jueves, 28 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (171)

Bilbao, 4 de mayo de 2003.

Querida Lorsen:

Te escribo a mi regreso de Arrechea con una sensación agridulce después de este mi primer cumpleaños sin ti. Hasta esta ocasión no he sido consciente de lo que significabas tú en esa casa: Tus cuadros –por cierto, me he traído tus últimos lienzos para ponerlos en Lanzarote-, la colección de fotografías en las que apareces tú o gente de tu familia, tus trazos en la puerta del salón, en la ventana que comunica a este con el comedor... Arrechea era y eres tú de tal manera que esa casa se ha quedado prendida a tu recuerdo para siempre.
Cenamos en el Pyrenées, y les expliqué a Patrick y a madame Arrambide que te habías ido. Por discreción no habían querido preguntar nada.
Me encontré en el Bar Gárate con los hermanos Villalonga al completo: Mariú, Juan, Fernando y Coco. Amenazaron con una visita por la tarde a casa, pero Eloy García no había llegado aún desde Madrid y yo no quería que se me fuera la ocasión de un paseo agradable en un pésame. Creo que lo percibieron muy bien, porque llamaron después –yo ya no estaba en casa- para decir que se les había complicado el día y que nos veríamos en verano.
Me siento bastante alejado de ellos, que no han tenido prácticamente ningún detalle conmigo. Una triste llamada dejada en un contestador, salvo Fina que intentaba hablar conmigo en repetidas ocasiones, hasta que fui yo mismo quien me puse en contacto con ella. Tu marcha me ha dicho muchas cosas respecto de algunas personas, porque tú no te has ido de cualquier manera, y así como ha habido quien ha aprovechado la oportunidad para tender puentes de reconciliación, los hay que no han querido entender nada en absoluto.
Hemos pasado por la Posada, hemos recorrido los paseos que conducen a la Fuente de la Teja, a Roncesvalles, el camino amarillo con final en las Tres Hayas y con vuelta sin más. He hablado con Tellechea –hay gente que le ha hablado de su interés por la casa-, con Javier Escribano –que acompañaba a su madre de paseo, la pobre invadida por el Alzheimer...
Como dijo el infante don Carlos, después de la última de las guerras carlistas: “Volveré”, pero no haré como él, que por fortuna se quedaba fuera de España para siempre. Yo no creo que nadie tiene derecho a que no abra mi casa en agosto –seguramente después de Lanzarote- y a que franquee la entrada a quienes más me convenga. Si tú y yo no fuimos capaces de “estropear” el verano a nadie, tampoco ese “nadie” me lo va a estropear a mí. De modo que tuerto apareceré en Arrechea –quizás con tu hermana Gaby- y con Bècaud para continuar con ese rito anual que interrumpimos en el verano pasado. Siempre pegado a tu recuerdo, mientras que tú sigues descansando en un profundo sueño del que ya no despertarás.
Pilar me ha recibido mal. No quería que le diera siquiera un beso, ni que me quedara con ella. Por lo visto creía que iba a aparecer con mi hermana Teresa... Aún creo que tolera de forma difícil mi presencia unida a tu ausencia. Tengo que reconocerte que no se trata de una visita agradable, que se me hace duro cuando dan las doce y el portero automático suena desde la calle para que baje y me meta en el coche que me conducirá a Cruces. Pilar prefiere ver a otra gente que no sea yo, a esas personas que no le recuerdan necesariamente a ti, aunque vea con naturalidad las fotos en las que tú apareces –conmigo, con ella, con Bècaud-, aunque no asome en ella ningún rictus de dolor en esos momentos. Pilar quiere -¿quién no?- que cualquier día dés por concluido tu largo viaje y toques a la puerta de la UCI. Y yo soy poco más que un recordatorio de ti, de las visitas que hacíamos juntos, de los regalos que tú me hacías a través de ella. Tú, siempre tú, presente y ausente, cercana y distante, alegre y triste, en ese agridulce recuerdo de mi primer cumpleaños sin que nadie me esperara con la ilusión de todos esos 30 de abril, con el periódico listo sobre la mesa de la cocina, el pan fresco y crujiente y algún dibujo-juego que debería por fuerza abrir antes de hacer ninguna otra cosa. Eso no se repite, salvo en el recuerdo de los días que fueron felices, de esos días que a base de repetirlos yo no les daba casi importancia. Creía que tu estarías ahí para siempre y que tu amor por mí se prolongaría hasta el final de mi existencia –siempre había pensado que me sobrevivirías, he cometido demasiados errores a lo largo de mi vida y ese era otro más.
Y aquí me tienes. Escribiendo una carta esta tarde de domingo, poco antes de que me lleve a Bècaud a casa de tu padre, antes de pasar una larga semana más que terminará en un fin de semana en el que Pilar volverá a estar presente –si la campaña electoral me permite la regularidad habitual, en todo caso la visitaré-. Pegado a ti, como una enredadera, pensando en el día de tu cumpleaños, en la flor que te regalaré –por cierto, el jardín de Arrechea estaba plagado de las florecillas amarillas que tanto nos gustaban, traté de cortar algunas en la mañana de ayer, pero aún no habían abierto sus pétalos al sol y no me las pude llevar para ofrecértelas, junto a tus cenizas, hasta que se marchitaran.
Me tienes aquí triste, solo, sin consuelo... Aunque consciente de que hay dos cosas que me atan a este insufrible infierno en que se ha convertido mi vida: Pilar –a pesar, ¡ay!, de sus desplantes- y la libertad para este pedazo de España. De lo contrario, si tú estuvieras en alguna parte, yo ya me habría reunido contigo, aunque fuera en ese sueño final que inevitablemente compartiremos algún día.
48 años y las hojas del calendario persisten en caer. Me faltas de tal manera que no quiero concluir esta carta, aunque no tenga mucho más que contarte. Sólo decirte una vez más que te quiero. Y enviarte un beso de despedida hasta la semana que viene, en la que la monotonía de las gestiones que se acumulan me aportará seguramente un poco más de serenidad.

miércoles, 27 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (170)

