jueves, 28 de noviembre de 2013

La Garua de Bracacielo (15)


¿De dónde obtendrían entonces los promotores de la Fundación una cantidad cercana a los 12 millones de euros (2.000 millones de las antiguas pesetas) que, "gosso modo", habían considerado que seria su presupuesto?
Era necesario activar la imaginación.

Claro que con el PP no era suficiente. Pese a que Andrés Ibarra procedía del mundo ideológico de la izquierda -había militado en el PC en la dictadura del general Franco- la más firme posición respecto del nacionalismo y contra su más lamentable derivada, el terrorismo, de los gobiernos de Aznar le llevaban al artista vasco a las entonces más consecuentes praderas de la derecha. El Partido Socialista había llevado su progresismo de antaño a una suerte de conservadurismo rancio, sin renunciar por ello a emitir credenciales de partido avanzado; una de las características de este deterioro ideológico lo era su consideración de los movimientos nacionalistas como elementos de avance social, cuando la historia demuestra que no existe cosa más retardataria que el nacionalismo. Pero sobre eso ya se han escrito miles de páginas.
Así pues, Barrientos quería establecer un mejor balance político  para la Fundación Ibarra. Se trataba de aportar las sensibilidades de la izquierda en favor del proyecto.
Y después de cavilar y conversar con unos y otros, Barrientos decidía plantear una asociación cultural en favor de la Fundación. Un grupo en el que entraran intelectuales, políticos, artistas... Como banderín de enganche de ese nuevo proyecto, Federico había pensado en el ex militante comunista, escritor y ex ministro de Felipe González, Jorge Semprún, a la sazón pariente lejano de Barrientos.
Cuando este último planteó la idea a Ibarra, el artista se mostró muy complacido. Semprún había sido su jefe político en aquellos viejos tiempos y le encantaría reencontrarse con el escritor que vivía semienclaustrado por aquellos tiempos en una casa a las afueras de París.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La Garua de Bracacielo (14)


Una ultima entrevista tendría Federico Barrientos con responsables de fundaciones culturales. Seria con la mujer de un amigo suyo, a la sazón biznieto de un importante pintor vasco, que contaba con amplios conocimientos en materia de gestión cultural.
Su consejo fue que deberían profesionalizar al máximo la gestión, cuidando muy especialmente los intereses de patronos y "sponsors". Le insistió mucho en que siguieran el modelo de las instituciones culturales americanas.
Recogido este amplio abanico de posibilidades, Barrientos daría comienzo al segundo de los asuntos que, de acuerdo con Ronnie San Bonifacio, debían emprender: el relativo a la financiación del proyecto.
La viuda de un primo suyo era, a su vez, prima de un importante financiero de Santander y hacia ella dirigía Barrientos sus primeros pasos. A tal efecto montaría un encuentro entre ella y San Bonifacio que se desarrollaría de forma más que grata. Sin embargo, su prima no quiso implicarse directamente en el asunto y solicitaría de Barrientos una gestión con la esposa del financiero, mujer volcada en la actividad cultural.
Parecía evidente que, a pesar de la cordialidad del encuentro, la señora se estaba quitando de en medio. Pero Barrientos decidía seguir la pista que ella le había propuesto.
Para ello tomaría contacto con un contra pariente bilbaíno, cuñado por matrimonio de la mujer del financiero. Este se vio sorprendido por la iniciativa de la familiar de Barrientos pero se mostró dispuesto a organizarles una reunión con su pariente política.
Llegado el día, San Bonifacio y Barrientos se personaban en las oficinas de la Fundación presidida por la esposa del financiero cántabro, descubriendo con no poca sorpresa que dicha señora no estaba presente en la reunión y que tampoco se la esperaba.
Resultaría también un encuentro cordial, pero sin expectativa de desarrollo alguna: el principal banco español, con florentina habilidad, había llevado el asunto al dique seco.
En cuanto a la segunda entidad financiera, era esta la que sobre el papel resultaría la más indicada para entrar en el proyecto. Su denominación hacia referencia al doble ámbito territorial del municipio y la provincia en las que Andrés Ibarra desarrollaba principalmente su actividad artística. Sin embargo, la secretaria de Ronnie tenía una amiga que era también secretaria -y de dirección- de ese banco. Su opinión respecto de la posible implicación del banco vasco en el proyecto seria tajante: no entrarían; y presionados a ello, lo harían, pero con una cantidad muy corta.

