lunes, 31 de enero de 2011

Ricardo Goyoaga

Me piden que haga un comentario sobre Ricardo Goyoaga, y lo hago con particular agrado.
Se puede decir que conocí a Ricardo prácticamente desde siempre, como se solía decir en mi generación “de pantalón corto”. Hoy, con la generalización del vaquero esa distinción parece no tener sentido, pero entonces sí la tenía, y contemplabas con envidia a tus hermanos mayores que ya estaban autorizados a fumar por los pasillos del colegio, esperaban a las chicas a las puertas de los suyos y usaban el pantalón largo que ya no se quitaban de encima ni en los más calurosos días de verano.
Era en los Jesuítas de Bilbao, ese Indauchu que hoy escriben con “tx”. Un colegio en que los alumnos nos diatribuíamos en clases según el apellido y el idioma extranjero, primero, y según la opción de ciencias o letras, después. Y Ricardo era inglés y científico, mientras que yo lo era francés y de letras. Aún así hubo muchas oportunidades para el encuentro y la camaradería.
De Ricardo recuerdo siempre esa impasibilidad, esa parsimonia, esa tranquilidad con que afrontaba los diversos sucesos. Decíamos de él que era la más viva estampa de la flema británica. Y es que Bilbao ha tenido siempre referencias londinenses, no en vano, buena parte de las verjas que separan las calles de la capital inglesa de sus suntuosas mansiones están fabricadas con hierro vizcaino.
Y decía sus cosas, Ricardo, con una dicción difícil, producto de algún horrible aparato dental que le obligaran a llevar para así enderezar el desigual desarrollo de incisivos y molares.
Pero es que con Ricardo tenía yo un mayor grado de aproximación. Era su madre amiga de la mía y lo sigue siendo aún en la ya infinita distancia que producen los años entre los amigos de siempre, cuando apenas tres o cuatro manzanas de casas están más lejos que un continente del otro, porque nunca más se van a recorrer, porque nunca más se volverán a ver.
Y teníamos también la referencia de Bildósola, que es un pueblo en el que los Gortázar –su familia materna- tenían casa, seguramente “solariega y blasonada”, que decía León Felipe. Y donde la cocinera de mi abuela Pilar tenía su familia y a la que acudíamos a “merendar” –es un decir- después de la matanza en un interminable desfilar de productos alimenticios ante la atenta mirada de los parientes más cercanos de Justa Zubero –así se llamaba esa magnífica preparadora de los más exquisitos guisos cuyas recetas se fueron con ella a la tumba-. Recuerdo que, de niño, esas escapadas a Bildósola constituían para mí una satisfacción inaudita, pero que, andando el tiempo, con la seguridad del hartazgo y la difícil digestión posterior, prefería yo sortear semejante homenaje a Pantagruel.
Pasó el tiempo y la Universidad nos separaba. Después fueron unos años vividos en Madrid. Luego regresé a Bilbao y allí seguía Ricardo con quien en alguna ocasión retornaría también la frecuentación.
Un nuevo paréntesis llegaría en los años ‘80 con mi entrada de lleno en la actividad política y mi posterior matrimonio. Pero andando los años, decidíamos mi mujer y yo comprar un apartamento en el Casco Viejo de Bilbao, y Ricardo, que visitaba de manera asidua ese barrio que diera origen a la Villa, se tomaba su cerveza conmigo cuando nos encontrábamos a la salida del Metro o en esa calle de Navarra que confluye a las 7 calles, previo paso por el Arenal.
Blanca Oraa le invitaba a compartir una copa una tarde de sábado en Bilbao. Fue la última vez que le vi. Ya estaba afectado por su enfermedad que sería terminal, pero yo siempre he tenido la suerte de no darme cuenta de las cosas que no son absolutamente evidentes y esa conversación resultó para mí gratísima. No hacía falta que nos viéramos todos los días, bastaba con que nos reconociéramos en esa breve comunicación y compartiéramos apenas media hora de nuestro tiempo para saber que seguíamos en sintonía y que esa relación marcaba ya de forma indeleble nuestras vidas, por más errantes y diversas que fueran la una respecto de la otra.
La misma Blanca me pidió que diera una conferencia sobre la paz en Bilbao. Antes de eso compartimos un refresco. Fue entonces cuando me contó que Ricardo había fallecido y la impresión que me produjo la noticia fue enorme: cuando caen alguno de tus amigos, la gente de tu generación, se te corta la respiración en una sensación que se diría muy próxima al ahogo. Se van como preludio necesario de tu marcha, son como los trompeteros de la muerte que dicen que algún día tú mismo desfilarás a sus sones dramáticos.
Blanca me dijo entonces que sus últimos meses fueron tremendos, que su carácter se tornó imposible. Pero yo no he vivido esos tiempos cerca de Ricardo, una vez más Madrid impuso una distancia entre los dos. Quizás por eso me quedo con ese muchacho –él siempre lo fue- que era la quintaesencia de la impasibilidad británica cuando los dos vestíamos de pantalón corto.

miércoles, 26 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (125)

Cardidal emergía en la caja de cerillas que Jacobo Martos tenía por sala de reuniones con una expresión envarada, distante. Y si el presidente de la Junta de Distrito de Chamartín hubiera sido algo más perspicaz en materia de comportamiento humano habría deducido de esa forma de presentarse que su interlocutor se encontraba nervioso. Pero Martos no se encontraba entre la gente que las pilla al vuelo, entre sus cualidades no se encontraba la capacidad de adentrarse en las mentes de las personas.
Le invitó a que se sentara. Se trataba de una silla de madera, de tijera. De esas que se apilan en las procesiones de las semanas santas, incómodas hasta el punto del deseo de que pasen pronto los nazarenos y tu organismo pueda recomponerse debidamente: un sacrificio propicio para esas fechas.
Fuera esa incomodidad debida al expreso deseo de Martos de castigar a sus ocupantes en un raro pero no imposible rasgo de extraña caridad cristiana, o más bien a las exiguas disponibilidades económicas que tenía su precaria situación presupuestaria, lo cierto era que Cardidal unía a su inseguridad psíquica una real ausencia de confort en ese momento. Un arma de doble filo, después de todo.
- Te escucho –declaró el jefe de policía gravemente.
Martos no miró directamente a su teórico subordinado. Él tampoco se encontraba cómodo.
- Te he llamado para hacerte una consideración –empezaría.
Martos tenía una voz que conseguía provocar la atención de la audiencia, al menos durante los primeros segundos. Esa voz grave y pausada que, bien educada habría servido para ocupar algún lugar entre los tonos graves de un coro… ¿el Orfeón Donostiarra?
Cardidal fue captado también por el arrullo de esa envolvente voz.
- Estoy muy preocupado, Leoncio.
- Lo supongo –contestó el aludido, intentando desprenderse de la red envolvente de esa voz.
Martos hizo caso omiso a la interrupción.
- Me preocupa la situación a la que se está llegando en la Junta. El enfrentamiento que ha tenido lugar esta misma mañana. La falta de unidad que estamos demostrando…
- Ya. Creo que te tendría que preocupar otra cosa –dijo Cardidal interrumpiendo nuevamente a su presidente.
Martos lo observó largamente, impostando un gesto de tristeza que convenía bien a sus palabras, pero que no se ajustaba a la realidad. Y el jefe de seguridad del Distrito sabía muy bien qué era lo que pasaba por la mente de su presunto jefe: que su autoridad estaba puesta en tela de juicio desde hacía ya bastante tiempo.
- Luego dirás lo que te parezca, Leoncio. Pero ahora te rogaría que me dejaras hablar a mí –expresó en un intento de mantener el principio de autoridad medianamente indemne.
Cardidal le dejaría seguir. Al fin y al cabo nadie más estaba participando en esa reunión, no tenía ninguna necesidad de chulearle. Al fin y al cabo, todo sea por los viejos tiempos, debió pensar.
- Y me pregunto, lo hago a veces, ¿cómo es que hemos llegado a esto? ¿cómo es posible que tres personas como Jorge Brassens, tú mismo y yo, que hemos luchado desde hace mucho tiempo unidos en el País Vasco, estemos enfrentados ahora como lo estamos?
Lejos de producir el efecto taumatúrgico que pretendían, estas palabras de Martos hicieron revolverse a Cardidal de su asiento, decididamente percibida su incomodidad el jefe de la policía se levantó de la silla de tijera, sintió un importante alivio inmediato y se encaró con el presidente.

martes, 25 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (124)

Así que Jorge Brassens cumplía con su promesa y le llamaba nada más concluido su viaje de novios. O le escribía un correo electrónico. Le habían robado el móvil en el hotel. Torpe, quizás; concentrado en sus propias dolencias y en la devastadora quimioterapia, Javier tardaría en contestar.
Lo hizo por fin. Quedarían a comer. Había pasado ya un mes desde entonces –y un mes es una eternidad- cuando la cuenta atrás la tienes tan encima de ti. Era el mes de julio.