Cristino Romerales le había entregado un enorme “Walkie-Talkie”, como esos que usaban en el ejército americano durante la Segunda Guerra Mundial. Disponía de una cobertura de al menos cinco kilómetros y una batería que podía durar al menos veinte horas.
- Ten por seguro que antes de que transcurra ese plazo os llamaré –le aseguró.
Se trataba de un procedimiento más fiable que otro cualquiera. Según la información de que disponían en la Junta de Chamberí, el Departamento de Policía de Chamartín carecía por el momento de un servicio de escuchas telefónicas. “No son un diez en tecnología, precisamente”, comentaba Cristino con sorna. Pero la cosa tenía sus riesgos y ellos no podrían acceder al código cifrado en el que se producirían las conversaciones entre Brassens y Romerales.
- Aún así convendrá que seamos precavidos –insistía el jefe de la policía de Chamberí-. Nada de nombres, todo lo que hablemos será en sentido figurado.
Como en la época de Franco, cuando “el mal tiempo” siempre venía de Galicia, pensaría entonces Vic Suarez.
Romerales la acompañó, un tanto ceremonioso como acostumbraba, hasta la puerta de salida de la sede de la Junta. Antes de despedirse hizo una seña a Sidi Ben Bachat, que se acercó hacia ellos.
- Sidi. Quiero que la lleves a su casa. Utiliza un coche que no sea oficial y que pase desapercibido. Es muy importante –le dijo.
El saharaui asentía disciplinadamente.
Se despidieron. La noche había caído pesadamente sobre el viejo Madrid y la calle Génova se iba vaciando a pasos forzados: esos tiempos del 2.013 parecían recuperar las viejas épocas medievales, en las que la ausencia de luz natural despojaba a las calles de su algarabía natural, porque la oscuridad traía consigo todas las perversidades y en su negrura sólo evolucionaban a satisfacción las peores gentes.
Bachat ordenaba a un agente que le acercara el vehículo que había elegido para la operación.
- Te dejaré en tu casa. Corres un peligro muy serio si te arriesgas a hacerlo sola –le explicó.
- ¿Y dejar mi coche en la embajada americana? ¡Ni hablar! –exclamó esta.
Pero Bachat era hombre avezado en la guerra y la resistencia, de modo que se mostraría inflexible.
- Hazme caso Vic. Tu coche está bien cuidado. Mañana lo recuperarás.
Parecía que no había otra opción, de modo que Vic Suarez esperó junto con el saharaui a que les trajeran el coche.
No debieron pasar muchos minutos antes de que emergiera de los bajos del edificio que fuera sede del Partido Popular un vetusto R-5 de un ya descascarillado color rojo mate. El motor, pasado de vueltas lo mismo que su carrocería, producía un rugido espectacular.
- ¿En ese trasto vamos a ir? Es como avisar a todo el mundo de que estamos pasando… -dijo Vic, a quien el disgusto se unía ahora la sensación de un nuevo peligro.
Bachat sonrió ampliamente antes de decir:
- Esto es como los escoltas en el País Vasco. Supongo que has oído hablar de eso. A veces es más importante que se noten a que pasen desapercibidos.

martes, 26 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (169)

Cualquier rincón de Bilbao tenía para Jorge Brassens la cualidad de activar el mecanismo de la memoria de los tiempos pasados. Y esa noche no iba a constituir una excepción. Había dejado su equipaje en un hotel y se dirigía a la cafetería Boulevard que presentaba un aspecto singular después de su reforma: unos sofás y sillones que más parecían destinados a un salón de casa burguesa acogían al visitante en el primer espacio del establecimiento y una barra más reducida de la habitual eran los cambios producidos en la decoración del local.
- Otro cambio a peor –masculló Brassens, que había dejado ya hacia tiempo de admirar las renovaciones que los nuevos propietarios traían inevitablemente de la mano.
Y es que el Boulevard, del que como representante de La Unión y el Fénix Español, fuera Jorge administrador, lo heredaba él en un estado de semi abandono que llegaría a un deterioro total después de las inundaciones de 1.983. Alquilado después por la empresa de Iñaki Aseguinolaza –personaje fallecido ya y cuya trayectoria empañaría un turbio episodio de negociación con ETA- emprendía una importante reconstrucción de la cafetería y del primero de sus pisos. Ese nuevo Boulevard se convertiría en punto obligado de reunión de los aseguradores “fenicios” y de sus clientes y visitantes o lugar de rápidos sándwiches para que Brassens hiciera un alto en el camino respecto de su jornada laboral. Y andando el tiempo había sido también lugar de encuentro de la asociación de poetas vizcainos, donde quien quisiera leía un texto de su invención o de algún versificador conocido y recibía los educados aplausos del público.
No daba para mucho más la cultura de provincias de un Bilbao capitidisminuido de negocios y de entendimiento. Habían quedado muy lejos las tertulias del Lyon D’Or, donde don Pedro Eguillor hablaba de España y el Doctor Areilza –el de la calle-, Gregorio Balparda y otros le contestaban.
Le ofrecían un sándwich, pero frío porque la cocina estaba cerrada -¡a las 9 y media de la noche!- así que Brassens declinaba la oferta y se iba hacia el bar Víctor Montes de la Plaza Nueva. Lo hizo por la antigua entrada al parking del Casco Viejo, en el que en su día fuera Jorge titular de una tarjeta mensual de estacionamiento. Eran los tiempos en que él y Lorsen habitaban un apartamento en el barrio más antiguo de la ciudad. Era la vida bohemia de los días laborables y el estrépito nocturno de las vísperas de festivos, cuando los Brasens-Lorensen huían de Bilbao con destino a su refugio pirenaico de Arrechea.

lunes, 25 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (168)

Bilbao, 28 de abril de 2003.

Querida Lorsen:

