jueves, 27 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (455)

Solo le quedaba a Sánchez hacer la "uve" de la victoria, como una especie de Richard Nixon redivivo, para reclamar el éxito de una noche en la que apenas había este participado. - He recibido una llamada del presidente de Chamartín -anunció entonces el correspondiente de Chamberí-. Viene ahora mismo. Brassens musitó al oído de Romerales. - Ya sabes, Cristino. Las victorias tienen muchos padres, solo las derrotas son huérfanas. - Ahora serán estos dos los que administren algo en que que no han tenido ni arte ni parte -repuso Romerales. - Hoy como siempre. Haremos una especie de tratado de buena amistad con el afán de superar las divergencias pasadas... - Algo así como la Europa después de la Segunda Guerra Mundial... -observó Cristino. - Un distrito, como el nuestro, en el que se imponía una especie de guerra interior... se convertirá ahora en una suerte de liberador y democratizador de Madrid. Cuando este Martos se había conformado con un papel testimonial de presidente de un consejo que ya no seguía sus criterios -dijo Brassens. - Ya... ¿Y qué nos queda ahora? -inquirió Romerales. - No sé. Supongo que la satisfacción por el trabajo bien hecho -contestó el aludido. - Será más bien la satisfacción intima -observó Romerales-. Porque, lo que es, el reconocimiento ya se nos ha escapado. - En eso consiste la labor de los gregarios, Cristino. Nunca subiremos al podio, pero nos queda la idea de que ese podio hubiera sido imposible sin nosotros, - Sí. Batallas de abuelitos a los nietos al calor de la chimenea. Algo así como... "Yo estuve allí". Era el momento en que hacia su aparición Jacobo Martos, que se fundía en un expresivo abrazo con el presidente de Chamberí. Comprobando que lar situación estaba bajo control, los dos se perdieron por entre las sombras de la entrada de la sede de la calle Génova. - ¿Crees que nos tendrán en cuenta? -preguntó entonces Romerales. - Ya ves. De momento ni una sola palabra. - Ya sabes, Cristino. Nunca son los mismos los hombres que hacen las barricadas que los que construyen los acuerdos. Ya deberíamos haberlo aprendido. - ¿Y qué vas a hacer ahora? - De momento, ir a la cama. Estoy agotado. - Si. Dejaremos que otros resuelvan el follón que todavía hay aquí montado. Os acerco al coche de Vic. - Gracias Cristino. Cuando entraban en el vehículo del responsable de interior, la noche de Madrid era espesa como un mal sueño: la señal de que estaba a punto de amanecer. Quizás los ocupantes del automóvil no fueran capaces de dilucidar todavía, a causa de su cansancio, si el calificativo que tendrían que adjudicar a lo vivido en esas ultimas horas era el de una victoria triste o de una dulce derrota. Quizás el siguiente día les aportara la lucidez que en ese momento les faltaba.

Intercambio de solsticios (454)

Es posible, por lo tanto, que el edificio levantado en torno a la idea de Europa, que nacía como consecuencia de las dos terribles guerras mundiales que devastaron el escenario de las disputas, caiga hecho añicos después de la segunda gran crisis de la economía moderna, tras la que se denominaría como el crack del 29. Y es que todos, países e individuos, somos más propensos a la generosidad -y a la solidaridad- en tiempos de munificencia que en las épocas de escasez. Dotados o no de razones profundas, los egoísmos florecen y los intereses a corto plazo pueden sobre los proyectos estratégicos. Hay también razones que indican que este desenlace no es en absoluto inexorable. Pero, en cualquiera de los casos, los países que formamos esta inestable unión monetaria, debemos ponernos a hacer nuestros deberes, como si esta espada de Damocles fuera a caer sobre nosotros; como si tras de tres décadas largas de expansionismo económico -salvo contados y puntuales momentos de crisis- nuestro proyecto político edificado junto al resto de las democracias europeos, existentes y por existir, se desvaneciera y nos llegara el momento de arrostrar la travesía por nosotros mismos. Es cierto que la economía de hoy en nada se parece a la de antaño; a la de hace un siglo, por ejemplo. Cabían entonces las políticas proteccionistas, de nacionalismo económico. Hoy ya eso no es posible -tampoco deseable, desde luego-. Las transacciones comerciales crean un denso tejido de interdependencias que solo estructuras políticas de marcado autoritarismo pueden evitar, y eso a cambio de un retroceso en el nivel de vida de sus poblaciones, com podría ocurrir en el caso de Corea del Norte. La alternativa no viene del aislamiento, por lo tanto. Pero tampoco puede venir de la insistencia en el despilfarro. La pretensión según la cual cualquier cosa que queramos en España -gobiernos y ciudadanos- será posible e inmediata y que esas alegrías sean inevitablemente financiadas por los compradores de nuestra deuda soberana, ya se ha desvanecido hace bastante tiempo. Ya se ve cómo los intereses que mis cobran los mercados por fin fiarnos esos títulos son cada vez más importantes y han llegado a crear un abismo entre estos y los de otros países de nuestro entorno. Desde que tomara posesión, el gobierno de Mariano Rajoy, más allá de los que comprometió com sus electores, se ha empeñado en una alocada carrera de recortes. Y digo lo de alocada porque no comportaba hoja de ruta alguna y se situaba por detrás de los acontecimientos que derivaron en el vapuleo constante de nuestra deuda -déficit del PIB, crisis del sector financiero...- Una carrera que ha errado el planteamiento. Y ello por algunos ordenes de razones: La primera, porque su diagnostico no era correcto desde el principio. Alguno creyó que la campaña electoral del PP, cuando anunciaba que España saldría de esta crisis con un gobierno de derecha, lo mismo que lo hizo en 1996, con la necesaria incorporación al euro de muestra ecónoma, se decía por aquello de no asustar a los votantes y asegurarles que se saldría de esta sin demasiado esfuerzo. Pero lo peor de todo no es que quisieran engañar a los españoles, lo pero es que se engañaron a ellos mismos. Y luego ha venido el desastre a que ya se ha aludido.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (453)

El pretexto Esta tarde te he mandado un correo Después de haberte enviado El último de mis capítulos, por ahora, De "lo que me hacer sentir". Decía en una de sus frases, "Cuando tenga un pretexto Regale flores". Y me sonrío ante el ordenador. Te regalaré flores Con el pretexto De tener un pretexto. Sitges, mayo de 2.008

martes, 25 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (452)

