martes, 12 de agosto de 2008

"No hay género"

El calor de Mallorca se funde con la humedad de la isla y agosto cae como un plomo sobre nuestros exhaustos organismos. Como dice Alfonso Pérez-Maura -amigo, pariente y de nuevo anfitrión en los parajes que fueron de nuestros antepasados comunes- "aquí hay que moverse lo menos posible". Y lo bueno es que lo dice mientras nos enseña de modo incesante los edificios de la ciudad vieja.
Le indico al taxista el lugar en el que vamos a comer. Se trata del "Bar Moderno", en la Plaza de Santa Eulalia, muy cerca del Ayuntamiento de Palma. El conductor asiente satisfecho. Debe pensar que por fin tiene un cliente que no es "guiri" y parece conocer los lugares clásicos de la ciudad, de modo que me trata con la familiaridad que acostumbran los vecinos.
No hay una sola mesa libre en la terraza del bar, por lo que entro en el local donde el aire acondicionado me permite poner en breve margen los tórridos calores de la mañana. Al contrario que la terraza, su interior está prácticamente vacío. Me instalo en una mesa para 3 personas, siempre habrá una posibilidad de cambiar de lugar si eso resulta necesario.
El "Bar Moderno" es una especie de "Café Gijón", Casino o club social de la isla. Un camarero clásico, cuya edad se aproxima de modo rápido a la inexorable jubilación y que en apariencia estuviera descontento con su trabajo, me atiende después de un largo rato. Le pido "un tinto de verano, si es posible". El camarero canta la petición y desaparece.
Suena el teléfono. Es Alfonso. Me dice que tardará en llegar al bar. Está esperando al "catering" para la fiesta de inauguración de su casa -"Can Maura nou"- para esta noche. "Gonzalo -me dice- está yendo para allí".
Me distraigo escribiendo un texto en mi ordenador telefónico hasta que llegan Consuelo y Gabriel. Este me pregunta por Gonzalo:
- Debe estar viniendo hacia aquí desde hace media hora larga -le aseguro.
Pasamos a otra mesa y pedimos una bebida. Llama Alfonso. Dice que todavía se demorará un tiempo más. Decidimos encargar la comida y pedimos la carta.
- Se nos ha acabado el género. No hay nada -asegura el camarero.
Consuelo pide una bolsa de patatas fritas para acompañar la bebida. El camarero se dirige a la barra antes de ofrecernos otra posibilidad: ensaladilla, calamares, tortilla y champiñones. La carencia de "género" no resultaba tan dramática como parecía. Encargamos raciones de las 3 primeras posibilidades.
Comemos y hablamos de muchas cosas, Consuelo y Gabriel tienen una conversación inteligente y culta. Las raciones se consumen de modo veloz y pedimos más. El camarero vuelve a negar con la cabeza y nos repite que no queda nada, que "no hay género".
Un rápido recuerdo literario nos acerca al episodio dickensiano de Oliver Twist reclamando más gachas. Nuestro compungido gesto anima de nuevo al camarero a preguntar más allá de la barra sobre las posibilidades alimenticias ofrecidas por el "Moderno".
Regresa éste para informarnos que hay tortilla y champiñones. Le pedimos que nos traiga tortilla. Pero el camarero nos deja sobre la mesa otra ración de ensaladilla.
Llegan Carla y Alfonso. Este pregunta por Gonzalo y pide un bocadillo de atún. De Gonzalo sólo sabemos que lleva llegando aquí desde hace más de una hora. Alfonso habla con él. Estaba en la terraza y se ha marchado porque no veía a nadie, pero volverá.
Al poco rato hace su aparición. Gonzalo nos informa que había pedido la carta, que le habían desaconsejado esa posibilidad porque no quedaba casi nada y porque tardarían mucho. "¿20 minutos?", preguntaría Gonzalo. "Incluso más", debió replicarle el camarero con desdén cierto.
Excuso decirles que Gonzalo se marchó de allí como lo habríamos hecho nosotros mismos de no ser porque nuestra expresión de tristeza conmovía finalmente al camarero.
Quizás, el problema básico no era la carencia de género, ni la pereza imperante en esta isla en la que todo el mundo parece dejarse llevar. Quizás lo que nos ocurría, en esta España de la crisis que aventa las abundancias pasadas, es que rechazábamos -siquiera de manera indirecta- lo único que nos ofrecían: los champiñones.

