiciones de los dirigentes públicos que precisan de legitimación, siquiera sea ésta espúrea. Por supuesto que otros analistas han opinado que este método ha conseguido formar unos grupos de ciudadanos dóciles que aceptan sin discusión las propuestas que se les presentan. 


El auge del sorteo como alternativa a una democracia desprestigiada llegaría a formar parte del debate político, como ocurrió en el caso de las elecciones presidenciales francesas de 2017, en las que algún candidato llegaría a proponer la creación de una tercera cámara legislativa así determinada.


A pesar de las críticas que ha recibido el sorteo como una alternativa viable a la degradación que suponen las muchas veces viciadas prácticas democráticas, se debe reconocer que se encuentran en el origen de algunas decisiones, como ocurriría en el caso del debate sobre el matrimonio homosexual en Irlanda. 


También se ha observado que el sorteo operaría como una forma de engaño. Se reservaría a estos grupos la adopción de las decisiones menos importantes, de modo que las más significativas quedarían confiadas a las instituciones ya existentes.


En todo caso, la consolidación de este procedimiento participativo parece abandonar el objetivo principal de cualquier pretensión de regeneración política de la democracia, un sistema que debería caminar por sí mismo, antes de verse ayudado por muletas o bastones en los que apoyarse. "La ley de hierro" de la oligarquía de la que hablaba Michels debería verse corregida y aún desmontada, pero no a través de artilugios que conserven la estructura anterior y corran además el riesgo de la reacción defensiva por parte del sistema establecido.


El voluntariado

Una práctica de participación ciudadana, que no tiene necesariamente naturaleza política, pero que en todo caso ayuda a la comunidad en la que se produce, es la del voluntariado.  Se manifiesta éste en ámbitos tan heterogéneos como el comunitario, por ejemplo, la enseñanza de apoyo, la exclusión social, la cooperación al desarrollo, la discapacidad, el medio ambiente, la protección civil, el apoyo socio-sanitario. Se trata de una expresión de solidaridad que implica compromiso con las necesidades existentes y los objetivos colectivos.


Según datos del año 2020, en España hay alrededor de 2,7 millones de voluntarios, cifra que ha aumentado en algo más del 6% respecto del año anterior. 


La rendición de cuentas

La rendición de cuentas, un modelo anglosajón que aún no ha llegado de manera plena a nuestro país, consiste en el derecho a recibir información y la obligación correspondiente de divulgar todos los datos necesarios del quehacer de las entidades que ejercen recursos públicos.


En su libro “Why we fight?”, el profesor de La Universidad de Chicago, Christopher Blatmann, después de referirse a que los políticos son unos agentes que desempeñan la función de solucionar los problemas de sus clientes, los ciudadanos, asegura:


“La política también está llena de problemas de agencia. Dentro de un país, por ejemplo, los ciudadanos son los principales, mientras que los líderes son los agentes. Se supone que estos líderes deben comportarse en interés del grupo. Por supuesto, cuando no tienen restricciones, a menudo no lo hacen. Los ciudadanos no tienen el dinero, la capacidad de movilizarse, el poder militar ni las reglas y normas institucionales para frenar al líder. Es un problema de agencia, porque los ciudadanos no tienen suficiente poder para restringir y disciplinar al gobernante. La falta de controles es más fácil de ver en reyes-dioses, emperatrices o dictadores. (No estarían de acuerdo en que sean agentes del pueblo). Pero también es un problema en las democracias representativas. Los funcionarios electos obtienen mandatos prolongados, pueden modificar el sistema para ayudar a la reelección, pueden usar su riqueza para movilizar partidarios y pueden convenir acuerdos a puerta cerrada. A los ciudadanos puede resultarles difícil prestar mucha atención, evaluar a sus políticos o no distraerse con los espectáculos. Todas estas cosas aíslan y oscurecen las acciones de los políticos ante los votantes. (…)”


Las tecnologías de la comunicación (TIC) constituyen un instrumento que sin duda favorece esta práctica.  Sin embargo, algunos estudios señalan la escasa explicación que las autoridades públicas ofrecen de su actuación. Así, Inmaculada Martínez González es de esa opinión. Señala la referida autora que por lo general se ofrece una información escasa en el ámbito económico y financiero, pero nula en el de la gestión.