Jacobo Martos se puso en contacto inmediato con Román Santiuste. Este se encontraba ya en la estación de Chamartín, por si sus servicios le eran requeridos. No, Santiuste no era un hombre particularmente ambicioso, pero sabia que quizás estaba llegando un momento que no podía dejar pasar de largo. E intuía también que en la vida rechazar una oportunidad era lo mismo que quedarse atrás. Atendió la llamada del presidente del Consejo y admitió lo que le pedía este. Eran solo dos coches lo que podía reunir como expedición para acercarse a Chamberí, pero lo haría. Y él mismo dirigiría la operación, le dijo. Y Martos se quedaría pensando en que quizás, esa misma mañana, muy pocas horas después, debería cambiar a toda la cúpula de interior de su distrito, incluido Santiuste, abatido a lo mejor por el fuego enemigo. ¿Y qué más daba al fin y al cabo? No, no se trataba de un pensamiento muy cristiano -quizás más democristiano que católico- pero es que las cosas a veces ocurren de ese modo..., se decía Martos para sí. La orden de Romualdez fue obedecida con carácter inmediato. Corted pidió al asaltante que le permitiera una explicación. Lo cual hizo aproximando si boca al oído del jefe de la banda. Este murmuró en un hilo de voz, mover entibe para todos, con la excepción del coronel retirado: - Está bien. Hazte entonces cargo. Pero ándate con cuidado, que no te voy a quitar el ojo de encima. Corted asintió y ordenó a sus hombres que desarmaran a los pocos hombres de Romerales. Solo uno de los suyos, Ladrón de Ajanguiz, observaría al oído de Brassens: - ¿Y yo qué hago? - Quédate con quien te ha traído -dijo Jorge significativamente. Así lo hizo el pequeño compañero de fatigas de Brassens. Román Santiuste había decidido tomar por el camino más corto. Optaría por el Paseo de la Castellana y, todo recto, hasta la Plaza de Colón. Llegados a esta, mandó que los conductores hicieran sonar las bocinas de sus coches como si se tratara de alguna de esas manifestaciones, habituales en tiempos cercanos, en que los agraviados por los recortes del PP, se congregaban a las puertas de su sede para afearles por lo que no era sino toda una anti-estrategia. Al mismo tiempo, ordenaría a los ocupantes a que abrieran las ventanillas de los vehículos e hicieran fuego de fogueo. El estrépito se hizo notar sin lugar a dudas en el interior de la sede de Chamberí. Allí todo ocurrió.a una celeridad extraordinaria. Brassens hizo una seña a López de Ajanguiz, que puso el cañón de su arma sobre la sien de Celestino Romualdez. - Esta vez seguro que no vamos a fallar -dijo. Y el jefe de los asaltantes pidió que todos los suyos depusieran sus armas. Romerales volvía a derribar a Corted por tierra de otro severo puñetazo. Hecho lo cual salió hacia la calle Génova h aulló con su voz tonitruante: - ¡No disparéis. La situación está ya controlada! Santiuste pidió que cesara la algarabía. Salió de su vehículo y saludó a Brassens. -Ha sido una noche muy larga, Jorge -.explicaría-. Pero Martos ha tomado de nuevo el mando... Preguntado por este acerca de la situación de Sotomenor, el actual responsable de interior explicó lo sucedido. Una berlina de color azul marino aparcó entonces junto a la puerta de la sede. Del vehículo emergía la figura triunfante de Juan Carlos Sánchez.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (451)

Familias aparte, las preocupaciones fundamentales de Jorge Brassens se centraban en la suerte que muy bien podía correr España, sometida a dura presión desde hacia varios años. La eventualidad -agorera para muchos- de que el euro no se mantendría por mucho tiempo, se convertía, en su opinión, en una posibilidad más que probable. En esta época en que los ideales habían desaparecido largo tiempo atrás, en que los ciudadanos habían abdicado de su condición de tales para convertirse en meros consumidores a los que satisfacer, la economía presidía el centro de todas las preocupaciones sociales. Y a ese consumidor no le importaba ya la ideología, ni la ambición de Pais, ni la calidad de sus gobernantes y la competencia de la clase política que elegía cada cierto tiempo para los diversos mandatos representativos. Pedía de todos ellos solamente una cosa: garantía de que su puesto de trabajo se podría mantener en el peor de los casos. Y, a cambio de todo eso, había aceptado la esclavitud de las hipotecas y de los créditos, siempre y cuando le garantizaran, a cómodos plazos, seguir viviendo en su confortable piso, dotado de todos los adelantos modernos; disponer de una segunda vivienda junto al mar o pagarse las vacaciones de ensueño que sus modestos ingresos nunca le habían permitido. Un Pais dotado que podía tomar a diario su aperitivo de una caña pero que se había instalado en el "champagne" francés. Era un problema de España, desde luego, pero también el problema de otros. Con una ligera diferencia, sin embargo: que los otros países de nuestro ámbito europeo disponían de mejores y mayores recursos que los del nuestro. Pero su conducta política era la misma que la nuestra. Y la democracia no era sino el ropaje que adornaba esta civilización consumista. Una vestimenta que se podía cambiar por otra cualquiera. Y se iba a las urnas electorales comp se cambiaba de zapatos o se compraba una chaqueta o unos "jeans". Los políticos que funcionaban tenían derecho a continuar, a los que no se les daba puerta con la misma convicción de quien empuja una puerta y entra en una tienda. En esas condiciones, resultaría paradójico que nadie pidiera sacrificios a sus conciudadanos, menos aún, si esos sacrificios los deberían hacer como muestra de solidaridad para con los vecinos, esas gentes del sur que no saben más que gastar y que son incapaces de pagarse sus gastos. Avanzaba entonces en la Europa del norte una suerte de nueva xenofobia, donde los judíos habían sido sustituidos ahora por los recalcitrantes pueblos inferiores y los campos de exterminio y de concentración por la más civilizada disciplina presupuestaria y los técnicos del Banco Central Europeo. Y eso, solo por el momento. Bastaría con que los electores alemanes establecerán sus nuevos paradigmas políticos para que esa tímida solidaridad europea se desvaneciera como por suerte de un encanto pasajero. El tiempo ha llegado para que las fichas de dominó no caigan unas sobre otras, y a España le siga Italia, a esta Francia y seamos nosotros el ultimo en desfilar hacia la hoguera encendida por nuestra propia incompetencia. Volverían entonces a la etapa previa a la creación de la Comunidad Europea, en 1.957, cuando Adenauer impulsaría el Tratado de Roma y su responsable económico, Erhard, le aconsejaba que valía más hacerse fuertes en su entorno económico (hoy, derruido el imperio soviético, mucho más importante), dejar que los franceses resolvieran sus problemas agrarios en lugar de endosarlos a la PAC, o sea, a Europa y buscar un acuerdo privilegiado con el Reino Unido. En este escenario simplemente les sobraría el actual euro y la presente Union Europea y les bastaría solo con generar un espacio económico cercano y establecer acuerdos comerciales con otros terceros países. ¿Deberían soportar para ello los costes derivados de la cancelación de una deuda soberana de otros países que sus bancos han venido adquiriendo en los últimos años, cantidades que ya no podrían recuperar en toda su extensión? Cualquier cosa antes de verse arrastrados a la catástrofe económica, que es -no lo olvidemos- hoy por hoy, desterrados para siempre los conflictos bélicos entre europeos, la peor de las catástrofes posibles. Algunos economistas han cifrado este coste en un 10% del PIB alemán. Asumible.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (450)