Hacía un calor horroroso, como solo el mes de julio madrileño puede repetir. Porque las temperaturas altas se unen a la combustión de los automóviles y a la asfixiante atmósfera que arrojan al ambiente los aparatos de aire acondicionado.
Brassens se había propuesto caminar desde la sede del Partido del Progreso hasta el lugar de la cita, un “restaurant” italiano situado junto a la casa de Javier, en la calle Lagasca con la calle Maldonado. Pero apenas llegaba Brassens a la confluencia entre Alcalá y Velázquez notaba que la respiración le faltaba, que el sudor se sentía en gotas que se desprendían limpiamente de su cuerpo y se alojaban en su camisa, seguramente empapada ya. Y resolvía tomar un taxi.
Era una puerta pequeña la del establecimiento donde iban a comer. Y parecía más bien una tienda que una casa de comidas, porque en la entrada había vitrinas con productos italianos a la venta.
- Es que estamos muy cerca de la embajada italiana y aquí venden muchas salsas y condimentos –le explicaría Javier a la salida, con el nivel de detalle en él acostumbrado.
Pero Brassens llegaba antes, como siempre. Aunque apenas le daba tiempo a abrir cualquiera de sus revistas o libros con que él amenizaba las esperas. No lo vio bien hasta que lo tuvo a dos escasos metros de su corta vista.
Ahí estaba. Una delgadez que parecía proyectar más bien un resumen de su persona, el pelo calvo, los andares vacilantes… la enfermedad se había apoderado de él y campaba a sus anchas en aquel que fuera en su día un organismo saludable.
Se estrecharon las manos.
- ¿Cómo me encuentras? –preguntó Javier.
Brassens no estaba dispuesto a pronunciar una sola palabra que agudizara el previsible estado depresivo de su primo.
- Más o menos como esperaba –contestaría.
- El otro día vi a tu hermano Antonio por la calle y no me reconoció –le informó entonces Javier-. No tiene importancia.
Pero la tenía. Desde luego que la tenía.

Encargaron la comida. Los dos tomarían el menú del día. Para beber, agua para él, una clara con gaseosa para Jorge Brassens.
No había mucha gente, pero la ineficaz camarera situaba junto a ellos a dos comensales que acababan de llegar. Javier pidió que les cambiaran de mesa: lo que tenía que contarle a su primo no era para nadie más.
Y en tanto que el aire acondicionado secaba la sudorosa camisa de Brassens, Arriaga empezaba observando las fotos de la boda de aquel. La casa de Arrechea que él bien conocía engalanada, sus otros primos, su tía… Le prometió que se las enseñaría a su familia.
Luego fue el turno de la confesión. Javier Arriaga le habló de su enfermedad como quien se refiere a una dolencia que afecta a otra persona. Del tratamiento y de sus consecuencias físicas, del agotamiento que produce y cuándo se produce éste… Le habló de la vida, de esa vida que se escribe y reinventa cada día, porque no sabes muy bien si tienes muchos más. Y le habló de su mujer y de sus hijas, de su tranquilidad respecto de ellas, en el caso de que faltara.
Le había hecho la descripción de un condenado a la pena máxima situado ya en el corredor de la muerte.
Y le dijo que ya no podía trabajar, pero que no estaba contento de cómo se llevaban las cosas en su empresa y que eso le obligaba a estar pendiente. De hecho alguna vez sonaría el móvil con informaciones que parecían positivas para el futuro de aquella sociedad que muy probablemente se quedaría sin gerente. Y también le dijo que esa ocupación le despejaba algo la cabeza, siempre ocupada en una enfermedad terrible.
Pero Jorge Brassens había oído antes hablar de la señora de la guadaña, algún tiempo antes de que se encarnara en su primera mujer. Cuando ella le decía que, más pronto que tarde, ella se quitaría de en medio. Claro que entonces no la creyó.
Caminaron lentamente hacia el portal de la casa de Javier, aprovechando los espacios sombreados de la calle. Antes de despedirse, Javier elogió su chaqueta veraniega de rayas azules sobre fondo blanco.
- Es muy clásica –contestaría Brassens con una sonrisa.

lunes, 24 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (123)

Bilbao, 13 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer no me dio tiempo a sentarme ante el ordenador. Llegué tarde a casa después de la concentración de ¡Basta Ya! frente a la residencia del lehendakari. Alguna gente se puso la capucha naranja del corredor de la muerte que a ti te gustaba tanto. Pero la mayoría íbamos con la cara descubierta.
A Joseba le dejaron tirado. Estaba en la Ertzaintza y le destinaron al puesto de jefe de la Policía Municipal de Andoain, cuyo alcalde –un Barandiarán- es batasuno. Sabía que le podían matar en cualquier momento. Y ese día fue el sábado pasado.
La familia se comportó con una enorme dignidad. A los miembros del Gobierno Vasco no les dejaron ni entrar en la capilla ardiente porque habían firmado el Pacto de Estella. Sin embargo Ardanza y Arregui fueron muy bien recibidos.
Yo llegué con tiempo para asistir a los oficios fúnebres por el asesinado. Como no era creyente se trató de una cosa muy especial. En un extremo de la plaza del pueblo, frente al Ayuntamiento, habían construido un estrado, donde se encontraban los oradores y las siguientes banderas: la ikurriña, la bandera nacional, la europea, y... una bandera pirata. Pirata, sí, una de esas que se ven en las películas, fondo negro y con la calavera y las tibias en color blanco.
Habló Maite, y lo hizo con una extraordinaria serenidad. Leyó unos versos compuestos por ella y que hablaban de la “gente de corazón de hielo”: El nacionalismo vasco excluyente que se conforma con aparecer en los velatorios poniendo cara de buenos chicos. –Lo cierto es que no han secundado una moción de censura que apearía de la alcaldía al batasuno.
Habló Ignacio Latierro, también antiguo compañero mío en el Parlamento Vasco. Cerró Rosa Diez que se desmelenó. Citó por sus nombres a los responsables del atentado: Atutxa, Martiarena, Ibarretxe, Arzalluz... Ares, Patxi López, Eguiguren y Huertas no aplaudieron en ningún momento. Luego la llamé por teléfono para decirle que ánimo y adelante, que cada vez creía menos en las organizaciones y más en las personas, y que estaba con ella.
Luego sonaron dos himnos y una canción: Primero el de la Guardia Civil. ¡Te puedes imaginar! ¡En la plaza de Andoain! En ese momento empezaron a nublarse mis ojos y derramé algún que otro lagrimón. –Es curioso, desde que te fuiste me he vuelto un llorica-. Luego “La Internacional”. Y terminó con una canción por lo visto dedicada a la gente pirata, los que viven el día a día, sin saber si mañana amanecerá para ellos- -Le contaba a Javier Otaola, con quien comí ayer, que desde ese día yo me siento también un poco pirata: La vida que he elegido no es precisamente cómoda ni segura, y no me espanta demasiado pensar que puedan pegarme un tiro cualquier día. Eso sí, con tal de que tenga una pastilla de “Dormodor” a mano. El sueño no hay que perderlo nunca.
El atentado ha conseguido un revulsivo de la sociedad que me gustaría tuviera una duración importante, y Rafa Balparda dice que hay que integrar todo tipo de movimientos cívicos.
Le puse unas letras a Maite Pagaza. En ellas, además de hablarle de la tristeza que se siente ante la perdida de un ser querido, le dije que todos los que tenemos enfrente de nosotros –no mencioné que incluso en su mismo partido- habían olvidado hacía mucho tiempo sus ideales y sólo les quedaban intereses.
Por cierto. Después del atentado, Benjamín –uno de mis escoltas- se puso serio y me pidió que prescindiera del perro y de mis paseos con Rafa Balparda. Le dije que le había escuchado atentamente, pero que no iba a seguir ninguno de sus dos consejos. “Me he quedado viudo con 47 años –fueron más o menos mis palabras-. Mi existencia ya resulta bastante limitada. Al perro le tengo mucho cariño y me hace compañía los fines de semana. Ya no voy a Burguete, para verle a mi hija al hospital, y los únicos paseos que puedo dar son esos. ¿O pretende que para mejorar mi seguridad me quede recluido en casa”? Poco después se suavizó y me pidió que diéramos esos paseos fuera de Bilbao. Pasa siempre después de los atentados, que les entra la psicosis, pero cuando transcurre el tiempo tienden a bajar la guardia y dar por bueno... casi todo.
He visto a Pilar, a la que he regalado una cajita china, buena, para que ponga ahí todas las cosas que le gusten. Le están preparando el lecho. La niña está muy bien y le he prometido que ya no voy a salir los fines de semana en bastante tiempo.
He estado con tu padre, con Gaby y con Bècaud. El pobre perro se iba escaleras abajo conmigo, pero hasta el sábado no puedo recogerlo. Hay un par de cartas certificadas: Una sobre la incapacidad de Pilar, otra que me temo que es el impuesto de plusvalía del apartamento de Lanzarote. Él las recogerá mañana mismo.
Gaby quiere hacerse española para afiliarse al PP, ser interventora y todo eso. Ha llevado a la sede de Getxo una foto tuya a la que le han puesto un marco. Está junto a una banderita española. Tú muestras con enorme satisfacción una caja de galletas Chiquilín. Es graciosa.
Bueno. Voy a cerrar por hoy mi narración. Sabes que te quiero y te recuerdo muchas veces al cabo del día.

