Y comía mal. No soportaba la comida seca y sin gracia del hospital y apenas si probaba otra cosa que lo que le traían desde su propia casa o la de su madre.
Una vez estuvo a punto de tragarse un sándwich de jamón y queso. Y era bien sabido que a Javier Arriaga le espantaba el queso. ¡Cuántos bocadillos de queso de los Arriaga no se habría comido Jorge Brassens en su niñez! ¡Y cuántas veces no habían debido compartir los hermanos el bocadillo de chorizo de su primo!
También le administraban un chute de proteínas que sorbía Javier con una pajita. No debía gustarle demasiado, pero obediente y disciplinado, se las tomaba.
No había mucho lugar para las confidencias en aquellas visitas de escasos minutos en que un heterogéneo grupo de gente se reunía en torno a su cama. Pero eran las suficientes, en todo caso.
Era en esa segunda semana desde su ingreso. Solos los dos primos. Javier preguntaba a Jorge por su estado de salud. Y este supuso que no era solamente su situación física lo que le importaba.
- Estoy pasando una buena racha, Javier –declaró Brassens.
- Me alegro mucho –dijo en su apenas audible voz Arriaga-. Tú eres mi amigo.
- Sí. Nunca se sabe bien si entre nosotros es más la amistad que el parentesco, o al contrario –acertó a decir Jorge.
- Yo lo tengo muy claro –contestó muy rápidamente Javier.
- Sí –aceptaría Jorge-. En realidad, el parentesco es siempre una oportunidad para la amistad.
Y Javier Arriaga cabeceaba afirmativamente desde su posición inmóvil en la cama.
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1 comentario:
Te agradezco que en tus visitas seas tu mismo y me hables como si no me estuviera muriendo, porque de ése modo alargas un poco más mi vida.
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