domingo, 31 de marzo de 2024

Decidir por uno mismo


En la novela de Saramago "La caverna", Cipriano Algor, un alfarero sesentón, recibe una pésima noticia de su único cliente: a partir de ese momento su mandante rescinde el contrato que mantenía con él, ya no le va a comprar los enseres de barro que le ha venido suministrando. Cipriano Algor deberá detener la producción de platos, vasos, botijos y demás enseres que constituyen su único medio de subsistencia. Alguien -un ominoso e impersonal "Centro"- ha decidido que ya no sirve, y que, en consecuencia, no le queda otra salida que el retiro. El alfarero podría vivir acogido al sueldo de su yerno y al cariño de éste y de su hija, pero no está dispuesto a abandonar. Así que decide continuar, operando en esta ocasión un cambio en su modelo de negocio: a partir de entonces fabricará unas estatuillas.


Joaquín Romero no se encuentra en la misma situación que el alfarero. Más cerca de los 70 que de los 60, él podía vivir perfectamente de sus ahorros y de una pequeña pensión. Aún así quería mantenerse en activo, sentirse útil, para los demás pero también para su propia autoestima. De modo que estaba colaborando con una empresa de consultoría, haciendo lo que mejor sabía: mover los contactos que su azarosa vida le había suministrado.


Pensaba Romero que su trabajo rendía a satisfacción del negocio, aunque apenas recibía de sus responsables expresiones de conformidad, tampoco de reparo. Y él continuaba con el desarrollo de su agenda, promoviendo reuniones y algún que otro contrato.


Y en ésas estaba cuando uno de sus compañeros de trabajo se despedía de él a través de un WhatsApp. En estos tiempos modernos, cualquiera que sean las edades más o menos provectas de los interlocutores, las formas de la comunicación directa han quedado atrás, sustituidas por un trato cordial pero distante. Joaquín Romero contestó al mensaje, requiriendo de una posterior explicación que nunca llegaría. En ausencia de marinero -pensó- siempre quedará el capitán. Y a éste se dirigió. La respuesta del principal responsable de la firma resultaría esquiva, cuando no ofensiva. Una vaga promesa de un almuerzo, primero, de un café, después, para formalizar la cancelación de su contrato que nunca se produjo sería el único ofrecimiento que obtenía de la empresa.


Joaquin Romero sintió una profunda decepción. No acababa de comprender muy bien los motivos de la actitud que ponía en evidencia la decisión de prescindir de sus servicios, máxime cuando muy poco tiempo antes había remitido una información de la consultoría a un posible cliente. ¿Cómo era posible que, en lugar de advertirle de que estaban negociando la venta de la sociedad a otra compañía, le hicieran llegar un documento en el que se contenían los servicios a prestar por la firma que estaba siendo objeto de transacción económica? Se unía a esta lamentable circunstancia, además, una gestión que Joaquín Romero estaba haciendo con una importante empresa y que tuvo que detener ante la nueva situación que se había producido.


El cruce de correos que mantuvo con el responsable de la firma no redujo ni su estupor ni su enfado, incluso los acrecentaría. Razones de edad -le informaban-. Pero tampoco existía seguridad de que fueran ciertas esas explicaciones. Y, acompañando a una rápida y confusa conversación telefónica, y por correo, se le hacían consideraciones irritantes e innecesariamente ineducadas en su contra.


Cesados los contactos con el director de la empresa, Joaquín Romero obtendría alguna información complementaria que ya carecía de utilidad. Y reflexionando para su interior, y con el consejo siempre práctico de su mujer, decidió que lo que debía ser en el futuro sería él mismo, y no otros, quien lo determinaría. Y eso que la edad y las prestaciones físicas ni siquiera se parecían a las que le acompañaron en el día que firmara con la anterior compañía. Buscar empleo con 68 años se antoja cuestión difícil donde las hubiera.