“Quand’on est mieux ici qu`ailleurs” (Georges Brassens) Ahora... Que la lluvia cae sobre este pueblo Abatido, Un pueblo amnesia que, sin embargo, Me devuelve sus recuerdos Y me recuerda mis dudas en tus dudas. Un pueblo nuevo que yo quería blanco, Para escribir mi otra vida en sus paredes, A.veces, Me parece Un pueblo cementerio. Y mientras tanto enuncio mi oración, Dime sí, dime no o dime sólo tal vez, En estas distancias límites del vivir, Pensando en ti, como siempre pienso. Sitges, mayo de 2.008

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (449)

Consciente del peligro que arrostraba su jefe, el homínido subordinado de Romualdez se interpuso entre este y la trayectoria que había de seguir la bala, recibiéndola él mismo a la altura de su pecho. Con ensordecedor estruendo, su organismo caía sobre las losetas que cubrían la entrada de la sede. Sus compañeros repelieron la agresión y, como si se tratara de un verdadero pelotón de ejecución, sobre Román Caldera caerían los impactos de seis armas, multiplicados estos porque procedían los disparos de sendas ametralladoras. Se hizo el silencio entre los atacados, que permanecieron inmóviles como si sus músculos hubieran perdido su capacidad de activar la marcha de sus organismos. Era como en algunas pesadillas, cuando a la necesidad de huir respondía el organismo con la inacción o, en el mejor de los casos, con una actividad poco menos que si se hubiera rodado la escena a cámara lenta. Fue un momento de gran tensión, que resolvía finalmente un Romualdez que se sabia milagrosamente devuelto a la vida: - ¡Tirad vuestras armas! ¡Estáis todos detenidos! Algunos de los aludidos miraron a Romerales, preguntándole con su expresión lo que debía hacer; otros hicieron lo mismo, pero esta ve en dirección a Damián Corted, que apenas hacia un momento que se había incorporado del suelo. - Jacobo. Vuelvo a ser Juan Andrés. - Tú dirás. - Estoy intentando localizar a Cristino Romerales, pero no me es posible... - ¿Crees que...? - ¿Que me ha traicionado? No, eso no es posible. En nuestro distrito no ocurren esas cosas... - Ya. - No me malinterpretes, Jacobo. Lo ultimo que quería era molestarte -se disculparía el presidente del Consejo de Chamberí-. En realidad, he tenido la suerte más bien de haber podido rodearme de gente leal. - No importa Juan Andrés. ¿Que me sugieres que haga? En realidad le importaba, por supuesto que sí. Ese fatuo y presuntuoso de Sánchez que siempre parecía emerger de la más temible de las tormentas sin apenas mojarse, ahora se las daba de gran seleccionador de equipos. Pero no era esa la hora de entablar dialécticas inútiles, además que Martos no era hombre para ese tipo de peleas. - Creo que deberíamos montar un operativo y acudir a Génova, a ver qué está ocurriendo exactamente. - ¿Dispones de algún efectivo para eso? - Si lo tuviera no te estaría llamando, Jacobo. Deberíamos contar con vuestras fuerzas. "¡Y eso que tenias un equipo tan bueno. Una noche entera y no sabes ni siquiera si hay alguien que esté contigo!", pensaría Martos para sus adentros. En realidad, lo que debería hacer era que se cocieran todos en su propia salsa. Pero, político de vieja raza como lo era, Jacobo Martos no dejaba de observar el carácter de oportunidad que existía detrás de esa situación. - Está bien, Juan Andrés. Estamos pasando una noche muy larga y complicada y no te puedo prometer más que una cosa: que haré lo que esté en mi mano. - Te estaré infinitamente agradecido, Jacobo.

martes, 18 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (448)