En el día en que han transcurrido cinco meses desde tu partida no quería dejar de enviarte estas letras, para decir que me sigo acordando mucho de ti y, de paso, contarte un par de cosas.
Después de acabar con mi carta de ayer me llamó tu hermano Enrique. Estaban en Bilbao, celebrando el ochenta cumpleaños de su suegra y quería organizar una cena con tu padre, Patricia, Macarena y Christian. Me pidió que me sumara y, como ya te he dicho en otras ocasiones, lo hice con mucho gusto.
Tu padre se encuentra bien y come con un apetito desbordante. La hernia que le ha salido le impide pasear todo lo que quiere, pero una vez que descansa se encuentra bien y ni siquiera los mismos médicos quieren operarle. ¡A sus ochenta y siete tampoco está mal!
Enrique y Patricia le han regalado unos auriculares inalámbricos, con los que tampoco oye bien. Les he dicho que quizás sea por los perturbadores de ondas que tiene Carlos Iturgaiz. Creen que hay que decirle que el sonido al que pone la televisión por la noche molesta a la familia del Presidente del PP vasco.
Esta mañana he hablado con Mónica Oriol y con Rafa Ustara. A la primera le he contado la historia de los escoltas; al segundo que me los cambie. Me ha asegurado que así lo hará y, además que les va a abrir un expediente. Espero que sea pronto, porque es como tener el enemigo a bordo. ¡Hasta he pensado que con el carácter que tiene Mariano, a lo mejor me descerraja un tiro por haberle estropeado su carrera profesional! ¿Te imaginas?: “Parlamentario vasco del PP asesinado por su escolta”. La verdad es que hasta me río de todo esto, pero tengo que decirte que ni siquiera me importa. Me horroriza, eso sí, la tortura, el dolor; pero la muerte se ha convertido para mí en una especie de segunda piel, sé que está ahí, acechando con su cara cadavérica y su hoz, esperando impaciente a que llegue mi momento. Pero creo que todavía no es mi hora.
Pilar está muy bien. Le he puesto en el álbum las fotos que tomó Patricia de cuando estuvimos en el pueblo del Rocío, Almonte. Después de cuatro meses ha aparecido por la UCI Sonsoles Villalonga, que debe tener un nieto en neonatal, bastante regular, por lo que me ha dicho.
Como ves sigo peleando, día a día, con la fuerza que tú me transmites, recordando cómo afrontabas tú los problemas, con valentía y decisión, quizás, ¡ay!, salvo los tuyos propios, que hace cinco meses acabaron por pararte el corazón.
Sigue descansando, guapa, que en mi recuerdo siempre estarás presente.

Un beso.

lunes, 18 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (167)

- ¿Y qué te trae por aquí? Sin duda has debido correr un cierto peligro hasta llegar… -dijo Romerales.
- Es por Jorge. Ya sabes que a mí eso de la política me preocupa sólo relativamente –repuso Vic Suarez.
- Cuando se dice eso parece que se desconoce que la política es un ámbito consustancial al ser humano… -replicó Romerales en tono distendido.
- Eso msmo dice Jorge. Yo habría preferido que nos quedáramos al margen y que subsistiéramos como mejor pudiéramos. Pero ya sabes cómo es tu amigo.
- Sí. Y lo cierto es que lo tiene difícil con este Cardidal.
- Con Cardidal y con Martos. Que es incapaz de mantener el orden en la Junta.
- Sí –aceptó Cristino Romerales después de dirigir una mirada pensativa al vacío-. Martos es uno de esos políticos de los viejos tiempos que son incapaces de luchar para conseguir algo. Les sobra la buena educación.
- ¿No dirás que Jorge no es una persona educada? –preguntó Vic, la protesta integrada en la cuestión.
- Por supuesto que no –contestó Romerales con una amplia sonrisa-. Pero Jorge es otra cosa. Tiene en sus genes algo especial. Se diría que se crece ante la injusticia.
- Bueno… -aceptaría Vic-. Lo malo es que estamos viviendo tiempos muy injustos.
- Lo son. Ciertamente….
Un largo silencio se creó después de la tajante afirmación de Cristino Romerales. Vic Suarez dio un buen sorbo a su “Chambe-cola y dijo:
- Nos tienes que ayudar, Cristino. Jorge dice que Cardidal y los suyos van a montar un buen follón…
- Según mis informaciones ya están en eso.
- ¿Sabes algo?
- Es mi obligación –contestó Romerales poniendo un cierto énfasis de reserva en sus palabras.
- Y supongo que “tus informaciones” dicen lo mismo que dice mi marido.
- Sí. El golpe de Estado contra Martos ya se ha producido –declaró Romerales-. El Presidente de la Junta de Chamartín es sólo un prisionero de los hombres de Cardidal.
- ¿Y qué podemos hacer? –preguntó Vic, la mirada puesta en la superficie de la mesa.
- Lo que tengamos que hacer lo sabrás a su debido tiempo, Vic. –repuso Romerales-. La verdad es que no pensábamos intervenir tan rápidamente, pero basta con que nos lo pida Jorge para que pongamos en marcha el operativo.
- ¿Eso es todo?
- Os mantendremos informados.

jueves, 14 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (166)

Había llegado unos minutos antes de la hora, como acostumbraba. Y es que Jorge Brassens era eso que se decía impuntual por defecto –a diferencia de los que lo eran por exceso, que invariablemente siempre llegaban tarde-. De modo que le ofrecían una silla frente a la mesa de una secretaria que atendía el despacho de la Ministra Consejera de la Embajada.
- ¿De visita por aquí? –preguntaría ella al responsable político del Partido del Progreso.
- Sí. A ver qué me cuentan ustedes respecto de lo que está pasando en los países árabes –contestó Brassens con vaguedad.
- Yo pienso muchas veces que lo que nos pasa es que hemos puesto nuestra escala de valores en una disposición equivocada –argumentó filosófica la funcionaria.
Jorge la miró desde la profundidad de sus ojos oscuros y asintió.
No quiso decir nada, quizás musitó alguna reflexión inconexa. Pero esa mujer había expuesto toda una tesis filosófica desde sus cortas palabras. Una tesis válida para muchas religiones y para los partidarios de los valores –que también los tienen- que sustentan las posiciones del agnosticismo o del ateísmo: los principios que creen en el ser humano, su dignidad y su libertad por encima de todas las cosas. Unas tesis que se formulan desde el norte al sur y desde el oeste hasta el este y abarcan al conjunto de la humanidad.
Valores de los que hemos hecho holocausto en beneficio de los contravalores que nos hablan de dinero, ambición, poder… siempre que carezcan todos ellos de contrapunto: al dinero, el reparto más equitativo posible de las cargas que debamos soportar y el mantenimiento y consecución del principio de igualdad de oportunidades: a la ambición, el cumplimiento de la ley, sin la cual los medios quedan absolutamente a merced de quien está dispuesto a escalar posiciones sin poner atención en los damnificados que puedan quedar detrás; al poder, en fin, con los controles diseñados por los mecanismos democráticos, que impiden su derivación en las autocracias que nos asolan con frecuencia.
De lo contrario nos encontraremos –como lo estamos, por otra parte- en el mundo de la representación teatral de Dürrenmatt “La avería”, donde al final de obra quien hace de abogado defensor del pobre Traps, manifiesta:
- Si condenamos a este hombre por el solo delito de su ambición, estaríamos llamando al genocidio de toda la humanidad. –Porque, añadimos nosotros, podemos llegar hasta bordear la ley para trepar hasta el punto que deseamos: no hay nada punible en ese acto, quizás, pero muchas veces resulta este plenamente inmoral.
Y la recuperación de los valores y su imbricación más exacta en la escala correspondiente es tarea que nos compete a todos, que debe surgir de la propia base social. Como la de esos jóvenes de los países del Norte de Africa que reclaman su lugar en el reparto: más igualdad en la distribución de los recursos, más participación en las decisiones que les afectan.
Primero el hombre y su dignidad, por lo tanto la libertad. Y de ese principio surgen de manera inmediata esos otros valores que llaman a una sociedad más justa, más democrática, más igualitaria…
Pero nadie quiere oír hablar de eso. Quizás sólo esa señora que desde su sonrisa apacible me llama a las consideraciones que también son las mías.
Aunque, puestos todos de acuerdo y rememorando la frase del viejo Scrooge –no sus actuaciones- economistas, políticos, tertulianos y pensadores de los que vuelan bastante bajo no paren de decirnos:
- ¡Eso son paparruchas. Lo importante es consumir!

