viernes, 1 de febrero de 2013

Cecilia entre dos mares (39). No comprendieron nuestro amor (I)

Cecilia le decía, a veces: "Nuestro amor es imposible". Y a continuación le refería una amplia retahíla de causas por las cuales era mejor que su historia no creciera. La primera, la familia de Iturregui. Su mujer y sus hijos, que eran mudos testigos de una infidelidad, de una relación que se desarrollaba más allá de las normas, tanto más allá que se enfrentaba directamente a ellas. Luego estaban las demás cosas. Estaba, por ejemplo, la actitud de la gente. En el Lyon D'Or, en la Bilbaina, en el Amparo... Miguel notaba siempre las miradas duras, frías; los saludos distantes de sus amigos, de las personas "comme il faut" del Bilbao de toda la vida. Pero también advertía, quizás de una forma un tanto ingenua, que solo se trataba de las primeras expresiones. Luego, a lo mejor, después de verle con ella, la cosa cambiaba. Y es que tenia la sensación de que daba comienzo una reacción muy diferente, la presidida por la envidia. Porque Cecilia les gustaba a todos, no solo a él. Aunque era él quien paseaba a Cecilia, era él quien convidaba a Cecilia a comer, era él quien publicaba sus poemas. Sus poemas. Ya no eran textos rescatados de sus libros de Arequipa; versos dedicados a no se sabia muy bien qué persona. Los poemas de hoy eran suyos, eran de Miguel, pensados en Miguel, contando su amor por él. Como ese que decía: "Sigue así, Con tu querer distante, Que me vuelve loca. Llévate a donde vayas, Mi corazón, Que yo no tengo razón Pata olvidarte. Pero, ven. No ye alejes mucho de mi boca Tengo las manos frías, Mi cuerpo anhelante Te desea Sigue así, Y déjame que sea Para ti Como la sombra de una rosa diletante.

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