lunes, 28 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (137)

Leoncio Cardidal abría la puerta de plástico que daba acceso a un exiguo despacho en el que su ocupante se sentaba a una mesa que carecía de papeles y en la que un cenicero atiborrado de colillas demostraba su inequívoca condición de fumador.
Juan Carlos Sotomenor aspiraba entonces el humo de su pitillo antes de saludar al responsable de interior de la Junta. Lo hizo de la manera breve y displicente que acostumbraba. Porque Sotomenor era persona a la que la experiencia le había advertido de lo importante que resultaba mostrarse indiferente a las opiniones de los demás. Era evidente en él su actitud por no resultar simpático. Por el contrario, sus puntos de vista debían por fuerza elevarse a categoría, de modo que catequizaba sin cesar, demostrando que donde no tuviera razón era como si su inveterada inteligencia probara lo contrario. Y ese juego le había salido bien en las viejas –y actuales- lides de la política.
- ¿Cómo así encuentras tabaco con tanta facilidad? –le preguntó Cardidal.
- A no decir… -escabulló Sotomenor la respuesta.
No resultaba extraño, porque el mercado negro en Chamartín era apenas una proyección de las fuerzas policiales del distrito. Los agentes requisaban todo tipo de mercancías, pero no para retirarlas totalmente sino para volverlas a vender por el procedimiento de esa red de comerciantes que se componían de las mujeres, hermanos y aún los hijos de los agentes. Estos mismos indicaban la mejor manera de llegar a ellos, los lugares en los que operaban, los precios aproximados de la transacción y la forma de financiarla si se diera el caso de una dificultad de pago. En ocasiones hasta llegaban a proporcionar alguna que otra partida al detalle: un paquete de cigarrillos, un botellín de ginebra, una piedra de hachís…
Y la organización de la policía había establecido un sistema de control por el cual todas las ventas resultaban afectadas por una suerte de impuesto –algo así como el IVA de los nuevos tiempos- del que el mismo servicio encargado de velar por la “transparencia” del comercio percibía una comisión aleatoria. De esta forma, los precios de los productos –algunos de ellos básicos: una botella de aceite, una bombona de butano, incluso una barra de pan- podían triplicar el precio que tendrían en el caso de operar en una economía de mercado.
¿Y qué pasaba cuando no se podían pagar esas cantidades? Pues que todo resultaba posible: desde el pago en especie, a través del trueque: oro, plata, joyas… el trabajo como fontanero, carpintero, electricista o jardinero en la casa de un agente. Y si se trataba de una mujer en edad de merecer, el puro y duro ejercicio de la profesión más antigua del mundo.
El sistema estaba sin duda bien organizado porque a quienes más beneficiaba era a los elementos más altos en el nivel de mando.
Y Juan Carlos Sotomenor era el cerebro que lo había diseñado. Desde aquel despacho del que entraban y salían gentes de la más diversa condición con todo tipo de objetos que este clasificaba y reconducía a otros mercados o simplemente guardaba en alguna caja fuerte cuya ubicación y clave sólo él conocía.

viernes, 25 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (136)

Lo había encontrado poco más o menos igual que la última vez en su casa: esa voz débil, tanto que debía repetir sus palabras para que Jorge las oyera; esa delgadez que permitía perfilar como nunca antes sus ojos que revoloteaban por la pequeña habitación de la clínica, inquietos, para no perderse nada de lo que estuviera pasando; ese cansancio que se iba apoderando de su organismo extenuado ya de tantas sesiones de quimioterapia y que apenas habían servido para nada…
Pero había en Javier Arriaga algo nuevo que no había percibido hasta entonces Jorge Brassens, o no lo había notado en toda su intensidad: que Javier estaba tranquilo, sereno y que además sus respuestas resultaban rápidas, concisas y atinadas; como si toda la escasa fuerza de su organismo se concentrara ya en su mente, y como si su inteligencia, ante la inminencia de la muerte, hubiera llegado a conocer la realidad misma de los misterios de la vida. Despejaba así la diferencia entre lo importante y lo adjetivo y ponía en todo un ojo clínico irrefutable y clarividente.
Era así como Jorge Brassens quería recordar a su primo.

Y volvía a verle, a pesar de que las horas se transformaron en días, en un oficio que Jorge Brassens vivía con una cierta angustia. Llegaba a la clínica. Veía a la gente que se arremolinaba junto a la habitación 131 del establecimiento hospitalario. Entraba en la habitación –si no estaba dormido-. Hablaba con Javier –si otras circunstancias, un dolor, una presencia excesiva de personas…, no se lo impedían-. Se despedía de quien montaba guardia. Se alejaba de allí.
Y cuando conseguía hablar con él se sentía reconfortado. Iba –era cierto- a proporcionar cariño al enfermo, pero siempre recibía más de él. Porque Javier le entregaba toda su dignidad, su resolución, su valentía… y se lo daba sin tasa, desde ese hilo de voz que sin embargo lo cubría todo, lo abrumaba incluso.
Eran visitas que se hacían de recuerdos juveniles y hasta infantiles, donde aparecían los bocadillos de queso que los Arriaga despreciaban y que cambiaban por el pan con chorizo que recibía Jorge; los episodios natatorios en la Galea, lloviera o hiciera buen tiempo; las escapadas al cine Social de Las Arenas; las carreras de coches en miniatura sobre el parqué de la casa de los Arriaga; la colección de Tintin que Brassens entregaba a Javier para que el padre de aquel no la requisara en castigo por alguna travesura dee índole menor…

jueves, 24 de febrero de 2011

39 Congreso del Partido Radical (y 3)

- Emma Bonino hablará a las 6 –anunciaba Marco Perduca. Y se trataba de una intervención esperada. Además, Emma no nos iba a defraudar.

La senadora italiana me recuerda algo a esa otra vibrante mujer que es Rosa Díez. Aparentemente frágiles, las dos tienen una fortaleza interior que se diría suficiente para acometer las más improbables empresas.

La crisis financiera ha puesto en evidencia la crisis del proyecto europeo –empezaría diciendo-. Una crisis que ya estaba en marcha, una crisis política.

Una de las expresiones de esa crisis ha sido la emergencia de determinados países. Una emergencia que no es sólo económica, sino política, y que lamentablemente está basada en la no ingerencia.

La explosión que se está viviendo en los países árabes no se cierra. Hay esperanza, pero también hay preocupación.

La aspiración a un Estado de Derecho es universal. Lo contrario: para nosotros sí, para ellos no, es una expresión cuasi racista.

Está cayendo la excepción árabe, no sé por cuánto tiempo durará la excepción asiática.

Citaría Bonnino una frase que ella había oído a lo largo del Congreso: “Por favor, usad de vuestra libertad para promover la nuestra”.

Algunos países del este están sufriendo procesos de involución. Se trata de otro fracaso para Europa.

En política internacional, los países occidentales han tenido dos criterios: el intercambio comercial y la política geoestratégica. No han tenido en cuenta los derechos civiles y políticos.

Ha sido la fascinación por el “hombre fuerte”, por las instituciones fuertes.

Más recientemente, bastaba con ser anti-islamista para ser un buen aliado. Estudiábamos los regímenes, no a los pueblos.

Es preciso establecer una política de diálogo firme –los embargos de nada sirven, siempre hay quien se los salta-, una política que Occidente no ha practicado nunca.

La fuerza de la democracia es esa, reconocer los errores y corregirlos.

Unas elecciones rápidas –Egipto y Túnez- no son necesariamente unas elecciones libres, si antes no se construyen instituciones democráticas básicas.

La involución democrática en Italia no se debe sólo a Berlusconi, viene de lejos. No basta con liberarse de él.

Es necesaria una verdadera alternativa democrática.

Una clase política que persiste en liberarse del adversario por medios judiciales y no por medios políticos, lo dice todo sobre ella misma.

Refrenda –Bonino- la originalidad de su proyecto: un proyecto que gasta sus energías en promover los derechos de otros países.

Hemos pasado de ciudadanos, a pueblos, de pueblos a audiencia, de audiencia a plebe –terminaría diciendo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

El 39 Congreso de los radicales (2)

Pero les hablaba de los oradores del “Speaker´s corner”… esta vez radical. Pude ver a dos y a un tercer voluntario de la causa. El primero era un señor. entrado en carnes, que vestía invariablemente de jersey “beige” y se paseaba con un mazo de papeles debajo del brazo: se trataba de un resumen de prensa del día anterior que el militante radical confeccionaba y vendía al “módico” precio de 3 euros a quien se lo quisiera comprar –confieso que yo mismo caí en la primera ocasión, nunca más-. Pero le llegó el momento glorioso de su intervención. Hablaba como un cura de los del tiempo en que yo iba a misa e impostaba tonos de voz diferente a la suya habitual en función del asunto que desarrollaba… y los desarrollaba todos. Hubo un momento en que Perduca le llamó la atención: su tiempo había sido largamente sobrepasado, a lo que el orador contestó diciendo que se le hacía de menos. Tanto Perduca como Bonino le dijeron que ahí no se le hacía de menos a nadie, lo que pasaba es que su tiempo había terminado.