De manera que Jorge Brassens había obtenido finalmente la paz interior que tanto necesitaba. Y esa paz tenía, como en tantas camiones, nombre de mujer. Una chica resuelta y dinámica, juvenil y atractiva, Vic Suárez. Se instalaba en su compañía en una discreta calle del norte de Madrid, en el distrito de Chamartín. Y allí, reconciliado con su existencia, sabiendo que -como le había ocurrido en alguna ocasión a lo largo de su vida- optaba por el difícil camino que las convicciones dicta, en lugar del más sencillo de continuar por la cómoda ruta que había seguido hasta entonces. Cómoda, por supuesto, según se mire, que las balas de los asesinos le habían puesto en diversas ocasiones en la diana de sus objetivos terroristas. Y dejaba atrás Bilbao, la ciudad que le había forjado como persona, ese espacio urbano en el que se habían quedado muchos de sus amigos y buena parte de los que habían ocupado parte de su existencia en hacerle más difícil su labor. Y dejaba atrás gran parte de su familia, también. Estas páginas describen alguna de las incidencias que figuradamente le habían acontecido. Y, después de todo, ¿en qué consistía exactamente una familia, sino era esta una oportunidad para la solidaridad y el cariño, pero también para lo contrario? Porque cuando los intereses se encerraban en ese piélago que formaban los cruces de caminos de los seres humanos, cuando quizás se veían atrapados por las circunstancias dictadas por esos mismos intereses, todos ellos -casi todos- hacían una piña desde la que dictaban la sabiduría de la mayoría. Y él, Jorge Brassens, era la minoría y, por lo tanto, no tenía razón. ¿Una curiosa manera de aplicar las reglas democráticas al gobierno de las familias? Y era que, en una estirpe para la cual el liberalismo paterno debería haberse convertido en divisa general, convendría referirse a las ideas de ese gran liberal que fuera Lord Acton, para quien la democracia se refería antes que nada en el respeto de las minorías por las mayorías. ¿Y qué habría dicho su padre en ese supuesto? Jorge Brassens se quedaba pensando muchas veces en la posible reacción de su padre en ese supuesto. Él, don Raúl, que tantas veces se tomaba el mundo por montera, fiel a la tradición brassensista, dispuesto a la más pertinaz de las soledades si creía que le asistía la razón, ¿habría aceptado esta resignación ante un patrimonio familiar que se iba dilapidando progresivamente, con tal, claro, que esa de esa circunstancia sacaran provecho inmediato los que por esa casa pululaban. Era muy posible que, en uno de sus característicos prontos, hubiera gritado su particular "¡Basta ya!". Claro que esa era también cuestión opinable. Pero, esa falta de valentía, esa actitud de dejar hacer, esa debilidad, esa flaqueza... no estaban esas cualidades en el código genérico de los Brassens. Y le faltaba también su primo del alma, su amigo del alma, que se despedía de esta vida en pleno puente de la Constitución de 2.010. Un muchacho con el que tantas cosas había compartido, especialmente en su juventud. Y se iba con una entereza, un dominio de sí mismo y de su poder sobre las circunstancias que lo habían atrapado que constituían todo un ejemplo de cómo, en el supremo momento de la verdad, los hombres de fibra entera saben demostrar a todos que por allí pasaron y su vida deja, por fin, y no importa qué tipo de vida haya sido la suya, una gran huella. Todo esto ha quedado registrado en estas páginas. También el doloroso proceso de separación de Raúl, su hermano, aun no resuelto cuando se escribe este informe final en el verano de 2.012, en Arrechea, ese pueblo del Pirineos navarro que siempre había constituido el mejor y el más protector de sus refugios.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (447)

Un momento Fue sólo un momento, y sin embargo Cien hormigas liberadas escapaban de su encierro Y las veredas me traían el perfume de mil flores. Un momento nada más, pero no obstante Hubo un cerrar de brazos y sentir tu cuerpo Y mi cara y tus cabellos y tu cara. Y nada más que en un momento El silencio de las casas me decía Que la vida no es la vida sin un pedazo de sueño. Un momento nada más, pero Si la vida por delante Solamente Me dejara Ese tiempo, Pediría Que empezara y acabara Repitiendo El momento de ese abrazo. Madrid, mayo de 2.008

Intercambio de solsticios (446)

Aturdido aún, Juan Antonio Sánchez rebuscaba en su vieja agenda de cuero de Loewe el numero que le comunicaba con su Consejero de Interior, Cristino Romerales. No, él nunca había querido ese artilugio que el mismo Romerales le brindaba: un walkie-talkie. Esas cosas de las antiguas guerras no iban con su persona. Y se había acostumbrado a ese adminiculo practico que era el móvil como para ahora regresar a los tiempos pretéritos. Después de muchos años de lucha por hacerse un lugar en la vida y en la política y, después, volver a la vida de la empresa, Sánchez ya estaba cansado y había decidido arrojar la toalla. Pero alguien le sugería que su concurso podía resultar imprescindible en los tiempos que corrían. Y eso, "volverse imprescindible", era algo que podía con su aspiración más profunda: el descanso. Así que, tras de una actividad organizativa en la que siempre se haia demostrado capaz, delegaba en sus subordinados prácticamente todas las facultades. Y, como a él le gustaba repetir, "mi función aquí es que cada uno de vosotros cumpla con su deber". Claro que nadie marcaba las prioridades, no había quien señalara la estrategia a seguir. Y, si bien, cada uno de sus consejeros cumplía a la perfección "con su deber", en todas las ocasiones todos remaban en la dirección que se les antojaba más conveniente. Claro que, en los tiempos que corrían -y en los pretéritos también- el éxito de la política dependía mayormente de la sabiduría de los políticos en dejar a la sociedad que se desarrollara libremente y que las instituciones publicas funcionaran con normalidad. Y, en el caso de que se produjera un episodio un de crisis, actuar de manera moderada y aprovecharse lo más posible de los vientos que soplaran; algo así como los marineros en plena tormenta. Pero Cristino Romerales no contestaba sus reiteradas llamadas. En realidad, Romerales y su gente -y los que no lo eran- se encontraban en ese momento atentos a otra circunstancias. Romualdez, tal y como había ordenado a su segundo -el homínido de Neanderthal travestido en humano- había lanzan su ofensiva sobre la sede del Distrito de Chamberí. El tableteo de sus ametralladoras había hecho retirarse de la entrada a los que la protegían. Fue entonces cuando Damián Corted ordenó a sus efectivos que no hicieran fuego contra los agresores y desenvolvía un largo pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón, con el propósito de exhibirlo ante la gente que atacaba la sede en signo de rendición. En medio de la confusión reinante, Romerales, que se apercibía del gesto le asestaba un puñetazo con el que, dada su envergadura y juventud, consiguieron echar por tierra el ya castigado por el tiempo organismo del estirado coronel. Para cuando Romerales apenas había controlado la situación, y la gente que aún confiaba en el abatido coronel Corted se encontraba aturdida y no sabia muy bien qué actitud adoptar, y asumía nuevamente el control del mando, ordenando Romerales que se repeliera la agresión, la gente de Romualdez ya se encontraba dentro de la sede y caminaba a sus ocupantes a que depusieran sus armas. Así lo hicieron. Todos menos uno. Román Caldera, uno de los agresores de Romerales en el garaje de la sede algunas horas antes, se adelantaba entre el grupo de los que defendían la plaza y hacia fuego sobre los asaltantes.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (445)