Un beso.

viernes, 21 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (122)

¿Aparecería Cardidal finalmente? Ers dudoso. Ya Jacobo Martos no sabía muy bien quién era él mismo en esos momentos. ¿Una especie de Reina Madre? ¿un “Primus inter pares” en el ingobernable distrito de Chamartín?
Lo que tenía muy claro era lo que no era: un presidente ejecutivo de la organización de aquel barrio.
Y todo había ocurrido muy deprisa. Los electores se llevaban a aquel desastre de Zapatero y le proporcionaban una mayoía justa al Partido Popular. Este se veía obligado a pactar con los nacionalistas –como siempre- y estos no le dejaron hacer el programa que se intuía desde por lo menos año y medio antes que estaba en sus papeles más secretos. Era como si le dijeran: tú puedes caer, pero no te vas a cargar la estructura del Estado.
¿No pudo Rajoy o en realidad no quiso hacerlo? En su fuero interno Martos se apuntaba a la segunda de las tesis. Rajoy no era el hombre para ese momento, el “cirujano d hierro” por el que clamara Joaquín Costa, que era lo que España pedía a gritos.
Y cuando se acabó la caja y nadie quiso acudir en rescate de un país destrozado por las convulsiones internas, con una segunda o tercera o cuarta crisis que se cargaría todo el proyecto de Europa, los gobiernos se parapetaron detrás de las barricadas que formaban ahora las fronteras nacionales. Sólo un año después de que la derecha tomara el poder eran las hordas quienes acababan con él.
Pero es que ya España había dejado de existir bastante tiempo antes como un proyecto común y compartido –como a Martos le gustaba repetir-. Algunos momentos fugaces nos advertían de que existía algo más que una suma heterogénea y desconcertante de naciones: la selección española, por ejemplo. Pero acaso fuera también eso un destello apenas insignificante.
Él estaba en Madrid. En ese pueblo en el que decididamente dio Cristo las tres voces. Pasto ahora de los nuevos bagaudas de la delincuencia rural. Y había que volver al concepto primitivo de la ciudad, de la ciudad como espacio de protección de sus habitantes, de la ciudad como ente capaz de prestar los servicios, de la ciudad como origen de la civilización moderna…
Así que se apañaron con el piso que un viejo compañero de partido les cedía con tal de que lo conservaran como pudieran y se lo entregaran un día. Cuando los desastres hubieran pasado. ¿Pasarían? ¿concluiría toda aquella pesadilla?
Pero Elisa, su mujer, rezongaba a menudo. “En el fondo, Jacobo, los niños ya son mayores y se organizan como pueden. A nosotros nos habría venido mejor marcharnos a Bruselas”, le decía.
Pero nunca se sabía cómo acertar. ¿Estaba mejor Rajoy en Portugal? ¿escondido en algún balneario de la costa y rememorando los peores momentos de su presidencia?
Un toquecito en la puerta le sacaba de su ensimismamiento.
- Adelante –ordenó parsimonioso Martos.
Se abrió la puerta y por ella entraba. Efectivamente era Leoncio Cardidal.

jueves, 20 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (121)

Porque había una historia muy larga de afectos y de episodios compartidos entre los dos. Y empezaba cuando la familia de Javier pasaba sus veraneos en Las Arenas, incluso en Algorta,en aquel piso que pronto se les quedaría pequeño, pero del que guardaban siempre los madriileños un grato recuerdo. Tanto que al pasar por la carretera que les conducía a la playa, el padre de ellos se dirigía a hijos y sobrino con esa permanente advocación:
- ¡Un saludo a las moñoñas!
A lo que había que contestar siempre y a voz en grito:
- ¡Hola!
Jorge Brassens nunca supo por qué a las propietarias de aquel piso algorteño se las llamaba de esa forma, pero esa expresión llegaría a formar parte de una suerte de rito convenido. Se parecía bastamte a cuando, años más tarde, Brassens acudía a comer o cenar a la casa de sus tíos-primos en Aravaca en Madrid. A los postres su tío, antes de ofrecerle una copa de contenido bebible –whisky, por ejemplo- le sugería la posibilidad de tomar un licor de “prunelles”, que era un liqúido que se conservaba en el mueble-bar de la casa y que no había quien le echara un tiento. Y cuando Brassens rechazaba con amabilidad el ofrecimiento, su tío hacía una rictus de falsa amargura con la boca para decir que aquella botella les sobreviviría a todos.
Como por otra parte había ocurrido.
Recordaba Jorge Brassens cómo, a la puerta de esa magnífica casa que su tío, arquitecto de profesiópn, había edificado, entregaba a su amigo-primo Javier un ejemplar de su primera novela, edición casera, portada de Lorsen, su mujer: “Conflicto en Chemical”, y que la dedicatoria que le hacía tenía que ver con un hecho luctuoso: que su padre había muerto, de una manera rapidísima, en apenas dos o tres semanas.
Era su tío Jorge un hombre jovial, ingenioso, social… a decir de Lorsen, “uno de esos señores del Bilbao de siempre, de los que tienen gracia”. Ahí estaba, en la boda de Brassens, cuando ella atravesaba el pasillo central de la iglesia –a esa ceremonia, Javier, que fuera llamado a ser testigo de la boda, no asistiría: un accidente de coche se lo impediría-. Y Lorsen resoplaba afanosamente en ese principio de un día tan importante para ella, nerviosa, un tanto intranquila: “¿Habré acertado con el traje? ¿Estaré bien maquillada? ¿Saldrá bien todo?” Pero Jorge Arriaga), vuelto hacia ella, en el exterior de un banco de la iglesia del Carmen, le hacía con la mano en la boca el gesto simpático por el que Lorsen ya podía colegir que según él estaba guapísima. Y Jorge Arriaga tenía razón, por supuesto.

Y es que no había otros. Alguna vez pensaría Jorge Brassens que, más que una prolongación de su familia, la familia Arriaga podía ser algo así como el clan del que a él le hubiera gustado formar parte. Claro que no es oro todo lo que reluce, le habrían dicho sin duda ellos si lo supieran. Pero había una inteligencia especial, del tipo de la emocional, quizás, que les permitía a ellos encontrar las palabras más adecuadas en los momentos trascendentales. Como su tía Ángeles –la madre de Javier Arriaga- cuando estaban a punto de llevarse el féretro con los restos de Lorsen y ella sususrraba al oído de Jorge Brassens, esas que fueron para él palabras de consuelo definitivo, porque concentraban en esas cinco palabras la respuesta a todas sus dudas, acrecentadas además por ese beso que le negaba su hermana, ante el cadáver todavía caliente de ella, en un exiguo apartamento de la calle General Concha de Bilbao:
- Has sido un buen marido.
Era cosa de familia. Como uno de esos días, Carol Lope de Reuda, junto a la cama de Javier, hospitalizado ya:
- Vendré a esta clínica. Pero no me importa entrar, porque te siento igualmente.
No siempre se podía entrar, desde luego. Seguramente destrozado por dentro, la lucidez plena por fuera, Javier debía consumir raciones mayores de calmante en un proceso que nadie pensaba ya que tuviera solución. Y había ocasiones en que no se le podía ver. Pero sí sentir su presencia al otro lado del delgado tabique, su respiración, su sueño, su escasa vida que se le escapaba a chorros.

miércoles, 19 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (120)

