domingo, 29 de octubre de 2023

50 años después

Hay personas y fechas, acontecimientos históricos que se asocian a nuestras vidas con la fuerza de un imán. Uno puede hasta despegarlo de su soporte y seguir adelante como si no hubiera ocurrido nada en realidad, pero basta con que una efeméride, una noticia, una canción... te recuerden esos hechos para que se desencadene todo lo que llevábamos dentro de nosotros y pensemos en lo que podría haber ocurrido respecto de esas personas, pero también en relación con nosotros mismos.


Me estoy refiriendo a Salvador Allende, a su Unidad Popular y al proceso que impulsarían hacia el socialismo en Chile entre los años 1969 y 1973, en especial desde la proclamación de aquél como presidente de la República en noviembre de 1970 hasta el golpe de estado protagonizado por el general Pinochet, que pondría fin a ese experimento.


Yo era entonces un estudiante universitario, comprometido en la lucha por las libertades conculcadas por la dictadura franquista. La oposición estudiantil se expresaba entonces sólo en posiciones de izquierda y nacionalistas, y en el amplio abanico de partidos -más bien capillas- que pululaban por entre los centros universitarios con denominaciones más que repetitivas. Todas representaban, por lo visto, el verdadero movimiento revolucionario, pero todos sus militantes cabían en el modesto espacio de un utilitario. 


En mi caso, yo apoyaba, desde mi posición de delegado de la sección jurídico-económica del curso correspondiente -lo fui en 4 ocasiones-, las posiciones de la Organización de Estudiantes de Deusto, afiliado como estaba a las Juventudes Socialistas y al PSOE.


Imbuido por la idea de una transformación progresiva de la sociedad que operara sin traumas extremados, me espantaba la idea de ver las aguas de la ría del Nervión "teñidas en sangre", como vaticinaba el militante de una facción maoista, con el que algunos años más tarde coincidí en una fracasada negociación para integrar la empresa municipal de informática, que yo presidía, con la sección correspondiente de la Caja de Ahorros local, que él representaba.


Salvador Allende constituía entonces la posibilidad de un tránsito no revolucionario hacia el socialismo, sustentado en la fortaleza democrática de las instituciones chilenas, y la bonhomía personal de un dirigente que era capaz de tender puentes de relación a su derecha -el humanismo cristiano- y a su izquierda -los comunistas y los más radicales del populismo de entonces.


Pero Allende no supo -o no pudo- controlar a los extremistas a su izquierda, en tanto que los democristianos sucumbieron a la polarización de las extremas derechas. Los intereses económicos que se verían puestos en peligro por la oleada nacionalizadora del gobierno, y la preocupación de la administración Nixon respecto del proceso mismo, de su posible generalización y el impacto sobre los intereses de las multinacionales estadounidenses sobre el terreno, abortarían el proceso.


El 11 de septiembre de 1973, Allende se dirigió al país desde Radio Magallanes, en un discurso del que quienes le conocían advirtieron que había sido preparado con antelación. Y es que el presidente socialista era muy consciente de lo que iba a suceder.


"Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación.


'Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron... soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero... que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.


'Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.


'Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen... ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.


'Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes,. quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.


'Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos.


'Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos... porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.


'Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.


'El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.


'Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.


'¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!"


Emociona aún, leído y escuchado 50 años después, el discurso que pasaría a llamarse "de las alamedas". Trastornado por el acontecimiento y enormemente preocupado por lo que vendría a continuación, pude leer un artículo de la revista "Triunfo", que era todo un referente para la progresía española de aquellos tiempos en blanco y negro. Aparecía un artículo de Eduardo Haro Tecglen que decía: "Murió por defender la legalidad de los otros". Rescaté la frase, plastifiqué una foto del presidente Allende y la pegué en el interior del armario en el que guardaba mis cosas. Allí estuvo durante mucho tiempo, el suficiente para recordarme que la tarea que teníamos por delante era bastante más compleja de lo que parecía, porque una cosa es empezar un proceso y otra bien distinta culminarlo.


Tiempo más tarde, perdí la fe en el instrumento para el cambio -el PSOE-: cuando se conocen los proyectos desde dentro se advierten mejor sus contradicciones y las deficiencias de las personas que los encarnan. Pero ésta es otra historia. 