miércoles, 13 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (165)

Bilbao, 27 de abril de 2003.

Querida Lorsen:

Te pongo estas líneas para explicarte un suceso bastante desagradable. Ayer, como casi todos los sábados quedé con Rafa Balparda para tomar un pincho y dar una vuelta. Nos fuimos al “Serantes” que está detrás del Hotel Ercilla y luego nos dimos una vuelta por el centro de Bilbao. El caso es que sobre las doce y media de la noche nos dimos cuenta de que los escoltas no nos seguían. Así que llamé a mi madre desde el móvil de Rafa Balparda –me había dejado conscientemente el mío en el apartamento- para pedirle las que eran tus llaves. Mi madre estaba esperándome sentada en el banco del “hall”, para no despistarse del ruido del timbre. ¡Excuso decirte el susto que se pegó! Cuando llegamos a casa, estaban los dos escoltas esperando junto a los “Ideales”. Le dije a uno de ellos:
- Habrán pasado buena noche, ¿verdad?
- Le estábamos buscando –me contestó torpemente.
Y yo me alejé de allí diciéndole en voz alta:
- Tengo llaves. Le he tenido que molestar a mi madre para que me las dé.
Él se quedó parado junto a la entrada de los cines.
Al cabo de unos segundos, ya en casa, sonó mi movil. Era otra vez el escolta.
- Estamos en la puerta de su casa y queríamos darle una explicación –me dijo con voz entrecortada.
- No tengo nada que hablar con ustedes. Me he pasado cuatro horas sin protección. Si hubiera algún comando de ETA suelto por Bilbao ahora estaría muerto. Mañana a las diez y media para pasear al perro. ¿Me ha oído?
Y una vez que noté que había percibido el recado le colgué.
Esta mañana he estado absolutamente seco con los dos. Me he limitado a decirles adónde me dirigía en cada momento. No les he dirigido ni un buenos días, ni siquiera un ¡hola!
Hablaré mañana mismo con Rafa Ustara y con Mónica Oriol para que me los cambien. Y, para lo sucesivo, no tendrán nunca más la llave de casa.
La situación, aunque desagradable, está bajo control. Pero quería contártela sin esperar a la próxima semana, en la que todo quedará diluido entre el cumpleaños y el puente en Arrechea.
Estoy tranquilo, a la vez que disgustado.

Un beso, guapa.

martes, 12 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (164)

Cristino Romerales era un hombre fornido y grueso, “fuerte “ –que dirían los castizos- pero no obeso. Tenía el aspecto del prior bien alimentado de una próspera orden religiosa. Vestía unos pantalones de pana marrón con cartuchera en la pierna y un jersey cerrado con cremallera, abandonando su terno azul marino con el que se prodigara antaño en la empresa privada.
Inmediatamente haría pasar a Vic a su despacho, que poco después Jorge Brassens adivinaría como aquel en que había sido recibido por Angel Acebes, en aquellos pretéritos tiempos en los que Brassens procuraba apoyo político y financiero para la Fundación Agustín Ibarrola en los terrenos de Alfredo Melgar, que poseía un título nobiliario de larga prosapia.
Pues en aquel despacho que fuera del Ministro del Interior que tuvo que bregar con los atentados del 11-m, se introducía Vic Suarez para observar que se trataba de un reducto modesto: se entraba desde el pasillo a una sala de reuniones que disponía de una mesita redonda con capacidad para cuatro ocupantes y separado por una puerta –siempre abierta- del lugar de trabajo del consejero. Se sentarían en el primero de esos reductos.
Cristino ofreció a Vic un refresco.
- Esta “Chambe-cola” no es que sea una maravilla… pero se deja beber.
- Si puede ser con mucho hielo… -rogaba, más que pedía Vic.
Romerales se levantó de su silla para dirigirse a una minúscula nevera de color marrón de donde extrajo dos botellines de vidrio marrón -que en su día habían alojado una pequeña dosis de cerveza- sobre los que se había colocado una etiqueta de papel groseramente pegada al envase, que rezaba su contenido de refresco de cola. Encontró un vaso situado en la misma nevera “así estará más fría”, aseveró. Finalmente localizó una bandeja de hielos que, con cuidado, fue depositando en el interior del vaso.
- ¡Qué bien! -exclamó Vic-. Hacía muchísimo tiempo que no había tomado una cosa verdaderamente fría… -y la vista se le iba extasiada ante el espumeante brebaje negro.
- El agua es fundamental… y la energía. Eso y el mantenimiento del orden público han sido lo más determinante de nuestra gestión. Ahora está el reto de las libertades… -aseguró Romerales.
- En Chamartín no hay nada de eso –observó Vic Suarez después de beber un sorbo de la “Chamba-cola-. Está bastante bueno. Me recuerda a la Coca-cola que hacían los de La Casera.
Romerales sonreía abiertamente:
- Está hecha con la misma fórmula química. El inventor trabaja con nosotros. De hecho quiere empezar a exportar esta bebida por todo Madrid.
- ¿La cambiará entonces de nombre –preguntó Vic interesada en el próximo devenir de la bebida por antonomasia de los últimos dos siglos.
- Él dice que no, que hoy en día Chamberí es símbolo de prestigio…

lunes, 11 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (163)