Dicha autora señala que la institucionalización del e-government (o gobierno electrónico) podría mejorar también este aspecto de la comunicación y la dación de cuentas, pero también indica que se corre un serio peligro de que estas prácticas sólo se utilicen para ofrecer al ciudadano un cierto marchamo de modernidad en la gestión administrativa. 


Siempre según Inmaculada Martínez, aunque casi todas las entidades municipales que han sido objeto de su estudio se valen de páginas web para la información ciudadana, buena parte de las mismas adolecen de problemas de acceso y no ofrecen suficiente información en el área económico-financiera, aunque ofrezcan un mayor grado de detalle respecto de la información presupuestaria.


Este instrumento se utiliza más en los países de tradición anglosajona que en los de la Europa continental,  con la excepción de Portugal.  España e Italia se sitúan por debajo de la media.


Como ya se ha indicado, muchas de las formas de participación que se han señalado están conectadas con la preocupación de algunos partidos políticos de legitimar sus prácticas de gobierno a través de procedimientos refrendarios, lo que supone en la práctica una distorsión del fundamento de la participación. Más aún, un engaño que se podría considerar como populista revestido en un presunto manto democrático. Como liberal, tengo más fe en los instrumentos participativos que nacen directamente de la sociedad civil, de abajo hacia arriba, y sin intervención de las instituciones públicas.


Participación desde abajo

Tengo la impresión de que, en España, el espacio asociativo es muy abundante, pero se encuentra muy atomizado. Continuando con una lógica muy extendida en nuestro país, casi todos queremos disponer de un espacio propio de reconocimiento, de nuestra parcela de "gloria" propia. Y así multiplicamos los foros, los colectivos, las agrupaciones y aun fundaciones, que muchas veces actúan en el mismo plano y ofrecen las mismas soluciones utilizando procedimientos similares.  Por poner un ejemplo, la concentración en contra de la amnistía promovida por el presidente del Gobierno en funciones y sus socios, que se ha convocado para el 18 de noviembre, ha sido convocada por más de un centenar de colectivos.


Expresado eso, es cierto que la sociedad civil cumple alguna función de importancia en nuestro país, en especial cuando sus preocupaciones se ven desasistidas por la administración o se crean en contra de algunas acciones realizadas por ella. Las asociaciones de víctimas del terrorismo -aún infectadas por el mismo síndrome de atomización que se ha señalado- han prestado un servicio más que destacable a la democracia, colaborando a que la ley se aplique a los terroristas.


En otro orden de cosas, perjudicados por las obras de ampliación del estadio Santiago Bernabéu han presentado una demanda ante los tribunales contra el Ayuntamiento de Madrid "por irregularidades técnicas en el proyecto de construcción de dos aparcamientos y un túnel junto al estadio. También ha sido ése el caso de la polémica tala de árboles para ampliar la línea 11 de Metro, la ubicación de esta estación y la destrucción de más de un millar de árboles llevaron a la calle desde el pasado febrero a los vecinos de Arganzuela y Comillas, para mostrar su rechazo.


Seguramente existen muchos más casos de respuestas ciudadanas que hacen frente a los abusos o insuficiencias en la acción administrativa.  Erigen un valladar de contención que, con la ayuda de los medios de comunicación y de las redes sociales, son capaces de revertir determinadas resoluciones gubernamentales.  Yo creo más en esas intervenciones que en las teledirigidas por los gobiernos. 


En todo caso, sirva esta larga reflexión para que mi amigo Pepe, y con él todas las gentes preocupadas por la participación ciudadana, tenga algún argumento más en un debate que se me antoja, a la vez que inacabable, de un interés enorme y de un objetivo insoslayable.