Lo cierto es que programé un viaje a Chile y visité el Palacio de la Moneda, donde, como si se tratara de un fantasma, permanece la imagen de Allende. Mi juventud sigue viva asociada a su memoria. Y los sentimientos afloran poderosos sobre un viejo sueño que se ha desvanecido para siempre.

sábado, 21 de octubre de 2023

Una parte del cielo, la peor parte del infierno

La guerra entre Israel y Hamas

Cuando, en el año 2018, el intergrupo parlamentario de Palestina viajó a ese territorio, tomé muchas notas de los sucesivos encuentros que mantuvimos con nuestros interlocutores, muchos de ellos altos dirigentes de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).


El intergrupo parlamentario es una asociación informal de diputados procedentes de diferentes posiciones ideológicas, pero unidos en la simpatía respecto de un asunto, región, país o pueblo. Yo me encontraba vinculado a este intergrupo, pero también al del Sáhara.


Presidía esta heterogénea agrupación, la hoy eurodiputada de Ciudadanos, Soraya Rodríguez, que ya había manifestado serias reservas, cuando no discrepancias, respecto de la línea seguida por el Secretario General de su partido y presidente del Gobierno. Y lo engrosábamos, Pablo Bustinguy -portavoz de Exteriores de Podemos, con quien, a pesar de la distancia ideológica, siempre mantuve una buena relación-; el diputado de "En Marea", Antón Gómez Reino; el siempre afable socialista, Antonio Gutiérrez Limones; y la combativa veterana popular, Carmen Quintanilla, quien, todo sea dicho, intentaría -sin éxito- convencerme de que hiciera las maletas y que nos volviéramos a España, señal inequívoca de la escasa importancia que el PP prestaba -y supongo presta- a la situación de los palestino; y yo mismo, entre otros. No he mencionado a Bildu que, pese a encontrarse en el intergrupo, no tenía tiempo que perder seguramente en estos viajes de información cercana al lugar de los hechos, ya se sabe que sus prioridades son otras.


Relataré en otro momento de este comentario la impresión que me produjeron los dirigentes de la ANP, pero puedo decir que me impresionó notablemente la afirmación de un líder juvenil universitario -también palestino-, cuando nos explicaba que, para él, viajar a cualquier ciudad europea era como "vivir una parte del cielo". No tenía más remedio -pensé entonces- que titular mi crónica con esa frase, que se sitúa en el cruce de caminos entre la amargura y la esperanza, con mayor relieve, sin embargo, de la primera sobre la segunda de las referidas características.


Las autoridades israelíes no nos permitieron visitar la franja de Gaza. A cambio, el flujo de dirigentes de la ANP con los que nos entrevistamos fue incesante. El retrato-robot de ellos podría ser el de un varón, situado en los 60 años o más, vestido con un bien cortado traje y expresando con una vehemencia -que a veces sonaba a impostada- su preocupación ante la ocupación israelí y sus consecuencias sobre el pueblo palestino. Había excepciones, desde luego, pero ese era el común denominador. Sobre muchos de ellos se cernía la ominosa sombra de la corrupción.


Y no es que lo que nos contaban fuera mentira, que los asentamientos israelíes -por ejemplo- se habían convertido en agujeros de un inmenso queso de Gruyère proyectados sobre la geografía palestina. Pero lo que era cierto, más allá de cualquier género de dudas, era que ellos no eran ya -si alguna vez lo fueron, cosa que no dudo- parte de ese problema, y menos aún parte de su solución.


El gobierno -los gobiernos- de Netanyahu ha practicado una política de tierra quemada en relación con el problema de Palestina. Corrompidos los cisjordanos y aislados los gazatíes, el asunto consistía simplemente en desplazarlos políticamente también de una posible intervención en la esfera internacional. 

De esta manera, los acuerdos de Abraham de 2020 tienen desde luego un contenido de desarrollo económico, pero lo tienen además de carácter político; porque el efecto de estos es que Palestina -las dos Palestinas- desaparece del mapa de los asuntos de preocupación para Israel y para los países árabes. El gobierno de Netanyahu establece sus relaciones diplomáticas con diferentes países árabes (Emiratos, Marruecos...), y la posibilidad de conseguirlas con la siempre difícil Arabia Saudí.