Alguien se fijó en Ramón Escalante un día de marzo del año 2.004 cuando participaba en las algaradas montadas en la calle Génova frente a la sede del Partido Popular para exigir al Gobierno de Aznar que dijera la verdad sobre lo que sabía que había ocurrido en los atentados de aquel terrible 11 del mismo mes. Y es que Escalante había conocido muy poco antes de aquellas manifestaciones a una chica, Teresa, que tenía el pelo cobrizo, unos ojos verdes tan intensos como sólo producen las esmeraldas más grandes y una figura preciosa de dieciocho años en la que todo está en su sitio y tiene las proporciones adecuadas.
Ramón se había enamorado de ella. Esa misma mañana, un SMS que le enviaba Teresa le comunicaba que iba a participar en una concentración, que se uniera a ella. Se trataba de un mensaje colectivo, esa chica había citado a todos los jóvenes que conocía, pero Escalante debió pensar que él era un destinatario especial para ella -¡así de ciego es el amor!- o que en todo caso merecía la pena hacer el tortuoso viaje entre Tres Cantos y la calle Génova con tal de verla, de estrujarse si fuera posible en la amalgama de seres humanos y de tomarse unas cervezas con ella –la chica trasegaba de lo lindo- una vez que todo hubiera acabado.
Después de todo, a Escalante no le interesaba la política, pero puestos a ser apolítico, lo prefería del género “progre” antes que del “carca”. En sus cercanos diecinueve años, Ramón no había tenido la oportunidad de votar, y no sabía muy bien si lo iba a hacer el domingo siguiente, seguramente que no.
Y cuando se encontraba frente a las oficinas generales de ese partido que le resultaba indiferente, después de localizar a Teresa, pudo advertir que le hervía la sangre más por el contagio con la que borboteaba en las venas de su amiga que por otra cosa. Aún así pudo comprender que nadie tenía derecho de tomar ventaja política del sufrimiento de otros, y eso lo estaba haciendo ese señor del bigote que aún residía en La Moncloa.

Ha pasado el tiempo. Ramón Escalante concluía sus estudios de periodismo y hacía tiempo que se había olvidado de Teresa, una chica complicada como pocas. Pero de sus recuerdos de esa tarde de marzo y del día siguiente quedaba el contacto con otro personaje al que Ramón Escalante frecuentaría durante un tiempo y que poco menos que le metía el carné del PSOE en la boca.
Hoy Escalante es un periodista que presta sus servicios en La Moncloa. Su responsabilidad consiste en preparar todos los días un dossier de prensa sobre lo que aparece en los medios internacionales en relación con España. La indicación es que recoja las noticias en dos bloques: el primero debe contener las informaciones positivas sobre nuestro país y sus políticas, el segundo las que son simplemente negativas.
En su trabajo diario recorre los medios más importantes de la prensa internacional: Le Monde, The New York Times, Financial Times, Corriere della Sera… pero allí todo lo que se dice de España –poco, en todo caso- es negativo, por mucho que intente buscar alguna referencia que no incite al desánimo. Y cuando entregaba su informe a su jefe –todo un secretario de Estado- este negaría con la cabeza:
- No, este informe yo no se lo presento al Ministro, que luego este no lo lee y se lo pasa directamente al Presidente…
Así que Ramón Escalante ha tenido que extender más su campo de atención. Y donde nunca había existido idea de sumar otros medios de la prensa escrita, el joven periodista asoma sus narices en los medios polacos, albaneses, marroquíes, neozelandeses, islandeses y aún procedentes de Senegal o de Chile y Bolivia, sin olvidarse del Gramma que le proporciona solícita la embajada de Cuba. Y practica también excursiones a la prensa digital, donde sus resultados no son mejores.
Ramón Escalante dedica muchas horas de trabajo a ese cometido, pero su productividad en términos de rentabilidad política para sus superiores, es más bien escasa. Quizás por eso Escalante prefiera antes que nada que su salario se acomode al crecimiento de la inflación que a otros parámetros, aunque sean bien queridos por los líderes europeos.
Pero también en eso parece que Ramón Escalante tendrá mala suerte.

viernes, 8 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (162)

Bilbao, 25 de abril de 2003.

Querida Lorsen:

Me faltaban dos cosas que contarte ayer que prefiero no dejar hasta la semana que viene. Por otra parte, iré a Arrechea para pasar el fin de semana del puente de mayo y mi primer cumpleaños... sin ti.
Según me han contado, A. D ha cobrado una comisión de 5 millones de pesetas por una adjudicación a la empresa TECSA por parte de ABRA INDUSTRIAL, que es una empresa del Estado que opera en la margen izquierda. Por lo visto, ese dinero se lo entregó personalmente A. A., el amigo de tu hermano, que es director de Dragados. ¡Se puede montar un buen lío!, aunque yo no voy a mover un sólo dedo en ninguna dirección. También me han informado que viene a recibir –él, otros miembros del partido o el partido propiamente tal, yo no lo sé, porque ya sabes que a mí me tienen totalmente al margen- 3,600.000 pesetas al mes. Verdaderamente que es una vergüenza.
Nuestra hija estaba muy bien a mi regreso. Le gustó mucho el delantal cordobés, y quiere tenerlo a la vista todo el rato. También le ha gustado una foto que le he llevado para su álbum que tú guardabas en tu cajón y en la que sale con una buena parte de las “tías” y su amigo David. No me ha dejado guardarlas. Espero que mañana la gestión sea más fácil. A Bècaud le han cortado el pelo para el verano y está muy guapo.

jueves, 7 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (161)