Andando el Congreso, le tocaba el turno de intervenir a un miembro del Gobierno Berlusconi, del Ministerio de Exteriores. Otro señor nos advertía, saliendo de la sala, que ese orador era berlusconiano –si bien inscrito en el Partido Radical, por otra parte-. Momentos después, el señor aquel regresaba al pleno, esta vez encarcelado con frases que advertían de la deshonestidad moral del gobierno italiano.

En otro momento, hacía yo una pausa y salía de la sala del Congreso, cuando me topaba con otro sujeto curioso. Tenía este unas pobladas barbas blancas y se tocaba la cabeza con una visera de “base-ball”. Me entregaba la primera página de un documento y, cuando le advertía yo de mi condición de español y de no inscrito, me largaba el documento entero, con la petición inexcusable de que lo tradujera al español, al catalán y al euskera. Para mayor empatía, me advertía que él era de la “Juve” aunque yo fuera del Real Madrid.

Pero le tocaría intervenir en el Congreso, y he de decir que era un revolucionario e inventor de tecnologías que, entre otras cosas, permitirían la comunicación prescindiendo de todos los medios de transporte contaminantes.
Cuando le cortaron la palabra no protestó: quizás era consciente de su condición de orador londinense eventualmente transferido a las tierras termales de Italia.

Fue interesante la intervención del Subsecretario de Exteriores. Nos contó que él estuvo antes en el Ministerio de Interior y que entonces se produjo una entrada de inmigrantes procedentes de Albania. Era en un mes de agosto y sin embargo consiguieron reunir un Consejo de Ministros de la UE. Les dijeron que podían obtener fondos de la Unión, pero que en todo lo demás debían ser los italianos los que resolvieran sus problemas. “No necesitamos fondos, necesitamos políticas”, parece que dijo.

martes, 22 de febrero de 2011

El 39 Congreso de los radicales (1)

En muchas ocasiones he tenido una cierta admiración por los oradores que todos los domingos montan un pequeño escenario en el “Speaker’s Corner” de Hide Park en Londres y se dirigen a unos escasos oyentes para captar su atención sobre los temas más disparatados. Eso no ocurre en la política y menos en la política española: los actos públicos de los partidos acostumbran estar perfectamente organizados y estos sujetos no aparecen en la escena debido a los numerosos filtros que deben superar.

Pero eso sí que pasa en el Partido Radical (No violento, “transportito” y transnacional). Planteado desde el principio de la presencia personal, no hay delegados ni mandatos imperativos. Cada uno se registra para hablar y dice lo que le parece, tenga o no demasiado que ver con el asunto que se plantea.

Era esta la segunda oportunidad que tenía de encontrarme con los radicales. La primera tuvo lugar el pasado septiembre en Barcelona. La verdad es que el acto se pareció bastante a este vivido en el balneario de Chianciano, pero, hasta que no estás en un Congreso no sabes casi nada del asunto. Recuerdo que pedía a la radical española Begoña Antigüedad que me facilitara unos estatutos de su partido. Los leí y no entendí demasiado. Había tal multiplicación de órganos, adherentes y parafernalia que no hice a Begoña el menor de los comentarios y esperé a mejor ocasión.

Y esta llegó por fin cuando recibí la invitación a asistir al 39 Congreso del partido.

Hay en ese partido una miscelánea de gente extraordinariamente válida: ese “viejo león” –como unas señoras bautizaban a Marco Pannella cuando este avanzaba afanosamente hacia el estrado, la misma tarde en que llegábamos al hotel Excelsior, sede del Congreso-. Pannella tiene un verbo largo, como el de los oradores de antaño que hacían gozar a sus oyentes por más de una hora. Te habla lo mismo de Berlusconi –“hay que echarlo, pero hay que criticar también a la izquierda por su falta de alternativas”-, del federalismo europeo –“una revuelta anti-nacionalista, anti-estatalista, a favor del federalismo”-, de la Europa de las patrias –“la Europa de las patrias es el fin de Europa y de las patrias”-, del Parlamento Europeo –“es un ‘taxi Parliament’, sólo le daban 6 días para enmendar el Tratado de Lisboa”-, de la partitocracia –“hemos pasado del monopartidismo contra el Estado de Derecho al multipartidismo, también contra el Estado de Derecho”… pero es que Pannella puede hablar del espiritualismo tibetano, de la necesaria conculcación de la pena de muerte o de la esclavitud –un mauritano, miembro del partido, fue detenido y torturado por promover la abolición de la esclavitud en su país-. Pannella aún dispone de ese verbo cálido y atractivo, a pesar de sus años. Y es que en la estela de este hombre hay mucho de dignidad y de honorabilidad que se siente de forma muy clara.

Hablaré luego de Emma Bonino, que pronunciara una discurso de bella factura y del que extraje alguna nota. Pero está también Marco Perduca -¿dijo alguien que para ser algo en ese partido hay que llamarse Marco?- que dirige los debates del Congreso con gran eficacia y flexibilidad.

lunes, 21 de febrero de 2011

Chianciano (Italia) Saludo al 39 Congreso del Partido Radical

Querido presidente, queridos amigos,

Como se ha dicho "es la tecnología la que amplia el espacio público compartido del siglo XXI".

Este congreso se celebra en el curso del más importante de los acontecimientos del siglo XXI: los vientos de libertad que están recorriendo los países árabes.

Podríamos decir, sin temor a exagerar, que el siglo XXI comienza en 1.989 con la caída del muro de Berlín, pero continúa en este ano 2.011 con estos vientos que soplan en favor de la libertad en el Mediterráneo.


¿Qué nos dicen las gentes que se manifiestan en las plazas de Marruecos, de Bahrein, de Libia o de Argelia? ¿Que se han manifestado y han hecho caer a Ben Ali y a Mubarak?

Nos dicen algo que podemos reconocer muy bien desde Occidente, desde Europa; porque en nuestro espacio geográfico y político fue donde nació la Declaración de Derechos del Hombre. Nos dicen que quieren dejar de ser súbditos para convertirse en ciudadanos, porque exigen el reconocimiento de sus derechos políticos y económicos, derechos individuales, la libertad, el desarrollo económico y el reparto más justo de los recursos.

Eso nos debe hacer valorar más la idea de la democracia, la democracia como algo adquirido, la democracia por la que ya no hace falta luchar, como lo están haciendo esos pueblos. Lo decía el reciente premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, en un acto organizado por nuestro partido que tuve el honor de moderar.

Recuperar la idea de democracia es casi simplemente retornar a los orígenes. Porque, lo que también nos demuestra lo que esta ocurriendo en los países árabes, es que la política exterior de los países occidentales no se puede sustentar por más tiempo en regímenes autoritarios y dictatoriales; que el pragmatismo es necesario, pero que el pragmatismo sólo no cabe sin la aplicación de los valores y que cuando el pragmatismo se opone a los valores, deben ser los valores los que triunfen en esa contienda, porque de lo contrario no habremos entendido nada.

En aras de ese pragmatismo se estrecha la democracia, la oferta política se reduce a dos bloques o partidos, donde cada uno dice lo mismo que el otro, y los electores no pueden elegir entre dos alternativas, sino acerca del reparto de poder previamente establecido entre los partidos.

Lo decia Pannella: "En Italia no hay Estado de Derecho". No lo hay tampoco en España, anadiría yo.

Por eso, ahora que otros pueblos quieren unirse a nuestro proyecto democrático, nuestro partido, Unión, Progreso y Democracia, y el vuestro, el Partido Radical, tienen mucho que decir en la ampliación de este espacio público, en la extensión de la democracia, en la regeneración democrática de nuestros países.

