sábado, 14 de junio de 2008

Era como seguramente había sido siempre, pero ellos lo sintieron como si fuera la primera vez. Ellos que reconocían en el hormigueo que se apoderaba de sus organismos -el gusanillo, decía ella-, en el desasosiego por saber si en el móvil aparecía la grata constancia de un nuevo mensaje o la turbulenta espera de las horas y las medias antes del próximo encuentro... Sabían que había algo que crecía en su interior, como en un volcán hasta entonces apagado y que regresaba a la antigua práctica de la erupción. Lo reconocían, pero no se atrevían a ponerle nombre, quizás por el miedo a que algo que intuían tan frágil como un cristal se hiciera añicos con la misma facilidad que este.
Según él fue ella quien apretó el acelerador, porque le exigió -casi de manera perentoria, además- que le hiciera llegar los poemas que había escrito para ella; todos, y no sólo los que ella conocía ya.
Para la chica la cosa era bien distiinta, sin embargo. Y la causa de ese "pero" se encontraba en esos mismos poemas que la incendiaban las mejillas y le ponía un nudo tan apretado en el estómago que no sabía muy bien cómo desatarlo.
En cualquier caso esa mañana él agrupó los versos que contenían su compromiso envolviéndolos en un título que decía "Canciones para una primavera" y se lo envió. No tuvieron que pasar demasiados minutos antes de que sonara la voz de ella en el teléfono.
- Son muy bonitos. Estoy llorando. Díme algo...
Él se quedó desconcertado. Una buena parte de sus poemas habían viajado ya por SMS hacia sus cálidos ojos oscuros y merecido la cariñosa respuesta de ella. No supo qué contestar y sólo atinaría a decir que la emoción quizás se debía a la concentración de palabras ante su mirada; como si esos versos, superpuestos los unos a los otros compusieran un explosivo de alto poder. "En todo caso piensa que son lágrimas de alegría", le dijo, mientras que ella empezaba a pensar en el correo que le iba a escribir.
Y ese correo hizo trizas el socorrido argumento de la frialdad de internet, porque las líneas que contenía -a medida que aparecían en la pantalla- denunciaban que ella ya se encontraba gravitando sobre la mesa de su despacho, como si a su levedad orgánica se uniera ya el desafío absoluto a las leyes de la gravedad.
Ella se lo dijo todo con palabras que sabía escasas pero suficientes, como flores que abren sus corolas cuando el sol empieza a acariciarlas, aunque se dirían conscientes que ese es sólo el movimiento previo a la apertura total, cuando el sol, harto ya de sus juegos preliminares, se apodera de ellas con la delicadeza del que asume su condición de agente que permite perpetuarse a la vida.
Quería vivir esa historia, pero no a la manera de un ciclista necesitado de superar a la máxima velocidad posible las metas volantes de una etapa, como mero trámite antes del final de la carrera. Quería introducirse en esa historia, vivirla en plenitud, disfrutarla, le diji.
Pero también le habló de miedo y de vértigo y le pidió serenidad. Porque ella, como las flores, sabía que la primavera tardaba en estallar y que el denso ambiente del verano esperaba su turno. En realidad, ella sólo estaba rogando, exigiendo, tiempo para que eso que crecía en ella tuviera la consistencia y el tamaño de las cosas que son ciertas y que una vana frivolidad de adolescencia tardía no se las llevara como las ramitas de los arbustos rotas por la insistencia de un río que quiere inundar otros espacios en su recorrido. Ella lo quería fuerte, denso y profundo como todo lo que es de verdad; pero a su miedo a equivocarse se unía el miedo a perderle si se mostraba en exceso distante.
En su contestación, él se cubriría con su particular cota de mallas y se tocaría de su casco de batallador para pedirla que combatiera el miedo, que se dejara llevar por el vértigo como en una montaña rusa y que diera gracias a sus dioses particulares por vivir algo que después de todo cualquier ser humano estaría encantado de experimentar -al menos- una vez en la vida.
Era evidente que él no había entendido nada. Así que ella afianzó sus dedos sobre las teclas de su ordenador, regresó de su levitación al reconocible espacio de su sillón y se apresuró a redactar un mensaje sabio que sabe que el amor crece de una forma distinta que el enamoramiento.
"¿Y ahora qué hacemos con esto?", le preguntaría ella, para darle a continuación una clase de madurez que no impedía sin embargo su aceptación de recorrer juntos un camino cuyo destino los 2 conocían perfectamente.
Y entonces él se cayó de sus creaciones literarias y de sus ensoñaciones de hombre desconcertado ante un pasado reciente que le había despojado de todas sus referencias vitales, como si la vida, a la manera de un cruel leñador le desgajara de su tronco, lo redujera a pedazos y lo condenara al fuego inútil de una hoguera que ni siquiera sirve para calentar a nadie. Se hizo sabio en la sabiduría de ella y se supo en el espacio seguro de los sentimientos verdaderos. Y manifestó su acuerdo, alto y claro.
"No -pensó ella-, no le he perdido. Sigue ahí y está dispuesto a que crezcamos juntos". Sintió entonces como si un oxígeno hasta entonces desconocido la envolviera de paz. Y el oxígeno tenía el nombre de él. Y también se lo dijo.
Cuando él sintió el aire fresco de la noche que murmuraba el nombre de su chica le escribió que daba gracias a Dios porque se iban a ver el día siguiente, que esa tensión no la podría aguantar si duraba 48 horas más.
Relajada ya, sus lágrimas de la mañana resueltas en la paz del atardecer, estallaban ahora en carjadas nocturnas.
No sabían, aunque lo sentían perfectamente, que ese día habían escrito una de las más bellas páginas que 2 seres humanos hayan puesto sobre papel alguno en los años de la humanidad: el amor que madura en los corazones cansados de perder una y mil batallas, pero que son muy conscientes que la vida no vale para nada sin su fuerza; el amor siempre nuevo, siempre raro que nos devuelve la alegría, la ilusión, la esperanza... cualidades que no son siempre materiales para sueños.