Como un informe tropel de ratas grisáceas, los mendigos abandonaban esa confluencia con el Paseo de la Castellana; sus cuerpos contraídos para ocultar sus caras, de la misma manera que los avestruces esconden sus cabezas para que el peligro pase tan inadvertido como su visión.
- No se les puede perseguir hasta sus guaridas –explicó Bachat-, pero al menos nos temen.
- Ya me gustaría que eso mismo ocurriera en Chamartín –comentó Vic, dibujando en su rostro una amarga mueca.
- Chamartín es como una de esas películas que habrás visto a cientos: los policías corruptos, los agentes del desorden…
- Lo que pasa es que en las películas…
- Sí –dijo el saharaui para terminar la frase-. Las películas suelen terminar bien, esta es a realidad de la vida. Y es muy distinta.
No tardarían mucho tiempo en llegar a la antigua sede del Partido Popular. Aparcados en batería, vehículos oficiales que delataban las más heterogéneas procedencias: Policía Nacional, Guardia Civil, Mossos de Escuadra e –incluso- vehículos particulares… todos lucían una pegatina de color magenta que rezaba “POLICIA DE DISTRITO. CHAMBERÍ”.
De manera educada, Bachat intentaría ayudar a Vic a descender del todo-terreno, pero esta, con su característica agilidad, dio un gracioso salto y esperó al antiguo delegado polisario junto a la puerta del vehículo.
La proximidad del edificio oficial se ponía de evidencia en el número de personas que circulaban por la calle Génova a esas horas de la tarde. Algunos bares ocupaban los bajos comerciales de las otrora sucursales bancarias, destrozadas por los primeros tumultos populares, ahora transformados en establecimientos para el ocio que distribuían refrescos de elaboración poco menos que casera: la “Chambe-cola” o el “Chambe-limón”. Pero triunfaban ahora en ese lugar de lo que antes era Madrid las bebidas tradicionales: el limón granizado o la horchata. Los clientes pagaban generalmente con papel moneda que el gobierno municipal había logrado imprimir, puestos de acuerdo con los antiguos funcionarios de la fábrica de moneda y timbre. Esos billetes, sin embargo, no podían aún desplazar la más asentada y tradicional fórmula de intercambio comercial que era el trueque, de modo que todos las tiendas eran algo así como un mercadillo, y en ellos sse depositaban toda suerte de mercancías: sacos de patatas, baterías de automóviles, zapatos, relojes… una especie de bazar árabe muy cerca de los locales que un día vieron entrar y salir a los Aznar, Rajoy o Arenas.
Todo eso explicaba Bachat a Vic en tanto que ambos hacían antesala en un par de sillas de aceptable comodidad junto al despacho de Cristino Romerales, después de pasar por un control de seguridad; básico, pero control al cabo.
De pronto se abría la puerta, de la que emergía la robusta figura del responsable de interior del distrito.
- ¿Vic! Me han dicho que estabas por aquí. ¿Cómo es eso?

miércoles, 6 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (160)

La biógrafa de Jorge Semprún, Franziska Augstein (“Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo”. Tusquets), señala que el protagonista de su historia se creía el más querido por su madre, y que quizás por ello, pensaba también que era un predestinado para la victoria.
¿Existe esa relación entre la preferencia en el amor de la madre y la certeza de que la vida no tendrá barreras para que consigas todo lo que pretendes?
Jorge Brassens se contestaba a esa pregunta con un punto de escepticismo. Seguramente que ese Semprún que firmaba aquellos guiones de cine que, ya en la época en que fueron rodados, sonaban más a películas de indios y vaqueros trasladadas al medio político; donde los indios tomaban entonces la forma de policías represores, de sátrapas de los sátrapas, de los malos, en fin; y los vaqueros se encarnaban en los rostros de los perseguidos por la sola razón de que luchaban por la libertad, los buenos… ese mismo Semprún creía más en un mundo de colores intensos, donde el blanco y el negro prevalecían sobre todos los demás. Es verdad que a le había tocado vivir buena parte del mal de su siglo: Buchenwald y su campo de concentración, la dictadura de Franco y los camaradas detenidos por su policía, incluso Santiago Carrillo y sus maniobras internas para asegurarse el poder –incluidas entre estas las operaciones consistentes en entregar a los esbirros del régimen a algunos destacados dirigentes de su partido que operaban en el interior de España-. Claro que había males que Semprún –y otros conspicuos comunistas de la época- no pudieron o no quisieron ver: fueron estalinistas mucho más tarde de que se conociera por la opinión pública que también en la “gran patria soviética (Dolores Ibarruri “dixit”) había campos de concentración, purgas masivas y asesinatos generalizados. Semprún se escuda en que de lo que se trataba era de luchar contra Franco. Puede ser, en todo caso las contradicciones asoman en cualquier historia humana; lo importante es saber integrarlas y aceptarlas y eso Semprún parece haberlo logrado, lo que no es poco.
Y si el éxito viene de saberse el niño preferido de su madre… ¿qué ocurre con el fracaso? O preguntado de otra manera: ¿es el olvido, el abandono paterno-materno, la causa principal de una vida destinada a la desolación, a la tristeza, al desaliento?
Muchas veces da la sensación de que buscamos una línea clara en nuestra historia particular, el trazo que de una manera perceptible ha alumbrado u oscurecido nuestra vida, en una suerte de psicoanálisis de nosotros mismos. Descubrimos a veces que fuimos felices, que nuestros padres nos querían y así el afecto de los demás se produce de una manera natural, como si sobreviniera este como por un desarrollo aritmético: después del uno va el dos, luego el tres… Por el contrario, si en esa introspección –en ocasiones ayudada por profesionales- llegamos a la conclusión de que nuestra niñez fue desafortunada, nuestros padres simplemente no existieron en nuestras propias vidas, más allá de soltarnos a este mundo sin protección, sin apoyo –y el cariño es siempre la mayor de las tablas de salvación- parece que estaremos abocados siempre a encontrar el amor de nuestros semejantes al precio que sea, ofreciendo a cambio de él, siquiera de una esperanza de amor, todo lo que somos, dispuestos a entregarlo todo por una calurosa palmadita en la espalda; por un beso, aunque este sólo se ofrezca a cambio de algo.
Y en esa búsqueda del afecto nos encontramos las más de las veces con el engaño. Sabios psicólogos, esos seres aparentemente buenos que nos encontramos por el camino, han sabido intuir que nuestro punto débil es la necesidad de cariño y nos lo ofrecen en tanto sirvamos a sus intereses. Pasado el tiempo, liquidadas las cuentas, descubrimos ¡ay! que no había nada detrás de esa relación, más allá que el incomparable comercio entre los sentimientos y las ambiciones. Entonces surge el desengaño, la sensación cierta de que una vez más han jugado contigo, la idea del intuido fracaso que abre la puerta hacia el fracaso verdadero que es la derrota asumida como una condición real de nuestras existencias.
Y a veces, esos padres de las antiguas generaciones, que traían hijos al mundo lo mismo que los grandes astilleros botan barcos, no son conscientes que ese acto, aparentemente generoso, no ha sido presidido sino por la inconsciencia y la despreocupación según la cual esos muchachos lanzados al mar de la vida de cualquier manera se las arreglarán solos y que el afecto paterno les será administrado a cuentagotas o según las propias preferencias de sus progenitores.
Crean así seres desvalidos que navegan por sus vidas como nuevos mendigos, pero que en este caso no reclaman un chusco de pan sino un poquito de amor.