Os deseo todo tipo de éxitos en vuestros debates y en la aplicación de vuestras resoluciones.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (135)

Bilbao, 23 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Volvía ahora de comer de casa de mi madre –el mismo menú que ayer- y observaba las calles de Bilbao que tú llegaste a odiar tanto, aunque a lo mejor no fueran las calles el objeto de tu antipatía, porque las calles son objetos inanimados, sino la gente que las habita hoy, a la intransigencia de muchos nacionalistas que día a día, semana tras semana, mes a mes van expulsando a los jóvenes y a los que ya somos maduritos de lo que antes era nuestra Villa, en la que nacieron nuestros padres y nuestros abuelos y que ya apenas reconocemos como propia.
Pero esas calles, Lorsen, sólo aparentemente carecen de alma. Porque, cuando ya has llegado a tu edad, a la mía, cada uno de sus rincones te evoca algunos recuerdos: la esquina de Marqués del Puerto que doblaba mi abuela María, por ejemplo, donde había un supermercado en el que ella compraba tabletas y tabletas de chocolate, o la inmobiliaria contigua en la que firmamos el contrato del apartamento desde el que te escribo ahora, o la calle General Concha que me trae los recuerdos del “Chacalac” donde nos convidaban a chocolate con churros en la grandes ocasiones o los primeros años como colofón de una noche de juerga mantenida por la obligación que mandataba la fecha. Ahí, a la izquierda estaba la filatelia de Negrete, donde mis hermanos pequeños empezaron su colección de sellos y yo la mía...
Hoy mi recorrido por esas calles “acuchilla mi memoria”, como decía Jon Juaristi, quizás porque tu recuerdo estaba tan distante de este Bilbao que yo tanto he querido y cuyo cariño espero recuperar con el paso del tiempo. No superaré jamás tu ausencia, pero tengo por fuerza que superar alguna de tus neuras, transmitidas a mí con la constancia del martillo pilón de tus referencias diarias. Bilbao es tan mío al menos –más incluso, los liberales llegamos antes- como lo pueda ser de los nacionalistas, y aunque vaya quedando en un desierto de esperanza yo me sigo aferrando, como si fuera una razón para subsistir a la idea por la cual resistir es vencer.
Entretanto, reconozco que mi corazón sufre con la herida que aún sigue abierta. La sangre que brota a través de ella se filtra a mis sentidos a través del tejido de tus pensamientos. Aún eres tú la que presides la ingrata ceremonia de mi vida.
El pasado viernes, cuando recogía a Bècaud, a quien devolveré a casa de tu padre esta misma tarde de domingo, estuve con Gaby, a quien acababan de operar de la muñeca. Le dieron anestesia general y la han impedido salir de casa durante una semana. La encontré atontada, aunque supongo que esa reacción era producto de la intervención. El miércoles que viene le había convidado al “Cirque du Soleil” que vimos tú y yo con mi madre la última vez. La imposibilidad de movimientos de Gaby me ha llevado a volver a invitar a mi madre al espectáculo. Es –y será- otro recuerdo de tu ausencia. Poco importa: ¡Son todavía tan pocas las cosas que he hecho sin ti en estos escasos tres meses!
Cenaba Kelly con tu padre, pero no me había avisado: el agobio por la operación de Gaby le tenía un poco trastornado. Me invitó a quedarme, pero yo ya estaba comprometido. Me hubiera gustado: Kelly te quería mucho y creo que me tiene un gran aprecio, que es recíproco por mi parte.
Chelo Aparicio me ha acompañado a verle a Pilar esta mañana. Le ha regalado unas toallas de Ágatha Ruiz de la Prada que le han encantado a nuestra hija. El caso es que había un niño junto a ella, la madre del cual había salido del hospital para comprarle unos bocadillos o por la razón que fuera. El chico quería que su madre llegara pronto y Pilar –como puedes suponer- ha hecho causa común con él, reclamando que se le avisara urgentemente. Chelo ha supuesto que la niña se dolía por la ausencia de una madre que simbolizaba también a la suya. Luego le he explicado que hacía lo mismo contigo en esos casos.
También han aparecido unos traumatólogos, para comprobar la situación de la cadera de la niña. Todo bajo control, según me han asegurado.
Luego han llegado los padres de su amigo y Pilar se ha tranquilizado. Pero Chelo debía irse enseguida, porque comía en Castro con su familia y la de Santiago González. Aún así le ha puesto colonia y la ha peinado.
A Pilar le ha gustado Chelo y quiere que vuelva. Le he dado de comer y me ha dicho que sí, que me quiere mucho.

No tengo mucho más que decirte, por el momento. Sólo mandarte el beso de todas mis cartas y decirte que te sigo echando de menos.

martes, 15 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (134)

Seguramente que en ese momento, Leoncio Cardidal se sentía como esos generales de la antigua Roma, viviendo el glorioso momento en que volvían a la ciudad eterna después de una campaña repleta de éxitos. De pie, con el brazo extendido en lo que luego fue el saludo fascista, en la cuadriga. Pero faltaba algo, o alguien. Faltaba ese personaje que viajaba detrás de él, sosteniendo la corona de laurel y recitando ese enojoso exordio:
- Recuerda que no eres Dios.
Eran enseñanzas de clásicos. Y Leoncio Cardidal no gustaba de los clásicos. Sus elementos referenciales eran siempre tres: el dinero, las mujeres y la juventud, sin la que resultaba imposible disfrutar de los dos primeros.
Por eso avanzaba el ya incipiente maduro jefe de la policía del Distrito de Chamartín por entre los miembros de su cuerpo armado, firmes y… todo lo marciales que era posible en equipo tan heterogéneo, y Cardidal les agradecía el gesto con la sonrisa en la boca, acumulando saliva, babeando en alguna medida.
Cardidal no se dirigía hacia su despacho, sin embargo. Ni siquiera pensaba cómo utilizar los métodos de que disponía para poner en evidencia que también él contaba con el despacho más representativo, despojando a ese triste de Martos del suyo. Seguramente que cualquiera de sus hombres le estaba pidiendo que lo hiciera desde ese gesto de sumisión absoluta. No, él era demasiado inteligente como para hacerse más enemigos. Y es que no existe rival pequeño, pensaba.
Pero se lo estaban sugiriendo desde sus miradas cómplices. Le pedían que se coronara a sí mismo como nuevo Napoleón, en presencia del Papa, si eso fuera posible. Claro que había en ellos esa ambición sin límites ni principios que compartían todos; él mismo, por supuesto. Querían extender su dominio sobre aquel exhausto barrio de Chamartín sin recibir controles de nadie, ni siquiera de la Junta de Distrito. Campar a sus anchas en aquel desolado barrio donde ya la única ley sería la que ellos decidieran en cada momento. Disponer de las mujeres a su antojo, de las propiedades a su conveniencia, de la vida de cualquier animal o persona según les pareciera. Porque, dictadores todos, muchas veces son peores los que se complacen en ejecutar las órdenes de arriba extendiendo más allá de lo estrictamente necesario el contenido más dañino de las mismas. Oficiales de las nuevas SS haciendo puntería sobre judíos deambulantes por un campo de concentración, como en la película de Spielberg. Blancos en movimiento para abrir el apetito antes de desayunar.
La excusa se la habían servido las ratas. Un estado de emergencia que ponían en marcha, al alimón, Santiago Matritense, el Consejero de Sanidad, y él mismo. Pocos años antes, un alucinado presidente del gobierno en España aprovechaba un plante de los controladores aéreos para decretar el estado de alarma, y un dictadorzuelo de la vieja tradición en Venezuela aprovechaba unas lluvias torrenciales para gobernar de espaldas al Parlamento.
Leoncio Cardidal golpeó suavemente con sus nudillos la puerta del vice-consejero de interior.

lunes, 14 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (133)

En la semana del 15 de noviembre Jorge Brassens volvía a ponerle un mensaje a su primo. No recibía contestación, aunque eso le preocupaba relativamente. Podía tratarse de un olvido o de ese “tempo” largo que Javier Alegría le diera a las cosas que, si bien importantes, no son excesivamente urgentes.
Pero llegaba el viernes –que era la fecha en que Jorge se encontraría por la zona en que vivía su primo- y seguía sin noticias. Rumiaba a su preocupación cuando, por casualidad, se encontraba en plena calle Velázquez con otro pariente común, un Arriaga, hijo del más joven de los hermanos, que le preguntaba a sopetón:
- ¿Qué sabes de Javier?
Brassens sólo pudo contestar que lo había visto el viernes anterior. Pero ya eran noticias viejas, por lo que le dijo su primo:
- Está ingresado. Y, por lo que me ha dicho un hermano suyo, sólo le quedan horas de vida.
Se despidieron. Jorge Brassens ascendió pensativo por la calle Juan Bravo hasta llegar a la altura de la cafetería Milford, donde pedía un café. Inmediatamente telefoneó a su prima Victoria, otra de las hermanas de Javier. Victoria, una suerte de portavoz de su familia.
- Tiene restringidas las visitas –le informaría ella-. Pero tú puedes ir a verle. Puede ser que esté sedado cuando vayas, pero si es posible que te vea lo hará.
Y le dijo en qué clínica se encontraba y el número de su habitación. De modo que Jorge Brassens pedía un taxi y se iba para allá.

