Pero había otra solución. Y era ella tratar de sortear a los esbirros de Cardidal y acercarse a los aledaños de Chamberí, de modo que el nombre de Cristino Romerales y el de su marido pudieran franquearle el paso hacia la sede central del Distrito.
Optó por esta solución y se dirigió hacia el final de Serrano que era ahora una calle despoblada y triste. Estaba claro que la buena gente, la que todavía se podía considerar normal y que era la más singular y minoritaria, sin embargo, se escondía en sus casas y sólo salía de ellas fuertemente protegida por grupos de familiares y amigos. La otra, la antaño marginal, se hacía con el control de las calles secundarias, de estrechas aceras y tortuosos caminos de cabras allá donde en épocas más urbanas circulaban coches. Y en determinadas avenidas principales eran las policías oficiales las que tomaban el mando, aunque a veces estaban demasiado ocupadas en sus propias pillerías como para controlar los pasos fronterizos.
Vic Suarez no vio a nadie hasta que se encontraba prácticamente a la altura de la Embajada americana, desierta como todas de sus representantes diplomáticos, pero allá donde una tanqueta y una pareja de policías vigilaban la seguridad del antiguo guardián del universo un par de persoas vestidas de uniforme caq ui y ladeade boina verde le dieron el alto.
Los hombres de Crisitino Romerales estaban armados con viejos fusiles CETME del ejército español que bruñidos por sus usuarios brillaban a la luz de aquel sol de Madrid.
Cuando Vic detuvo su coche la saludó de manera militar uno de ellos. Se trataba de unn tipo alto y fuerte, de rasgos muy meridionales y aspecto marcial.
- Buenos días. ¿Qué desea? –le preguntó con educación inusual para aquellos tiempos.
Vic Suarez notó que el acento de aquel hombre era notoriamente árabe, porque las palabras fluían de su boca casi sin pronunciarlas, sin énfasis alguno en la frase.
- Buenos días, agente. Soy Vic Suarez, la mujer de Jorge Brassenns.
- ¡Mi amigo Brassens! –dijo el policía con una abierta sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes muy blancos, quizás debido al contraste con el tono oscuro de su tez-. Siempre apoyaron Cristino y él la causa saharaui.
Las palabras de aquella persona actuaron como un bálsamo en el preocupado ánimo de Suarez.
- ¿Tú eres…?
- Sidi Ben Bachat –contestó el saharaui sin perder la sonrisa.
- ¿El delegado del Polisario en España?
- Ese mismo, en su día. Luego me quedé atrapado en Madrid. No llegué a coger el úiltimo vuelo para Argel y aquí me tienes.
- Es una suerte verdadera haber dado contigo… Sidi…
- Sidi Ben Bachat, pero me puedes llamar Bachat o Sidi, como quieras.
- Está bien, Sidi. Tengo mucha urgencia de hablar con Cristino –dijo Vic con su vehemencia habitual.
- Vamos a ello –contestó el responsable del puesto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
¡Osama ESCÚCHAME! podrás esconderte en el fondo más profundo y caliente de nuestra Madre Tierra, porque aunque estés muerto e incinerado ¡encontraré tus cenizas! ¿y sabes paraqué?, para con un cariñoso soplo expandirlas por el Mediterráneo. Salam.
Publicar un comentario