jueves, 21 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (13)


Las cosas se enfriarían a partir de ese día, pero no para todos. Federico  Barrientos iniciaría un recorrido por diversas fundaciones que le llevarían a conocer distintas instituciones culturales en las que la Fundación Ibarra podría obtener algún motivo de inspiración.
Y por aquello de la cercanía, empezaba Barrientos por el Chillida Leku, un paraje extraordinario enclavado en el caserío Zabalaga, en el guipuzcoano municipio de Hernani.
Poco tiempo y menos explicación debía producirse para que Barrientos se diera cuenta de que poco menos que la familia había puesto el cartel de "En Venta", a la puerta del museo. Bastaba con las palabras de su principal gestor:
- Mi padre ha tenido muchos descendientes. Y ninguno se conforma con saber que es propietario de una fracción de las obras que tenemos expuestas aquí. Quien más, quien menos, todos quieren tener un coche o comprar la entrada de su piso...
Era, una vez más, el previsible conflicto entre artista e hijos que, en el caso de la Fundación Ibarra se acrecentaba en función de los atávicos celos del hijo-artista en relación con el padre, también artista.
Poco servia el caso Chillida para el empeño de la Fundación que se traían entre manos. Fue distinto el caso de la segunda visita de Federico Barrientos, que se desplazaba a las afueras de Pamplona para visitar el museo de Oteiza y entrevistarse con su gestor, Pedro Manterola. Este era un señor encantador que tampoco tenía pelos en la lengua. Amigo personal de Andrés Ibarra, Manterola había conseguido mantener una relación cordial con Jorge Oteiza, personaje difícil donde los hubiera. Y en esa soleada mañana de sábado, el caserío-museo prácticamente vacío, el principal directivo de aquella Fundación desgranaba el elemento esencial que la hacia viable, que no era otra sino su carácter público. Oteiza había hecho donación de su obra a Navarra y su gobierno foral se había hecho cargo de la misma.
Un modelo de Fundación muy alejado de la primera. Si en aquella el componente familiar era básico y el público inexistente, en esta no había familia y sí gobierno.
Pero no terminaba ahí la ronda de fundaciones de artistas. Un viaje a Barcelona le llevaba a la Fundación Joan Miró -un amigo común le había presentado a su directora, Rosa María Malet-. Mucho tiempo después, Barrientos recordaría con agrado aquella conversación. Y era que la responsable de aquel centro cultural pondría la bala en el blanco de lo que debería perseguirse en la nueva Fundación Ibarra: "Andrés es un artista de y en la naturaleza -le dijo-. Deberíais poner el acento en esa característica, porque es la que le singulariza entre todos los creadores contemporáneos".
Pero Malet, eficaz y directa, le aconsejó algo más. Y fue un consejo que se convirtió en guía básica para Barrientos a partir de entonces.
- Cuando Joan Miró decidió crear esta Fundación -dijo Rosa María-, congregó en su patronato a un grupo de amigos que no aportarían gran cosa a los objetivos del proyecto. Y, cuando se unían a él empresas e instituciones, los nuevos llamados empezarían a recelar respecto de los cometidos a desempeñar por los primeros.
La conclusión estaba clara: era fundamental diferenciar amigos de aportadores, por eso Barrientos sugería a San Bonifacio la creación de un Consejo Asesor de la Fundación -en el que se sentarían exclusivamente los amigos- separado del Patronato -reservado a Ibarra y su familia, a San Bonifacio y a las empresas e instituciones que quisieran sumarse al proyecto.
Este seria un aspecto clave en el desenvolvimiento de la idea, y sobre el que volveremos más tarde.

lunes, 18 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (12)