Pero Joaquín Romero no era hombre que cedía con facilidad al desánimo. Movió sus contactos, tocó puertas y las encontró generalmente cerradas. Aún así, Madrid es ciudad abierta a las oportunidades, y pasadas unas semanas logró su objetivo. Una prestigiosa empresa del mismo sector de actividad -más importante por cierto que la que le había cancelado su relación comercial- le contrataba.


Era como en la canción de Simon y Garfunkel -The Boxer-, "the fighter still remains". Ese viejo e incansable luchador que era Joaquín Romero, aunque cansado en ocasiones y al límite de sus fuerzas físicas, todavía se veía capaz de lanzar alguno que otro guantazo en su derredor.

domingo, 24 de marzo de 2024

Sanciones

 


En un artículo publicado por The New Yorker el 24 de octubre de 2022, la analista financiera, Sheelah Kolhatkar, decía que  "el uso de sanciones económicas se remonta al menos a la antigua Atenas. Alrededor del 432 a.C., Pericles emitió el Decreto Megariano, que estableció un bloqueo dirigido a los aliados de Esparta. Sin embargo, la eficacia de la táctica sigue siendo dudosa. Algunos historiadores han llegado a afirmar que el decreto ayudó a iniciar la Guerra del Peloponeso".


Siempre segun Kolhatkar, "después de la Primera Guerra Mundial, cuando la Sociedad de Naciones consideraba el uso de medidas económicas como una manera de disuadir a los países de invadirse unos a otros, Woodrow Wilson habló de las sanciones como una táctica 'más tremenda' que el conflicto físico. Una nación sólo tenía que imponer a otra este 'remedio económico, pacífico, silencioso y mortal y no habría necesidad de la fuerza', afirmó. 'Es un remedio terrible. No cuesta una vida fuera de la nación boicoteada, pero ejerce una presión sobre esa nación que, a mi juicio, ninguna nación moderna podría resistir'. La evaluación de Wilson resultó optimista, ya que la amenaza de sanciones contra Alemania, Italia y Japón no logró evitar otro conflicto global".


No parecían alentadores, por lo tanto, los antecedentes de las políticas de sanciones en cuanto a sus resultados positivos. A pesar de eso continuarían en la agenda político-económica de las acciones pre-bélicas o alternativas a las operaciones militares. Como recuerda Sheelah Kolhatkar: "Aún así, el atractivo de las sanciones económicas persistió, particularmente en la historia moderna de la política exterior estadounidense. En los últimos ochenta años, Estados Unidos los ha desplegado contra la Unión Soviética, China, Cuba, Vietnam, Irán e Irak, entre otros; unas diez mil entidades han sido designadas como objetivos de sanciones. El éxito más claro de una presión de boicot hasta la fecha fue quizás la campaña global contra el sistema de apartheid de Sudáfrica. En 1986, Estados Unidos se unió a otros socios comerciales de Sudáfrica para aprobar sanciones, y se extendió el movimiento para desinvertir y boicotear los bienes y servicios del país. La presión económica resultante ayudó a poner fin al apartheid en 1994".


Se trata, sin duda, de un magro resultado el de esta política de castigos económicos cuando solamente podríamos evocar un único caso de éxito que consiguiera revertir la permanencia de un régimen. Nicholas Mulder, historiador y autor de “El arma económica”, avanza una explicación al respecto: "El surgimiento de las sanciones como herramienta de la guerra moderna, señala que, en estos y otros países sancionados de manera agresiva por gobiernos occidentales, los líderes despóticos duraron años o permanecen obstinadamente en el poder. Las sanciones -continúa Mulder- son una especie de alquimia. Aplicas toda esta presión a la caja negra de la economía de un país y esperas que, al otro lado de esa caja negra, surja un cambio político. Pero que el dolor y la presión conduzcan al cambio que se desea ver es el verdadero desafío, y a menudo la gente subestima lo difícil que será. Y ésa es la razón de que las sanciones suelen ser mucho menos efectivas de lo que uno podría pensar”.