Era el final de una larga crónica y -quizás- el comienzo de otra, que se cerniría sobre ellos el próximo año. Quizás, porque las malas decisiones de nuestros gobernantes de casi todos los tiempos recientes, nos llevarían al desastre de modificar todos nuestros modelos de comportamiento, barriendo con ellos hasta nuestra civilidad apenas arduamente conocida. Desaparecida la civilización, volveríamos a los tiempos en los que el hombre no era más que un animal salvaje, dispuesto a recuperar sus más bajos instintos: solo un ente en la selva, gregario, dependiente del jefe, volcado en la supervivencia y, -para ello- dispuesto a la rapiña más demoledora. Así, la patina de cientos de años, sería solamente un barniz que saltaba aparatosamente al mero contacto con el implacable sol, que no aportaba en este caso la vida sino que anticipaba la destrucción. Y eso que la crónica personal de Jorge Brassens -al menos en ese verano de 2.012- señalaba el acuerdo finalmente obtenido con su propia vida, su propia reinvención como el ave fénix que un día presidiera el edificio en el que realizara su primera actividad profesional. Y esa nueva vida se llamaba Vic Suárez y... en un aspecto menor, desde luego, su nueva opción política que derivaba en un crecimiento sostenido en medio de un paisaje de deterioro político y moral de una clase dirigente y de una sociedad que se encontraban a si mismos sin respuestas, sin fuerzas, desbordados por los acontecimientos e incapaces de elegir nuevos paradigmas o personas que pudieran representar una alternativa a ese callejón sin salida en que España se había introducido. Y en sus paseos por los caminos pirenaicos de Arrechea, Jorge Brassens pensaba en lo que podía dar de sí una España atenazada, de una parte, por el miedo inmovilizador de cualquier orden de acción capaz de restaurar siquiera la marcha de un Pais sin pulso; de la otra, por la incapacidad de una clase dirigente que no sabia mirar más allá de la siguiente encuesta de intención de voto. El paisaje era desolador. Las masas que atiborraban en otros tiempos hoteles y playas se retraían de su utilización (la prensa anunciaba que las vacaciones se estaban sustituyendo por fines de semana), las tiendas se veían vacías en tiempo de rebajas, los cines proyectaban en muchos casos sus ultimas películas antes de que el brutal incremento del IVA llevara a cerrar muchas de sus salas para verse sustituidas por los DVDs de alquiler a ser visionados en casa, los restaurantes y los bares se esforzaban por mantener sus antiguas clientelas asumiendo en sus negocios el inevitable aumento en el precio de los productos y la conversación en valles, paseos y plazas derivaba irremediablemente hacia la crisis o la recesión. ¿Había verdaderamente una solución a este problema? El problema es que no había un solo problema, de lo contrario el Pais se habría puesto en marcha para subsanarlo. Había, es cierto, el problema de la economía. España estaba saliendo de una burbuja financiera derivada de los créditos baratos y de la construcción sin barreras ni limites, lo que había convertido a un Pais, en origen austero en un territorio ocupado por una pléyade de nuevos ricos (y de mal gusto, además, que es, por otra parte, sello inconfundible de ese tipo de casas).

Intercambio de solsticios (444)

Instalado en el momento Instalado en el momento, La vista puesta en el espejo retrovisor, Y la vida aspirando a la serenidad, De las noches calladas, De los días pausados, Declaro, Que es una quimera el futuro, Apenas, Una línea en el horizonte, Que nadie puede cruzar. Por eso, Decido Que el amor para siempre es un instante, Pero un minuto de cariño es una eternidad. No hace falta, por lo tanto, Advertir, Que la suma de minutos ganados Al desastre, A la adversidad, A la tragedia, Equivalen a la felicidad. Dura noche en Bilbao, De recuerdos acechantes, De nostalgias recurrentes,, Envueltas en papel de seda. Huir para vivir ese minuto, En los rostros de otra gente, En las manos de otras manos O en los besos improbables. Huir, hasta dejar de huir, Recogido entre tus brazos, Imaginarias esperanzas De senderos transitables. Pero me niego a demandarlo Y sólo te pido ahora -Creo que incluso te exijo, Porque puedo-: Que tú sigas siendo tú Para mí, para este instante, En ese minuto inexorable. Bilbao. Abril de 2.008

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (443)

El teléfono sonaba y sonaba. La paciencia de Jacobo Martos, otrora infinita, se estaba agotando. A veces, el presidente -ahora efectivo- de la Junta de Chamartín, llamaba a Santiuste para saber si este disponía de otro medio para conectar con su homologo en Chamberí. Era quizás la tercera, si no la cuarta de esas llamadas, cuando el sub-jefe de la policía, su único subordinado, le contestaba: - Como no quieras que vayamos a su casa... No, eso no sería lo más conveniente -pensaba Martos-. Se perdería demasiado tiempo en la operación y, además, nadie sabia muy bien donde vivían los jefes de los otros distritos. Así que preguntaba a Román -no sin cierta prevención: no fuera que se le revirase el único aliado de que disponía: - ¿Y qué puedes saber de Cristino... Creo que se llama así? - ¿Romerales? ¡Coño! ¡Si tenemos un teléfono rojo de comunicación! ¡Se me había olvidado! De modo que Santiuste marcó el numero del consejero de interior de Chamartín, pero ese teléfono repetía su soniquete todas las veces posibles, aunque sin respuesta. Paralelamente, Martos lo seguía intentando con Sánchez. Y, en un momento determinado, cuando ya estaba a punto de arrojar la toalla, una voz grave y en apariencia cansada, respondía: - ¿Quién llama? - ¡Juan Antonio! ¡Qué alegría poder halar contigo! ¡Por fin! - ¿Quién eres? -respondió la misma voz apagada. - Perdona, Juan Antonio. Soy Jacobo Martos, el... - Jacobo... Había pensado llamarte... Esta noche... Hace unas horas... Pero... - Pero... ¿Qué? - Perdona. Aún me estoy despertando. Lo que quiero decirte es que me habían disuadido de hacerlo... Dicen, espero que no te moleste lo que te voy a decir, Jacobo... - Dime lo que creas necesario... - ... Que no contabas nada ya en Chamartín. - Bueno. En realidad he sido En todo momento presidente de esta junta. Aunque debo reconocer que ayer mismo, por la tarde, he pasado por ciertos apuros. - Creo que mi información era buena entonces -contestó Sánchez, n sin pavonearse ligeramente de sus buenas redes de inteligencia. - Pero tengo que informarte de algo, Juan Antonio. - Tú dirás. - Que se ha ensayado un intento de toma de la sede de tu distrito... Sánchez dio un breve respingo. Recuperado del cual, comentó: - Algo sabia de eso. Indirectamente, pero sabia algo. - Quiero decirte que está parado. - ¿Ah, sí? - Tienes mi palabra, Juan Andrés. Podéis estar tranquilos. - Con tu palabra me basta, presidente. Muchas gracias.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (442)