Entretanto, la constante derechización de los gobiernos de Netanyahu acometía, como sucede en todos los guiones de los regímenes populistas, su particular acoso al poder judicial. De manera ejemplar, la tantas veces admirable ciudadanía israelí, invadía las calles para impedir semejante atropello. Cuando observaba las imágenes de un Tel Aviv hirviendo de indignación, pensaba en lo poco que preocupaba a esas gentes la situación de los palestinos.


Y en esa olla a presión en la que se estaban convirtiendo las abandonadas poblaciones cisjordanas y gazatíes, viviendo ambas de la solidaridad de terceros países -significativamente de la Unión Europea-, soportando la corrupción de unos y otros, la acomodación e instalación de los dirigentes de la ANP, que siempre tienen excusas para no convocar elecciones, y el radicalismo de Hamas… pensaba en cómo no ocurría una nueva "intifada" -o insurrección popular.


El sábado 7 de octubre ofreció la respuesta a mis dudas, y lo hizo en la forma de una salvaje y bien urdida estrategia de terror que cogió a las autoridades israelíes con el pie cambiado y la mirada hacia otro lado. Sus responsables son los terroristas, los que han causado los crímenes. Pero no basta quedarse con esta explicación. Tampoco es suficiente con pensar en que es preciso que el conflicto no escale a otros actores: los pro-iraníes de Hezbolá en el Líbano, el mismo Irán, China o Rusia -esta último que, por un efecto carambola, solo en apariencia casual- saldrá beneficiada de esta crisis, porque, parafraseando la máxima de Gresham, el interés por una nueva guerra desplaza a la preocupación por la anterior.


Conviene, por lo tanto, pensar a corto, en el derecho a la respuesta de Israel, en la proporcionalidad de la misma, en la ayuda humanitaria... porque -como ha señalado un editorial de The Economist de su número de 21 de octubre- Israel no debería ampliar su guerra con Hamas al conjunto de los gazatíes. Y pendientes de conocer la campaña bélica concreta que va a emprender el ejército israelí -muy complicada para éste, según opinión generalmente compartida-, de su extensión a otros escenarios y actores, quedará por dilucidar lo que ocurrirá después.


Quizás parezca precipitado abrir esa pantalla -lo que ha de venir- antes de haber pasado la anterior -lo que va a ocurrir ahora mismo-, pero hay cuestiones que convendría retener:


La primera, que una ocupación permanente por Israel de la franja no parece una buena solución, no sólo desde el punto de vista humanitario para el ocupado y económico para el ocupante, también político para Israel. Véanse los casos de Afganistán o Irak.


La segunda, que convendría dilucidar -no sólo Israel y los Estados Unidos, los palestinos y los dirigentes de otros países árabes, también- es en qué pueda consistir la solución definitiva al conflicto, si ésta es posible.


La fórmula más comúnmente aceptada por la llamada comunidad internacional -que de comunidad tiene bastante poco-, según la cual deberían coexistir dos estados -Israel y Palestina-, de acuerdo con las fronteras existentes en 1967, es hoy por hoy inviable, de no deshacer todos los asentamientos y ocupaciones parciales de territorio efectuadas por los israelíes y que convierten Palestina en un verdadero galimatías territorial que haría simplemente inviable ese nuevo estado. 


La de integrar en un solo país -Israel- a las dos comunidades en igualdad de derechos, conduciría, en plazo seguro, debido a las diferentes tasas de natalidad entre los dos grupos, a una hegemonía de los ciudadanos de procedencia árabe sobre los que la tienen judía, lo que supondría la abdicación de los criterios fundacionales -si bien peculiares- del estado israelí. El ex ministro de Exteriores y embajador en España de este país, Shlomo Ben Ami, ha formulado la idea de una confederación de Palestina con Jordania, pero tampoco parece una solución fácil.


Urge para ello que emerjan liderazgos en todos los actores concernidos en la solución de este conflictivo avispero. Es cierto que las democracias permiten con mayor facilidad la aparición de dirigentes que sintonicen con las necesidades de sus países y utilicen los medios políticos que habiliten estos objetivos, pero eso no ocurre siempre; a veces estos sistemas generan líderes populistas que ofrecen un mundo mejor por el que apenas resulta necesario esforzarse, son dirigentes que dividen a sus ciudadanos entre los preteridos por la maldad que señalan como congénita  y los buenos ciudadanos, que por lo general aceptarían como benéficas cualesquiera medidas adoptadas por sus dirigentes. El efecto polarizador de esas políticas ha sido ya descrito en incontables trabajos y constituye un verdadero cáncer de las democracias.