En un mundo globalizado, además, las repercusiones de estas políticas no se agotan en el estricto plano del represaliado y del sancionador. No se trata sólo de una relación bilateral. Daniel Drezner ha escrito para Foreign Affairs que en las sanciones decretada contra China, el 8% las paga el citado país, el 91% corre a cuenta de los exportadores estadounidenses que lo repercuten sobre los consumidores. Y no sólo eso, siempre según Drezner, algunos países -Rusia, por ejemplo- responden a las sanciones con otras sanciones, lo que perjudica también a terceros países. Drezner opina que esta política, practicada en contra de Irán, ha producido el efecto perverso de la reactivación de su programa nuclear.


Hay un aspecto en el que los teóricos de la política económica internacional no entran en muchas ocasiones -o lo hacen de puntillas-. Es éste el de la necesidad que tienen las democracias de limpiar en alguna medida su conciencia sin tener por ello que llegar al extremo de adoptar medidas de difícil explicación a su ciudadanía y de la no menos complicada reversibilidad que tienen algunas operaciones de ocupación de territorios ajenos y distantes. Basta como ejemplo de este último supuesto el de la vergonzante salida occidental -estadounidense en especial- de Afganistán.  En esa tierra de nadie que media entre el no hacer nada y liarse a tiros se encuentran ese tipo de medidas. No servirán para modificar el actual estado de la situación, pero dirán a su clientela interior -sus votantes- y exterior -los opositores silenciados de los regímenes a sancionar- que no son, no somos, ajenos a sus convicciones. 


Un lavado de conciencia que el que escribe estas líneas experimentó en las dos resoluciones de urgencia del Parlamento Europeo en contra de la cúpula gobernante en Venezuela. Una institución sin competencias para la política exterior llamando a los gobiernos que componen la UE a que decreten sanciones contra un régimen de sátrapas. ¿Sirven para algo? Mejor eso que no hacer nada.

domingo, 17 de marzo de 2024

El elefante en la habitación

La expresión "un elefante en la habitación", se deriva de un cuento indio, y es por lo común utilizada en el mundo empresarial para referirse a asuntos que resultan evidentes, pero a la vez incómodos de evocar, por lo cual se elude su mención a pesar de su indudable relevancia. Nacida en el ambiente de los negocios, esta locución puede también utilizarse -y de hecho se usa- en el mundo de la política.


El hecho de olvidar, de manera más o menos inconsciente, su presencia, no consigue anular los efectos que inevitablemente supone el deambular de semejante proboscídeo en el siempre reducido espacio de un cuarto.  No es posible mirar hacia otro lado: siempre nuestra vista tropezará con el imponente animal.


Lo mismo que le ocurre a la derecha democrática portuguesa con el espectacular resultado de Chega, el PP tiene un elefante en la habitación que en este caso atiende al nombre de Vox. 


Cualquiera que sea su fuerza política derivada de sus resultados electorales o de los pronósticos que estimen las encuestas; ya se trate de elecciones autonómicas, generales o europeas, Vox ha invadido un espacio político que el PP consideraba como propio e inalienable, con el efecto del abandono del partido fundado por Fraga y refundado por Aznar de una significativa parte de su electorado.


Pese a que el PP es sobradamente consciente de esa circunstancia, carece de una política concreta respecto del partido que le flanquea en el ámbito de su derecha; o, para ser más exactos, mantiene hasta dos posiciones diferentes. Por una parte, afirma que Vox no tiene sentido porque estorba la necesaria alternativa al socialismo de la llamada "sanchosfera"; por la otra, pacta con el partido presidido por Abascal en las comunidades autónomas en las que precisa de su apoyo para alcanzar el gobierno. 


Esta doble política enreda hasta tal punto la estrategia del medio y largo plazo, como la táctica a corto, que el socialismo sanchista ha convertido en la clave de su derrota/victoria del 23-J. Vendrán otras elecciones y se repetirá el problema (las gallegas no cuentan a estos efectos, dado el nivel de clientelismo que mantiene el partido de Feijoó en esa región; y las vascas tampoco, pues si el PP está llamado a ser convidado de piedra en Euskadi, no sería educado describir el papel de Vox en esa comunidad autónoma).