Una vez presente en su domicilio conyugal -eso sí, acompañado por un notario amigo- no recibió Raúl Brassens de Paula su acostumbrado desdén, sus palabras altisonantes, ni la cascada voz de la madre de la argentina dedicándole alguna de sus invectivas. La escena transcurría de modo ordenado y pacifico. ¿Qué había detrás de la iniciativa de Paula? ¿Un simple gesto de buena voluntad, desconectado de sus anteriores actuaciones? Por mucho que Brassens tuviera una tendencia innata en pensar que la gente es generalmente buena, su experiencia reciente con la porteña le sugería que las cosas no podían ser de ese modo, y que ante lo que se encontraba en realidad era en un nuevo giro estratégico de ella. Pero eso no le hizo variar su comportamiento. Y, con la misma sistemática eficacia que le caracterizaba en relación con el recorte de gastos en su chalet, se aprestaba ahora en ordenar a su banco la devolución de los recibos de electricidad, gas, seguros y otros que deberían cargarse ahora a la pensión compensatoria. Y Paula acusaría el golpe. Era cierto -como Jorge y Vic habían asegurado a Raúl- que el volumen de gastos que debía acometer ahora la argentina no se correspondía ni con los ingresos propios, derivados de un negocio en liquidación; ni con los que comportaba la pensión otorgada por decisión judicial; ni, mucho menos aún, por la condición de administradora dé sus gastos de la porteña, que, como ya es sabido, pensaba que no existía limite a ese "rubro" de su existencia, ya que los ingresos que aportaba la actividad profesional de su marido eran, por definición, inextinguibles. De modo que la argentina retornaba a su tónica habitual, trocando ahora los insultos por el victimismo. Paula se presentaba a sí misma como una desconcertada persona a la que se hacía objeto de todo tipo de presiones, sin contar para nada con su difícil situación personal. Por ello, pedía comprensión de Raúl, lo que no era sino reclamarle más dinero. Ni que decir tiene que a estas reclamaciones les seguía el más sepulcral de los silencios. Carente además de medios propios -que no fueran los procedentes de la pensión compensatoria, la exigua pensión de su madre y lo que aportara Pachito a la subsistencia de aquella extraña unidad familiar; Paula debía poner el cartel de "se alquila" a la tienda que ella regentaba. Se acercaba el final de julio, la porteña había realizado ya todo lo que podía haber vendido después de las sucesivas rebajas y liquidaciones que había puesto en marcha y cerraba su otrora "magnifico" negocio con fecha 31 de julio. ¿Se trataba de un argumento más para la reconsideración de la celebre pensión compensatoria? Pues no parecía que las cosas fueran por ese camino, ya que la argentina decidía no presentar apelación a la sentencia, al contrario de lo que hacia Raúl. Quedaba una vía por ensayar, si bien difícil ante las desmedidas pretensiones de Paula: la negociación.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (441)

Palabras para agradecer un rescate             Te iba a enviar un correo             El jueves, 1 de mayo,             Por la noche,             Después de acabar             "Los girasoles negros"             Un libro de cuentos             Que me regaló un amigo,             En el día de San Jordi,             Un libro y una flor.             El libro es ese,             Y la flor, los 3 girasoles             Negros, 3 derrotas,             Que acaban en muertes,             Como ocurre con las derrotas.             Suena tenue el teléfono,             -Lo guardaba en el bolsillo,             Apenas advertido,             Con el resto de mis olvidos,             Mis desatinos, mis rarezas-.             Recupero el móvil.             Se eleva el soniquete             Del aparato, veo tu nombre             En la pantalla, y se me alegra             Por un momento el corazón,             Reduzco a Johnnie Cash             Al silencio y pulso la tecla.             Tus palabras dicen lo que sabía             Si me llamabas, pero yo pensaba,             Que entre tus amigos, en Soria,             No habría lugar para los pesados,             Como yo. Pero me dices             No saber nada de mí             "A este le pasa algo".,             Y te digo que lo digo             En ese correo que está escrito ya             Y que decido no enviarte             Esta noche de soledad y hastío             En que decidiste, siquiera             Por un momento, acudir             En mi rescate. ¿Estás enfadado             Conmigo? En absoluto, contesto,             Lo que pasa es que no me aguanto.             Te explico alguna de las razones             De mi insoportable estado de ánimo.             No sé qué hago en este mundo,             Para quién sirve mi presencia.             Y te digo ahora             Acabada nuestra conversación             Que vuelve a sonar la voz             Aguardentosa de Johnnie Cash,             "You say, you're looking             For someone... To protect you             And defend you, wether you             Are right or wrong",             Que estoy bien donde no me encuentro             Así que siempre estoy mal,             Allá donde estoy,             No importa el lugar.             De forma que me transformo             En maleta balbuceante,             Agotadora, pertinaz.             Haciendo de mi vida             La huída permanente,             Mi maleta de evasión             Era antes el trabajo,             Hasta que decidí             Formularme las preguntas             Sin que importaran las respuestas.             Y ahora resulta             Que me dejo fluir en ellas,             Como en un delicioso vagar             Hacia la nada y te confieso             Ahora, en esta noche en que intuyo             Que soy rescatado por ti,             Que tampoco en los mejores instantes             De esta rara vida que ahora vivo             Me importa que mi vida concluya así.             Así que me uno con ellos y me complacen             Sus suaves arrullos terminales.             Eso me has dicho, apenas             Hace pocos minutos             Con palabras de advertencia.             Pero tu llamada, tu cariño,             Aplaza, supongo que por un rato,             El flotar en declive de mis negruras.             Porque en la noche desolada             Decidiste, siquiera por un momento,             Acudir en mi rescate. Sitges, abril de 2.008

viernes, 7 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (440)