El desarrollo anárquico del populismo cabe que tenga, después de todo, su cura, como estamos advirtiendo que ocurrirá pronto en Polonia. Más difícil es que eso ocurra en los regímenes autoritarios, como lo son la inmensa mayoría de los sistemas directivos en los países árabes. Ya se ha descrito la gerontocracia y la corrupción instalada en Cisjordania, y del radicalismo terrorista de Hamas tampoco hay mucho más que decir. Pese a todas sus contradicciones -que son muchas- Israel es una democracia, y cuenta siempre con capacidad de reorientación y de regeneración; de la dirigencia palestina muchas veces sólo cabe suponer su renovación por el fallecimiento de sus responsables, bien ocurra éste por causas naturales o como consecuencia del vesánico ejercicio de la Yihad.


Los problemas se encadenan, a la vez que se amontonan, unos sobre otros. Tanto es así que algunos no ven otra solución que alguien que venga de fuera imponga la cordura. Y se produce de nuevo la llamada a intervenir  -durante y después de la guerra- al "amigo americano"; un viejo socio comprometido ya en la guerra de Ucrania, que tiene otro complicado frente abierto con China y su apoyo a Taiwan y que sufre de una confrontación patológica en sus fuerzas políticas -cuando se escriben estas líneas aún no han sido capaces de elegir al presidente del Senado-, y además se encuentra en período electoral, un escenario más apto para el más exacerbado de los tacticismos y muy poco propicio a las decisiones estratégicas.


¿Cómo podríamos entonces allegar un poco más de, cielo que soñaba aquel líder universitario?, ¿cómo garantizar a los ciudadanos israelíes que estos sucesos no volverán a ocurrir? Se trata seguramente de una quimera, pero entre el rugir de las bombas y de las sirenas que conducen a las gentes a sus refugios, queda una tenue capa de esperanza, la de que en algún lugar se encuentre el buen criterio del que entienda la clave del asunto: que podrán llegar otros episodios similares a los terribles del 7 de octubre si no se produce una salida a esta situación. Y el cielo entonces deberá esperar eternamente.

domingo, 15 de octubre de 2023

Take this waltz

Situado en su disco “I’m your man”, publicado por Leonard Cohen en el año 1988, se trata de una versión en inglés del poema “Pequeño vals vienés” de Federico García Lorca. Ya les he contado en otra entrada de este mismo blog que el canadiense apreciaba enormemente al poeta español, hasta el punto de poner ese nombre -Lorca- a su hija.


“Poeta en Nueva York” -del que está rescatado este poema, convertido en un vals por el cantautor canadiense, es un libro de poemas surrealista escrito en esta ciudad entre 1929 y 1930. En ese año, Lorca sale del armario, se enamora de un hombre y le declara su amor. “Pequeño vals vienés” es un grito de amor desesperado lleno de imágenes surrealistas.


Sirva este texto como un doble homenaje a dos poetas. Español uno; canadiense y descendiente de una familia judía, el otro: un músico que entrelazaba dos corazones, como expresión de una Estrella de David presidida por la idea del amor y no de la confrontación. Por desgracia, quizás resulte inservible en estos tiempos.


Les invito, en todo caso, a revisitar la canción con la que Cohen homenajea a Federico, en la inicial composición que realizara el poeta granadino:


“En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.


Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.


En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.

Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.


Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.


En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.

¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals”.


domingo, 8 de octubre de 2023

El primer recuerdo

En la literatura que pretende hacernos comprensible el arcano mundo de  las religiones orientales aparece con carácter significativo la idea del primer recuerdo que retenemos en nuestra existencia. Tiene su importancia -nos advierten esas filosofías- porque conectan al ser humano con su anterior reencarnación, y explican que de la misma manera que no recordamos apenas nada de los primeros días, meses y aún años de nuestras vidas, tampoco lo hacemos de ese más o menos largo lapso de tiempo en que permanecemos en un profundo sueño a la espera del retorno a una nueva existencia.


De esa manera, nos aseguran que la memoria opera en nosotros como el auténtico testimonio vital. Por eso el primer recuerdo adquiere trazas de un nacimiento. Antes de adquirirlo se diría que nuestra vida es meramente animal, cuando no vegetativa. De la misma forma, las situaciones degenerativas cerebrales que se sitúan en los periodos finales de la existencia remiten a una situación que paradójicamente se asimila a esos primeros tiempos de absoluta inconsciencia. Parafraseando a Gil de Biedma, no vivimos, pero tampoco nos ocurren cosas, todo eso queda sepultado por el olvido.