Es preciso admitir que el PSOE -de la misma manera que el común de la izquierda en otros países- ha conseguido introducir en la conciencia ciudadana el marco mental por el que resulta necesario crear un cordón sanitario a la extrema derecha, el cual no es extensible a la extrema izquierda -a la que ni siquiera se la menciona como tal-. Una estrategia que sólo ha conseguido triunfar con el apoyo de la derecha democrática, todo hay que decirlo. La renuncia a la presentación de batalla también en este frente no es exclusiva tampoco del PP.


El PP ha renunciado a advertir la presencia del elefante en su espacio político, y la consecuencia de esa ceguera le sume en una especie de nirvana espiritual en el que las propuestas a las que deberían servir sus actuaciones simplemente no existen. ¿Alguien conoce su opinión para abordar la cuestión territorial, más allá de enmendar las cesiones en esa materia del sanchismo a los nacionalistas? Nada, ni siquiera la reciente "declaración de Córdoba" le dedica atención a este trascendental asunto. Tampoco del PP sabemos cómo se propone derogar las prácticas del actual gobierno, ¿hay algún texto que describa alternativas concretas para reducir el gasto público, mejorar la competitividad de nuestra economía después del despilfarro de la coalición de la izquierda con la extrema izquierda y el independentismo, sin que ello conduzca al desastre de lo que queda de nuestra sufriente clase media? Ninguna línea, ninguna indicación. ¿Nos han explicado desde ese partido de qué manera intentarán recuperar -al menos en parte- el prestigio internacional perdido por España, en especial después de la carta de pleitesía redactada en Rabat y -mal- traducida al español, sin que exista compromiso concreto de reducir la inmigración ni de abrir las aduanas de Ceuta y Melilla? Nada sabemos de eso, más allá de una vaga promesa de que volveremos a la situación anterior, y es de presumir que tampoco eso se hará.


Por supuesto que la procesión va por barrios, y que los hay en el PP que afrontan de cara y sin complejos la situación. Es el caso de la Comunidad de Madrid, que es también el caso en el que este partido no necesita a Vox para gobernar. En otras regiones, el PP ha optado con mimetizarse con la defensa de esos espacios territoriales y, en ausencia de partidos nacionalistas, practicar una especie de regionalismo que emule a los nacionalismos pero sin pasarse de la raya. En todo caso, tampoco existe seguridad de que la fórmula de Isabel Díaz Ayuso y Miguel Angel Rodríguez obtenga los mismos resultados en el resto de España que en Madrid.


Le ocurre al PP algo parecido respecto de las coordenadas ideológicas que se sitúan en el eje derecha/centro, y su operación consistente en fagocitar el espacio político liberal, integrando en el partido de Feijoó algunos de sus más reconocibles activos en el ámbito representativo y de consejería y asesoramiento. Una maniobra que no parece integrar más que a personas, con el efecto de desdibujar aún más -si cabe- sus perfiles programáticos.


La suma de estas políticas conduce a la integración de un magma líquido que carece de color, de sabor y de olor, como dicen que antes ocurría con el agua. Que este producto sepa mejor que otros agrios y pestilentes fluidos no significa que todos prefieran este tipo de sabores sobre todos los demás posibles.


El partido que preside Santiago Abascal -quien compartió con quien firma este comentario escaño en el Parlamento Vasco en tiempos difíciles- fue fundado por otro amigo mío, el ex vicepresidente del Parlamento Europeo, Alejo Vidal Quadras. En el Abascal de entonces y en el Vidal Quadras de ayer y de hoy no se advertían tendencias populistas, pero la actual deriva de Vox, sus socios en el Parlamento Europeo y sus relaciones con Donald Trump conectan de manera significativa con la salida de Iván Espinosa de los Monteros de la primera fila del escenario público. Todo parece indicar que un partido que parecía postularse en la afinidad con la derecha liberal conservadora ha mutado de forma ostensible hacia el populismo reaccionario.