De modo que, en tanto que Andrés Ibarra, a tiempo parcial, entre su caserío, las rocas del puerto de Avilés y otras intervenciones en parajes naturales, pintaba las piedras de Bracacielo, Federico Barrientos hablaba con un cineasta documentalista vasco para que preparara la película.
Eso motivaría un viaje de Iñaki Artola -así se llamaba el director de cine- a la Garúa. Una visita que seria poco menos que multitudinaria, pues coincidirían también las personalidades ya conectadas por los "mosqueteros" y amigos que se unían finalmente al evento.
Fue un radiante sábado de primavera el que les recibió en la espléndida Garúa de Bracacielo. Dirigidos por el indestructible afán de Andrés Ibarra que, a sus largamente cumplidos 70, trotaba y brincaba por los caminos de la finca y explicaba los motivos artísticos de sus pinturas a los allí congregados.
Fueron muchas las autoridades presentes, así como era también numerosa la cohorte de acompañantes, entre los cuales últimos cabria considerar a los periodistas, amigos, amigos de los amigos, artistas y curiosos en general.
Se sirvió a continuación un almuerzo, que aderezaría San Bonifacio, hombre de recursos e inventiva culinaria donde los hubiera. A los postres, y una vez que se hubieran marchado buena parte de los invitados, Andrés Ibarra daría cuenta de sus pretensiones creativas, consistentes en buena medida en asociar naturaleza y creación artística, en un regreso posible a los orígenes del arte. Así, Ibarra, como el pintor rupestre, evocaba lo que él había visto en sus dibujos sobre la piedra o en las cortezas de los árboles. Y donde los primitivos veían bisontes y cazadores, él veía ojos y líneas que se perdían en el horizonte.
Fue una maravillosa jornada.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (11)


"Con estos bueyes hay que arar", habría dicho sin duda Manuel Fraga al observar el paisanaje que formaba el aguerrido grupo coordinado por Ronnie San Bonifacio.
Y se pusieron a ello, echando mano de cuantos concursos disponían.
Ronnie lo hizo con un arquitecto, a quien había frecuentado en sus tenidas masónicas. Se trataba de un proyecto delicado, Ávila era tierra rigurosa donde las hubiera y las temperaturas podían llegar a oscilar más de treinta grados entre las máximas y las mínimas, lo que afectaba bastante a los materiales a emplear.
El proyecto arquitectónico no es para descrito en estas páginas pero fue unánimemente elogiado por todos los impulsores del proyecto.
Por parte de Barrientos la tarea consistía en explicar en las altas instancias del PP la noticia y recabar su apoyo. Parecía claro que la más preclara voz abulense en ese partido era la de su secretario general y numero 2 en la organización popular, Angel Acebes. De modo que esa fue la primera llamada del político bilbaíno.
Acebes recibió a Ronnie y Federico en su despacho de la calle Génova. Un algo destartalado "dos piezas", con un saloncito en el que habían situado una reducida mesa redonda con cuatro sillas desde la que se imaginaba un atiborrado despacho repleto de expedientes y documentos.
Acebes es hombre afable y como tal se comportaría. Recibió la novedad con interés aparente, no quiso implicar a su persona o partido con el proyecto, pero no se podía decir que no estuviera correcto.
Hombre que no producía impresiones espectaculares, sobrio y contenido siempre, en el momento de la despedida tuvo  el secretario del partido de gobierno una palabra con Barrientos que este quiso recibir como muestra de afecto.
- Así que te veremos más por aquí.
Pero Madrid es muchas veces un edificio construido en loor y honor al culto social. Y además que no era el territorio en el que se enclavaría el proyecto.
Y este si era el caso de Ávila.
Las referencias de la prensa local indicaban que el siguiente paso a dar era en dirección a la Diputación de Alava, presidida a la sazón por Segundo Ovejero, un robusto castellano, entrado en años y que constituiría una especie de tipo del castellano clásico, si hubiera que encarnarlo en ser humano alguno.
La propuesta que llevarían a Ovejero sería de orden algo más concreto: una vez anunciada la pretensión, los tres mosqueteros de la Fundación -Barrera se añadía al grupo- pedían al presidente que les financiara un DVD para la promoción institucional y empresarial de la iniciativa. Después de reunidos los pre-patronos con todo el arco político abulense (PP, PSOE e IU), don Segundo accedía a otorgarles 30.000€ con ese objeto.

lunes, 11 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (10)