Le costaría dar con la habitación, porque a Jorge Brassens casi siempre le caía la cruz cuando tocaba lanzar la moneda al aire. Claro que eso tenía mucho que ver con su despiste habitual y con su corta visión.
El caso era que siempre llegaba.
Y ahí estaba. Un largo pasillo y un grupo de gente casi al final del mismo. Resultaba evidente, en dos familias de 7 hermanos –los Arriaga- y 14 –los de Fátima, su mujer- la concentración humana era más que previsible.
- Hola –saludaría Brassens cuando llegaba a la altura de las seis o siete personas que se encontraban ahí.
Beatriz Arriaga le puso al corriente de la situación. No había dramatismo en sus palabras, tampoco tristeza en su expresión. Claro que Bea era una chica animosa y extravertida que hablaba como si la hubieran rodado a cámara rápida, siempre dispuesta a la broma. Y le invitaba a entrar. Brassens dijo que no quería molestar. Beatriz insistió,
Así que Jorge abría la puerta de la habitación. Se encontró con un pasillo, el cuarto de baño a su derecha. No se veía más que el borde de la cama. Avanzó unos pasos. Allí estaba. La delgadez extrema, esos ojos que exploraban todas las cosas.
- ¿Qué tal estás, pobre? –preguntó Brassens, con toda la ternura de que era capaz.
- Regular. Pero de “pobre” nada –contestaría Javier Arriaga desde un hilo de voz que apenas resultaba perceptible.
Hablaron un rato. Corto. Las visitas le gustaban, porque… ¿a quién no le gusta que le quieran?, contaría Victoria Arriaga a Jorge que acostumbraba a repetir su hermano Javier. Pero, a la vez, le fatigaban. De modo que él mismo le pedía que se fuera.
A la salida, pudo hablar un momento con la madre de Fátima, la mujer de Javier. Le contó de manera sucinta los últimos acontecimientos de su vida y ella se despedía de Jorge con unas palabras de cariño:
- Que seas feliz. Te lo mereces.

viernes, 11 de febrero de 2011

Cumbre después de la visita

Si la frecuencia en las reuniones significa que los países europeos se toman a la Unión que los integra en serio, hay que decir que Europa camina con fuerza hacia delante. No había precedente, en efecto, en la Europa que compartimos: dos consejos ordinarios al año, a los que se sumaban dos extraordinarios; donde los primeros –los ordinarios- tenían siempre un contenido económico. Pues bien, este consejo extraordinario de febrero lo ha sido también económico. Si me permiten el retruécano: nada tiene de extraordinario.

La novedad es que Van Rumpuy quería que este fuera el consejo de la energía y de la innovación, pero los vientos del pacto de competitividad han arrasado sobre los deseos del presidente del Consejo.

El debate era, una vez más, el del reparto de los papeles ante la salida de la crisis. Si se trataba de que esta fuera impulsada por la UE y, como brazo ejecutivo, por la Comisión Europea; o al contrario, que el papel relevante lo asumieran los países, con una CE jugando en paralelo a aquellos.

Abandonado el papel sobre la energía, con los tres países protagonistas de la Unión –Alemania, Francia y Reino Unido, de una parte- y el país del centro y portavoz de otros –Polonia, de otra- esta cumbre demuestra que las decisiones se adoptan fuera de ella: la mencionada “troika” establece las prioridades y los demás países de la Unión las bendicen.

Y la idea del pacto de competitividad consiste justamente en retomar la idea de la Europa de dos velocidades, con un grupo cerrado de países que impulse el proyecto de la Unión. A la “troika” se unirían: Finlandia, un país del este –aún por determinar- y otro del sur –Italia o España.

¿La salida a la crisis? Nacional, por supuesto. Esa era la tesis alemana, que ha triunfado. Los alemanes han puesto toda la carne en el asador respecto del futuro del euro, pero a cambio por supuesto de imponer sus normas: la germanización de Europa.

Y el mensaje a España es que, si somos buenos alumnos, nos abrirán el paraguas. Merkel llegó a España apenas 24 horas antes de la cumbre, emitiendo una señal que no ha pasado inadvertida para Roma, con un Berlusconi enganchado por sus querencias delicuescentes. Y el Gobierno español la recibía como los estudiantes aventajados. Claro que no todo es fácil. A las peticiones de Alemania, España opone dos reservas –por ahora-: la indexación de los salarios a la inflación y no su vinculación a la productividad y la negativa a modificar nuestra Constitución para que en ella figure la imposibilidad de incrementar los deficits públicos. No hay problemas, sin embargo, en la idea de armonizar los impuestos de sociedades a escala de UE.

En cuanto al fondo de rescate, el paso de los 250.000 millones € a los 440.000 no se podía hacer sin más –los especuladores habrían pensado, con lógica, que algún país más estaba a los pies de los caballos…- España pidió una cierta flexibilidad en su aplicación, que ha sido aceptada por Alemania, y eso ha permitido que Portugal recupere un cierto aliento: los países que sean objeto de rescate en el futuro tendrán mejores condiciones que Grecia e Irlanda.

Ahora el objetivo es que Grecia reestructure su deuda con una quita del 20%, que será aceptada por la banca alemana. En cuanto a Irlanda, deberá pasar por esa caja después de sus elecciones.

A todo esto, Francia también puede ser objeto de la especulación y su deuda perder el rango de triple A que ostenta.

¿Y la Comisión? Queda ante una política de hechos consumados de lo que ya se contempla como la “cooperación reforzada” de unos países respecto de los demás. Esa Europa de dos velocidades de que hablábamos. Y, por supuesto, de eurobonos, nada.

Ahora que Zapatero cree que las cosas le están empezando a salir otra vez bien –hay gente que no pierde su carácter ilusorio- el horizonte vuelve a teñirse de negros nubarrones: cuando el próximo semestre cambie el presidente del BCE subirán los tipos de interés. ¿Dónde quedará la posible y, en todo caso, tímida recuperación española con el dinero más caro?

Y la próxima presidencia polaca abre el debate de las perspectivas financieras, que es el próximo presupuesto de la UE. Y en el que España pasará a ser contribuyente neto. Dura poco la alegría en la casa del pobre, como se ve.

Y claro, de lo del norte de Africa corramos un tupido velo. Si esa es la política exterior que nos merecemos los europeos, apaga y vámonos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (132)