- Ya estamos llegando, jefe -musitó el sujeto que parecía algo así como el eslabón perdido entre el hombre de Neanderthal y el de Cromagnon. - ¡Calla, que ya lo estoy viendo! -respondía Romualdez. -Ya, ¿pero qué hacemos? -preguntaba el orangután. - No se oye ningún ruido. Creo que tienes que acercarte. Cualquier cosa que pase, te cubriremos. Él sujeto aquel no lo dudó ni un solo instante. Era un tipo de una envergadura insólita y, en apariencia, desmadejado y torpe, pero solo en apariencia; porque en la practica, esa impresión era solo un envoltorio: resultaba una persona ágil, que se sujetaba a a las paredes de la calle Génova, como si fuera un saliente natural de la estructura de sus casas. Los pistoleros de Romualdez encañonaron sus ametralladoras hacia las sombras de su compañero, que evolucionaban con notable cadencia de ballet. Y ya se encontraba ante la puerta de acceso a la sede. El mono-hombre no podía ver nada, pero oía perfectamente las conversaciones que se producían del otro lado de la puerta. Una voz entrecortada murmuraba: - Tío. Creo que la cosa está un poco jodida... - ¿A qué te refieres? -contestaba el que había sido aludido. -A que no me van a seguir todos. Algunos creen que, si se pasan a nuestro bando, no les vamos a pagar nada... - Promételes lo que te pidan -repuso el interlocutor. - ¿Y qué crees que he hecho? Un pesado silencio siguió a estas palabras. Solo roto un largo tiempo después. - Esperemos que no vengan los de Chamartín. Nos cogerían en plena descomposición. No le era necesario escuchar más, el hombre de Romualdez se llegaba en cuestión de segundos a la ubicación inicial de su jefe para referirle lo que se contaba en el interior de la sede de Chamberí. -Buen trabajo -dijo, satisfecho, Celestino. Román Santiuste impuso a Jacobo Martos de lo acontecido durante esa noche. - Tú me dirás, presidente. Sotomenor está frito y Cardidal no está.. ni se le espera -resumía el sub-jefe de la policía de Chamartín. - - No hay tiempo que perder -aseguró Martos que, nuevamente tomaba posesión de la presidencia de su distrito-. Ahora mismo llamo a Juan Andrés Sánchez. - Te diré lo que vamos a hacer -explicó Romualdez a su segundo-: Amparándonos en las sombras de la noche, Vamos a cruzar al otro lado de la calle hasta que lleguemos a la altura de la puerta de la sede. En ese momento disparamos contra todo lo que se mueva. Y, cuando veamos que no hay respuesta, entramos a por ellos. - ¿Y qué suerte les espera? - Excuso decirte que no habrá supervivientes.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (439)

La situación de Raúl Brassens en el intervalo que mediaba entre la celebración del juicio y el conocimiento de la sentencia no variaba demasiado de lo vivido anteriormente; si bien, las espadas en alto, como seguían estando estas, se apoderaba de la escena un cierto relajamiento derivado del paréntesis judicial. Paula no se quejaba más de lo necesario -aunque cabía preguntarse: ¿dónde estaba la frontera entre lo razonable y lo irracional en su caso?- y Raúl no catequizaba a su hija respecto de las cosas que a él podían interesar respecto de su concurso en el asunto. No había, sin embargo, liberalidad alguna por su parte en cuanto a la línea de contención de gastos por parte de la argentina, pero esta parecía convencida de que esa cuestión quedaría resuelta con la decisión judicial, que sin duda avalaría sus razones. Eso era lo justo, pensaba ella, ¿qué otra cosa podría ocurrir? Por parte de Raúl, ocurría buena parte de lo mismo que a su todavía esposa. Con la diferencia que, consciente, más de oídas que de sabidas, que los jueces tomaban muchas veces caminos que a todas luces nos habrían parecido increíbles, y más aún cuando el magistrado era mujer y el asunto se llevaba desde un juzgado de violencia de genero, cualquier decisión judicial era posible. Pero, al igual que Paula, Raúl creía con toda evidencia que era su causa la justa y pensaba que, en consecuencia, la jueza dictaría en su favor. Y la sentencia se dictó. Y entregaba en ella la guarda y custodia de Susana a su madre. En consecuencia, La niña, Paula y -lo que era peor- Pachito podrían seguir viviendo de la "sopa boba" de Raúl, en la practica. Porque la jueza acordaba que este satisficiera una pensión compensatoria a la porteña, con gran disgusto para Brassens, quien no paraba de repetir a su hermano y cuñada: - Necesitaba una sentencia que no acordara esa pensión. Lo necesitaba psicológicamente. De poco servia que sus parientes más cercanos le hicieran el calculo de lo que tendría que dejar de pagar a partir del momento en que empezara a abonar la dicha compensatoria -todos los gastos de la casa, con excepción de los derivados de la educación de su hija que, en ningún caso, podían quedar expuestos a la pésima administradora que había acreditado ser la argentina-. En todo caso, Raúl no estaba muy conforme con esa opinión y se aferraba, como un naufrago a su bote salvavidas, a su convicción según la cual dicha pensión creaba un agujero en toda su estrategia. Pero muy pronto, los hechos darían la razón a sus familiares. Sin embargo, Paula, que veía con satisfacción que buena parte de sus pretensiones habían encontrado acomodo en la decisión de la jueza, parecía hasta magnánima en sus decisiones respecto de Raúl. De modo que un día, este recibía un correo de ella que, en contra de la tradicional relación de agravios e interjecciones con que la porteña integraba sus comunicaciones, le ofrecía la devolución de algún objeto personal que ella había "conseguido" localizar: unidos a determinados cuadros y objetos de carácter privativo de su todavía marido, Paula decía haber encontrado un reloj de bolsillo de oro que un día perteneció a su abuelo y un Cartier de pulsera. No había detrás de esa oferta petición adicional alguna así que Raúl se presentaba velozmente en la que había sido su casa a recoger todo lo que la argentina había dispuesto para él.