viernes, 13 de junio de 2008

Había visto en "Elegy", la película de Isabel Coixet, que uno de los protagonistas se refiere a la necesidad de introducirse en el interior de las personas amadas, por aquéllo de conocer sus sentimientos verdaderos y sus futuras reacciones. Se trata de un ejercicio difícil –pensaría-, la gente no resulta tan permeable a veces y su gabardina intraspasable nos muestra siempre sus mejores colores. Sólo el ejercicio del desnudo, que Tomás Moro obligaba en su "Utopía" a todos los novios, nos permite conocernos realmente. Sin embargo lo intentamos, vestidos como estamos de nuestras plumas de pavo real. Era la idea que le rondaba la cabeza cuando, como un quejido, una persona muy cercana le dijo:
- Cuanto más me conocen menos gusto.
Ensayó 2 torpes respuestas, más literaria la primera, más precisa la segunda. No creía ver lo mismo que ella; no, y que las cosas pasaban al revés de como ella las contaba: cuanto más la conocía le gustaba más lo que veía. Y fue, la suya, una respuesta serena. La vida te repasa a veces los espacios desesperanzados por la cara y te pone de color de nube de lluvia densa el futuro. Pero en algún momento ves que sólo fue una tormenta, que quizás ha salido un sol confortante a tu lado y que parece que se va a quedar allí. Es entonces cuando notas que no existe el engaño del impermeable, porque tus colores íntimos se visten con pieles que nadie ha podido contemplar antes. Has cambiado, te ha cambiado ese sol resplandeciente, mientras saludas con tu simpática sonrisa a las nubes que se alejan. Y te dejas llevar por un torbellino tobogán a donde sea, porque sabes que el final del viaje es una red elástica que te proyectará otra vez hacia las alturas. Déjame conocerte –dijo ella- ahora que todo es luz, todo es calor. Y déjame decirte –contestó él-, que veo que esos son tus colores naturales. Y que no quiero, no estoy dispuesto, no podría dejar de pensar en ti.