Bilbao, 22 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

“Una vez más la barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana”, escribió, poco antes de terminar con su vida, el poeta ruso Maiakovski. Es un verso que recordaba yo hace algunas noches, cuando daba vueltas en torno de mi solitaria cama antes de conciliar el sueño. Son dos historias distintas, sin duda, las de Maiakovski y la tuya. Yo ni siquiera conozco muy bien la del poeta. Pero he podido seguir de cerca la tuya y por eso intuyo la semejanza entre las dos.
El primer punto en común debe ser el de la infelicidad. Nadie se va de este mundo, ya provocando su marcha, ya sin pelear por su vida, dejándose llevar -como fue tu caso- si se encuentra un mínimo de felicidad que te haga soportar los innumerables sinsabores de todos los días.
Pero yo me agarro más a los versos, como el náufrago a la tabla que le sirve de única salvación. •”La barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana. Una vez más”.
Porque tu vida era verdaderamente esa “barca del amor”. Eras la generosidad permanente, el alma que se abría –a veces un tanto ingenuamente- hacia el conjunto del mundo que te rodeaba. Por eso todos te querían. Podías incluso llegar a insultarles, pero jamás llegabas a herirles. Porque esa gente que debía soportar tus malos momentos sabía que detrás de ellos existía una espontaneidad, un deseo de justicia, un hálito de amor.
Pero era solamente una pequeña y frágil “barca”, la tuya. Tanto que se veía zarandeada por cualquier clase de corriente, y se encontraba constantemente en peligro de estrellarse. Esa barca tuya ha sufrido innumerables golpes, antes de irse a pique entre los arrecifes de esa “vida cotidiana”. La muerte de tu madre, cuando tenías apenas quince años –la edad de nuestra hija, precisamente-, cuando te rompieron el corazón con la ausencia de uno de los seres a quien tú más querías, y que puso en grave quiebra muchas de las cosas en las que tú confiabas, y en las que sin embargo, quizás sujeta a ese cabo ardiente, pensando que no podían venirse abajo tus convicciones como si fueran poco más que un castillo de naipes. Tu padre, por ejemplo, a quien al final culpabas por la muerte de ella, según datos que dolorosamente extraía de tu interior el psiquiatra al que últimamente habías confiado tu curación mental.
Pasó el tiempo y esa barca se reafirmaba en su fuerza, calafateada, arregladas sus hechuras, modificadas algunas de sus tablas, cuando nos conocimos. El amor es la principal fortaleza para este tipo de barcas, diría que incluso para todas las barcas, para todas las vidas humanas. Y con nuestro amor: la ilusión que tú le ponías a todas las cosas –incluso al triste fregoteo de unos platos, o los inevitables “escalopes Holstein” que me preparabas por las tardes de los fines de semana de verano, después de bañarnos en la piscina-; una ilusión que se unía a mi felicidad, apenas descubierta, después de vivir una vida repleta de desencantos, multiplicada en ausencias de confianza en mi propia persona, derivado todo ello de la ausencia de afecto, seguramente –de esa carencia sólo se escapaba mi abuela Eugenia, a la que tanto echo de menos en muchas ocasiones de mi vida; mi abuela que forma parte de mi icono de personajes sagrados, junto contigo, con Pilar, unidas todas esas mis mujeres, por el lazo egoísta del afecto, del cariño, del amor que sintieron por un pobre chico hundido en la mitad de una familia numerosa, olvidado de todos, errante sin consuelo en una vida repleta de tropiezos.
Y en esa felicidad te quedaste en estado de nuestro primer hijo. El pronóstico no resultó sin embargo excesivamente feliz: infarto de placenta, y una rigurosa permanencia en cama, durante casi siete largos meses, hasta que lo perdías definitivamente. Pero la barca resistió ese golpe. Te comprabas un traje de baño espectacularmente “sexy” –tú no lo eras habitualmente- y paseabas conmigo por las playas de Ibiza antes de tomar una hamburguesa bien preparada y de bailar en las discotecas de moda de la isla.
Pero la vida cotidiana permanecía al acecho e incluía sus peores presagios. Tuviste un segundo embarazo, aparentemente perfecto, aunque a los pocos días de su solución te decían que había que provocar el parto, que “veían algo raro”. Lo que no veían era movimiento en el feto. Y nació Pilar, con el cordón umbilical enroscado al cuello. El bebé no podía respirar y sus músculos no recibían las órdenes que emitía su infartado cerebro. Yo me acuerdo de cuando esperaba con mi hermana en el hospital de Basurto a que llegara mi hija, y le decía que si no salía bien era preferible que muriera. Supongo que se trataba de una reflexión bastante brutal, que hoy para nada pronunciaría después de quince años de vida y de lecciones recibidas por parte de ella.
Ese golpe si resultó muy duro, casi diría que terminal, para tu barca. Y empezaba con ello esa simbiosis que tanto tiempo tardé en reconocer: depresión y alcohol. Y una sucesión de psiquiatras y médicos que te iban enderezando, solamente durante un tiempo, hasta que un nuevo golpe de mar te situaba frente a los farallones de la costa.
La vida truncada de Pilar fue para ti el principio del fin. Tu barca ya no tenía timón, y los remos poco podían contra la fuerza de la tempestad.
No sé si supe ayudarte lo suficiente. Tampoco esta carta quiere profundizar en eso, porque estoy tratando de cerrar la herida de tu ausencia, y no quiero plantearme ninguna pregunta que además ya no tiene respuesta útil.
Te sumiste en una depresión profunda, la primera de las que te afectarían en lo sucesivo. Aún así, dedicaste todos tus esfuerzos a preparar de nuevo tu barca para que hiciera frente a los embates de esa durísima vida cotidiana. Y lo conseguiste. Vivimos entonces alquilados en un apartamento frente al hotel Indautxu. Lo recuerdo como una temporada feliz. Allí concluyó mi etapa como responsable de una compañía de seguros y daba comienzo una etapa de mi vida que dentro de muy poco cumplirá los ocho años: una existencia protegida por escoltas, restringida.
Pero nuestro matrimonio te daba fuerzas para todo, o casi: para ocuparte de la casa, para cuidar de nuestra hija, para aguantar los destrozos del nuevo cachorro –que acabara en la sociedad protectora de animales, después de un fuerte enfrentamiento conmigo-, para concluir nuestro gran proyecto común –la casa de Arrechea. Por cierto, recuerdo que la última vez que estuvimos juntos allí, quizás en el mismo mes de noviembre en que te fuiste, me decías: “Esta casa no la venderemos nunca, ¿verdad?”
Luego nos compramos un bonito apartamento en el Casco Viejo, y eso era seguramente algo que nuestros “amigos” terroristas no serían capaces de soportar. En muy poco tiempo detectaron nuestra presencia y empezaron con el acoso sobre tu persona: las llamadas, las amenazas, hasta llegar al seguimiento personal.
Recuerdo aquella fase de nuestra vida con una mezcla de nostalgia y desazón. Fueron tus recaídas, otros médicos, otros sistemas a veces alternativos. Porque tú tenías toda la razón, cuando decías: “¿Y qué quieres que le cuente al psiquiatra, que convierta a Pilar en una niña sana, que acabe con ETA?”
Al final tuvimos que salir de ahí, con rumbo a la casa de tu padre. Ese fue el peor de los períodos que vivimos –si a eso se le puede llamar “vivir”-: Temporadas interminables sin levantarte de la cama, quizás salvo para adquirir alguna botella de alcohol de la peor calidad. El año 2002 resultó una etapa muy triste. Ya ni siquiera Arrechea te servía de antídoto, y nuestros viajes a Lanzarote –incluso una vez que compramos el apartamento ahí- te resultaban muy difíciles, siquiera en el momento de levantarte de la cama para subir al avión.
El final de ese año y el principio del siguiente constituyeron las últimas e inmensas dedicatorias de tu amor por mí: las organizaciones de la presentación de mi libro “Sin perder la dignidad” en Madrid, Bilbao, Lanzarote y algunas juntas locales del PP en Madrid. Todas ellas supusieron un éxito arrollador.
Y yo tenía grandes -¿fundadas?- esperanzas- después de este último verano, aun teniendo en cuenta el estado en el que llegabas a la isla de Lanzarote en los últimos días del mes de julio: una nueva medicación y mi proximidad con tu psiquiatra te pusieron otra vez en órbita. Visitabas a Pîlar, pintabas –eso sí, no pudiste con Musqui, el hijo de Bècaud, lo cual te produjo una nueva depresión.
El final, sin embargo, se acercaba ya. Mi reciente nombramiento como miembro de la Real Orden de Caballeros de San Fernando produjo en ti una gran ilusión. Lo mismo que te condujo al abismo el hecho de que yo no asistiera a la misma después de verte tumbada en la cama, las piernas hacia el suelo y una botella de whisky “Dyc” junto a tu cama.
Yo no me fui a Madrid, y tan pronto como eras consciente de eso te dedicabas a llamar a tu padre, a mi madre, para mostrarles tu disgusto contigo misma. Esa misma tarde creo que tomaste la decisión de dejarte ir, hacia la muerte. También me pediste perdón. Ya no volviste a despertar. La mañana de tu partida sólo recuerdo unas frases inconexas de un sueño profundo y una honda respiración –muy parecida a la de tus tan habituales ronquidos-. Después sólo había un cuerpo frío y una mirada vidriosa mirando al infinito. Pero no hubo una sola queja, un solo estertor. Únicamente la muerte.
Te fuiste porque pensabas que tu caso era imposible. Quizás tenías razón. La fórmula ideada por tu psiquiatra no resultaba necesariamente eficaz. Pero lo que te dolía en el alma, más que nada, era que pensabas que te habías convertido en un ser definitivamente incómodo para mí, y que me hacías un favor largándote con viento fresco de este mundo cabrón, dejando “estrellar tu barca del amor contra esa vida cotidiana” que ya no podías soportar y que pensabas que nos hacía sumamente infelices a los que convivíamos contigo, especialmente a mí.
Y este triste –una vez más- sábado por la tarde, despues de verle a Pilar, de comer con mi madre y con mi hermana, he querido salir de mi narración habitual para decirte –lo sabías- que yo ya estaba dispuesto a aguantar todo el tiempo que hiciera falta, pero que tú tenías al cabo la intuición certera de que tu ciclo vital había terminado ya. Era posible tal vez estirarlo un poquito más, como se hace con los chicles, pero todo tenía su límite.
Y tu final, el 28 de noviembre de 2002, no fue una muerte absurda, incomprensible. Fue un adiós con un beso de amor infinito. “No quiero ser por más tiempo una carga para ti”, parece que me decían esos ojos verdes acristalados, tranquilos. Pensando que hacías lo que pensabas que debías.
En alguna ocasión he oído una frase que decía que pocas personas pueden elegir el momento de su muerte. Tú sí lo hiciste. Estoy convencido.
Sabes que te seguiré queriendo siempre, que tu recuerdo me acompañará en todo momento, y que a veces siento una punzada en el corazón y un líquido formándose en mis ojos. E insisto: no es por ti por quien lloro, lloro por mí. Porque nadie me va a querer jamás como tú me quisiste.