Intercambio de solsticios (438)

No sé muy bien por qué Este fin de semana Me ronda El fantasma De la angustia ¿Sin motivo? Y pienso en que Es muy frágil la amistad Y si a ti algún día Te diera Por enamorarte De nuevo Como dices Algunas veces Debería dar un paso atrás Y esperar Con amargura A lo que pase Si es que pasa O practicar mi enésima huída -¿Quizás la definitiva?- Y retirarme A Dharamsala Y ayudar al Dalai Lama En su lucha Contra los chinos. . No sé por qué pienso Que el lado oscuro de mi vida Aún no ha concluido su labor destructora. Y siento En si merece la pena Abordar con dignidad El momento En que me pidas Que renuncie a mis llamadas Recurrentes Frecuentes ¿Excesivas? Y que diga adiós a los encuentros -Quizás tu nuevo amigo proteste. Eventualmente. Te diría: "No importa, guapa. Como te quiero, Quiero, Que seas feliz. Aunque sea Lejos de mí". Y esperar al fracaso De esa aventura Los brazos abiertos O cagarme en la puta -Con perdón de las putas. No sé por qué Este fin de semana He pensado en todo eso. Sitges, abril de 2.008

martes, 4 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (437)

- ¿Pues a qué te referías, entonces? -preguntó el conductor del Porsche de Sotomenor. - Bueno. Aquí está el pastel -repuso su interlocutor con parsimonia-. Y en el pastel está el que nos daba instrucciones hasta ahora. De modo que... muerto el perro... - ¿... Se acabó la rabia, quieres decir? - Sí. Desaparecemos de aquí y mañana decimos que no sabemos nada, que caímos en una emboscada y que no pudimos asaltar la sede de Chamberí. - No estaría del todo mal -dijo el del Porsche-. Pero eso no garantiza que salgamos bien parados de esta historia... - ¿Entonces? - Entonces ... que hay que llamar a Santiuste. En realidad es nuestro inmediato responsable. Dicho y hecho. El esbirro-agente de la policía de Chamartín pulsó la te la de su móvil que conectaba con el subjefe de aquella gente. No fue fácil la comunicación. Nadie cogía el aparato. Así que el grupo de sujetos que observaba su actuación se iba poniendo cada vez más nervioso a medida que transcurría el tiempo. - Tío. ¿No es mejor que nos abramos? Tú te llevas el "buga" este y a correr... Pero, finalmente, la cuarta tentativa dio su resultado: Román Santiuste emergía de su pesado sueño. En un par de minutos, Santiuste fue informado de lo que había ocurrido en la antigua estación de Chamartín. - Esto es lo que ha pasado, jefe. Ahora esperamos instrucciones -dijo el del Porsche para concluir su narración. Román no contestaba. Aun peleaba con su lento raciocinio, más aletargado aún a causa de su somnolencia. - No os mováis de ahí -pido musitar por fin-. Voy a hacer una llamada. No. No se moverían de allí. Seguramente se llegarían a sus taquillas donde guardaban algunas provisiones de sus "razzias" por el distrito: algo de chorizo, queso y una botella de vino más o menos peleón que llevarse a la boca. Santiuste marcó el numero de Leoncio Cardidal. Una y otra vez. Pero no encontraría a su interlocutor. Estaba en un mar de dudas. ¿Qué hacer? Sotomenor había muerto y Cardidal, sin su teórico subalterno, era una especie de cadáver político. Y él, desde luego, ni tenía carisma ni ganas de hacerse con el control de la situación. Así que marcaría un segundo número. Y este le resultaría más fructífero. -¿Diga? -contestaría una voz bien timbrada y en apariencia despierta. - Soy Román Santiuste... - ¿Román? ¿Cómo estas, Román? -dijo con expresión afectada su interlocutor.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (436)

Teniendo en cuenta que la demandante -Paula- disponía de ingresos suficientes para mantenerse, no le correspondía la pensión compensatoria que ella reclamaba. Pero a eso se añadía además la acreditada por los detectives convivencia en la vivienda familiar con "un tercero" -afirmaba Cobo-, lo que debía tener las mismas consecuencias, a efectos de pensión, que un posterior matrimonio. Y el texto iba mas lejos aún: señalaba que Pachito pernoctaba a diario en esa "vivienda conyugal", donde el citado amante de la argentina tenía sus enseres personales que le permitían cambiarse de ropa, especificando también que era diferente la que vestía el citado sujeto cuando llegaba por la noche y cuando salía por la mañana a realizar sus actividades. Y como quiera que la porteña alegaba las circunstancias personales de su madre como causa para exigir de Raúl Brassens la citada pensión compensatoria, el escrito de Cobo decía lamentar el deteriorado estado de salud de la señora, consideraba que la misma no era parte del proceso y, por lo tanto, no cabía adoptar medidas en relación con la misma. Ni tampoco tenía Raúl relación de parentesco que hiciera merecedora a la madre de Paula de ninguna obligación legal por parte de aquel. Brassens había atendido a las necesidades de su suegra "a titulo de liberalidad", de forma que era igualmente libre para dejar de atenderlas. En todo caso, seria la argentina quien debiera prestar ayuda a su madre. No consideraba Cobo relevante tampoco para el proceso en cuestión la negativa de Raúl de pagar a los proveedores de su todavía mujer, en un negocio explotado por esta al 95% y del que percibía sus beneficios sin ingresar un solo euro de los mismos en la sociedad de gananciales. Por todo lo cual, la contestación a la demanda pedía la custodia para Raúl Brassens de su hija Susana, estableciendo el correspondiente régimen de visitas. También consideraba que la vivienda le fuera correspondida a padre e hija, debiendo la porteña abandonar el domicilio, llevándose consigo sus útiles personales. Para más "inri" obligaba a Paula a ingresas 1.000 euros mensuales, siendo los gastos extraordinarios que generara la niña financiados al 50% por los dos ex cónyuges. Y, para terminar, no habría lugar a pensión compensatoria alguna. Con estas espadas en alto, se celebraría la vista judicial, en la que a decir de Raúl Brassens la actuación de su abogado resultó notable. No la de su contrincante, por cierto, un picapleitos marrullero, cuyo único mérito hasta el momento en la historia que nos ocupa, había sido defender a la primera mujer de Brassens, estafándola además. Para este remedo de abogado, Raúl Brassens era una especie de empresario mediático, situado en el estrellato de la fama debido a sus actuaciones efectistas. Debía ser Brassens -siempre a decir del letrado de Paula- Un hombre de enormes recursos, que dispondría de cuentas en paraísos fiscales. Todas estas afirmaciones resultaron de modo tajante contradichas por Cobo, que las reputó de simples fantasías.