No estamos en el mismo caso que el de Alicia a través del espejo, cuando la niña se contempla en él y se adentra en su imagen, más allá de los rasgos característicos que su apariencia proyectada en el cristal le devuelve de ella misma y que ya bien conocía: su pelo rubio, sus curiosos ojos, su nariz respingona... todo eso es algo que trasciende a los rasgos de una cara más o menos bonita. Porque lo que se refleja ahí es Alicia, una persona singular, irrepetible, que tiene una vida por delante, con todas sus ilusiones proyectándose sobre sus frustraciones, y a la recíproca.


La Alicia de Carroll ya no viaja por un país fascinante de conejos que consultan con agitación preocupada sus relojes de bolsillo, de sombrereros locos por el pegamento con el que se fijaban las alas a las copas, a esa paradójica reina de corazones que exige que a todo el mundo -excepto a ella, naturalmente- se le corte la cabeza, o a ese muñeco ovoide que le recuerda a Alicia que quien dispone del poder es el creador de las palabras y de sus significados. Ahora corresponde un viaje introspectivo, una excursión hacia el propio ser, un descubrimiento de nosotros mismos... lo que no está del todo mal por otra parte: nos conocemos muy poco a pesar de convivir de forma tan íntima dentro de nuestra propia piel.


Pero cabe también relacionar ese primer recuerdo con el amor, su pérdida o su activación. El niño tiene un sueño febril, desasosegado. Se le niega el descanso porque el cariño está ausente. La calentura se apodera del chico y la temperatura crece en la soledad y el desamparo. Pero entonces surge el milagro en la forma de una madre que rescata al pequeño de su tristeza, le coge entre sus brazos y lo lleva a su cama, donde desaparece inmediatamente la fiebre y el sosiego reparador se apodera del niño.


Porque bastante más allá de ese "gnoscere seauton" (conocerse a sí mismo) de los griegos, es el amor la única máquina de salvación -lo decía Leonard Cohen-. Nada existe que lo sustituya, nada opera de manera más eficaz un efecto taumatúrgico sobre el ser humano necesitado siempre de puntos de conexión con alguien que esté dispuesto a compartir su vida con él. "Si ella me faltara alguna vez, si me dejara de querer... yo escribiría esta canción", era la expresión de dolor inconsolable en la voz de registros inauditos que era la de Pablo Milanés. Y uno termina de escuchar esas notas sumido en una congoja sobrecogedora, porque no querría que esa canción se hubiera escrito nunca. Y es que el desamor, al revés que su contrario, es una verdadera arma de destrucción.


Decididamente, mi apuesta por el primer recuerdo de la vida la hago por esa carta: el cariño. Siempre que Lewis Carroll me permita la osadía.

domingo, 1 de octubre de 2023

En peligro de extinción

Se diría que por ella no pasa el tiempo. Yo la recuerdo, al menos desde los años 80 del pasado siglo, con el mismo aspecto que despliega ahora. Y utilizo este término -"despliega"-en lugar de otro cualquiera- porque todo en Marita es un alarde de personalidad. Nos hablaba -a Victoria y a mí- de mi prima, la Duquesa de Medina Sidonia -la ya fallecida Isabel Álvarez de Toledo y Maura-, cuando se presentaba en la estación de Valencia para ofrecer una conferencia que había organizado Marita, con un bolso como todo equipaje, que contenía el mínimo posible de ropa interior y un cepillo de dientes. A Marita le caía bien Isabel, lo mismo que Chavela Vargas, a la que frecuentó con ocasión de alguno de sus conciertos.


La encontramos abrazada a un haya de las que limitan el paseo de  Burguete a Roncesvalles, en el Camino de Santiago. Cree que el viejo árbol le aportará energía, una vitalidad que Marita siempre ha dispuesto en sobradas dosis -quizás, además de su naturaleza, le ayude el aporte de esos arboles centenarios-. Y le comentamos la visita a casa de nuestro común amigo Javier. Nos mira un rato, como reflexionando su respuesta, y nos espeta muy segura:


  • La gente está muy preocupada con la extinción del lince ibérico, y de otras especies que se ven protegidas por ese motivo. Pero lo que de verdad está en peligro de extinción son los señores como Javier...