Un beso.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (131)

Jacobo Martos negó hasta tres ocasiones con la cabeza, se mesó con sus manos los negros cabellos y la blanca barba e hizo un rictus de tristeza antes de proclamar:
- Entonces no entiendo muy bien cómo es que estamos en el mismo equipo.
Dos buenos actores para una representación en la que sólo los dos formaban el público. Leoncio Cardidal también se tomaría su tiempo antes de declarar:
- ¿Un equipo? Quizás esto fuera un equipo al principio, Jacobo. Cuando te dirigiste a la asamblea de Chamartín y provocaste esa votación chanchullera que nos puso a todos aquí. Provisionalmente, claro, como han sido todas las cosas en este país, antes y ahora, boyante o destrozado. Lo provisional transformado en permanente…
Jacobo Martos lo observaba impasible. Nadie sabría muy bien si le interesaba el discurso de “su” Consejero de Interior o estaba pensando en otra cosa. Porque generalmente el Presidente de la Junta de Chamartín acostumbraba más al ordeno y mando que al diálogo, aunque de sus acendradas maneras se pudiera deducir lo contrario.
- … Eso era al principio –continuaría Cardidal ante la falta de interrupción de “su” Presidente-. Hoy ya sólo eres una especie de Rey de este barrio. Pero un Rey sin otra función más que moderar los debates, dar la palabra a unos y a otros. O sea, una figura meramente representativa.
- No es así como yo concibo mi presidencia –observó Martos.
- Pues así son las cosas. Te guste o no.
Había concluido la reunión. Leoncio Cardidal abandonaba el reducido despacho y la incómoda silla y salía hacia la estación sin despedirse.
Como si las noticias corrieran o como si se hubieran hecho eco de los micrófonos supuestamente instalados por la gente de Cardidal en el despacho de Martos, los guardias con que este se encontró a su paso se cuadraban ante su jefe. El Consejero de Interior sonreía satisfecho y asentía con la cabeza ante sus respetuosos saludos.
Ya era de dominio público que en el despacho de Jacobo Martos, en esa reunión entre el Presidente de la Junta y el responsable del orden público, se había oficiado una suerte de incruento golpe de estado con traspaso de poderes reales incluido.

martes, 8 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (130)

Sentados de nuevo, Javier Arriaga entraría en una larga explicación –que a Brassens le pareció a veces contradictoria- sobre su tratamiento y el coste de los fármacos que le recetaban. En un momento de su larga charla, Javier le diría a su primo que, a pesar de toda la quimio que había recibido, su tumor seguía igual.
- Eso significa que no ha progresado –declaró Brassens.
- Es una manera de verlo –repuso Arriaga un tanto sorprendido.
Al cabo de un rato hacía acto de presencia Fátima, su mujer. Se encargaría ella de ofrecer algo de chorizo con un poco de pan.
Había un reader –libro electrónico- sobre la mesa de cristal. Se le había roto a Javier debido a la torpeza de sus movimientos, según explicaron a Brassens los Arriaga. Y Javier quería saber de las alternativas de compra de alguno de esos lectores: ya no se sentía con fuerzas para aguantar el peso de un libro convencional.
Llegaron su hermano Jacobo y Carmen, su mujer. Y la conversación se reconducía sobre los parámetros sociales habituales, donde el enfermo era el motivo de la visita pero no el objeto de la conversación.

Al día siguiente, Jorge Brassens telefoneaba a su editora digital y localizaba en Internet los diversos formatos de readers que ofrecían desde la distribuidora. No sin cierto espanto pudo comprobar hasta qué punto habían caído los precios de esos dispositivos.
Lo cierto era que la oferta resuktaba bastante amplia, de modo que telefoneó a Javier para señalarle la página web en donde podía encontrar los distintos libros electrónicos.
Hablaron y se lo dijo. Pero esa misma noche le telefoneaba Arriaga como si la conversación de la mañana no se hubiera producido. Pero Javier no era consciente de nada, no había tomado nota alguna y ni siquiera recordaba que hubieran hablado del asunto.

El estado de salud de su primo se iba deteriorando de manera progresiva. No sólo no recordaba las cosas, es que tampoco contestaba a sus mensajes telefónicos o a sus correos electrónicos, como si estuviera levantando una especie de dique de contención entre los dos. Pero ni siquiera eso era cierto. Javier Arriaga se estaba yendo envuelto en el silencio, porque el esfuerzo del contacto ya no dependía de él, que ya carecía de fuerzas.
Pero era necesario seguir intentándolo. Y Jorge Brassens era tozudo hasta la verdadera producción del aburrimiento ajeno. De modo que procuraba ponerle un SMS cada vez que aproximaba sus pasos a la casa de este, aunque tuviera un desigual resultado.
Llegó un día del principio de noviembre en que, acompañado por su hermano Pablo, Jorge Brassens se dirigiría a una cita con Javier previamente concertada.
Dos antiguas señoras del servicio de su madre estaban presentes, además de Fátima, su muer, y a la espera de su hermana Eugenia.
La conversación la llevarían las dos mujeres, aunque Javier Arriaga era quien –a modo de moderador- introducía los asuntos y provocaba las comentarios.
Resultaba impresionante el leve tono de voz que le quedaba. Agotado por las sesiones de quimioterapia, Alegría sólo podía expresarse desde una delgadísima dicción, de modo que a pesar del silencio de la concurrencia siempre alguien debía traducir sus palabras a una voz audible.
Pablo y Jorge Brassens fueron animados a contar sus cosas personales. A la llegada de Eugenia Alegría, fue ella la que derivaría la conversación hacia otros asuntos.
La reunión sería interrumpida por la llegada de un asistente peruano que se encargaría en lo sucesivo de vestir al enfermo, pero que en un principio no gustó a Javier dada su corta estatura. Se retiraron a una discreta despedida en el hall de la casa y saldrían de ella un momento después de saber que Alegría se había reconciliado con el latinoamericano gracias a la fortaleza física de este, que suplía con creces a su estatura.
Cuando se despedía de él, Jorge le ofrecía regalarle la última novela de John Lecarré, autor del que ambos eran aficionados.
Nuevamente le impreionaron esos expresivos ojos que saltaban de un organismo enfermo, extenuado, para decirle algo que sonaba a oficio de postrimería:
- No voy a leerlo. Me he comprometido a leer solamente unos libros religiosos.
Y aunque Jorge Brassens salvaba esa determnación categórica con un “más adelante, entonces”, supo que en el corazón de Javier Alegría ya se había instalado la firme convicción de que esa enfermedad se lo llevaría por delante.

lunes, 7 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (129)

Bilbao, 20 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Retorno a mi cuasi-diario carteo contigo. El lunes me di un pequeño respiro y fui al cine. La película era “Dolls”, ambientada en el Japón actual. Algo complicada y lenta, pero tenía escenas maravillosas. Pero para nada se merecía las tres estrellas que le había otorgado “El Correo”.
El martes viajé a Madrid para dos reuniones políticas, relacionadas con el PP vasco: El balance de las dos ha sido bastante positivo.
Luego viajé directamente a Barcelona. Me hospedé en el Círculo Ecuestre y cené en casa de los Companys. Le he regalada a Bárbara –tu “prefe” una caja de plástico con pinturas tuyas. Le dije que la presentación no era una maravilla, pero que no había facturado nada, que en Bilbao quedan todavía cosas y en Arrechea alguna más. Y que si las quería serían todas para ella. A su vez, Bárbara me entregó una carta que no me había cursado por correo. Es muy bonita y denota una gran sensibilidad en esa niña-mujer, de modo que te la transcribo a continuación:

“Querido Jorge:
Sé que una justificación no es el mejor modo de empezar a escribir, pero ya que ni las palabras ni mi poco extenso vocabulario van a ayudarme a expresar lo que siento, es disculpándome como me veo obligada a empezar.
Una niña que iba a empezar a ser mujer y una amiga que tenían sus papás. Así es como empezaba una bonita historia de amistad, admiración y aprendizaje.
Ella me enseñó desde algo tan sencillo como el bocadillo de pan bimbo con chorizo pamplonica, que pasó a ser mi base alimenticia durante meses, hasta el poder ver la vida desde unos ojos diferentes.
Fuerte, valiente, cariñosa, artista y otras mil cualidades son las que definen a Elisabeth Von Lorensen, mi Lorsen; y yo, su prefe.
Hoy aprendo lo duro que es perder a una amiga, y es ahora cuando me lo he planteado, que he descubierto cómo esta gran mujer ha influido en mi vida.
Llámame egoísta, pero una de las cosas que más rabia me da de que haya partido, son todos aquellos planes que teníamos y ya no podremos cumplir juntas.
Jorge, ahora te toca a ti, con el apoyo de toda esa gente que te quiere y la queria a ella (y nosotros los primeros) ser fuerte y seguir adelante con el mismo entusiasmo que ella tenía.
Recibe un abrazo muy fuerte y otro para Pilar: sois el mejor regalo que Lorsen pudo tener, y será como dárselo a ella”.