jueves, 7 de agosto de 2008

La casita preparada

Era esa casita de madera nórdica que alguien podría haber enganchado de una grúa espectacular y transportado desde algún bosque noruego hasta el pirineo navarro. Una casa del tipo "Hansel y Gretel", pero sin brujas ni trampas.
Se llamaba "Villa Pilar", que era el nombre de su hija, a pesar de que nunca pudo visitarla. Y eso que un día intentaría ella respirar muy hondo para que la Doctora Jefe de la UCI donde vivía autorizara un viaje -con vuelta- de la enferma crónica en una ambulancia medicalizada. Pero fue inútil, Pilar se agotaría en su esfuerzo y marginaría esa visita en el rincón de las cosas imposibles, un rincón atiborrado de sueños irrealizables para ella y tan sencillos para otras niñas, como saltar, correr o simplemente caminar.
Ahora Pilar se había alejado de su vida para reunirse con su madre. Y las dos se habían encontrado para ese largo descanso en el mismo lugar, en uno de esos paseos que resultan siempre sorprendentes al que los transita, porque el campo, en el pirineo navarro, aparece siempre vinculado a las estaciones del año y se viste de blanco para el invierno, de verde -en sus diversas tonalidades para la primavera y el verano- y de ocre -con las hojas muertas que caen de las hayas- para alfombrar el otoño.
Se llamó "Villa Pilar". Pero bien podría ahora cambiar su nombre por el de "Villa Victoria". Porque aquella casa había visto a su ocupante realizar un combate por la vida que hoy le proporcionaba un respiro en el sin embargo inexorable devenir de los años. Por ahora había ganado la batalla.
Y el nombre de su triunfo se llamaba precisamente Victoria. Por eso la casa se abría a la nueva luz que ella emitía para recibirla; las cajas, procedentes de algún traslado, y apiladas de forma provisional en algún dormitorio, entregaban sus objetos a un nuevo orden y los armarios desplazaban alguna ropaa antigua para hacer sitio a su siempre considerable equipaje, y es que Victoria, en la duda de preparar una maleta, hacía lo que Brassens decía que haría si tuviera que viajar a una isla desierta: llevárselo todo..
Llegaría Victoria a Burguete como ese tornado de signo inverso que deposita en la tierra sólo a la gente que vale la pena. Y llegaría al fin repleta de serenidad y confianza. Muy diferente a la "Vic" de aquel 25 de mayo, que no sabía muy bien cómo controlar la situación. Llegaría vestida de verde, porque era de un verde profundo el color de ese verano y porque también era verde el color de la esperanza que en ellos renacía.