martes, 5 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (159)

Bilbao, 24 de abril de 2003

Querida Lorsen

A mi regreso a esta ciudad-cárcel que tiene hoy por nombre el de “Bilbao” te doy cuenta de las sensaciones que me han producido esta Semana Santa.
Tu hermano se ha comprado un chalet adosado en una urbanización llamada Islantilla, en Huelva, que está enclavada en el municipio de Lepe, el de los chistes. Lo ha comprado con un crédito, así que la casa es aún del banco.
Sin dejar de ser un lugar de veraneo, la casa es agradable, está bien decorada y con un presupuesto bajo –también los precios de las viviendas resultan asequibles, todavía, en esa zona.
Enrique estaba sin duda espantado de lo caras que le resultaban las cosas en Sotogrande. Y Elisa-sobrina me dijo que la gente era más normal allí, que en aquella otra localidad todo consistía en saber cuánto tienes.
Hay una playa espectacularmente larga, pero tienen que desplazarse a ella en coche. Aunque la urbanización disponga de piscina, pero ya sabes que tu hermano es como tú y le dan asco.
La vida allí consistía en levantarse, asearse, desayunar –afortunadamente con pan fresco, cosa que ya no me es posible hacer en Bilbao-, descansar un rato leyendo el periódico –hasta que la gente esté dispuesta a salir-, ir a la playa, dar un paseo por ella, tomar un aperitivo, comer en casa, leer o ver la televisión por la tarde, dar un paseo por las proximidades –que era lo que menos gracia me hacía, porque todo está preparado allí para el coche y nada para los viandantes- y cenar –en casa o un pescadito fresco en un restaurant.
No ha hecho demasiado buen tiempo, así que la playa ha quedado bastante limitada, bien que a mi pesar, porque yo no tenía la menor dificultad en darme una vuelta por ella –o por el paseo marítimo- en pantalón corto o largo, con jersey o sin él.
Generalmente Patricia y las niñas hacían una vida al revés respecto de Enrique, Christian –a veces- y yo, salvo que Patricia coincidía en todo caso con nosotros durante la cena. Las chicas desaparecían por la noche para quedar con sus amigos –aunque las dos salen con otros chicos en Madrid.
Christian es el más vivo retrato a ti de toda la familia –incluida Pilar, claro está-. Es un chico muy majo, aunque no para quieto. De todas formas tampoco Enrique es una persona excesivamente tranquila, por lo que debe tener algún gen originario aunque revuelto. Si saca buenas notas en este curso le voy a regalar una bici para Huelva, lo que pasa es que no es demasiado aplicado, por lo que parece.
Mi estancia en Huelva ha tenido su cara y su cruz. Ellos han estado muy afectuosos conmigo, pero tú te has encontrado en todo momento presente –a través del chico, de las sobrinas, de Patricia y Enrique, de mis incesantes comentarios...-
Pasé unas horas en Sevilla, antes de coger el AVE con un viejo conocido, que me llevó por los bares y las tabernas más clásicas de la ciudad.
Luego tomé el tren hasta Córdoba –no llega a cuarenta minutos de viaje- y procuré disfrutar. Como quiera que mi abuelo Guillermo fue ferroviario la verdad es que me lo pasé muy bien. Lo cierto es que no te enteras, y en seguida me planté en la capital del imperio hispano-árabe.
Hacía buen tiempo. Dejé mi equipaje en el hotel –un dos estrellas de mala muerte en el que todo el mundo te despertaba a las siete de la mañana con gran estruendo- y me fui a ver a Eloy García. Dimos un buen paseo hasta las doce y media de la noche. Córdoba es una ciudad impresionante. La judería es un barrio plagado de recodos –según me contó un taxista, los moros echaron a una lagartija, y por donde esta andaba fueron trazando las calles-. En realidad obedece a un diseño que pretende evitar que se cuele el sol por entre las viviendas. Los patios –que vienen a ser, como los de Mallorca, los salones de las casas, tienen un frescor y una gracia cautivadora.
Eloy está pesimista –más bien lo es, lo ha sido siempre-. Para él toda la vida constituye una decepción, no existe nada por lo que luchar. Sumada su “alegría” con mi depresión, la verdad es que podríamos hacer una pareja que resultara hasta cómica. En todo caso es una persona con una amplia conversación, memoria y cultura, con lo que su guía por la ciudad resultó providencial. Vendrá a Arrechea por mi cumpleaños y me ha ofrecido planificar un par de viajes –a Cuba, posiblemente este verano; y a Sicilia, en el otoño-invierno, por otra parte se ha declarado una situación de neumonía incontrolada en China, lo que me hará difícil un viaje que proyectaba a Beijing y a Taiwán-. Como ya te he dicho, los aceptaré posiblemente. “Porque estoy triste y viajo,/y conozco la tierra y estoy triste”, decía Pablo Neruda.
La Mezquita de Córdoba es un bosque de columnas –todas diferentes- y que produce una impresión majestuosa, a pesar de las diferentes remodelaciones que los tiempos y las religiones -que hacen los tiempos- han operado sobre ella.
Ayer no hice nada. Me bastó con viajar y leer en las estaciones y los aeropuertos. Hoy he visto a Pilar, a la que le he regalado un delantal que hace a bata andaluza. Los había amarillos y rojos, pero he preferido –dadas las circunstancias ambientales- comprarle uno de lunares negros sobre fondo rojo. Le ha gustado mucho y será su disfraz para la semana de Feria.
En Córdoba he comprado también un marco de artesanía de cuero. En él he puesto tu fotografía que mira hacia tus restos. En ella está toda mi familia.
En esta ciudad-cárcel, en esta jaula de la calle General Concha, sigues tú. Y tu recuerdo me produce una cierta serenidad. He vuelto a la cárcel y a la jaula, pero he vuelto a ti y a Eugenia y mañana a Bècaud. Todo vuelve a ser normal otra vez, dentro de la desesperación, de la tristeza, de la desolación, de la depresión. La vida sigue como una mera acumulación de hechos sin sentido. Sin embargo, como le decía a Eloy, todavía tengo a una niña en la cama y una libertad por la que luchar. Por eso: aquí estoy; y por eso, tú sigues junto a mí, con una llama que huele a jazmín, o a sándalo, o a limón. Con las fotos que he puesto o he colgado de las paredes. Mi familia hacia atrás. No necesito nada nuevo.

lunes, 4 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (158)