Como puedes ver, en esa cualidad que tenías de no dejar indiferente a nadie –más que nada, de despertar el cariño hacia tu persona en casi todo el mundo que te trataba- ha calado también en esa mujer que me recibía con esa expresión de niña madura, los ojos tristes, la mirada a veces perdida, consciente de que en esa casa ha sido siempre la persona a la que nadie ha cuidado de verdad. Y tú, que lo percibiste, como percibías inmediatamente todos los males que tenían su origen en el corazón –no en vano te fuiste porque ya no tenía fuelle para seguir latiendo- la adoptaste para ti, la llamabas “mi prefe”, y ella supo que contigo tenía ese añadido de afecto que necesitaba. Hoy es ya una mujer que cuenta con naturalidad cómo una caída suya en la nieve, en la que estuvo a punto de romperse las costillas, tenía muy poca importancia al lado de una enfermedad de Alfonsito.
Este también está muy bien, aunque sus notas son pésimas.
La cena transcurrió en medio de un homenaje callado a tu persona. La mesa bien puesta, con manteles, paneras, vajilla tipo María Weiss, copas de cristal grueso. Y la comida era la que nos gustaba a los dos: esas patatas con bechamel y queso, “escalopas” –con guisantes y pimientos, y, para postre, un helado de nata con chocolate caliente. Pasé de este último y probé una gota del helado. Luego, Alfonso y yo, tomamos un poco de whisky.
Licus se autoinvitó a Arrechea. Y quedamos que ese día encargaría una misa por ti en Roncesvalles, y que convocaríamos a la gente del pueblo que quisiera venir.

Un beso.

viernes, 4 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (128)

Martos permanecía sentado. Las manos entrecruzadas y la expresión grave. En el tiempo en que se encontraba justamente un segundo antes.
Pero la escena había cambiado. Cardidal se le enfrentaba. Hacía tiempo que se había desprendido del abrazo de oso de su voz que sonaba un tanto meliflua, como las homilías de los curas. Sonaba a tramposa, a falsa. Decía eso de “unidad en torno al presidente, cualquiera que este sea”. Pero, claro, el presidente era él y no Cardidal. Y era además un presidente sin poder, sin capacidad para tomar las decisiones.
- Ese tiempo ha pasado ya, Jacobo –declaró Cardidal.
Y le apeaba de su título. Le tuteaba. Buscaba en los viejos tiempos en que se conocieron, en aquellos años de la década de los ’90, en el País Vasco, la referencia de su trato íntimo, de confianza que un secretario tiene en su presidente. Lo buscaba y lo recogía para apearle ahora de su condición de tal.
Se había vuelto a convertir en Jacobo. Pero Cardidal era también Leoncio. Aquel joven que fuera una mezcla entre el mozalbete guaperas y el ambicioso un tanto subido de tono. Donde lo primero era ligar de forma incontenible y lo segundo era ganar dinero. Y la política –o la guerrilla del narcotráfico- era solo un medio para conseguirlo. Era su punto débil. Pero un punto débil que Martos no sabría nunca cómo explotar. Y volvía entonces ese precario presidente de la Junta de Chamartín –en ese cuarto de segundo- a sus valores tradicionales de su San Sebastián juvenil, a su educación religiosa, a las enseñanzas de sus padres, al carlismo que era la atmósfera y el oxígeno que había respirado siempre -¿que lo había envenenado, al cabo?- para contestar con gravedad de filósofo, siempre sentado, mirando hacia otro lado, como habládose a sí mismo:
- Los tiempos han cambiado. Es cierto. Pero las personas somos, poco más o menos, las mismas.
Esa no era una conversación a ser desarrollada en el cuartel general de la Junta de Distrito de Chamartín, al final de una mañana repleta de tensión. Cardidal se la podía imaginar más bien en un bar de copas, cualquier día, después del trabajo, cuando la noche se va agotando porque no te divierte volver a tu apartamento y encontrarte una vez más abandonado o con ese ligue de turno que te dice que estás más solo que la una. Conversación de la última copa de una de esas noches tristes.
- También en eso te equivocas; Jacobo –contestaría-. Las personas también cambiamos. es la vida la que nos cambia. Y la selva esta en la que vivimos.
- La selva. ¡Pero si eso es precisamente lo que queremos combatir! Lo que pretendemos, volver a la civilización –repuso Martos, que ahora observaba fijamente a su interlocutor.
- No te vuelvas a engañar, Jacobo. La civilización no está a la vuelta de la esquina. No por ahora. Lo que se necesita es imponer el orden, al precio que sea, al precio que sea. Limpiarlo todo. Y de lo que quede podrá surgir una civilización. Para hacer una tortilla, primero hay que cascar los huevos. Esa es mi opinión.

jueves, 3 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (127)

Y Jorge Brassens se alejaba de allí con su chaqueta clásica, en dirección a la parada de metro y volviendo a notar el denso calor de esa tarde de verano madrileño, agotador.
Se llevaba consigo la serenidad de su primo, su lucha por vivir, su aceptación resignada de un tratamiento que ya empezaba a hacer estragos en su organismo… aunque no en su cabeza, en su ánimo. Y pensaba que todavía no se había escrito la última palabra de aquella enfermedad, que solo se muere cuando uno acepta la muerte como algo inevitable, cuando deja de luchar por vivir. Y Javier tenía muchas razones para vivir, y eran tres las más importantes: tenían nombres de mujer.
Recordaba sus planes para el verano: dependían de las sesiones de quimioterapia. Pero había un viaje a Alemania que tenía que ver con alguna celebración religiosa. Situado frente a una más que evidente posibilidad de encontrar un fin cercano a su vida mortal, Javier prolongaba su vida en la inmortalidad del alma y eso le proporcionaba seguramente buena parte de la serenidad que demostraba.
Luego vendría Comillas. Aún no había viajado en coche tanto tiempo, pero pensaba que aguantaría. Necesitaba ese sol y ese agua del Cantábrico, aunque no pudiera recibirlos directamente. Ese mar batido por las olas recias del norte que un día les uniera en la playa de Ereaga o de Plencia o de Sopelana. Conducidos por sus padres o por el chófer de alquiler al que un día llamarían Prudencio Prudente –¿o era su verdadero nombre?- que tenía la extraña costumbre de quitarse los zapatos y los dejaba en el suelo del coche para guiar el inevitable Seat Milquinientos blanco con cartel de SP.
Estaba preocupado por él. Por ese chico que se encontraba con la vida en un guateque en Las Arenas, cuando la gente se pasaba un tanto y las habitaciones de la casa se poblaban de parejas. Ese chico que, tres años apenas más joven que él, le escribía una carta compungida ante lo que había visto, con esa letra redonda y clara, asombrado del descubrimiento de la pubertad. Porque tres años son mucho tiempo cuando se tienen apenas quince o dieciséis y tu primo ya tiene diecinueve.

Instalado en el refugio que le proporcionaban las montañas del bajo pirineo navarro, Jorge Brassens telefoneaba a su primo para conocer de su estado de salud, de su ánimo. Pero no contestaba. Le ponía un mensaje de texto de su móvil. Quizás debía pasar un día, quizás dos y la respuesta se producía. Estaba en Alemania. Todo bien. Todo en orden, dentro de lo que cabía esperar. Sí, se pondría en contacto con Brassens a su regreso a España.
También contaba con algún recuerdo de Javier Arriaga en ese pueblo. Era un fin de semana largo, el puente de la Constitución –o de la Inmaculada, según se prefiera-. Un amigo de Javier quería conocer el bosque de Irati y Jorge Brassens le indicaba que estaba allí mismo, que Arrechea era uno de los lugares en que concluía el bosque. De modo que se alojarían todos en el hotelito más cercano a la casa de Brassens y Lorsen. Y Javier invadía la cocina de los dos para hacerse sus huevos fritos y desayunar de otro modo a como la discreta dieta del hotel permitía.
O ese paseo que se daban con el Suzuki 4X4 que todavía conservaba Brassens, ascendiendo por el paseo de las Tres Hayas, donde quedaba atrapado por el barro de las lluvias y de las nieves del otoño.
- Son las ruedas –explicaba Javier Arriaga ante el suculento plato de paloma que les servían en el comedor del hotel.
Y también estaba ahí Pepe Izarra, amigo universitario de Brassens, funcionario en Bruselas, que estaba literalmente entusiasmado ante la decisión de Balduino de Bélgica de no firmar la ley de aborto que le había presentado su gobierno. Lorsen le explicaba, casualidades de la vida, que la mujer de Arriaga era sobrina de Balduino por la mujer de este.
Y ahora, otra vez en Arrechea, esta vez con Vic Suarez, Jorge Brassens recordaría esas pequeñas historias que forman la vida como las cuentas nutren los rosarios o las uvas se juntan en racimos. Recuerdos que se vienen a la memoria uno a uno, como se rezan las avemarías o se comen los frutos, como pequeñas muestras de un todo que se dirìa inacabable, si no supiéramos ¡ay! que de la misma manera que ese todo tiene un principio también tiene un final.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (126)