martes, 5 de agosto de 2008

Los paseos de Burguete

Burguete presenta en este pruncipio de agosto radiante. Los días transcurren en su apacible monotonía de paseos alfombrados en la verde hierba que es producto de un lluvioso invierno y que se ven envueltos de la protectora sombra de sus hayas centenarias.
Y por eso que nadie puede bañarse 2 veces en el mismo río, se diría que los paseos son iguales a los de todos los años. Apenas las rodadas recientes de algún tractor te sugieren la acción del hombre en las tareas forestales. Pero es el caminante el que va cambiando. Y uno se recuerda de pantalón corto y con calzado inadecuado, devorando kilómetros devenidos en imposibles ampollas para los días siguientes; el regreso ilusionado de los '30, cuando un reciente proyecto de vida alumbraba todas las esperanzas; los paseos compartidos en una escala intergeneracional y esos paseos interrumpidos en holocausto de la dignidad de unos y el egoísmo de los demás.
Y luego viene la soledad. Que se parece primero a esos pesadísimos tábanos y que te advierte que quien te espera en casa no es ya dueña de su voluntad sino esclava de una botella de ginebra. La soledad que se convierte en lúcida compañera cuando esos tus seres queridos van desapareciendo y tú sigues devorando kilómetros como si tal cosa.
Pero no es la misma soledad la que te acompaña en tu paseo sabiendo que ella misma es un paréntesis que se cierra. Porque se bate en retirada, vencida por la realidad omnipresente de una persona que ha venido desde algún lugar a ocupar todos los espacios de tu vida que habían quedado vacíos, a iluminar esa habitación que es tu existencia con su luz -como quería Silvio Rodríguez, que no pedía ya "que me bajes una estrella azul".
Y Burguete, en sus paseos y en su buena gente, se prepara ahora para recibir a esa nueva visita que tantas cosas está cambiando ya en ese caminante que, muchos años después, ha recuperado la esperanza$paseos de Burguete.

domingo, 3 de agosto de 2008

En el comienzo de mis más recientes veraneos se encuentra la localidad asturiana de Pravia. "¿Cuál es tu relación con este pueblo?", me preguntaba un ilustre donostiarra, casado con una praviana, al que conocí hace ya bastantes años -¡ay, la edad es un fenómeno inexorable!- Pues no otra que mi primo Alfonso Zunzunegui, cuyo grato recuerdo se agiganta según va pasando el tiempo, y que cercano siempre en los momentos más felices lo supo estar también en los más inmediatos a mi duelo por el fallecimiento de mi mujer, del que se acerca ya el sexto aniversario. De Alfonso Zunzunegui decía mi también primo Honorio Maura que "lo comprendía todo". Y es verdad que en su sensibilidad cabían prácticamente todas las cosas, con excepción quizás del ateísmo y de la República, porque sus dos fervores -siempre por este orden- se llamaban Dios y la institución monárquica.
Alfonso Zunzunegui era un caballero español que heredaba además de su padre el singular sentido del humor que le hacía decir a este:
- Esa fiesta habría resultado un coñazo de no ser porque estaba yo.
Lo que se parecía bastante al falso elogio que hacía Groucho Marx a la anfitriona de una cena en una de sus películas: "He pasado una velada encantadora... Pero no en esta casa".
Alfonso Zunzunegui me invitaba a pasar unos días en casa de su mujer -Mica Valdés- en el verano de 2.005, que fuera el último de su vida. Pravia es un pueblo asturiano donde los días del verano transcurren apacibles y veloces como en un abrir y cerrar de ojos. "No hemos hecho nada especial", me decía Mica Valdés cuando me despedía de ella un día antes de partir. Y es que en eso consiste lo especial que tiene el descanso: que no hagas prácticamente nada de lo que acostumbras hacer en el resto del año. Paseos y buenas conversaciones, siestas y vida ordenada. No hace falta para nada el torbellino del invierno, cuyo "stress" algunos se empeñan en prolongar durantesus vacaciones, unas vacaciones que ya dejan de serlo en absoluto.
Fue después el verano de 2.006 y pudo ser el de 2.007 -pero mi hija debía adaptarse a un traslado dentro del hospital que me preocuparía y que me mantendría junto a ella durante ese verano- porque Mica Valdés continuaría con la tradición iniciada por su marido, que yo siempre le agradezco desde el corazón.
Asunta, Sofi, mi otra prima Alicia -la "primada" Maura no llega a ser infinita, pero se le parece bastante- forman parte de ese entrañable paisaje humano que discurre con la misma serenidad de las gentes, los caminos y los ríos pravianos.
Y el tiempo, esa realidad inaprensible, te dice que no sabes si has llegado aún, cuando ya estás diciendo adiós.
Por suerte, no es necesario esperar hasta el verano que viene. Al menos no para frecuentar a esa gente encantadora, porque, parafraseando las palabras de la última escena de Casablanca:
"Siempre nos quedará Madrid".