Y no es que Vox sea en puridad una escisión del PP, pero sí que constituye una expresión de descontento con esa política de magma líquido que comentaba más arriba. Una contracción en la que se reclama un regreso a los valores de la unidad de España como marco imprescindible de una ciudadanía libre e igual. Todo eso parece haber quedado marginado en un rosario de identitarismo patrio, de reivindicación de glorias pasadas y de tradicionalismo "enragé", como si ni siquiera la expresión de la "doble llave al sepulcro del Cid” que proclamara Joaquín Costa -el mismo que reclamaba un "cirujano de hierro" como solución a los problemas de España- hubiera sido dicha en alguna ocasión.


Pero también se advierte en esas políticas la sensación de patética orfandad que tienen los hijos que han perdido a sus padres antes de tiempo. Se diría que reclaman su atención, que 

sienten la añoranza de su compañía, que esperan a que llegue el momento en el que puedan compartir las cosas que nunca llegaron a decirse; y exigen su interés practicando las más inverosímiles calaveradas. 


Como ocurría en la parábola bíblica del hijo pródigo, quizás haya llegado el momento, siquiera por necesidad, no por afecto en este caso, de que el padre abra los brazos y elimine así el espantajo del elefante en la habitación. Señalaría también con esa actitud las líneas rojas que su vástago no debería cruzar y mostraría que un partido como el PP es capaz de disponer de un cierto sabor, más allá de la sensación de que no es tan acre como el gusto que desprende su rival.


De esta solución depende, hoy por hoy, la recuperación en nuestro país de una cierta deriva acorde con la Constitución, necesariamente abierta a un realineamiento del otro partido sistémico -el PSOE- respecto de este mismo objetivo, toda vez que el centro político continúa pendiente de representación política en España.

sábado, 9 de marzo de 2024

Je suis un autre

 Traigo hoy a este blog el comentario de una canción de Georges Moustaki. Un cantautor que se prodigaba con frecuencia en los casi íntimos escenarios de las pequeñas salas de conciertos. Era este cantante una de esas figuras que uno espera encontrar en un clásico café de París, recabando la atención de un público al que quizás le interesen más sus asuetos privados que los acordes del intérprete; pero que, asombrados de repente por la belleza de las palabras y la musicalidad de sus canciones, dejarán a un lado sus cuitas y seguirán con atención profunda las evoluciones del artista.


El músico, nacido en Alejandría, en el seno de una familia judeo-griega, originaria de la isla de Corfú, se crió en un ambiente heterogéneo, en el que se confundían las culturas judía -su religión-, griega, italiana, árabe y francesa. Patria de acogida la de esta última nación, Moustaki, viajaría a París, donde tendría la oportunidad de escuchar a uno de los grandes de la música, Georges Brassens. Admirador ferviente del poeta y cantante, nacido en Sète, decidió adoptar su nombre de pila como propio.


Más conocida sería su afinidad con Édith Piaf, con la que, además de mantener una relación amorosa, sostuvo una cercanía profesional, componiendo para ella la canción "Milord"; de igual manera que crearía temas para Serge Reggiani o Yves Montand -amigo íntimo, este último, del escritor y político español, Jorge Semprún. 


En "Je suis unautre", "Soy otro", o "soy otra persona", Moustaki se descompone de una manera dialéctica, en la que establece un universo de contrarios. Se presenta a sí mismo como "un debutante en los tiempos que le han blanqueado -o le han encanecido-, un beatnik que envejece, un patriarca novicio". Es un "jardinero libertino" al que le gusta la aventura, un viajero sin embargo inmóvil, un "soñador despierto".


Es el poeta una lagartija que ha nacido cansada, un optimista amargo y un pesimista alegre. Es un hombre de hoy, pero al que le ha crecido una barba de apóstol. Y, pudiendo ser todas esas cosas a la vez, sin embargo, es otro.