Sidi Ben Bachat se desplazó hacia el interior de la embajada americana, ahora convertida en puesto de guardia fronterizo de la policía de Chamberí. Se movía de forma armoniosa, se diría que sus pies resbalaran por el suelo, como un patinador experto sobre una pista de hielo. Murmuró alguna palabra al oído de otro de los agentes del orden y este hizo uso del pito que colgaba de una cuerda sobre su pecho. De él se produjo un estridente sonido y un 4X4 blanquiverde con el antiguo escudo del Gobierno vasco surgió de alguna profundidad de ese interior pilotado por un sujeto de tez oscura, edad madura y apariencia de absoluta reserva.
Bachat se dirigía ahora a Vic.
- Deja tu coche aquí. Te lo vigilaremos –declaró.
El saharaui no era hombre de muchas palabras, y las pocas que decía quedaban muchas vece sepultadas en su acento hassaní. Desconfiada por naturaleza, Vic Suarez no era partidaria de abandonar su coche en manos de nadie, y así se lo hizo saber a Bachat. Pero este negó con la cabeza de manera más que categórica.
- Si vamos en nuestro coche iremos más seguros. No te preocupes, tu coche y tú estaréis en buenas manos -aseguraría.
Vic Suarez, haciendo de tripas corazón, entregó las llaves de su Volkswagen al guardia del pito y se montó en el todo-terreno bajo la atenta mirada de Bachat, que subía al vehículo toda vez que lo hacía aquella mujer.
- Es Sufarami. El piloto. Conoce a tu marido. Le llevó por todo el desierto en el año 2.009.
Vic le dirigió un saludo. Sufarami movió su cabeza hacia delante para corresponder. Después soltaría una parrafada en hassanía a la que Bachat respondió en el mismo idioma, pero con menos palabras.
- Le he dicho que vamos al palacio presidencial –comunicó en español.
Y se pusieron en marcha. El experto conductor en el desierto, capaz de interpretar la posición de los campamentos con la referencia de las estrellas que brillaban en el cielo y que había ejercido de militar en la guerra que el Polisario mantuvo contra Marruecos, de manera impasible superaba todo tipo de obstáculos en su recorrido: subía aceras y las bajaba, evitaba socavones, frenaba abruptamente ante una mujer que caminaba en u arcén con una voluminosa bolsa de plástico negra sujeta a su mano…
Vic Suarez estuvo a punto de perder el equilibrio en la cabina del coche. Estaba más acostumbrada a conducir que a ser conducida.
- Agárrate –sugirió Bachat, cuando la mujer prácticamente se pegaba de narices con el asiento delantero.
Bachat le preguntaría por Jorge Brassens. Vic prefirió ofrecer un resumen de la situación del Distrito de Chamartín sin ofrecer excesivos detalles acerca de la posición de cada uno de los contendientes.
Bachat asintió antes de decir:
- Martos no ha sabido imponerse, Cardidal es el hombre fuerte. Eso camina hacia una dictadura.
A Vic le impresionó la concisión y el acierto en el análisis del saharaui.
- Así es la vida –dijo sólo por decir algo.
El conductor del desierto torcía a su derecha. Al fondo estaba la antigua
plaza de Colón, aunque la estatua del descubridor de las Américas había desaparecido totalmente. A un lado de la calle un grupo de unos diez mendigos con aspecto de facinerosos los miraba con atención.

viernes, 1 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (157)

Habían tenido la oportunidad de asistir a una representación de la obra de Chejov “El jardín de los cerezos”. Una especie de sala experimental, con sillas incómodas y una obra quizás demasiado larga para que en ella no ocurriera casi nada, desde principio a fin.
Una señora perteneciente a una rancia familia aristocrática rusa vuelve con su séquito de París, donde pese a conocer una situación económica prácticamente límite, la señora desperdicia los restos de su fortuna en exorbitantes propinas.
El lugar al que llegan en esa primavera es una espléndida finca, con su casa solariega que da a un gran jardín donde están ya floreciendo los cerezos. Pero si no se toma ninguna determinación, en el próximo mes de agosto deberá venderse todo en subasta pública. Un empresario, que procede de un nivel social modesto ofrece a la familia la solución: hay que vender el terreno y trocearlo para construir viviendas unifamiliares para los veraneantes. Eso supondría destrozar el jardín y la señora se niega de forma digna y resuelta.
Pasan la primavera y buena parte del verano. La casa que antaño sólo recibía las visitas de gente del mismo nivel que la familia propietaria, ve aparecer ahora visitas de nivel muy inferior: el cartero, el jefe de estación, el empresario soez… Se organizan fiestas sin dinero siquiera para retribuir a los músicos…
En el final de agosto se vende la finca. La compra el empresario que sigue dispuesto a emprender su viejo proyecto, ahora como propietario. La familia debe abandonar la casa de la que procedía su estirpe. La señora volverá a París a dilapidar lo que queda de su fortuna. Nada ha cambiado para ella. Siempre ha conocido su situación, pero ha actuado como si esta no existiera.
“El jardín de los cerezos” es una historia que ha ocurrido muchas veces en España. Quizás porque en nuestro país la nobleza tradicionalmente había despreciado siempre el trabajo como algo degradante e incompatible con su condición ilustre. No ocurría así con la aristocracia alemana, por ejemplo, que en buena medida se abría al mundo de la industrialización poniendo su capital en la empresa del acero y pactando con la ascendente burguesía. Los nobles españoles fueron perdiendo su preeminencia social y el dinero cambiaría de manos.
Ha pasado el tiempo –como a la señora del jardín- y hoy sigue existiendo ese rito del mirar hacia el otro lado en tanto que los días van agotando el escaso capital que les quedaba. Como en la canción de nuestro inefable Julio Iglesias, “la vida sigue igual”.
Pero hay también quienes siguen viviendo de las glorias perdidas en otros terrenos. Sucede también en la política. Observan cómo todo ese mundo placentero que les rodeaba se viene abajo, pero son incapaces de advertirlo. Creen que los malos tiempos son un paréntesis y pretenden que todo el mundo les crea. Hay también quienes –como el empresario vulgar del teatro- les advierten que no se trata de una nube pasajera, que no escampará necesariamente, que la lluvia puede transformarse en un diluvio que puede llevárselo todo por delante.
El jardín de los cerezos es una anécdota de algo que pervive en la historia de la humanidad. Y no hace falta que miremos muy lejos de nosotros para advertir que todo eso sigue ocurriendo entre nosotros.