¿Y qué se podía decir de los acompañantes habituales de San Bonifacio?
De Federico Barrientos poca cosa, en realidad. Un parlamentario vasco del PP (lo que le acercaba a los peperos abulenses) pero de segunda fila, porque apenas nadie sabia muy bien a qué se dedicaba en la Cámara vasca y apenas salía en los papeles. Que había sido secretario general de ese partido en el Pais Vasco era cosa que muy pocos recordaban, en el caso de que lo hubieran conocido, por supuesto.
Pero un día Barrientos decidía trocar de siglas y pasarse (de modo ignominioso para la iglesia pepera) a UPyD. La política en España es cosa de capillas y no se admite, especialmente en cada una de ellas, que alguien la abandone, aunque lo haya hecho con elegancia, entregando su escaño a la vez que su carnet.
Entonces perdería Barrientos buena parte de su protagonismo anterior en la Fundación, que pasaría ahora a Gowen Barrera.
Pero solo lo haría eventualmente. Barrera era -ya se ha dicho- un tipo simpático, pero sus ideas concluían allá donde las buenas prácticas de los modos sociales debían dejar paso a un cierto talento organizador y de desarrollo. En ese momento, de poco servían sonrisa, afabilidad y aptitudes en la preparación de gin tonics.
Receloso y, por lo tanto, ambiguo Javier Ibarra nunca jugaría un papel reseñable entre los gestores de la Fundación. Más preocupado por su posición artística que por conservar la memoria de su padre, Javier siempre observaría con prevención el desarrollo del proyecto.
Esta actitud se vería con claridad desde el primer momento. Un yerno de San Bonifacio, Raúl Calda, reputado creativo que había impulsado la primera y exitosa campana electoral de "Ciutadan's" al parlamento de Cataluña, se avenía a preparar, "gratis et amore" los signos distintivos de la Fundación.
De modo que Calda desplegaría en la espaciosa mesa-comedor de la Garúa de Bracacielo los papeles que extraía de unas grandes carpetas. El logo de la Fundación giraba en torno de la simpática boina que el artista llevaba siempre puesta. Se trataba de un buen trabajo, en efecto, que contaría con la aprobación de todos los reunidos. ¿De todos? Para decir la verdad, no de todos. Porque cuando se estaba dando la conformidad a lo realizado, se alzaría una voz para disentir:
- No estoy de acuerdo en que se llame así,  Ibarra. Yo tengo el mismo apellido y también soy artista -diría Javier.

viernes, 8 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (9)


La "avis" política de Ávila era PP al 150%, si no más. Y era también "rara". Ocupaba el poder en la provincia desde que la memoria local recordaba hecho electoral alguno y, votación a votación, su resultado mejoraba, de forma que su estela se aproximaba peligrosamente a la de un partido único. Esa cualidad le había permitido incorporar en su ADN buena parte de los defectos que las situaciones endogámicas producen: recelos entre sus componentes que trocaban las más de las veces en envidias y mezquindades, creación de compartimentos estancos donde al menos debiera existir una cierta solidaridad intrapartidaria y un determinado odio al extranjero por el solo hecho de serlo -o parecerlo.
Y eso que Andrés Ibarra acreditaba un curriculum de luchador por la causa de las libertades civiles en terreno tan estimable para espectadores ajenos  como los recios castellanos que habitan esa tierra. Circunstancia como esta resultaba innegable y el aire despistado del artista le proporcionaba un aura que se diría inexpugnable.
No ocurría así con sus valedores.
Para empezar por el primero, Ronnie San Bonifacio no era desde luego el terrateniente y aristócrata clásico. Picado en su juventud por el anofeles de la disidencia con su adusto padre, Ronnie se escapaba sin pasaporte de España y -no se sabia cómo- amanecía un día en la Cuba de Fidel, en la que fue tan querido que el régimen le proporcionaría la que antes fuera lujosa residencia de Alejo Carpentier, cuando el escritor asumiera también las funciones de embajador de su país en París.
Más pronto que tarde, la critica mentalidad de San Bonifacio se impondría sobre el aburrido páramo en el que Fidel había convertido a su isla, poniendo ruta de regreso a Europa, donde le esperaban las agradables expectativas de las comunas italianas y el amor libre que en ellas se practicaba.
Cansado por el momento de sexo, Ronnie dedicaría entonces su atención a la causa palestina, en la que estuvo a punto de consumar sus días debido a una bala que a poco si le atraviesa.
Una vez que su romántico espíritu aristocrático se vio más que colmado, mudó San Bonifacio en burgués -eso sí, con titulo nobiliario-, Ronnie volvía al lugar que le vio nacer, observaría atento la transición española, se casaría -por segunda o tercera vez- y agregaría un par de hijos más a su prole.
Pero tampoco Ronnie llegaría a envejecer con ella. Al contrario, al cabo de un par de años, se dedicaba esta a descuartizar de modo sistemático el todavía cuantioso patrimonio del conde -como parece ser tónica habitual en los tiempos que corren-, aunque sin lograrlo absolutamente, por fortuna.
Disgustado por sus experiencias "para toda la vida" San Bonifacio dedicaría sus ardores a las relaciones efímeras, el cultivo de la cultura y la practica de la masonería -en uno de los ritos que dividían y empequeñecían la ya de por sí endeble organización española.
Y como nada de esto fuera ocultado por San Bonifacio en la provincia, no era de extrañar que hubiera quien pensara en una suerte de conde Dracula reducido, sátiro, promiscuo y poco menos que una suerte de adorador de Satán. De haber sido Margareth Thatcher la presidenta de la Diputación provincial no habría dicho del titulo: "He's one of us" (es uno de los nuestros).