El cantante se hace uno con los demás, se funde entonces con un organismo compuesto por otros seres. Y anuncia: "Yo soy tú, soy yo, soy el que se parece a mí, y me parezco a los que hacen juntos el camino, para buscar, para cambiar de vida, antes que morir de un sueño incumplido”.


Se diría que el artista se disuelve en una masa que va y viene, como les ocurre a quienes se integran en el partido -el comunista, por supuesto-, perdiendo así cualquier noción de individualidad. "El partido piensa, el partido ordena, el partido tiene siempre la razón...". Con esas gentes me voy por donde sopla el viento, allí donde está la fiesta o donde se sufre. Pero cuando me adormezco entre las hierbas altas, me encuentro solo y soy otra persona. El poeta recupera siempre un hálito de identidad personal, más allá de esa tribu que baila y que a veces lo pasa mal. El artista es más bien un libre-pensador, un libertario pacífico, como lo era su admirado Brassens.


El bardo nos dice que su propósito consiste solamente en hacerse escuchar. Como los juglares medievales, Moustaki se ha colgado la guitarra al cuello para compartir con nosotros sus canciones, para gritar, eso sí, en voz baja, todas sus revueltas. No aparece aquí el término “revolución", en ese diálogo que, recuerda Stefan Sweiz en su biografía de 

María Antonieta. Le preguntaba Luis XVI al duque de La Rochefoucauld-Liancourt en el atardecer del 14 de julio de 1789: "¿Es una revuelta?" "No, Sire. Es una revolución", le contestaría el aristócrata al monarca. El poeta viene a contarnos sus penas, pero de manera desenvuelta. No es preciso dramatizar demasiado, parece advertirnos; los juglares, después de todo, sólo queremos divertir.


Para eso, ha dejado el cantante en su camerino lo que le quedaba de pudor, esa timidez que nos impide proyectar nuestras emociones hacia el público; ese "striptease” que nos ocurre siempre que se levanta el telón y las gentes te observan con una expresión a medio camino entre la curiosidad y la extrañeza. El miedo escénico lo combate Moustaki dejando atrás sus vergüenzas. Las luces se ciernen entonces sobre él, descubierto ya; y el poeta nos hablará de los amores, que son un poco los nuestros, que son, en realidad, suyos, incluso si él sigue siendo otro.

sábado, 2 de marzo de 2024

La Unión Europea en la deriva política española


Apenas se habían cerrado las urnas y recontado los votos de las elecciones gallegas, cuando los portavoces del PSOE se apresuraban a expresar su opinión con dos significativos razonamientos: el resultado de esta convocatoria no es extrapolable al nivel nacional, era el primero; después de todo, el "bloque progresista" -la "sanchosfera", a decir de otros- ha crecido gracias al avance del BNG.


No es preciso insistir demasiado en que el resultado de la marca gallega del socialismo ha sufrido un revolcón catastrófico, una derrota que no admite paliativos que se pretende ahora encubrir a través de dos tesis en apariencia contradictorias, porque si los comicios gallegos son sólo gallegos y nada que ver tienen con el resto de España, ¿qué falta hace invocar al crecimiento del progresismo? (por cierto que no me resigno a denunciar ese ‘fake’ argumental que considera avanzado algo que sólo apela al sentimiento, el victimismo y la identidad supremacista).


No se reconoce por el PSOE lo que uno de los más sensatos de los socialistas ha expresado con frase sabia: es preciso que reflexionemos "para que el ciclo no se convierta en un ciclón", pero no, no habrá autocrítica, ni de la mala, de esa que hacían los comunistas, que era más bien la sanción previa a la expulsión eclesial del partido; ni de la buena, la que practican quienes, después de reconocer que carecen de un proyecto que sintonice con las inquietudes de sus electores, se ven dispuestos a rectificar.


En lugar de eso, Sánchez sigue dispuesto a recuperar su derrota -dicho sea en términos marineros-, ha pedido un plazo adicional para ceder a los de Junts y llegar a una propuesta de amnistía aceptable para ellos, y ha vuelto a llevar a Bruselas, al mediador Reynders y al PP que, a cambio de la renovación del CGPJ, sólo se ofrecerá una vaga promesa de modificación del sistema de elección del órgano de gobierno de los jueces. "Nihil novum sub sole", Sánchez no se plantea otra opción.