Bilbao, 11 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Retomo mi correspondencia contigo después de un largo viqje a China. Rafa Balparda me dijo que Lu Pi, su amiga estaba en Shanghai con una empresa vasca, como intérprete, y que le dejaban la vuelta abierta durante unos días. Coincidía con el final del año chino, que es el 31 de enero –se pasan unos quince días de fiesta con ese motivo-. Por cierto, este 2003 es el año de la cabra, que es mi signo y, según Lu Pi, todo lo que me proponga me saldrá bien. Desde luego estoy convencido de que no será tan malo como el pasado. Pero vuelvo al viaje. ¡Te puedes figurar! Yo no tenía –como sabes- ni siquiera pasaporte, ni menos aún visado para entrar en China, no sabía cuánto podía costar el viaje... El caso es que me saqué la documentación y las visas se quedaron atrapadas en Burgos –nevaba- el día anterior a nuestra salida-. Pero al final, como por arte de magia, conseguimos volar para Shanghai.
Iba a tener una cena con tu hermano Enrique precisamente el día de nuestra salida. Le llamé y me dijo que no importaba porque ni Paty ni Elisa podían desplazarse a Bilbao. Creo que ya te he contado que las perlas de tu madre se las quería regalar a nuestras sobrinas.
La noche anterior cenamos los Aznar –Mónica y Alejandro- y los Ortiz de Urbina en Jolas Toki. A las dos amigas tuyas les regalé un pañuelo de Hermès. A Dolores se la llevaban a Estados Unidos para que La intervengan. Isabel me ha prometido que me llamaría a la vuelta. Jorge habló mucho de medicina con Mónica, con lo que estaba entusiasmado.
Shanghai es una población enormemente interesante. Te hubiera gustado conocerla y yo habría disfrutado de tu compañía –entre otras cosas- para hacer una vida menos consumista que la del resto del grupo, especialmente una pareja de amigos de Rafa –él nacionalista bastante furibundo, aunque se ve a sí mismo como un moderado; ella más inteligente, que ha votado ya por dos veces al PP, en contra del criterio de su marido-. ¡Había que ver cómo compraban! Era de reflexión sociológica. Claro que yo se lo decía con mi habitual tono irónico, pero les daba absolutamente igual. Primero comprobaban que podían comprar las cosas a un tercio del valor pedido por el comerciante –que era al menos otro tercio de lo que podría costar aquí. Al principio compraban porque les gustaba. Luego siguieron comprando sólo para comprobar si les aceptaban el regateo: Era como una especie de furor, el consumo por el consumo. De modo que iban y venían con enormes bolsas repletas de bufandas, fulares, pañuelos, relojes falsos... Todo lo que te puedas imaginar. Después, en la última fase de la historia pensaron que podían colocar el exceso de sus compras –o sea, más del noventa por ciento- en Bilbao, y con eso costearse el viaje. Una feliz idea que, por supuesto no me propusieron en ningún momento. ¿Te puedes imaginar? ¡Una chica que tiene un chalé en la Bilbaina vendiendo pañuelos y relojes de imitación en los vestuarios del club! Rafa Balparda no aceptó la posibilidad, pero ellos mantenían su furor comprador.
Había un mercado permanente de antigüedades donde compré varias cosas –un par de cuadros para Lanzarote, una figura de un viejo pescador, un reloj cuyo mecanismo es un pajarito en una jaula que mueve el cuerpo mientras da los segundos...
Fuimos a un museo histórico muy interesante, entramos en el teatro de Shanghai que es como una enorme pagoda china acristalada –representaban el “Amor Brujo” de Falla-, dimos un paseo por el río en un barco y desayunamos en un edificio a cuarenta y cinco pisos de altura, desde donde se divisaba perfectamente la ciudad.
Para los chinos la misma escritura es un arte y por ella empezaron a ejercitarlo. Luego pasaron al realismo, mezclándolo con los caracteres. Se trata de una reflexión interesante: la escritura y la pintura integradas en un solo medio de expresión.
Visitamos un acuario fantástico. Pero ahí me lo pasé mal. No sé por qué noté tu ausencia de una manera verdaderamente profunda, lacerante. Y no creo que tú y yo hayamos visto juntos un solo acuario. Pero sentía punzadas de dolor que me golpeaban el estómago.
Aburrido de tantas idas y venidas a los mercados, me fui al museo de Bellas Artes, donde había una retrospectiva que me parece que vimos ya en el Guggenheim, pero más reducida en el caso chino: arte francés de la época de los sesenta con sus acostumbrados grafittis y alguna producción al estilo de Warhol. En cuanto al arte chino hay que decir que se ha instalado en el realismo comunista, aunque había un par de cuadros que me gustaron mucho y de los que busqué sin fortuna una reproducción: uno era un dibujo de una calle del barrio colonial de la época británica; el otro un óleo de una mujer china desnuda, una especie de muchacha en flor, que diría Proust: una belleza oriental de las que pocas veces se pueden advertir.
He aprendido –siquiera con alguna torpeza- a comer con palillos y al final del día nos dábamos unos masajes terapéuticos que nos dejaban como nuevos. Hay que decir que los chinos son tan escrupulosos en cuanto al aspecto sexual que ni siquiera te hacen desnudarte: sólo te quitas el jersey y los zapatos, y además en cada parte de tu organismo sobre la que trabajan ponen una toalla. Pese a eso tienen tanta fuerza en las manos que ves las estrellas. Incluso te meten el codo entre las vértebras.
En una de las cenas tuvimos una bronca bastante importante, por supuesto acerca de política. Chechu –que es el abogado que te decía- llegó a decir que la política vasca se hacía entre dos bandos de locos –en la mañana anterior me había afirmado su admiración por Arzalluz. Yo le había contestado con toda tranquilidad que a mí ese tipo me parecía un hijo de puta, con perdón de su madre, claro-. “¡O sea que además de víctima, estoy loco! Desde luego que lo tengo bastante bien!”, le dije.
La ciudad está repleta de edificios impresionantes. Altos, pero bien diseñados y distribuidos. Tienen catorce millones de habitantes censados y cuatro o cinco itinerantes. Ese país puede darnos un susto en unos diez años. Pero un buen susto, además.
Total. El viaje ha resultado muy bien, bastante barato, y los consumistas tuvieron que pagar más de cuatrocientos dólares por exceso de equipaje. Creo que volvieron un tanto decepcionados por su táctica, aunque no lo dejaban entrever.
La vuelta a casa nos sorprendía con la malísima noticia del asesinato por ETA de un miembro de ¡Basta Ya!, hermano de una concejala socialista de su pueblo, Andoain, Maite Pagazaurtundua –la amiga de María San Gil en el libro de Calleja-. Pero de eso te hablaré en otro momento. Creo que ha llegado la hora de irme a la cama.

Un beso.

martes, 18 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (119)

¿Quién era él en realidad? ¿qué razones impulsaban la existencia de Jacobo Martos? Siempre había pensado que él era un político que combinaba con suficiente versatilidad la adecuación a los principios con la diplomacia más exquisita en las formas. Pero a cambio siempre de que jugara sobre seguro. No le gustaban las improvisaciones, los gestos audaces, “las cosas raras” –como él mismo decía con frecuencia.
Y sabía que se encontraba en un punto muerto de su vida. En esa jugada del ajedrez en la que con seguridad cualquier movimiento será malo, quizás peor que malo: el último.
Recordaba entonces su vida política inmediatamente anterior. Su trabajo en Bruselas y Estrasburgo –siempre corriendo de un lado a otro, para no hacer nada, como en la mili, según decían-, y eso que sabían que el Parlamento Europeo cada vez contaba con mayor protagonismo y, si bien con una premiosidad recalcitrante y enojosa, avanzando en una integración progesiva de sus políticas. Eso decían cuando hablaban entre sí para consolarse mutuamente, porque en cuanto tenían la más mínima oportunidad volaban a Madrid para hacerse cargo de un Ministerio, de una Secretaría de Estado o incluso de una Subsecretaría. Lo que importaba no era Europa sino la política nacional, lo demás era un retiro, por más dorado que fuera, porque lo cierto es que estaba bastante bien retribuido para lo que son los estándares de sueldos de los políticos españoles.
Y de no ser porque las revueltas de aquel año 2.013 le habían sorprendido en Madrid, donde su familia se encontraba, seguramente que Jacobo Martos estaría entregado a su itinerancia entre Buselas y Estrasburgo sin necesidad de recalar en la capital de España. De hecho –y no lo podía negar, uno puede llegar a mentirse a sí mismo, pero no hasta ese extremo- había pensado en llevárselos a todos a Bruselas, donde podría estirar un poco su apartamento e incluso alquilar o comprar otro más adelante, si las cosas no se arreglaban finalmente en España. Huir, no –ese era justamente el engaño que se hacía Jacobo Martos-, encaminarse al exilio.
Y ahí estaba entonces. En ese despacho de presidente sin presidencia que le otorgaban los vecinos de Chamartín, consciente de que en el mejor de los casos su poder estaba compartido con ese hombre con aspecto hortera y de maneras untuosamente educadas que era…
Martos abrió la puerta y pidió a uno de los agentes que merodeaba por la zona, nadie sabía si en realidad con la misión de espiarle o de actuar como su carcelero.
- ¿Está por ahí Leoncio Cardidal? Dígale por favor que quiero verle.

lunes, 17 de enero de 2011

Intercambio de solsticios /118)

“Now, I greet You from the other side,
From sorrow and despair…”

(Leonard Cohen)

