Bilbao, 1 de marzo de 2003.
Querida Lorsen:
Empezaré por recordar la fecha de hoy –o, mejor dicho, la de ayer-. Ya han pasado tres meses desde que te fuiste. Para la gente el tiempo pasa rápido, pero ese tiempo ha sido larguísimo en mi caso. Vivir sin ti, aunque apenas fueras muchas veces algo más que un ser durmiente, al otro lado de mi cama, me resulta muy difícil. Esa expresión tristona que me produce el ojo sin visión creo que se prolonga en mi interior, y es la propia amargura causada por tu distancia la que se asoma a mi cara y apenas me permite una sonrisa simpática, una ironía o un toque de mordacidad. Las cosas me preocupan menos que antes y a veces tengo la sensación de encontrarme flotando en un mundo que ya no me pertenece, como si fuera poco más que uno de esos globos que se desprenden de la insegura mano de una niña –tú por ejemplo, que nunca superaste tu infancia- y se pierden en el aire. Te pondré un ejemplo: El otro día vinieron Sus Majestades los Reyes a Bilbao, a inaugurar una obra auspiciada por el Gobierno Vasco. Esperé a tener la oportunidad de saludar a Don Juan Carlos y así lo hice, consciente de que así cumplía con mi obligación de español y de monárquico. Pero ya no tengo nadie a quien le impresione el gesto, ya no estás tú para obligarme a repetirte lo que me dijo una y mil veces. La vida se ha convertido para mí en una mera sucesión de acontecimientos –unos buenos, regulares o simplemente negativos los otros- que cubro con la mejor intención. Pero no queda ya mucho fuelle dentro de mí. Casi todo se parece al actor que presta su figura y su voz al personaje, pero que, sentado en su camerino, contemplando su cara para maquillarla ante el espejo, se da cuenta que ni siquiera existiría si no fuera por el personaje. Jorge Brassens fue la persona que tú descubriste, que tú creaste y que yo mismo creí que existía verdaderamente. Hoy me siento ante el ordenador para escribir que no sé muy bien si soy, después de todo; si mi vida no se ha convertido en la de un mero autómata que vive a base de reuniones y urgencias, come para mantener un tenue hilo de relación con su maquinaria orgánica –por cierto, todo el mundo me dice que he adelgazado- y duerme, cansado ya de tanta actividad, y gracias a la inevitable pastilla de “Dormodor” que me receta mi hermana Teresa.
Este pasado lunes, Chelo Aparicio nos reunió a Santiago González, a Florencio Domínguez –el periodista que más sabe de ETA- y a mí, para comer. Chelo –perdona que me repita- se parece bastante a una canción de Georges Brassens: “La femme d´Hector”, que se convierte en la mujer imprescindible para los amigos que se lo están pasando mal, que tienen alguna necesidad de afecto. Hablamos de muchas cosas, y descubrí lo que en casi todas partes: que el ambiente está muy mal, que la sensación es negativa allá por donde vayas. La gente, nuestra gente, ha perdido la ilusión y sigue donde está a veces porque simplemente no tiene otro sitio donde ir a parar. Personajes en busca de autor, como decía Pirandello, simples representaciones de nosotros mismos, de lo que un día fuimos y ya no volveremos a ser nunca. Me recuerdan –recuerdo- a lo que me contaba Josemari Areilza –el Conde de Motrico- de cuando un grupo de jóvenes fueron a visitar a Gregorio Balparda a principios de la República. “Es preciso levantar una bandera de moderación, de orden...”, le decían. “Esa es ya una ocupación de ustedes –les contestaba-. Lo que tenía que hacer lo he hecho ya”. Y nosotros somos aún conscientes de que todavía nos queda algo por hacer, pero estamos en el fondo tan desanimados como Balparda. Psicológicamente nos vemos más en el final del corredor –que quizás ni siquiera disponga de salida- y nuestros torpes pasos siguen avanzando sin saber hacia dónde se dirigirán concretamente.
El martes fui a ver la exposición de arte “pop” que se ha montado con carácter de itinerante en el Guggenheim. Había cosas de Warhol que te hubieran encantado. Un cuadro de Roy Lichtenstein describe a una mujer rubia que dice: “I... I’m sorry”, en tanto que un lagrimón le cae por una de sus mejillas. Me ha recordado tanto a ti, a tu sentimiento de hace tres meses, cuando decidiste que era mejor abandonar este cochino mundo, que fui a buscar un póster, pero no lo tenían. Por suerte, Álvaro Chapa me ha regalado el catálogo de la exposición y el cuadro está reproducido en una de sus páginas. Lo voy a enmarcar como si fuera otro recuerdo más que te dedico.