Y entretanto hay quien confía en que la solución a este gobierno que padecemos vendrá de las instituciones europeas, que la Comisión Europea pasará del capítulo de la apertura de expedientes por razones concretas a la imposición de sanciones. Pero habrá que reconocer que la futura ley de amnistía no podrá ser examinada por las autoridades europeas hasta que sea aprobada -faltaría más- o que no parece que Reynders pueda forzar un acuerdo que impida a la "longa manu" socialista hacerse con el control del poder judicial. Y habrá que recordar que la reversión de la deriva populista polaca -en tantos aspectos similar a la nuestra- sólo se ha producido por el voto de la ciudadanía de ese país, lo que no hizo la española el 23-J.


Ni siquiera tiene, a estas alturas de la cuestión, el escándalo “Koldo” y el pulso que parece decidido a mantener Ábalos con el PSOE, mayor capacidad de desencadenar la caída del castillo de naipes en el que está instalado el sanchismo; la justicia podrá ser inexorable, pero también resulta lenta en sus decisiones, y para cuando afloren investigaciones, procesos y eventuales condenas los tiempos políticos -cualesquiera que sean éstos- serán muy diferentes.


 Tampoco cabe contar con que la posible resolución anulatoria de la futura ley de amnistía, y la consecuente cancelación del apoyo de Junts al actual presidente supondrán la salida de Sánchez de la Moncloa.  En todo caso, en tanto que no concluya el largo proceso de tramitación de los correspondientes recursos, el presidente podrá alegar el argumento del mal menor -un PSOE domesticado en apariencia y controlado por ellos- frente al peor de los males -"que viene el PP disfrazado de lobo".


Entretanto, la ciudadanía española -o su proyecto de tal cosa, pues nunca se ha consolidado en nuestra historia- se ha quedado instalada a mitad de camino entre el "aquí no pasa nada" y el "sálvese quien pueda", reduce su condición participativa a votar cuando se le convoca a ello y prefiere atender los cantos de sirena del "que viene la derechona" antes que advertir la evidencia del gobierno entregado a las fuerzas políticas más disolventes de España que son el nacionalismo insolidario y supremacista. 


El castillo de naipes funcionará hasta que al común de los mortales le llegue el agua al cuello (a algunos ya les está llegando, véase el caso de los agricultores). Cuando el desbordado gasto público, ínsito en la propia seña de identidad de un gobierno constreñido a ofrecer dádivas a todos sus insaciables socios, subvenciones a los desfavorecidos de la población -aunque en ocasiones no lleguen, debido a la inoperancia administrativa- y engordando la nómina de servidores públicos hasta extremos nunca vistos, está generando un crecimiento artificial de la economía que desembocará, antes o después, en una inmensa burbuja que sólo el tiempo se encargará de pinchar.


El gobierno se enorgullece del crecimiento de la economía española y del empleo, pero no se acompaña esta alegría de una solidez que permita albergar grandes esperanzas. La economía de nuestro país se infla como una pompa de jabón que podría estallar en cualquier momento. Una no desdeñable parte del buen comportamiento procede de los fondos de recuperación europeos, asignados a los miembros de la UE para su recuperación después de la pandemia. El pasado año, El Independiente titulaba: "El PIB sólo crecerá este año gracias a los fondos europeos. El país caería en recesión de no ser por los fondos Next Generation, según cálculos de Esade". El pasado 1 de marzo, el diario ABC, daba cuenta de un documento de la Auref según el cual “España afronta un ajuste fiscal de 10.000 millones de euros al año entre los cuatro y siete años que vienen.


En lo que se refiere al empleo, el informe Funcas ha indicado que nuestra productividad decae, las cifras de oferta pública resultan extraordinarias en términos comparativos con otras épocas de nuestra historia moderna, y la conversión de los fijos discontinuos en trabajadores simplemente normales parece más el trasunto de la falsedad que incorporan las medias verdades que una realidad. 