No se acordaba muy bien de cuáles fueron las circunstancias. Daba igual, en todo caso. Era el mes de mayo de 2010. A principios. Jorge Brassens se encontraba en un taxi con destino a su casa. El coche transitaba por el Paseo de la Habana. Avanzaba con rapidez pese a la multiplicación de los semáforos que jalonaban esta serpentina avenida de Madrid.
Sonó el teléfono. Era su primo Javier Arriaga. Hacía algún tiempo que no hablaban. Javier tenía problemas con su empresa y eso le bloqueaba. No eran tiempos para los negocios que se asociaban con el sector de la construcción, por otra parte nadie sabía para qué parte de la economñia eran buenos esos tiempos.
Jorge Brassens contestó. Informó a su interlocutor que estaba en un taxi y que la conversación no debía dilatarse demasiado.
Algún tiempo después de esa llamada pensaría que en realidad esa comunicación bien podía haber durado buena parte de la vida que a los dos les quedara por delante.
No había por lo tanto otra posibilidad para Javier que ir directamente al grano.
- Me han diagnosticado un cáncer –le informó-. Y no quería que lo supieras por otra fuente.
Y luego pasó a contarle que se trataba de un cáncer de pulmón, le refirió los pasos que estaba dando, el tratamiento médico que tenái previsto asumir, sus médicos, clínicas… era una historia de la que Brassens apenas podría conocer nada. Después de todo, Madrid era una ciudad que aún desplegaba toda una serie de incógnitas para él, y casi todo lo relativo a su clase médica era uno de los asuntos respecto de los cuales él se cernía una especie de manto que ocultaba buena parte de lo que exisría por detrás –contando además con las reservas que la clase médica mantiene respecto de sus conocimiwntos y no menos de sus singulares procedimientos.
Quizás por eso le salía una respuesta algo brusca:
- Javier. No me cuentes lo que vas a hacer. Estoy convencido de que lo harás bien porque te habrás asesorado de manera adecuada. Sólo quiero decirte dos cosas: primera, que me voy a casar en un oar de semanas, pero en cuanto vuelva del viaje de novios te llamaré y cuenta con que nos veremos para hablar largo y tendido… y la otra cosa, Javier, sé muy bien, y por experiencia además, que lo más importante para vencer la enfermedad son las ganas de vivir. Tienes que tener ánimo, mucho ánimo.
Fue una conversación rápida. Aún no habían brotado en la mente de Brassens todo el capítulo de los recuerdos de una vida, compartida a lo largo de más de 50 años, en muchos momentos. Aún no tenía noticia de la gravedad de la situación, sólo intuía que el puñetero cangrejo actuaba con mayor decisión sobre los organismos jóvenes, y eso le daba mala espina.
Pero se daba cuenta de que estaba a punto de volver a vivir una triste historia: la de un ser humano en lucha con la muerte.
Pero aún no se había vivido el capítulo final de esa que era la permanente historia de la humanidad.

viernes, 14 de enero de 2011

Intercabio de solsticios (117)

Bilbao, 26 de enero de 2003

Querida Lorsen:

Hoy me encuentro algo mejor –o bastante mejor que ayer-. Es curioso que en una persona que ofrece, según dicen, la sensación de que siempre se encuentra igual –algo así como el Peñón de Gibraltar, siempre ahí, siempre inmutable, como decían de Gary Cooper, “tauro”, como yo- sin embargo sufra en su interior tantos cambios en sus estados de ánimo.
Pero es que el acto de ayer, de “¡Basta Ya!” salió fenomenal. Tenías que haberlo visto. Además que la persona que yo sugerí para que interviniera, Kosme Luzarraga, un militante de EA, ha salido en “El Correo” de hoy como el gran protagonista, la novedad del acto.
La Casilla se llenó –no la había llenado el lehendakari en su comparecencia para explicar –y a golpe de talonario- su célebre plan por el soberanismo. Quizás el acto resultó un tanto largo, sobre todo para la gente que lo seguía de pie. Pero hay que decir que nos ha dado moral para sobrellevar el difícil año electoral que tenemos por delante.
Bècaud se subió a mi cama poco después de acostarme, y se ha pasado casi toda la noche conmigo. Ahora mismo está comiendo algo, por primera vez durante el fin de semana.
Esta mañana he acudido a la misa de Maruri, de Jaime Larrínaga. Desde luego que éramos casi la totalidad los que veníamos de fuera. Jaime se ha quejado de que dos feligreses se han reunido con él para decirle que este año ninguno de los padres ha aceptado que les dé él a sus hijos la primera comunión. Esos padres aseguraban hablar en nombre de todos, pero a Jaime le constaba que no era así, que algunos estaban de acuerdo. Ya sabes que el miedo es un material, a veces invisible, pero en todo caso consistente, que lo ahoga casi todo en este país. El final de la misa ha resultado triste: Jaime ha dicho que él quiere a todos los vecinos de Maruri, con independencia de su ideología, pero que existe odio en el pueblo. Que le han reprochado que sólo dice una sarta de mentiras:
- Si soy un mentiroso, ¡que me digan en qué cosas he faltado a la verdad! Si he hecho daño a alguien, ¡que me acusen ante los tribunales!
He visto a mucha gente. He charlado con Vidal de Nicolás, un buen rato. Estaba Pilar Aresti, Marisa y Masallo Allende, Begoña Castellanos, Javier Rojo, Carlos Iturgaiz, Antonio Basagoiti... Y Teresa Hermana, con la que he hablado un momento sobre Pilar. Luego le he dado un abrazo a Jaime Larrínaga, que me ha pedido que le dé recuerdos a Pilar. Le he dicho que estoy intentando mantener una reunión con Rouco, y le ha parecido bien. Luego he visto a Kosme Luzárraga, que estaba bastante satisfecho de lo que había aparecido en la prensa. Me ha presentado a su mujer, y cuando le he dicho:
- Espero que no me tomes demasiado a mal la embarcada de ayer a tu marido.
- No te lo tomo en absoluto a mal –ha contestado con una sonrisa. Y luego Kosme ha añadido:
- Mi mujer no es nacionalista.
Ha sido la contra-manifestación de todos los domingos. La Ertzaintza tomaba imágenes nuestras y sólo nos observaba a nosotros desde el anonimato de sus verduguillos que les tapaban la cara. ¿Tan peligrosos nos hemos vuelto? Pero luego los informativos han anunciado que los nacionalistas han decidido desconvocar su concentración. Creo que estamos ganando –o es que a lo mejor le llega una orden fulminante a Jaime para que abandone su parroquia-. Nadie sabe de lo que pueden ser capaces estos ”nazis”.
Pilar estaba bien. Me ha recibido bastante mejor que ayer. Pero todavía puede poner un gesto raro si le digo que vamos a ver una foto en la que salimos los tres. En ese sentido tengo la misma sensación que ayer, aunque mitigada por la alegría de nuestra hija.
Hoy ha salido la esquela de Rafa Garamendi. El funeral será mañana.
De momento nada más puedo decirte. Sólo que sigo pensando en ti y en que no hayas vivido estos dos días de emoción, de altura y de dignidad por parte de cierta gente. Son instantes que compensan por otros tantos de tristeza que tú misma, que tantos otros, hemos tenido que soportar.
Hoy es uno de esos días en que la máquina sólo sabe cantar: “Ganaremos. Esa victoria la veremos algún día”. Ese día en que brindaré contigo, por lo que tú también trabajaste –aunque lo hicieras, y sabes que no lo digo presuntuosamente, sobre todo porque yo estaba ahí, metido en ese fregado.

Como siempre, un beso, y hasta la próxima oportunidad. No dejes de cuidarme, si te es posible. Aunque si así fuera estoy convencido de que tienes revolucionada a toda la cohorte de santos –incluido mi tío bisabuelo Miguel Maura, a quien al paso que vamos no canonizaremos ni en otras tres generaciones más.

jueves, 13 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (116)

No tuvo Vic Suarez que esperar mucho tiempo para recoger a su marido y llegarlo al Volkswagen Golf, desde donde lo conduciría a casa. Pero precisó para ello de la ayuda de un par de agentes del servicio de orden, de ese que dirigía Leoncio Cardidal y que amenazaba con tomar el poder total en la Junta de Chamartín. Se improvisaba también una camilla que sostenía al enfermo de forma manifiestamente inconfortable. Pero Jorge Brassens no estaba para alardes de fuerza. De hecho sus ya cercanos sesenta habían estado nutridos de problemas físicos y psicológicos y, aunque los hubiera sobrellevado de forma más que aceptable, un golpetazo como ese no dejaría de hacerle mella. Adelfa se unía a la comitiva como quien acompaña a su salvador.
Los exteriores de la estación mantenían su habitual ajetreo, ajenos sus usuarios a la verdadera lucha por el poder que había sacudido a sus representantes apenas un par de horas antes. Quizás para algunos de ellos la visión de un enfermo transportado en un remedo de parihuelas era algo extraordinario, por lo fuera de lo común. Pero ya el elemento de lo singular, de lo insólito había invadido de tal manera la escena del barrio-ciudad que todo el mundo estaba curado de espanto.

En el interior, Jacobo Márquez se mesaba sus blancas barbas pensando en las palabras de Vic Suarez. él había sido Ministro de Su Majestad, cuando aún existía eso que se llamaba España, poco tiempo antes de que la familia real abandonara la frontera por el sur, esta vez con destino a Marruecos, que el resto de Europa –y se tenían vagas noticias de eso, los Pirineos eran ya otra vez una especie de muralla insalvable, tan lejos de Madrid, casi tanto como si la Edad de Piedra hubiera caído de sopetón sobre todos nosotros. Entonces se vivía –en el tiempo en que Márquez ocupara esas altas responsabilidades- el momento de los proyectos que ilusionaban, porque existían esos proyectos. Ahora era el momento de la resistencia. Sobrevivir, como en la vieja canción de Juan Luis Guerra, esa que decía eso de “los que viven son sobrevivientes” y que Martos no conocía, porque su obsesión por la política –sólo muy parcialmente compartida con la jardinería- le impedía ocuparse en menesteres de semejante frivolidad.
Martos disponía en sus tiempos de Ministro de una legión de policías y guardias a sus órdenes; había material, dinero, tenía fondos reservados que emplear… ahora sólo había un flamante nombre: presidente y, por debajo de él, una jauría de víboras.
Pero Martos no era un hombre cobarde. Pero era no era solamente un hombre, además era un hombre solo.

miércoles, 12 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (115)