miércoles, 11 de junio de 2008

Segunda parte: el ágape

Dicen que la Iglesia católica tomó de los antiguos ritos paganos motivo para sus celebraciones religiosas más características. Por lo mismo, un partido laico como es UPyD, puede integrar el doble aspecto que contienen dichas liturgias: la palabra y el yantar. De esa manera se correría el velo que pretende que la humanidad ha sido diferente de sí misma en algún momento de su existencia. Pero no es así, la jungla se reconoce lo mismo en cualquier película de Quentin Tarantino que en los relatos de las pulsiones más elementales de la persona que emanan de las obras de Shakespeare.
¿No hemos avanzado nada, en realidad? Bueno, quizás no conviene ponerse demasiado categóricos. Por lo menos en lo que se refiere al condumio y en San Sebastián el progreso del hombre es evidente. Y es que comer en San Sebastián es siempre un acontecimiento y hacerlo en compañía de la gente de UPyD, algo muy especial. Claro que, un avezado político alemán como era Adenauer decía que "hay 3 clases de enemigos: los enemigos a secas, los enemigos políticos y los compañeros de partido".
Seguro que don Konrad observaba circunstancias semejantes a las acaecidas por mi persona en la mesa del ágape después del mitin donde -un tanto presa del atolondradamiento, lo reconozco- resolvía sentarme. Lo hacía con mis compañeros de Bilbao, lo que es como presumir que jugaba en casa. Nada hay sin embargo peor, según comprobarán ustedes.
Alguien me había colocado en lugar bien visible de la chaqueta una pegatina del partido que se supone encargada para su visibilidad en todo el orbe laico-nacional, lo cual yo asumía -no en vano, de lo que se trataba era de celebrar algo así como el momento de la procreación del invento-. Lydia Brancas se decidía a inmortalizar la escena que, parafraseando a Quevedo, consistía en el "érase un hombre a una pegatina pegado/érase una pegatina superlativa", y hacerlo con la ayuda de la cámara de su teléfono móvil. Hizo ella la foto y me la mostró. Yo quise que me la hiciera llegar -a lo mejor mi amiga Vic aceptaría con esa imagen que, pequeño al fin, nuestro partido sabe hacer cosas grandes, empezando por las pegatinas.
Ese fue el principiar de mis desdichas. Lydia me preguntó sin mayor adorno argumental si disponía de "blue-tooth" en mi "zapatófono" -se refería a mi móvil, al que tengo gran apego y desde el que les doy cuenta de estas mis amarguras-. De manera poco reflexiva contesté que suponía que sí, lo mismo que uno supone que la comida que a uno le sirven ha resultado convenientemente aderezada con sal en la cocina. Lydia, que es abogada y por lo visto tiene vocación frustrada de juez y/o de policía daba inicio entonces a un proyecto de descomunal interrogatorio. "¿Qué sistema de comunicación tienes, Movistar?" Pude contestar que no hablo euskera o que se me resiste el suahili, ya que en esas cuitas andamos ahora los upeyderos, pero preferí cambiar de abogado y sin pedir la venia. Mi tocayo y también letrado Fernández Ausín flanqueba a la Brancas que ya estaba experimentando la stevensoniana metamorfosis consistente en desprenderse de la bonhomía característica al Dr. Jeckyll para transformarse en el avieso Mr. Hyde. De Brancas a Broncas.
- Querido letrado -acertaría yo mismo a decir-. ¿Tengo que contestar a esa pregunta?
Fernando consideró que la Broncas estaba amagando de forma más que arriesgada con invadir mi ámbito de privacidad más irrenunciable -el nombre de la compañía que presumiblemente me estafa en mis conversaciones telefónicas-. En ese tiempo Lydia comprobaba si mi nombre figuraba entre los "blue-toothers", pero con resultado negativo.
- Me la puedes mandar por SMS -sugerí con intención pacífica.
Mrs. Hyde torció entonces el gesto, como aquéllos profesores de antaño debían hacer cuando les presentaban a un analfabeto de 53 años y se puso a buscar mis coordenadas en su aparato de ultimísima generación.
Debió pasar un largo rato hasta que me llegaba la foto -¡ay!, la falta de cobertura-. Pero hete aquí que llegana la instantánea, pero gordísima. Mi levedad orgánica se había reencarnado y -sobreencarnado- en una personalidad cercana a los 200 kilos, algo parecido a un "Buda feliz" redivivo.
- Me ha llegado apaisada -protesté.
Pero la Broncas no estaba para tan nimias cuestiones. Así que me puse a teclear con desconcertado afán en mi aparato hasta que daba con el formato que me devolvía a mí mismo, bien que insertado en mi pegatina.
Traté de enviar la foto a Vic, pero quedó colgada de la "bandeja de salida" -de nuevo, ¡ay!, la cobertura.
Fue entonces cuando sentí que alguien besaba mi limpia calvorota ante el estupor general y el mío propio. Se trataba de José Luis Ainsúa, antiguo militante del pecé y de Comisiones, ex parlamentario vasco de IU y ex coordinador del comité de Álava de nuestro partido.
Excuso decirles que se apoderaría de mí un sentimiento irreconocible: ¿Sería que Ainsúa -en nada parecido al Príncipe que libera a la Bella Durmiente de su eterno sueño,sí, ya sé que yo tampoco me parezco a ella, pero es que tampoco lo pretendo-. quería sacarme del armario con su beso? Más aún, ¿quería salir yo mismo? ¿Pretendía Ainsúa, mangoneado por Broncas Mrs. Hyde, que yo mismo sufriera una transformación semejante a la que en ella acababa de producirse? Son preguntas seguramente sin respuesta ya. Las palabras explicativas de su acción que pronunciaría después Ainsúa -irrepetibles, por lo lascivas- no ayudarían demasiado a mi contento personal.
Suma de crueldades sin límite, tortura china donde las haya, llanto y rechinar de dientes... me puse a esperar el café que nunca llegaba.
A mi izquierda, Marga Izquierdo, señora de Del Cura, me repetía que visitara al médico para tratar más adecuadamente mi catarro. Sólo me faltaba añadir a la larga lista de mis sufrimientos los que se producen en las consultas médicas.
Comprenderán ustedes que volviera con urgencia de fugitivo evadido de Alcatraz a mi refugio de Bilbao.