Y no cabe duda de que esta nueva época está suponiendo un acoso a las familias que en tiempos pasados constituían la dirigencia del país. Desde la calificación despectiva con la que se les recrimina -son unos "pijos"- hasta su desplazamiento de los centros de decisión y de influencia por parte de otras gentes cuyo único mérito consiste en no pocas ocasiones en el empujón, el regate corto o el mero oportunismo.


Se les puede encontrar, en ocasiones, en algún puesto directivo en determinadas empresas, o en los consejos de administración de las compañías de las que son accionistas de referencia por el capital que sus familias han conservado en ellas. Es posible que protagonicen cargos de orden subalterno en la política, pero no es fácil pensar que puedan liderar un determinado proyecto de partido: este tipo de gentes de cierta alcurnia familiar no resultan susceptibles de contar con el voto popular. Se diría que antes de recibirlo deberían pedir perdón por el “pecado original” que conlleva su origen. Que nadie se preocupe demasiado porque, llegado el caso, sus deficiencias familiares no son indultables ni, menos aún, amnistiables.


La mala educación, a veces la ausencia de la misma, lleva a los dirigentes de hoy en día, muchas veces acomplejados por un origen social que apenas sí soportan, al desplazamiento de los antiguos señores. Se trata, en todo caso, de una lucha desigual, porque las maneras adquiridas por los descendientes de las familias a extinguir constituyen un valladar infranqueable que para sus contendientes sencillamente no existe. El corolario de su desaparición viene a ser entonces el resultado de este doble juego de circunstancias opuestas: el  atropello y la ausencia de resistencia. Prefieren, los señores, torcer la ceja y continuar su camino como si nada hubiera ocurrido en realidad.


Tampoco -todo hay que decirlo- el señorío es siempre sinónimo de mérito. Constituye también una carga que las generaciones anteriores transmiten a sus descendientes, lo mismo que el oneroso legado de sostener una decrépita casa solariega -o el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, que decía León Felipe-. Y en ese testamento no necesariamente la valía integra parte de la herencia. Oropeles sin contenido, sus titulares viven instalados en los evanescentes mundos de las pasadas glorias, y sus cualidades señoriales suponen apenas una cáscara vacía.


A nadie, sin embargo, se le ocurriría realizar un análisis de cociente intelectual de un águila imperial blanca con el fin de sancionar si tal componente de la especie merece o no su preservación. Para estos animales se han establecido unos derechos especiales, para los humanos no casa esta legislación. Se diría que a todos sólo se nos aplica la ley de la selva.


Carentes o no de mérito, a causa de su pereza o ausencia de determinación para afrontar la lucha cotidiana por la mera supervivencia, los señores de nuestro relato parecería que tienen sus días contados. La sociedad posmoderna que se está creando construye su relato desde una afirmación según la cual todo vale, lo que es igual a decir que no existe de verdad nada que valga la pena, en especial el respeto, las maneras y la urbanidad. Quizás sea esa la forma más eficaz de afrontar la subsistencia en la jungla que nos estamos dando, entre la afirmación de unos y la indiferencia -cuando no la aceptación indirecta- de otros.


Es algo así como la igualación mediante la reducción de la altura del otro, no a través de la elevación de uno mismo. Se parece a la exaltación de la mediocridad o la sublimación del feísmo o de las malas prácticas de una sociedad que a fuer de verse lastrada por el síndrome de la envidia (el principal pecado capital de los españoles, según Díaz Plaja), es celosa de los de arriba y despreciativa con los de abajo.


Nada hay de extraño sin embargo en lo que afirmo. Ya decía Hobbes que "el hombre es lobo para el hombre", y lo dijo en el año 1651. Ha llovido un tanto desde entonces y muy pocas cosas han cambiado de manera significativa. Ya estamos experimentando ciertas formas de regreso a situaciones tribales, de menosprecio a la ley, de displicencia ante las decisiones de los jueces, todo lo cual comienza a extenderse en estos y en otros pagos.


Mientras tanto convendrá encomendar a las especies en peligro de extinción una actitud más adaptada a estos tiempos: la persistencia en los objetivos, la defensa ante el ataque y el sorteamiento del rival. Y tal vez abrazarse a un árbol antiguo que nos proporcione -como a Marita- la energía necesaria.