Pablo volvía a consultar su reloj. Sus disquisiciones le habían distraido. Eran ya la una y trece minutos. Decididamente la chica no era puntual, aunque… seguro que se trataba de una estrategia de esas con las que las mujeres acostumbran castigar a los hombres. Por lo menos en la primera cita. No pueden ser ellas quienes esperen. Jamás. Luego quizás puedan llegar a la hora prevista o incluso consumir minutos y hasta horas, días, semanas, meses y años esperando a su hombre. Pero la primera cita –y cuando prácticamente es una cita a ciegas, además- en ningún caso.
A Cristina le gustaba leer, ir al cine, la música moderna, viajar… eran esas las cosas que se dicen siempre. También a él. Pero apenas leía más que el Marca o los titulares de los periódicos –nunca compraba un diario de información general-, en cuanto a la música… se había quedado en los consabidos Miguel Ríos y Sabina –nada de clásica, eso era para dormir a las ovejas- y lo de viajar… hacía tiempo que la única ruta que hacía era la línea cuatro del metro. Eso sí, iba al cine: se pirraba por las “pelis” eróticas y tenía una buena colección de las más crudamente porno; del cine serio, eso que llamaban “de autor”, mejor no hablar, todo lo más algo de alguna estrella de Hollywood, especialmente Robert de Niro haciendo alguna machada de las suyas. Aún así, Pablo extraía de la información de algún amigo más cultivado que él –era fácil estar más cultivado que Pablo- informaciones que proyectaba sobre el cándido universo de Cristina, hasta subyugarla.
Porque Cristina le hablaba de alguna novela que la había situado en un universo diferente, de música que la transportaba, de películas que la llevaban a mundos que jamás ella hubiera imaginado… parecía una chica soñadora, pero a la vez era una persona práctica, con sus estudios de Derecho en la jesuítica universidad y su bufete compartido con alguna amiga, dedicadas todas a deshacer matrimonios.
¿Qué pensaría ella del matrimonio, de la pareja? A simple vista Cristina parecía una chica convencional. Algo así como eso de “para toda la vida”, aunque aceptaba no pasar por la iglesia, pero siempre pensaba en “la madre”. ¡El disgusto que se llevaría ella si el suyo fuera un matrimonio civil.! ¡Casi mejor vivir “arrejuntaos”, que eso siempre se soluciona más tarde con una bendición!
Tenía madre y padre, Cristina. Pero este último no pinchaba ni cortaba. Era un señor que se cepillaba sus vinos con la “cuadrilla” todas las mañanas y las tardes y volvía convenientemente mareado al hogar familiar. Era un buen presagio, después de todo las mujeres muchas veces se enamoran de un clon de sus padres…
Las dos menos cuarto. ¿y si no venía? ¿Se había molestado con él? ¿Se había sentido engañada? Si así era se trataba de una egoísta, de una tía cursi, de una pija de esas…
Se la imaginaba riéndose a carcajada limpia, ¡”¡Ese se cree que voy a aparecer por el Guggenheim!”, se diría mientras paseaba por el faro que divide el Abra, sus cabellos rubios al viento… una hija puta cualquiera.

Para cuando Pablo dirigía sus vacilantes pasos hacia el metro que lo dejaría en Termibús, con el único objeto ya de comprar el billete de autobús de salida más próxima con destino a Madrid, eran ya las tres y treinta y tres, tenía en el cuerpo tres cañas y dos gin-tonics y cuarenta y cinco euros menos en el bolsillo… y un cabreo que le duraría semanas y meses.

martes, 11 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (114)

Bilbao, 25 de enero de 2003

Querida Lorsen:

Con el fin de semana me asalta una cierta “depre”. Y eso que lrecogí a Bècaud ayer, en casa de tu padre, y ha dormido junto a mí una buena parte de la noche. Pero las visitas a Pilar son difíciles. Se parecen a aquéllas en las que yo iba solo porque tú te encontrabas mal, en una de tus clásicas fases depresivas: A veces creo que nuestra hija no me soporta sin tu presencia, y que romper la imagen de nuestra unión visitándola juntos le está resultando difícil. Y eso que ella sabe perfectamente que ya no estás, que ya no vas a aparecer por la sala de la UCI donde se encuentra. Pero es que tú casi siempre venías conmigo en esas ocasiones y Pilar se pone a veces muy nerviosa, de mal carácter y me suelta pedorretas. Eso significa sumar el rechazo a la tristeza por tu ausencia, especialmente –insisto- durante los fines de semana, que era cuando disponíamos de más tiempo para comunicarnos.
Luego he podido observar que la mayoría de las postales que le había escrito desde Lanzarote tenían los sobres sin abrir. Se las he leído y le he enseñado las fotos. Eso la ha tranquilizado... algo. También he visto una postal encantadora -con pingüinos- que le ha mandado tu amiga Mónica Oriol desde la Antártida. Pero la verdad es que la visita no ha resultado demasiado fructífera, por lo menos para mí, porque la niña se ha quedado bastante tranquila. La he dado de comer y he salido para pasear a Bècaud e ir a comer con Teresa y con mi madre. Teresa va a visitarla esta tarde, y parece que la niña se divierte con mi hermana y esta con Pilar. Quizás resulte que el pagador de todo esto tenga que ser yo... En fin.
Hablé con la doctora Unzúe. Creo que ya te he contado que le van a cambiar de silla y ella quería recordarme la tramitación del asunto que es la que ya conoces. Por lo visto a ti te gustaba encontrarte presente en el momento en que se tomaba la decisión del tipo de silla, de los materiales que tenía... Pero yo le he dicho a la médico que considero que, salvo que ella entienda lo contrario, soy perfectamente prescindible en este caso. Pero le he insistido en que no rehuyo para nada mi responsabilidad. Le he dejado mi número de móvil y le he dado mi autorización para que hagan las cosas con la máxima celeridad posible: Lo más importante es que Pilar se encuentre cómoda. Ahora hay veces en que se niega a abandonar la cama, y ya sabes que se escurría bastante en la silla.
A mi hermano Jose le operan el lunes, en Londres, de una piedra en la vesícula. Y Antonio está teniendo problemas con la adopción de su brasieñito: Por lo visto el juez sustituto –ahora es el verano en Brasil- no es demasiado partidario de las adopciones por extranjeros. Cuando llegue la titular esperan que todo se resuelva, para bien.
Cené con tu padre. Está tristón, pero en el fondo sigue tan bien como siempre. No le falta el apetito y te larga sus historias de la guerra a la primera de cambio. Lo que no hay es lugar para las bromas ya. Desde que te fuiste la poca alegría que podía existir en esa casa ha desaparecido.
Como ya te dije, Gaby tuvo un accidente y tiene el brazo enyesado. Parece que le molesta. Ahora no me insiste en venir a Bilbao para recoger tus cosas. Pero me ha enseñado su nueva habitación, que es la que ocupábamos nosotros en la temporada que pasamos, desde nuestra salida del Casco Viejo, hasta nuestra llegada a este apartamento de Bilbao desde el que te escribo. Ha colocado la cama junto a la pared, frente a la televisión y tenía puesta la manta azul que te regalé la primera vez que hicimos juntos una excursión a San Sebastián. Por supuesto que me la he llevado. Jamás he visto una asociación tan clara entre un objeto y una persona: Tú ni siquiera me permitías que yo la usara. Seguramente que se trata de la cosa más intransferible de las que tenías –quizás excluida la pulsera de pedida.
También estaba Willy. Le han encargado uno de esos interminables trampantojos y cenaba con Barón y con otra gente respecto de la que no puse demasiada atención. Por supuesto que se empeñó en mostrarme lo que estaba haciendo, aunque tampoco le hice demasiado caso.
Ha muerto el hermano de Antonio Garamendi –aquel que frecuentaba “La Goleta” cuando éramos novios- invadido por un cáncer y repleto de metástasis –no toques madera , que tú te has ido sin necesidad de que te afecte esa enfermedad, a la que tanto miedo ltenías-. Me dijo Enrique Portocarrero que estaba mal y yo le llamé a Antonio. Según él que estará contigo, velando los dos por vuestras respectivas familias.
Tengo alguna sensación de tu impulso, de tu ayuda, en ciertos momentos. Antes de ayer comí con Luis Haramburu –un editor de San Sebastián- que se ha comprometido a publicarme “Sombras, paisaje gris”, aunque con otro título. Según él, para mediados de febrero tendrá ya la corrección y, entonces deberé ponerme a trabajar a tope en la novela. Seguramente que sólo podré hacerlo a costa de horas de sueño y de otras actividades más lúdicas, porque me va a coincidir con las elecciones municipales en las que –supongo- deberé asumir algún papel en Eibar. Pero estoy convencido de que me vendrá bien, aunque resulte cansado, además que muy probablemente el trabajo de Luis –el editor- estará bastante claro, por lo que me dijo.
Ayer tuvimos patronato de la “Fundación para la Libertad”. Seguimos –como es habitual entre nosotros- dando vueltas a la vieja noria del qué somos, qué hacemos, para qué servimos. Edurne estaba bastante preocupada por eso, aunque yo le decía que esas discusiones eran inevitables. Cristina Ruiz se ha convertido en colaboradora –pagada, por supuesto- y Germán Yanke –la voz cantante más crítica con la gestión emprendida- en vicepresidente segundo.
Dentro de un rato tendrá lugar el acto de “¡Basta Ya!” en la Casilla. Te contaré cómo ha salido en mi carta de mañana, así como la experiencia de Maruri: Pienso asistir a la misa de mañana. Por cierto, la gestión de monseñor Rouco sigue adelante: Alfonso Zunzunegui me ha dicho que conectará la semana que viene con él. Ahora está haciendo unos ejercicios espirituales.
De momento, y hasta que no me tenga que concentrar en la novela, me parece que no voy a hacer demasiada literatura. Todo tiene su tiempo y hoy especialmente me acuerdo de ti, de tu ausencia y el peso de la soledad se convierte en una gruesa piedra que se hundiera sobre mi estómago.