lunes, 9 de junio de 2008

Un año desde que naciera la idea. Mi intervención en el acto de la celebración. (7.06.2.008)

Buenas días y bienvenidos a esta ciudad acogedora que es San Sebastián, a pesar de los pesares y de los prejuicios.
Hoy estamos celebrando el nacimiento de una buena idea. Nadie ha dicho hasta ahora cuantos estuvimos hace poco menos de un año aquí, en San Sebastián. Si fuimos 35 ó 45. Podían decir que 450 ó 4.500 porque ya sabéis que la victoria tiene siempre muchos padres y muchas madres, en tanto que la derrota siempre es huérfana.
Nacimos para cambiar las cosas, porque no nos gustaba lo que existía, no nos gustaba lo que hacían los partidos tradicionales. Y lo cierto es que conectamos con la gente, que nos apoyó más gente que la que votó al partido que gobierna en esta comunidad autónoma, el Partido Nacionalista Vasco. Nos votaron más de 303.000 ciudadanos. Para que entrara un soplo de aire fresco en el Congreso de los Diputados. Y ahí está Rosa, que es el azote del Parlamento.
Ahora vamos a llevar el cambio al Parlamento Vasco. Nosotros no tenemos nada en contra del euskera, nada en contra; pero no estamos dispuestos a permitir que se margine a un idioma que lo hablan 400 millones de personas para apoyar a otro. Vamos a denunciar también el ejercicio que consiste en sustituir la sociedad civil por la sociedad nacionalista, la sustitución de la democracia de los ciudadanos por la demagogia de los batzokis. Vamos a denunciar, por lo tanto, la red clientelar que continúa tejiendo el nacionalismo vasco y que se está volviendo cada vez más agobiante y asfixiante. Y hoy, que precisamente se cumple también un aniversario, en este caso luctuoso: el de la primera víctima mortal de un atentado de ETA, porque hace 40 años moría um guardia civil, en este país que se mira al ombligo y se complace en el pasado, debemos apostar por la comunicación y las infraestructuras que nos acercan al resto de Europa y al resto de España, y decimos que es una vergüenza que el Gobierno Vasco no sea capaz de vincular los atentados contra la "Y" vasca con la banda terrorista.
Lo vamos a plantear en las próximas elecciones autonómicas, cuando se convoquen, y lo vamos a hacer con la ayuda de todos vosotros.