Después me reuní con Zuloaga, el de “Bakea Orain” cuya mujer comió contigo en una ocasión, me parece que en el “Rio Oja”, del Casco Viejo. Me habló de ti. Su mujer estaba muy impresionada por tu muerte. Le habías gustado por tu forma de ser y estuvieron en tu funeral. Yo no les llegué a ver. Zuloaga me presentó una propuesta que no puedo aceptar. Se trata de un desplegable que era bastante incorrecto, hasta que ha admitido las correcciones que le planteé. Pero queda una todavía que convierte al escrito en inútil para nosotros: “Hay que hablar con todos”, viene a decir. ¿Y qué tenemos nosotros que hablar con nuestros asesinos? ¿qué conversación podría mantener yo con el tipejo que controlaba tus paseos con Bècaud de lunes a jueves, hacia el caer de la tarde? ¿qué puedo yo decirle al que te llamaba para amenazarte de muerte? Todavía, en el campo del nacionalismo mejor intencionado, existe una ausencia cabal de comprensión de lo que verdaderamente nos ocurre en este país: no son capaces de ponerse en nuestro lugar. Y, en consecuencia, sólo saben hacer piruetas más o menos graciosas por si les acompaña en alguna de ellas el favor general del público.
El día siguiente saludé al Rey. Dijo que se acordaba de mí. Y por lo visto los borbones tienen buena memoria de las caras. Pero seguramente he adelgazado –no es que quiera dolerme en la insistencia-, me he puesto gafas y mi expresión se ha apagado.
Después comí con Juan Basabe. No lo había hecho en meses. Se van a separar una vez que Ángela acabe unas oposiciones que está haciendo. Ya tiene previsto incluso compartir un piso bastante grande con un amigo. No se trata sólo de palabras, la decisión está tomada. Por mi parte le he trasmitido que quiero que sigamos viéndonos, que las noches también las tengo libres para cenar... Espero que sí, que siga contando en Juan con un buen amigo, a pesar de sus dificultades de tiempo.
Le había invitado a Gaby al “Cirque du Soleil”, pero su operación la tenía postrada en cama durante siete días. Mi madre, que al principio aceptó, luego me llamó diciéndome que se encontraba mal –en realidad, que no le apetecía mucho la hora y el follón de gente. ¿Qué quieres que te diga? Al principio me sentó mal, pero luego he comprendido que es su forma de ser simplemente-. Teresa no podía y, al final, Eugenia me acompañó. De lo contrario me hubiera quedado en casa. Había mucha gente. Cristina Uruñuela, por ejemplo, que me dijo que se habían acordado mucho de mí, aunque no me hubieran llamado, y que les llamara yo para cenar entre semana. Estuve muy claro: “Yo no voy a llamar a nadie. No sé si me comprendes, pero no me quiero convertir en el amigo-viudo-pesado-que-no-deja-en-paz-a-la-gente. Si queréis verme, llamáis. Si tengo un hueco en la agenda es vuestro”. Cristina insistía en que llamara, yo en lo contrario. Gonzalo estaba ahí, en medio de la gente, con una media sonrisa en la boca. Pilar hermana me presentó a Javier Riaño, el de Bilbao-Arte, que me dijo: “A tu mujer la conozco”. No le conté que habías muerto. Efectivamente es hermano de Iñaki, el compañero mío en el Colegio de los Jesuitas. El espectáculo estuvo muy bien, pero el que vimos tú y yo con mi madre fue bastante mejor. Por lo que me dijo Eugenia este era el primero de los que hicieron y se nota que después han progresado.
El jueves vino Jaime Larrinaga a dar una charla en el PP de Getxo. Después de que hablara pedí la palabra para decirle que aguantara, que los nacionalistas excluyentes no tienen salida y que si nos mantenemos en nuestro sitio ganaremos. Comprendía su soledad en una iglesia de nacionalistas, o sordos o mudos. Pero era imprescindible que él, precisamente él, aguantara. La gente aplaudió mi intervención.
Después cené en casa de tu padre con Kelly, Gaby y él. Resultó muy agradable, pero no sé qué pusieron en el “pudding” de pescado que pasé una noche bastante lamentable, levantándome tres veces para ir al cuarto de baño, con descomposición. Ignacio Cervera está bajo de glóbulos blancos, a pesar de que está haciendo un esfuerzo por mejorar, pero no pierde el ánimo en absoluto. Dolores, Isabel y Jorge –no sé si Frtiz- han vuelto de Estados Unidos, con una muy buena impresión –según Fortu y Kelly-. Liz Lipperheide y Paco Zayas están en casa, este último peor que su mujer.
El hijo adoptivo de Antonio y Esperanza –Marcio- es como mínimo mulato... ¡Pero... qué cosas tengo! ¡Si eso es moneda corriente en tu familia!
Un beso.
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1 comentario:
Sabes dicen que escribir ayuda a pasar los malos momentos porque te permite desahogarte y dejar en el papel parte de la angustia acumulada, ¡ yo no escribo en el papel, te escribo a ti!.
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