Un beso.

lunes, 10 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (113)

Adelfa se sentó en la silla que le proponía el presidente de la Junta de Distrito. Esperó unos segundos antes de empezar. Quería ordenar sus ideas. Además, estaba indignada y ese tiempo podía infundirle una cierta serenidad.
Pero fue Jacobo Martos quien aprovecharía ese instantepara tomar la palabra.
- Supongo que querrás una explicación –dijo.
- Y algo más –observó Adelfa, que no tenía la intención de morderse la lengua.
- ¿Quieres empezar entonces?
- Prefiero escucharte
- Está bien -empezó con su acostumbrada parsimonia Márquez-. Lo cierto es que Jorge Brassens, a quien conozco desde hace mucho tiempo y a quien considero además amigo, ha actuado con una gran gallardía. Ha considerado que el responsable de interior de la junta estaba … criticando, no sé, insultando a otra persona de la junta, a ti misma, Adelfa. Y ha salido en tu defensa. Cardidal, que es normalmente una persona sensata, ha tenido un mal momento, como lo tenemos todos, y le ha golpeado. Quiero hablar con él. No lo he hecho todavía, lo reconozco. Estoy esperando a que pase un tiempo para que este se tranquilice. Pero estoy convencido de que pedirá disculpas…
- ¿Y verdaderamente crees que con eso se arreglaría la cosa? –preguntaría Adelfa con la expresión de quien pensaba que no se había producido ningún avance.
- Tú eres una mujer inteligente, Adelfa. Y sabes lo que nos estamos jugando en Chamartín. Nos estamos jugando la posibilidad de existir, simplemente eso: la realidad de vivir, de continuar con vida. Cuando se ponga mejor, el mismo Jorge te podrá contar alguna cosa. Por eso es importante que sepamos cómo actuar en el sentido más correcto posible. Y ese sentido es ahora, creo que casi siempre, pero ahora lo es más, la prudencia.
- Hay mucho más. Y tú lo sabes, Jacobo. Y te lo digo en función de esa antigua amistad que señalas te une con Jorge –respondió Adelfa-. Las cosas han llegado muy lejos, mucho más de lo que es estrictamente razonable. Se han ido de las manos, Jacobo. Aún más, se te han ido de las manos –la gabonesa se tomó unos segundos antes de proseguir. Martos la escuchaba ahora con atención, sin mover un solo músculo-. Lo que ha ocurrido esta mañana es la comprobación de que tú no eres quien dirige las cosas en esta junta. Ya es Leoncio Cardidal el jefe. Y como jefe, se permite el derecho incluso de pegar a un compañero. Eso es lo que pienso, Jacobo. Y lo que creo es que no basta con que ese cabrón te pida disculpas.
- Entonces… ¿qué me sugieres?
- ¿Acaso tengo yo que sugerirte alguna cosa? ¿No eres tú el presidente, o no lo eres nominalmente al menos? Tú sabrás. Espero tener alguna noticia de tu parte que me pueda hacer sentirme reconciliada con la alta dirección de esta junta.
Adelfa abrió la puerta de manera silenciosa, sin que apenas Jacobo Márquez se diera cuenta.
En realidad, el presidente de la Junta de Distrito de Chamartín, no tennía ni idea de lo debía hacer.

miércoles, 5 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (112)

Pablo esperaba en una mesa exterior de la cafetería del Guggenheim Bilbao a que ella llegara. Se trataba de una zona poco apacible en los lluviosos días del invierno, pero esa primavera sonaba ya a verano y el día era límpido, con un calorcito tibio que invitaba a la pereza. Pablo se felicitaba a sí mismo: había sido una excelente elección.
Y pedía una caña. Era una bebida intermedia entre el refresco y el alcohol puro y duro. Quizás hubiera tomado un gin-tonic, o un martini seco, o un Bloody Mary… pero no quería parecer un dipsómano. Cuando las cosas fueran avanzando entre los dos sería la hora en que ella descubriera sus aficiones más inconfesables y le conminara –las mujeres siempre lo hacen- a dejarlas. Y él lo haría. ¡Qué no está dispuesto a hacer un hombre por la mujer a la que quiere!
Faltaban aún quince minutos para que ella llegara. Las doce cuarenta y cinco. “Estas aceitunas están buenísimas” , pensó. Tenían una buena porción de carne antes de que tus dientes se encontraran con el consabido hueso. Había existido una confusión entre ellos, sin embargo. Cristina era mucho más joven que él, unos quince años. Así que Pablo se había quitado trece. Exactamente. Dos años más que ella era la proporción adecuada. Y así habian mantenido sus contactos por Internet. Y ella parecía subyugada por sus conocimientos, por su experiencia, por los lugares que había visitado, sus trabajos… y él se había instalado cómodamente en una relación que no le exigía apenas ningún esfuerzo. Había detrás de cada correo una ironía –o varias-, detrás de cada expresión una intención que ella no sorprendía sino al cabo de un tiempo. Y él mandaba en la relación. Y le gustaba mandar. Quizás porque siempre lo había querido y muy pocas veces lo conseguía. Pero con Cristina era diferente. Recibía sus correos y los respondía dejándose llevar de sus historias, interesándose por sus comentarios e incluso aceptando esos simulacros de tonteos erótico-sexuales que tanto le gustaban a él y aparentemente ruborizaban a Cristina. ¿Cómo sería ella? ¿qué posiciones amorosas le gustaría experimentar? ¿cómo sería en la cama? Era tan variada la gama de posibilidades que Pablo quiso pensar que era una tía fogosa, ardiente, lujuriosa incluso. Esas tías del norte son como panteras. Te pueden dar lecciones en todo. Y eso que parecen serias y recatadas, a veces hasta bruscas y cabreadas por algo que no se sabe muy bien qué es, enfrentadas a la vida por lo visto…
Luego vinieron las fotos. Y ahí Pablo no faltó a la sinceridad exigida. Le envió una foto actual en la que él parecía algo más joven, aunque sin pasarse -después de todo él no dominaba las técnicas del “Photo-shop”-. Pero Crisitna le escribía un tanto decepcionada. “¿Eres tú?”, le preguntaba. “La vida te ha debido dar bastante leña”. Y es que había ojeras que no podrían resultar achacables a una mala noche, tenía arrugas en las comisura de los labios –siempre se había reído demasiado-, había –no había, mejor dicho- escaso pelo sobre su ilustre cabeza… pero lo había resuelto. Era muy importante todo lo que se escribían desde hacía unos tres meses como para tirarlo todo por la borda, como para no tomar un aperitivo en el exterior del Guggenheim un sábado al mediodía.
Así que había cogido un autobús en la Avenida de América, en Madrid, casi de madrugada, y dejado en una consigna la bolsa de viaje. ¿Quién sabe lo que podía dar de sí aquélla tarde de primavera bilbaina? ¿o aquella noche? Cristina trabajaba y tenía posibles para mantener un apartamento en el pueblo de Las Arenas. Oiga usted. A dos pasos del mismo Neguri. Él no. La vida no le había permitido demasiados progresos profesionales. Mala suerte. Tenía muy malos compañeros de trabajo y … de los jefes, mejor ni hablar. Y ahí estaba. De administrativo de una empresa de informática. Analizando ordenadores por cuatro perras gordas. Se sabía algún que otro palabro en inglés, pero con eso no había llegado muy lejos. Todo lo lejos que le permitían llegar los mil quinientos euros al mes. Lo suficiente para un alquiler en una calle próxima a Atocha y sus consabidas juergas los fines de semana. ¿Y yo qué sé y qué mas da?

martes, 4 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (111)

Bilbao, 22 de enero de 2003.