Bilbao, 15 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Antes de recoger a Bècaud he comido con tu padre y tus hermanos. Para variar hemos terminado a las cuatro y cuarto, que era justamente la hora en que había quedado citado con los escoltas. Tu hermana está bastante bien y se ha empeñado en dejar de fumar, para lo que se ha comprado una pulsera de esas que venden por televisión, a plazos, y que según parece resulta inhibidora del vicio, con lo que tu padre –que como de costumbre financia la operación y cada vez parece que mejora sus posiciones en la “Cofradía del Puño Cerrado”- está bastante enfadado –por el coste, no porque Gaby deje de fumar-. Yo le encuentro bastante mejor a tu hermana desde que te fuiste. Según ella le han aumentado las defensas, pero en todo caso está bastante mejor de tono vital, aunque le vendría bien coger algún quilito de más. En el coche estaba tu sombrero de Burguete que se lo ha quedado Gaby, al igual que la práctica totalidad de tus camisas y jerseys, aunque hoy he “heredado” tu polo de Lacoste negro de manga larga, que te compré en Biarritz, y encuentro que me queda muy bien. Como tengo dos invitaciones para la inauguración del “Cirque du Soleil” le he pedido a tu hermana que venga conmigo. Willy sigue con sus trabajos, por lo menos durante un mes, y las noticias que hay es que “Liz” está ingresada en Cruces, Paco Zayas en la clínica de San Sebastián y tu queridísima tía Lolis cumple ochenta el próximo sábado y le ha convidado a tu padre a tan significado evento. Por fin, Dolores Aguirre está en Cincinatti, para su operación.
Pilar se encuentra tan bien, como siempre me toma el pelo y su cama tenía el barrote izquierdo otra vez roto, con lo que las operaciones de traslado a la silla se hacen bastante más complicadas. Cuando he salido de la UCI lo estaban arreglando. Pero me han pedido que haga una gestión con Tere Hermana para que le cambien de cama. Chelo Aparicio –que ahora trabaja en la agencia Efe, después que la echaran de mala manera de Canal Plus- quería visitar a Pilar: A la niña le ha parecido muy bien. Ya sabes que estas cosas hay que anunciárselas con antelación, de lo contrario Pilar puede perfectamente mostrarse insoportable con la novedad. Alguien le ha dibujado un corazón en la cabecera de su cama, con un lazo, por San Valentín, pero según ella que no es por nadie en particular.
Como voy hacia atrás te contaré que ayer, viernes, tuvimos un acto del Foro de Ermua en el que le entregaban su premio anual al juez Garzón. Allí hablamos de ti Ramón Rabanera y Concha y me dio el pésame Chelo, la madre de Miguel Ángel Blanco, que se me ofreció para lo que hiciera falta. Todos me dijeron que te querían mucho. No me quedé a la cena: Cabía la posibilidad de que resultara un tanto coñazo, en función de la persona que me tocara de acompañante, así que preferí leer un poco antes de meterme en la cama.
El ambiente de la calle es contrario al apoyo que Aznar ha prestado a los Estados Unidos para la guerra contra Irak, pero en el País Vasco los socialistas no han aceptado sumarse a la manifestación en la que el PNV -¿quosque tandem?- marchará junto con la gente de Batasuna. Según Michel Unzueta, Ibarretxe sigue lanzado con su idea del referéndum para este otoño y la opinión es que Aznar lo impedirá: En este caso, los caminos, casi siempre paralelos entre los intereses nacionales y los del País Vasco, parece que convergen, y la firmeza del Gobierno de España será más que positiva para nuestros intereses. La mujer de Giorgio Baravalle –rotario, recientemente nombrado cónsul de Italia- compañera mía en la Universidad-, me decía que no basta con que se impida el referéndum, y yo convenía con ella que era preciso que las tanquetas tengan nuestro apoyo y compañía en ese caso.
Por cierto, Antonio Basagoiti me proponía como candidato de relleno para su lista de Bilbao. No estaba mal en una candidatura que cerrará Aznar, pero ya sabes que estoy comprometido con la gente de Guipúzcoa.
Hace frío en Bilbao. La temperatura no ha subido de cuatro grados a la orilla del mar.
Ahora está Bècaud, en su butaca, protegida por su colchón: La familia más o menos unida en torno a la provincia: Pilar en Cruces, a quien he dado de comer; tus cenizas; el perro y yo mismo, poniéndote estas letras.
La vida sigue, porque tú siempre estás presente, a pesar de la distancia.

Te quiero mucho y te mando un beso muy grande.

martes, 1 de febrero de 2011

Vientos de cambio en el mundo árabe

Los vientos de cambio que en las últimas semanas recorren el mundo árabe, desde Túnez a Egipto pasando por Yemen, Marruecos y Mauritania, son el resultado de décadas de falta de democracia, de corrupción generalizada, de atentados constantes contra los Derechos Humanos (contra las libertades públicas, contra la seguridad jurídica, contra la equidad social), y de gobernantes cleptocráticos que han patrimonializado la riqueza de sus naciones.

Y, sin embargo, Europa no puede mirar para otro lado ante lo que está ocurriendo, pues durante años ha avalado, protegido, apoyado y justificado a regímenes autoritarios de todo tipo, sin hacerle ascos a repúblicas pseudo-panarabistas, como el Egipto de Hosni Mubarak, a híbridos de estado policial y complejo turístico de la Costa Azul, como el Túnez de Ben Alí, o a monarcas teocráticos que consideran a su país y a sus ciudadanos como el cortijo y el rebaño que heredaron de su difunto padre, como el Marruecos de Mohamed VI. Europa, en su ceguera, ha apoyado en el Magreb a cualquiera que se postulara como gendarme de sus intereses neocolonialistas, y, para colmo, se ha dejado chantajear por esos personajes que decían contener la inmigración ilegal, el tráfico de drogas, o el islamismo radical.

Tradicionalmente se ha achacado la incapacidad de las sociedades árabes para articularse según los estándares occidentales en términos de Democracia, Desarrollo Económico y Libertades Individuales, al hecho de que la historia social y política del Islam, que hasta la Edad Moderna superaba al Mundo Occidental en todos los ámbitos del conocimiento, se vio truncada en su evolución por no haber experimentado un Despotismo Ilustrado, una Revolución Francesa y una Revolución Industrial. Y, sin embargo, la ola de descontento, el ansia de libertad que recorre el Mundo Árabe en las últimas semanas recuerda, de alguna manera, a los cambios sociales que pusieron al hombre común en el centro de la vida política en la Europa de finales del XVIII y principios del XIX: ciudadanos que de la noche a la mañana descubren su condición de tales, cuestionan a la Clase Dirigente, ocupan la calle y derriban regímenes autoritarios.

Haría mal Europa en no tomar buena nota de lo que está pasando en la ribera sur del Mediterráneo y no asumir de una vez que en Política Exterior la defensa de los Intereses de Estado debe ir siempre de la mano de la Defensa de los Principios, pues lo contrario nos aboca a alimentar de manera miope y con una completa falta de escrúpulos a oligarquías y autócratas que no pasarían el más mínimo test de homologación democrática y que, cuando caen, porque siempre caen, suelen dejar un terreno abonado para el primer iluminado que pasa por allí, que además suele despreciar a Occidente y hacer gala de ello: en Irán al Shah Reza Pahlevi le sustituyó el Imán Jomeini, tras Batista en Cuba vino Fidel Castro, en Venezuela Carlos Andrés Pérez fue barrido por Hugo Chavez.

Ante la situación actual, la disyuntiva de Europa es sencilla: o repite los errores del pasado y asume el riesgo de que los procesos culminados en Túnez, en marcha en Egipto y en Yemen, y larvados en Marruecos, Mauritania, Jordania y Siria nos traiga una camada de iluminados que incendian la región, o se alinea con las clases medias que aspiran a la misma Libertad, a la misma Democracia y al mismo Desarrollo Económico de la orilla norte del Mediterráneo que hasta ahora solo pueden ver por la televisión vía satélite en el Cairo, en Rabat o en Saná.

El tiempo de las cancillerías europeas se está acabando, y mientras Obama ya ha empezado a distanciarse de Mubarak (¡Qué olfato político el de estos americanos...!) Zapatero y Sarkozy siguen apuntalando a Mohamed VI, que cuando se escriben estas líneas inicia unas vacaciones en suelo francés mientras sus generales ya han empezado a desplazar tropas del Sáhara Occidental ocupado a Casablanca y Rabat ante el riesgo de que el pueblo marroquí empiece también a salir a la calle para dejar de ser súbditos y convertirse en ciudadanos. Y todo esto en el patio trasero de España.