domingo, 8 de junio de 2008

Hoy Pilar me recibe distante, poco cariñosa, como reprochando mi excesivamente espaciada visita. Traigo en mis manos el dibujo que le ha hecho, Gloria Pichiua, su ahijada peruana. Es una campana rodeada de lazos y cuajada de de brillantina. Se trata de la felicitación de Navidad, un augurio anticipado en este frío mes de noviembre. Y Pilar es una niña que se aviene mal con las sorpresas. Su gesto hosco torna en un leve ánimo cuando yo empiezo a hablarle de esa pobre niña que vive en el altiplano, a miles de kilómetros de distancia y a quien ella misma facilita su existencia, en su hogar natal, con sus padres y hermanos; una niña que no sufrirá los traumas de la adopción, del cambio familiar, cultural, de referencias... -que gracias a ella no sufrirá, ¿quizás?, la muerte, pienso para mí-. Y pronto se cansa de escuchar esa cantilena que esconde los rituales de siempre. “Lo nuestro no es una convivencia, Pilar –le podría decir-. Lo nuestro no es la relación de un padre con su hija. Lo nuestro es una separación forzada; un secuestro; una cárcel para ti, y un destierro para mí, Pilar”.
En lugar de eso silencio mi voz que ya no sabe traer acentos quechuas e intento cogerle de la mano, pero Pilar no quiere. Pasan enfermeras y médicos en ese recorrido habitual que ellos tienen y que convierte las visitas a mi hija en una suerte de relación controlada, vigilada, un “régimen abierto” cerrado a la intimidad. Y esa gente que corretea enfundada en sus batas de aquí para allá, le afea su conducta en cuanto la advierte. Y yo no sé qué hacer, porque no me gusta tampoco que le digan nada a Pilar, por lo mismo que rechazaría que alguien me reprochara algunas cosas, mis ausencias, por ejemplo... Y es que resulta bastante triste, bastante duro no encontrar ni siquiera la protección elemental con la que cuentan hasta los humildes caracoles, una cáscara frágil, sí, pero que les protege del frío y de la lluvia. No hay siquiera una opaca campana de cristal entre tú y yo, Pilar, parecida a esa campana de Navidad que te ha dibujado Gloria, y que sería hoy un regalo precioso, antes siquiera que haya empezado el adviento. ¡Jesús. Hoy en día hasta funcionan los servicios de correos!
Ya ha pasado esa larga media hora que hemos previsto, Pilar y yo, como el espacio convenido de nuestros habituales desencuentros. Miro al reloj que está fijado en la pared de la salida y Pilar me mira a mí, en su silencio permanente porque sabe que me voy y quiere que me vaya. Hoy la despedida son dos besos suyos, y el adiós resulta entonces algo más aceptable que otras veces.