Querida Lorsen:

Como puedes observar ha pasado algún tiempo desde mi última carta. Mi retorno a Bilbao me ha supuesto también un regreso a las actividades pendientes las cuales desconocía yo hasta qué punto se habían acumulado.
Como bien sabes no pretendo resultar ordenado en esta correspondencia, así que empezaré con el día de hoy en que he asumido una de las funciones que te eran propias: la de reunirme con las profesoras de nuestra hija. De verdad que ha resultado un encuentro sumamente interesante. Itziar es la que lleva la voz cantante –no es preciso que te lo diga, porque es seguro que lo sabes- pero Begoña es la que está detrás, en la cocina, ideando sistemas y novedades para que Eugenia avance. Mi conclusión es que pretenden mantenerla en un estado de agilidad mental en cuyo progreso no entran en absoluto los estándares al uso. Pero ellas se lo han tomado con el máximo cariño, como un reto para el que carecen en absoluto de experiencia y que la niña les está reportando satisfacciones personales –tanto desde el punto de vista emocional como profesional-. Creo que Eugenia se ha encontrado en su extraña vida con gente maravillosa y nunca podré decir suficientemente gracias a todas las personas que, más allá del importe de su sueldo, hacen lo indecible para que la niña se encuentre lo mejor posible.
Pilar está muy bien, recibe muchas visitas y se encuentra muy risueña.
Mi regreso a Bilbao se produjo el 12 de enero. En la península se vivía una ola de frío polar y la calefacción del apartamento –casualidad- no funcionaba. Estaba helado y me tomé un bocadillo de ventresca de bonito con una botella –entera- de vino tinto. A pesar de la cogorza en la que me encontraba me metí en la cama con dos mantas, el edredón que me regaló Gaby, los pantalones vaqueros que traía de Lanzarote y dos jerseys. Aún así pasé una noche de perros.
Al día siguiente hizo acto de presencia el calefactor, quien arregló la avería en apenas media hora –después de purgar los módulos- y me explicó la forma en que debería en adelante resolver este tipo de situaciones.
El martes tuve una reunión con Vicente Arenal para hablar de las disposiciones testamentarias. Creo que las cosas no son demasiado complicadas, pero hay que ponerse en marcha sin dilación –aunque tengo todo un año de margen. Tanto Javier Hernáez –el encantador cuñado de Antón Pérez Iriondo- como el propio Vicente me han proporcionado unos consejos que me han parecido de extraordinaria utilidad. Mañana he quedado con el subdelegado del Gobierno en Vizcaya para tramitar la solicitud del registro de últimas voluntades -¿quién sabe si has hecho algún otro testamento?: Es broma, por supuesto.
El día 15 tuve una cosa con Herrero en el Ayuntamiento de Vitoria: Nos han adjudicado un pedido de casi dos millones de pesetas, lo que no está del todo mal para empezar el año.
El jueves 16 viajé a Madrid, donde tuve una reunión con el presidente de SEPI: Le pedí 50 millones para la recolocación de los excedentes de Mecánica de la Peña. No saben cómo lo van a vestir, pero me han prometido que ayudarán. También me ha dejado contento su actitud.
Luego comí en casa de los Duques deBrassens. Lucía no estaba –creo que prefirió dejarnos solos a los “jóvenes”-. Además de Alfonso, comieron los Areilza –José y María-. Hablamos del “Prestige”, del PP y concertamos ese eterno viaje al norte que se celebrará cuando Alfonso salga de su tratamiento y que tendrá como escalas Bilbao, Motrico –visita a la casa de los Areilza-, San Sebastián –posible Hotel de Londres-, Chillida Leku, Burguete –casa Brassens- y comida final en el Pyrenèes. ¿No suena del todo mal, verdad? La pena es que tú ya no podrás disfrutar del viaje.
El viernes 17 tuvimos una cena para constituir la plataforma “¡Basta Ya!” de Getxo. Creo que muy bien y que apoyará a que Marisa pueda conquistar la alcaldía –todo es posible... no digas todavía que no-. Este sábado 25 tenemos un acto en la Casilla de Bilbao que esperamos salga bien, aunque tenemos los dedos un tanto cruzados.
El sábado y el domingo volví a Madrid, para la convención nacional del PP. Me instalé en la Gran Peña –los recuerdos del Hostal Astoria están demasiado ligados a ti como para establecer en mi vida futura una especie de segunda edición de “A la búsqueda del tiempo perdido”.
Aznar anunció que se presentaba al Ayuntamiento de Bilbao, cerrando la lista. Es impresentable que no se lo dijera previamente a Jaime.
Ese sábado cené con Íñigo Barandiarán y Fabiola y con un matrimonio amigo suyo que vinieron a Burguete. Estuvieron encantadores aunque no te oculto que me hubiera encantado ver a la tía María Rosa. Pero tiempo habrá para eso también.
Ese domingo celebraba Jaime Larrinaga la misa de once en su parroquia de Maruri. Se han montado dos manifestaciones –una, de los nacionalistas extremistas del pueblo; otra, de los “¡Basta Ya!”, “Foro de Ermua” y “Fundación para la Libertad”. El obispo Blázquez se encontraba presente y a la conclusión de la ceremonia subió al altar y leyó un papel que llevaba escrito. En un primer momento se solidarizó con Jaime, pero luego acabó diciéndole que no es función de la iglesia “meterse en política” y que le ofrecía un retiro en una casa cural para su descanso y tranquilidad. Me ha parecido tan indignante que me he propuesto llegar hasta el misno cardenal Rouco –Cardenal-Arzobispo de Madrid-. Para eso he hablado con Alfonso Zunzunegui que me ha prometido una gestión hoy mismo: Se trataría de que nos recibiera a una delegación de los foros cívicos vascos en la que le transmitiríamos nuestra perplejidad y desazón respecto del trato que le da a Jaime su obispo.
He comprometido la segunda edición de una novela de Javier Bolado para la Editorial Burguete.
Juan Basabe me ha hecho una crítica relativamente elogiosa de mi novela ”Lakua”, lo cual, para venir de donde viene, tiene su importancia.
Hoy me han hecho una entrevista de media hora para una radio andaluza sobre “Sin perder la dignidad”. Desde luego que si no tuviera la convicción de que tu viaje ha sido hacia ninguna parte, ahora lo dudaría un tanto. Se producen demasiadas casualidades como para pensar que año y tres meses después de publicada todavía haya gente que se interese por la historia. Quisiera haberte hecho un homenaje, pero el entrevistador no me ha dado pie para ello en ningún momento.
Jaime Ignacio del Burgo no me ha llamado. Tampoco voy a insistir.
Bècaud está triste. Quería irse conmigo para pasar el fin de semana. Pero ya te he dicho que tenía que irme a Madrid.
Por ahora esto es todo lo que puedo narrarte de estos últimos días.

Un beso, y hasta la próxima, guapa.

lunes, 3 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (110)

Ese “Ecce Homo” en que Leoncio Cardidal había convertido a Jorge Brassens yacía en la cama atendido por Adelfa. En cuanto esta advertía la presencia de Vic Suarez hacía ademán de retirarse prudentemente de la habitación.
- ¿Te vas ya? –le preguntaría la mujer de Brassens con un rápido movimiento de su cabeza que dejaba al vuelo sus largos cabellos, a la vez que torcía el gesto viendo el calamitoso estado de su marido..
- No, si me necesitas para algo.
- Quería saber qué ha pasado –dijo Suarez-. ¿Qué tal estás , cariño?
Jorge Brassens no quiso expresar lo mal que se sentía. De hecho sus palabras se produjeron con enorme dificultad.
- Bueno, podría haber sido peor.
- Claro, te podían haber mandado al otro barrio –dijo Vic Suarez, medio en serio, medio en broma-. Sólo faltaba… -Y añadía- Ahora vengo. Te importa?
Era rápida. Vic siempre era rápida, pensaría Brassens. Porque antes de recibir contestación salían las dos mujeres al pasillo de la casamata.
Adelfa empezaría a hablar sin esperar a una pregunta directa.
- Es un héroe. Se ha enfrentado a ese cerdo de Cardidal que me quería hacer arrestar.
Y le puso en antecedentes de toda lo acaecido.
- Me parece que esto ha llegado ya demasiado lejos –observaría Vic Suarez a continuación-. Yo me voy a quedar con Jorge, hasta que le dejen marchar, y luego me iré con él a casa. Ya sé que no le voy a convencer para que lo deje, porque para él la política es algo así como una segunda piel. Pero creo que puedo exigir garantías de que estas cosas no se van a repetir.
Tienes razón –admitió Adelfa-. Hablaré con Jacobo Martos.
Seguramente Adelfa pensaba que la sola mención del nombre del presidente de la Junta de Distrito sería argumento de autoridad suficiente para la mujer de Brassens. Pero no era así.
- ¿Con Martos? ¿Con ese pusilánime?
Adelfa se mantuvo en silencio: callaba, luego otorgaba.
- ¿Con qué otra persona crees que podría hablar? –preguntó Adelfa.
- Ya. Perdona. Si ya sé que esto es lo que hay. Pero comprende que esté indignada.
- Por supuesto. Ahora mismo voy a ver si le pillo…
Vic Suarez regresó a la habitación. Había sido sólo un golpetazo. Morrocotudo, desde luego, pero únicamente una bofetada fuerte.
Adelfa localizaba a Martos, que hablaba con Jiménez, su segundo.
- ¿Tienes un minuto?
Lo tenía. Es más, no tenía más remedio que tenerlo.
Martos disponía de un pequeño despacho, contiguo a la sala de reuniones. Sólo una mesa de tamaño reducido, dos sillas de confidente además de su butaca y otra mesita, circular esta, de reuniones, con otras cuatro sillas.
El presidente de la Junta ofrecía a Adelfa sentarse en la mesa redonda.