viernes, 1 de agosto de 2008

Lo que tú crees

El País Vasco vive un tiempo de vigilia electoral. Quizás hubiera podido decir que se trata de un período convulso, pero no es preciso exagerar: la turbulencia de la vida reciente en este país de tantos demonios, que diría Jaime Gil de Biedma. Y es que nuestras desavenencias tienen raíces hondas y se insertan en la noche de los tiempos, quizás en esa forma peculiar que tenemos los vascos de situarnos ante nuestros propios problemas y que hacía decir a Waldo Franck que "el español se encara con todo lo que se encuentra, y en esto reside el espíritu de la tragedia; el vasco, por el contrario, evita el encuentro, y en esta evasión está el espíritu de la comedia".
Es verdad que si no fuera porque en la "fiesta" vasca corre la sangre y se ejerce una presión liberticida constante, nuestro ruedo local estaría en el esperpento de los gestos artificialmente airados, la broma de los argumentos permanentemente circulares y la bufonada de un Tartarín de Tarascón -¿Iñaki el vascón?- del siglo presente.
Nada cambia en realidad en el País Vasco, la vieja rueda de la antigua noria gira siempre de manera recurrente para convertir el mismo argumento, gastado de tanto repetirlo, en verdad absoluta.
Es el nacionalismo vasco el que constituye grey privilegiada en la representación de este argumento bufo, pero están también los que no lo son y que están dispuestos a sumarse a una suerte de nacionalismo "light" con tal de aferrarse a una vana pretensión de cambio. Creen todavía en el simbolismo de las siglas y, en el espejismo de su sed de libertad, están dispuestos a enterrar la historia como los muertos que entierran a sus muertos y no se detienen ni siquiera un minuto a pensar que en sus filas se encuentran los mismos agentes de los pasados desaguisados y que son ellos mismos -y no otros- quienes pretenden encarnar la nueva idea del cambio.
¿Y dónde está ese cambio en realidad? ¿En la ambigüedad de un nuevo pacto entre el socialismo y el nacionalismo donde este conserve intacto su pesebre y aquel ponga la cara para que se la rompan? ¿En una nueva versión a la vasca del socialismo catalán donde los biznietos de Pablo Iglesias compitan en vasquismo con los hijos de los nietos de Sabino Arana? ¿Les queda alguna duda acerca de quién ganará en esa competida lid?
Y luego están los agoreros de siempre, los predicadores del voto útil, los sumos sacerdotes que deifican siempre la impostura electoral. ¡Como si no supieran demasiado bien que en un sistema de reparto de 25 escaños por provincia la proporcionalidad es prácticamente perfecta y no se pierde uno solo de los votos emitidos!
Y es que está funcionando ya una táctica que se parece, igual que una gota de agua a otra, a la emprendida por los grandes partidos tradicionales y sus habituales corifeos acompañantes en las elecciones generales del pasado mes de marzo y que consiste en evitar la presencia de una voz crítica, ayer en el Congreso de los Diputados, ahora en el Parlamento Vasco. UPyD no se menciona en las encuestas, no contará con espacios significativos en los medios de comunicación y deberá costear su campaña desde su ascética pobreza -ya que no desde la dignidad mendicante.
Por eso, hoy más que nunca, es preciso apelar a lo que creen los ciudadanos y a la exigencia de esos postulados a sus representantes institucionales. Son muchos, demasiados los años de engaños que llevamos colgados a nuestras espaldas para soportar un nuevo episodio más en esta larga serie.
Desde la aportación crítica de las voces que manifiestan la convicción en los principios que algunos pretenderán olvidar de nuevo, el progresismo en el desarrollo de las políticas anquilosadas y rancias y la regeneración democrática de un país como el vasco que ni siquiera ha conquistado las más elementales libertades la voz de Unión, Progreso y Democracia en el Parlamento Vasco es imprescindible por que, hoy por hoy al menos, no hay quien la sustituya.