sábado, 7 de junio de 2008

La búsqueda del complementario

Miguel Bosé recopiló en un disco un elenco de grandes éxitos de la historia de la música al que titularía algo así como "diversas maneras de quitarse el sombrero". Ahora los sombreros no están de moda, excepto en Inglaterra, donde la tradición impone estrafalarios tocados a las señoras y los que son de uso común para los señores. Ocurre algo parecido con los guantes en esta sociedad práctica hasta el exceso que nos ha tocado en gracia. Los guantes se usan para combatir el frío o en las actividades laborales en que la seguridad y la higiene lo exigen. Antes, el guante denotaba elegancia y erotismo y la forma en que se desprendía de él Rita Hayworth en "Gilda" es uno de los "stripteases" más sugestivos de la historia del cine. Pero los guantes servían para otras tareas de significado menos placentero y si un señor te abofeteaba en la cara -con el guante cogido de la mano- y en presencia de testigos ya podías buscarte algún padrino, afinar la puntería o ejercitar tu entumecida esgrima: te estaban retando a un duelo. También las mujeres dejaban caer inadvertidos guantes a los suelos, en cuyo interior el avisado varón podía encontrar una nota con una comprometida cita a la que respondería este con mayor o menor gracia. Carentes de guantes, hoy las mujeres los arrojan de manera metafórica, un poco por despistar, otro poco por conocer tu reacción, otro poco por ¡vaya usted a saber porqué!, que es lo que decimos los hombres cuando no entendemos la sutil estrategia que anida en las mujeres, o sea, casi siempre. Esto es lo que me ocurría la noche del jueves pasado cuando mi amiga Vic, como quien no quiere la cosa, tiraba de su guante imaginario para decirme:
- Le tendrías que conocer a mi amiga Carmen. Es igual de tranquila que tú.
Uno está acostumbrado a que no se le note, pero debo afirmar que se me helaba la sonrisa y todo mi organismo se volvía huésped de algún trasunto de ser alienígena, especialmente el corazón. Mi corta imaginación navegaría en extraña deriva desde la sensación de haberme convertido en uno de esos objetos semovientes -sinó muebles- que se trasladan por inútiles de uno a otro lugar de la casa o como esos corazones solitarios dispuestos a dar tumbos por aquéllo de no encontrar acomodo ya en ningún otro corazón. ¿Estaba jugando Vic al juego de la oca conmigo -"de puente a puente, y tiro porque me lleva la corriente"- o sólo se trataba de tirar una piedra a un estanque en aparente calma para comprobar si en la profundidad de sus aguas se esconden peligrosas corrientes que tiran hacia sí a cualquier incauto? Pasé entonces por delante del guante sin recogerlo y me puse a pensar a ratos sobre la compatibilidad entre los iguales. No hace falta demasiada inteligencia para advertir que la calma no produce efecto sobre la tranquilidad por lo mismo que la actividad desbordante golpea contra la nerviosidad en un choque que puede conllevar dosis de alto voltaje. La vida se hace alegre en el contraste, como un buen arreglo indumentario, una decoración bien resuelta o un buen cuadro. Además que no hay nada más diferente que un hombre y una mujer, nada se explica con mayor dificultad que las reacciones de unos y otras y el descubrimiento de un sexo por el otro se ha constituido en una de las tareas imposibles que cada generación y cada persona inician prácticamente desde cero en cada una de sus vidas. Y nuestros "iguales" ni siquiera lo somos nosotros mismos, aburridos de convivir durante decenas de años en los reducidos espacios de nuestros exiguos organjsmos. Muy pronto, sin embargo, dejé de adjudicarle importancia a ese comentario, mi sensación de formar parte de un mobiliario trashumante se desvanecía a la misma velocidad con la que se había hecho presente y las palabras de Vic que seguían a la advertencia no presumían ya que me estuviera convirtiendo en un estorbo.
Fue entonces cuando me agaché, recogí el guante, deslicé en su interior una nota que contenía un escrito personal y, al entregárselo, me quité el sombrero. Pude añadir eso de "España y yo somos así, señora", pero eso ya formaba parte de la no menos vieja historia de un charco y una chaqueta, así que permanecí en silencio.

viernes, 6 de junio de 2008

¿Paz o libertad?

Hace tiempo que persisten 2 discursos en el País Vasco. Se trata de 2 posiciones que no se contradicen entre sí pero que enarbolan sectores sociales y políticos muy contradictorios: el discurso de la paz y el de la libertad.
Como ayuda para la mejor comprensión de ambos términos, cuando estos se aplican al País Vasco, quizás resultaría práctica la utilización de sus contrarios, esto es: la violencia y la dictadura.
"Contra violencia paz", podrían decir los partidarios de esta disyuntiva. Desconectado el terrorismo de su condición de banda organizada y de los perversos efectos que produce -el miedo- sólo queda su desaparición, cosa que se puede negociar -según quienes se postulan de esa tesis-. No importa que esa eventual borrón -pactar con una banda terrorista su desaparición a cambio de contrapartidas políticas- pueda "lavarse" en una segunda o tercera mesa: lo importante es la paz y, por.la paz... un avemaría.
La otra tesis -la que antecede a la paz el principio de la libertad- no ignora la realidad de la violencia, pero reconoce que esta intenta -y en muchos casos lo consigue- provocar el miedo en muchos sectores de nuestra sociedad. No habría más que dirigirse a pueblos como Mondragón, Andoain y a otros 30 municipios más gobernados por ANV para comprender que la dictadura del miedo se extiende por entre sus calles como una inmensa mancha de aceite. ¿De qué valdría una paz que no trajera de la mano una verdadera liberación de esos pueblos, por extensión de los demás y de sus ciudadanos? Esa paz, por lo tanto, se parece sospechosamente a ese ominoso silencio que permanece en cualquiera de esos pueblos cuando volvemos a nuestras casas después de un atentado, después de que por ejemplo 2 días antes de las últimas elecciones mataran a un ex concejal del PSOE. Franco y ETA se reconocen en sus métodos y en sus resultados: la paz de los cementerios.
Una sociedad que se ve cortada con un cuchillo en 2 partes prácticamente iguales debería obtener algo así como la cuadratura del círculo: permitir la compatibilidad entre los 2 principios, según piensan algunos. Se trataría de partir del reconocimiento de que uno se sitúa originariamente en un campo -por ejemplo, el de la libertad- y carece de pudor alguno en acudir con armas y bagajes al contrario -el de la paz-. La suma de votos que se produce entre los propios -los de la libertad- y los prestados -los de la paz- pueden suponerles una victoria electoral.
Esta sería la segunda parte de la estrategia socialista, toda vez que el ensayo de la negociación con ETA les ha sido muy rentable en términos de votos. Se trataría ahora de tejer complicidades con nacionalistas moderados a quienes les preocupa el enésimo encuentro del Lehendakari con los radicales y filoterroristas y la debilidad de su partido -el PNV-. Una red que se completaría con la que el PP está envolviéndose a sí mismo sin demasiados esfuerzos externos.
Así que el partido socialista bien pudiera ganar las próximas elecciones autonómicas, utilizando para ello un mensaje calculadamente ambiguo y abierto a todos -casi todos- los sectores de la sociedad. Lo que haría con el gobierno, así obtenido, sería objeto de otro tipo de consideraciones que preferiría no sugerir siquiera. Para esto vale la máxima evangélica: "Por los hechos los conoceréis".