Únase a todo lo dicho, como manifestación de los males políticos y económicos nacionales, una situación geopolítica que no resulta precisamente envidiable. Nadie sabe qué ocurrirá en los Estados Unidos si Donald Trump resulta elegido en noviembre, cuál será la deriva de la guerra en Ucrania -que, es preciso recordarlo, en su frente de combate está defendiendo el proyecto de libertad europeo y aún occidental-, hasta qué punto se extenderá en el tiempo y en el espacio el conflicto en Palestina o si China aprovechará el desconcierto general para abrir otro escenario bélico invadiendo Taiwán. Los efectos de todo ello en las economías de los diferentes países son imprevisibles.


¿Llegará o no la "crisis del gasto público excesivo" al bolsillo del contribuyente? En algún caso ya ha ocurrido en la voracidad de una Hacienda Pública incapaz de indexar los tipos impositivos a la inflación; lo que incrementa notablemente nuestras obligaciones de pago en el impuesto sobre la renta; y se percibe también en los hábitos de consumo que prefieren las llamadas marcas blancas o que reducen sus compras de manera significativa, según nos advierten los establecimientos comerciales. Según informa El Confidencial, la encuesta de condiciones de vida realizada por el INE ofrece un retrato preocupante: el 37,1% de los españoles no tuvo el año pasado capacidad para afrontar gastos imprevistos; casi 2 de cada 5 ciudadanos no pudo hacer frente a un gasto adicional pero necesario; el 33,1% de la población no pudo permitirse salir de vacaciones al menos una semana al año; cada vez más personas tienen dificultades para llegar a fin de mes a pesar de tener empleo; y la carencia material y social severa pasó del 7,7% al 9%, mientras que el riesgo de pobreza o exclusión social aumentó hasta el 26,5%.


Pero quizás lo peor aún está por llegar, y ese "peor" ocurriría en el supuesto de que el desorden de nuestras cuentas públicas contamine, a través del euro, a las economías más austeras de Europa. Sería entonces llegado el momento en el que los "hombres de negro" (o de gris oscuro, porque ningún gobierno los calificará de tales) ordenen parar los excesos presupuestarios, el déficit excesivo y la deuda pública desbocada.


Y es que, por mucho que acotemos, a efectos explicativos, la economía de la política, y a éstas de la sociedad en su conjunto, no existen en la vida compartimentos estancos. Una política basada en la subvención y el gasto, producto de concesiones sin medida a los socios incontenibles que sólo pretenden una debilitada España en la que campar a sus anchas, exige sin lugar a dudas un esfuerzo suplementario y en ocasiones excesivo al sector privado de la economía nacional que deberá soportar esas medidas económicas, cuando no una contribución adicional de los presupuestos europeos y aún los de otras economías de la zona euro que deberán pagar cifras de las que no son responsables, con tal de que el edificio monetario no se venga abajo. Que la economía española sea "too big to fall", al contrario de lo que ocurría con la griega, no es motivo que nos impulse a la satisfacción. 


Es evidente que los presagios del porvenir económico no son tan difíciles como los que ya vivimos en el año 2008 y que provocaron la desbandada salida de Zapatero y la -desaprovechada -en tantos aspectos- mayoría absoluta de Rajoy. Pero los expertos auguran en todo caso un "soft landing" (aterrizaje suave) de las economías occidentales, en el que la española causaría los adicionales efectos, consecuencia de las debilidades celtibéricas, producto de nuestro mal gobierno. 


Será entonces -si no ha llegado ese momento con anterioridad- cuando ese pulpo en el que se ha travestido Sánchez carezca de asideros a los que agarrarse para mantener el poder. Uno puede luchar contra los elementos, pero cuando se topa con la iglesia romana que forman hoy los funcionarios de los pasillos de Bruselas es llegada la hora de arrojar la toalla.


   












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