lunes, 4 de noviembre de 2013

La Garúa de Bracacielo (8)


Una segunda llamada -esta vez de Federico a Carmen- daría comienzo a su relación. Una relación que -cuando se escriben estas líneas ha concluido hace ya tiempo.
Otra cosa seria la Fundación Ibarra. Superada la intentona de Gowen Barrera de constituirse en gerente -por lo visto era él el "padre del proyecto", según él mismo proclamaría, y ese puesto le debía corresponder sin lugar a cualquier género de duda- y ante la ineficacia de su novia en proporcionarle nuevos contactos culturales, Ronnie San Bonifacio resolvía cancelar la iguala de la Algorteberri. Ambas decisiones, si bien justas, no ayudarían demasiado a la integración de los componentes del grupo.
Pronto se advertirían dos ámbitos enfrentados: San Bonifacio, Barrientos y los técnicos aportados por el primero, de un lado y Barrera, Algorteberri, Javier Ibarra y el abogado de los Ibarra del otro. A estos efectos, el artista era un mero espectador.
A San Bonifacio y Barrientos, se les unían  por indicación del primero nada menos que dos abogados. Uno era abulense y  llevaba en esa provincia los asuntos jurídicos de Ronnie. Letrado discreto, Pedro Casona integraba con facilidad en su persona las tranquilas características de aquella ciudad a la que sus robustas murallas se diría que habían sumergido la plaza en las más profundas épocas medievales. El otro letrado, Luis Sagarduy, experto en lances urbanísticos, tenía un estilo diferente y no tardaría en aparecer por la Garúa de Bracacielo con su joven amante. Casado y con hijos, Sagarduy florecía bastante a destiempo respecto de lo que a él le hubiera gustado seguramente,
¿Y para qué se precisaba de tanto abogado? La explicación estaba en que Ronnie San Bonifacio debería definir el terreno que cedería a la Fundación, sus limites geográficos y temporales -con la posibilidad de la reversión de los mismos a su dominio primitivo en el caso de que la operación abortara.
Desconfiada, a la par que desinformada, Maricruz -la esposa de Ibarra- agregaba al grupo a su abogado de confianza, Juan Yelmo, que hacia su aparición en la finca con  toda la petulancia que se espera en un bilbaíno de chiste. Lo haría todo, lo resolvería todo y perdonaría generosamente a todo el resto del mundo por no haber llegado a su elevada condición y prestigio. En fin, ¡solo había una familia Yelmo y esta era de Bilbao! De modo que, cuando alguien explicaba las pretensiones del proyecto, Juan daba cuenta del nombre de quien se encargaría de llevarlo a cabo. Y cuando le llegó el turno al ramo de la hostelería, con el mismo grado de íntima convicción y perfecto conocimiento , aseguraría Yelmo dirigiéndose al artista:
- De eso se podría ocupar Fulano de Tal, que es buen cocinero y, además, admirador tuyo.
Era muy diferente el caso del Director de Noticias de Ávila. Salvador Jiménez, a quien Ronnie San Bonifacio encargaba una especie de auditoria del PP en la región y la provincia. El asesoramiento de Jimenez permitiría a Barrientos la realización de alguna gestión política con los populares abulenses y la visita a la finca de La Garúa de algún alto representante local de ese partido. Uniría a esas destacadas gestiones la publicación en el diario de su dirección de un destacado reportaje sobre las piedras pintadas por Andrés Ibarra en lo que el mismo artista denominaba "su territorio".
En vista de su acreditada competencia, Federico Barrientos confesó a Ronnie San Bonifacio:
- Habría que incorporarlo al comité de la Fundacion.
Y así lo hizo.