martes, 3 de junio de 2008

No podemos permitirnos vivir con miedo

Conocí a mi primo Joaquín Romero Maura en el otoño del pasado año. Presentaba en aquél momento la reedición del libro de su abuelo, el Ministro de la Gobernación del Gobierno provisional de la Segunda República, Miguel Maura. La algarabía que para un autor suponen esos días en que presentas un libro redujo nuestro encuentro a un breve apretón de manos.
Estos días Joaquín Romero Maura ha aceptado el cargo de patrono de la fundación Antonio Maura. Su director -mi pariente y amigo- Alfonso Pérez-Maura dice que de esta forma el abuelo de Joaquín vuelve a la casa del padre, y esa casa del padre -la fundación Antonio Maura- tiene como Presidente de Honor al Rey don Juan Carlos.
Lo cierto es que Joaquín y yo cenábamos en Madrid en los días en que se celebraba reunión del Patronato. Joaquín vive en Londres, donde sigue estudiando con pasión de "amateur" y metodología de historiador esos años de la Restauración española en que tantas cosas debieron ocurrir para que no advinieran el desastre de la guerra civil y de la dictadura franquista.
A Joaquín le interesa lo que ocurre en España -afortundamente nuestro país ya no "duele", aunque existan muchos asuntos pendientes de resolver-. Se informa en la lectura de los periódicos y procura mantenerse en contacto con las personas que le puedan ofrecer detalles de los acontecimientos
Miguel Maura, su abuelo, era persona de altura. Había que verlo presidiendo el funeral por su hermano, mi abuelo José María, asesinado en marzo de 1.936 por un afiliado a ANV, sacándoles la cabeza a mi padre y al líder socialista Indalecio Prieto. De modo que su nieto tiene a quién deber su estatura de jugador de baloncesto. Cuenta Robert Graves que el coronel Lawrence -el de Arabia- consideraba la altura física una situación humana abiertamente contrapuesta a la inteligencia. Con Joaquín se habría dado cuenta que -regla al fin- también su norma contiene excepciones. Y es que ese zaragozano, devenido en inglés de adopción, cuenta con esa ironía que es segunda piel para los británicos y una inteligencia brillante que ya no es patrimonio de los pueblos sino de las individualidades.
Me preguntaría muchas cosas Joaquín sobre la política española, especialmente por UPyD y por Rosa Díez. Se interesaba por su aspecto organizativo
- Es fácil que en estos tiempos de los 'nets' partidos como el vuestro sean penetrados por organizaciones contrarias a vuestros propósitos: recuerda lo que le ocurrió a la UGT en la República y la guerra -me dijo.
Y luego -en una conversación acompañada de buen vino blanco, crema de erizos y "rissoto" de hongos- Joaquín hacía su particular diagnóstico de la situación vasca. Es el miedo -decía-, el miedo que las sociedades de ciudadanos no se permiten. El valor de los ingleses en la batalla de Inglaterra o la imagen de Denis Thatcher -marido de la ex primera dama británica- saliendo de los grandes almacenes Harrod's con una bolsita de esa tienda después de la bomba que colocaron unos terroristas. "No nos impedirán que compremos aquí", aseguraría.
Han sido los años de franquismo los que han precipitado esta situación, que no hubiera ocurrido en esos que Ramón Rubial llamaba "tiempos normales", los de aquélla Constitución liberal de 1.876, y los tiempos democráticos de aquélla República que no pudo ser.
- Cualquier gobierno en Washington o en Londres que pida apoyo para combatir este fenómeno obtendría todos los medios necesarios –explica Romero Maura-. Haría falta un revulsivo.
Un revuksivo, como lo fue el atentado contra Miguel Angel Blanco, que le cuento, y que acabó cuando los nacionalistas pactaron con la banda terrorista. Y mi memoria se va detrás de los atentados de Mondragón y Legutiano y de la ausencia del calor popular, de una sociedad que asiste cada vez más impertérrita ante los estragos del terrorismo.
Pero un revulsivo que debemos provocar nosotros mismos sobre ese lago de agua quieta y en aparente paz de nuestras vidas cotidianas -venía a decirme Joaquín Romero Maura-. Y se puede conseguir. Lo que no nos podemos permitir es vivir con miedo..
Y tiene razón.

