Dirigiendo su mirada hacia el cielo azul de aquella tarde ese sujeto abrió una boca poblada de dientes que los muchos meses -¿años, quizás?- pasados sin notar el cepillo y el dentífrico, habían coloreado en una amplia gama de tonos que viajaba del gris, más o menos penetrante, al negro; pasando por los marronáceos.
Después soltó una carcajada que sonaría a tabernaria, para decir a continuación con voz de beodo:
- Lo que quiero está claro que me lo puedes dar tú, preciosa.
Y volvía a hacer sonar su estruendosa risa.
Vic Suarez puso la marcha atrás y recorrió así un par de metros. Frenó en seco y sacó de nuevo su cabeza por la ventanilla para decir con la voz más alta que era capaz de emitir:
¡Si no quieres que te atropelle es mejor que no te muevas!
El hombre del gabán marrón la miró con el desconcierto pintado en su rostro. Vic arrancó con gran estrépito. Realizó un volantazo a la izquierda, bordeando al tipo aquel, que no sabiendo muy bien qué hacer daba un pequeño traspiés hacia su derecha, reduciendo la distancia entre su maltrecha figura y el coche de Vic Suarez, que pasó rozándole ligeramente.
Todavía pudo ella seguir la escena desde su espejo retrovisor. El sujeto se levantaba torpemente del suelo y elevaba su puño derecho cerrado en actitud amenazadora. Algunas palabras, no precisamente gratas, surgieron de su boca. Pero ya Vic Suarez no podría oírlas. Había cerrado de nuevo la ventanilla del coche.
De repente la calle se poblaría de tipos como aquel, que a los ruidos provocados por ese suceso, surgían de las calles aledañas como un cortejo de muertos vivientes, algo así como en el célebre vídeo de Michael Jackson.
Vic Suarez sudaba frío. Ahora podían surgir otros tipejos desde otros lugares y cortarle el paso de una manera total. De modo que avanzó lo más rápido que podía.
Casi sin tiempo para hacerlo, recapituló: su objetico era llegar a la calle Génova, a la antigua casa de los Marichalar y que se había convertido en sede del Partido Popular, antes de que las revueltas de ese año 2.013 hubieran llevado a la revolución más trágica que Madrid había conocido en su historia reciente, quizás más que el final de aquella guerra civil de que hablaban sus padres, jalonada de paseíllos y bombardeos.
Si continuaba por callejuelas como esas era más que probable que se diera de sopetón con otros vagabundos, y la solución a esos posibles encontronazos en este último caso podía no resultar tan fácil como en el anterior.
Por el contrario, si utilizaba alguna calle más céntrica era más que probable que la parasen los hombres de Leoncio Cardidal y que entonces no la dejaran pasar. Pero siempre quedaría entonces la posibilidad de intentarlo de nuevo entre calles de menor importancia.
Vic Suarez tenía tal miedo metido en el cuerpo que prefería en esos momentos antes que a los delincuentes que formaban el servicio de orden oficial a los mendigos organizados en bandas.
En realidad nadie sabía cuál de las dos cosas era peor.
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