lunes, 2 de junio de 2008

La confianza en política

Mi compañero Lois Careaga tiene la costumbre de provocar comentarios a través de insinuaciones sugerentes que él inserta en mi blog o me formula en el curso de alguna reunión . La última de la que tengo noticia se refiere al concepto de confianza en los dirigentes políticos.
Tiene esa palabra -confianza- su origen en el latín "fides", de modo que es lo mismo que tener fe. Y la fe en la política y los políticos es cuestión que se adivina complicada, porque la fe es asunto que pertenece al ámbito de lo irracional -no llegaré a decir, como Borges que la teología es un subgénero de la literatura de ciencia-ficción, pero se le parece bastante.
De modo que uno puede confiar en sus políticos o no hacerlo en absoluto. Puede votarlos con alegría, recelo o con la nariz tapada -como decía Montanelli de la Democracia Cristiana-, y puede también votar a sus contrarios con el mismo grado de convicción. Es más peligrosa la fe en los políticos carismáticos que no se encuentra sustentada en ninguna referencia electorsl. "Todo el poder para el jefe", decía la propaganda de don José María Gil Robles, el líder de la CEDA en aquéllos convulsos tiempos de nuestra Segunda Repúbkica. Pero lo peor había de esperar apenas unos años: Alemania y Hitler, Italia y Mussolini, Francia y Pétain y España y Franco.
"En rigor ustedes deberían poder elegirme cada cierto tiempo -decía de modo cáustico "Papá 'Doc' Duvalier, dictador de Haití-, pero nadie se pregunta por qué florecen las plantas en primavera y los árboles se llenan de hojas". Los dictadores se creen ungidos por un poder que ya que no emana de los hombres lo hace del más alla, y esa divina cobertura les permite envolverse, vestirse de ella. Calígula era dios como lo fueron otros emperadores romanos, dictadores por lo tanto.
Max Weber explicaba que "they reject political authority that is built on religion, belief and personallity. They only accept legal rational authority". Porque son las leyes y su cumplimiento el ámbito más elevado y fiable de nuestra civilización. Y cuando ese magnífico Sir Alec Guinnes, en "El puente sobre el río Kwai", exigía desde su mínimo receptáculo de terrible castigo el cumplimiento de la Convención de Ginebra a su homónimo general japonés que creía que toda la autoridad emanaba de Dios, le estaba pasando por las narices, con dignidad manifiestamente inserta en el estoicismo, todos los siglos transcurridos en la lucha occidental por el imperio de la ley y el control parlamentario.
Así que nos vale más confiar en las leyes que en las personas. O como mucho, confiar en las personas que cumplen con las leyes.