lunes, 4 de febrero de 2013
Cecilia entre dos mares (40). No comprendieron nuestro amor (II)
Pero su amor no era ya un querer distante. Su amor era cada vez más próximo; en la misma medida en que la gente les observaba con esa característica circunspección, adusta, de expresión corta, de la gente de Bilbao. Su amor se agrandaba a la vez que se reducía su trato social. De Begoña, mejor ni hablar. Begoña pasaba del reproche a la sacristía, y de esta al reproche nuevamente. Por suerte, para él ya existían muy pocas oportunidades para la relación; pero, cuando se producían, casi no sabia Iturregui lo que prefería de Begoña, ¿su expresión triste o su palabra amarga?, y entonces optaba por... ninguna de las dos. Llegaba a su casa a las doce, a la una. Al día siguiente madrugaba y se encontraba ya a las ocho en su oficina. Y además no dormía. Pensaba en Cecilia, en cómo vivir una historia de amor para siempre, con ella. Pensaba en Cecilia, en esos quince años que le podían quedar para ofrecérselos. Y también en Mercedes, en Begoña, en los otros tres chicos; en la mejor solución para acabar con una historia que ya solo podían alimentar las convenciones sociales, las posiciones morales o las inercias familiares.
Lo que sí estaba claro era que se le acababa su prestigio en el mundo de los negocios. Aquellos consejos de administración en que su opinión se oía con respeto, a veces casi hasta con veneración, eran sustituidos ahora por otros en que se le llegaba a interrumpir, incluso se le criticaba sin motivo, solo porque -tal vez- se había puesto de moda el comentar después: "Este Iturregui. Ya se ve que la peruana esa la ha sorbido tanto el seso que de él no le queda ni para pensar..." En alguna ocasión se lo comentó a Cecilia; lo hacia de forma indirecta, para que ella no pensara que que su extraña relación le pudiera producir tristeza. "En ocasiones, Cecilia, he pensado que la razón la tenias tú y que el que se equivocaba era yo. Que esta no es una Villa liberal y sí provinciana, pacata y estrecha. Que la reacción a tus versos del 13 de septiembre es la verdadera respuesta del Bilbao de hoy y no lo que entonces pensaba". Y ella se le quedaba mirando, coligiendo que Iturregui, su Miguel,, descubría la amargura de la verdad, por causa de su amor. Y a ella no le gustaba eso, habría preferido cualquier otra cosa, por ejemplo, no existir, antes que sentir que su mera presencia pudiera causar pena, tristeza, pesar...
¿Qué era en realidad Bilbao? Después de dos sitios contra los carlistas -o de estos, los sitiados, contra los liberales- y ganados ambos por los segundos, se diría que la tradición estuviera ganando el verdadero sitio, el de todos los días. De modo que las sotanas continuaban recogiendo el polvo de la calle, oficiando sus ceremonias en los grandes salones, dictando la opinión necesaria a seguir por sus más importantes feligreses, colándose en sus mentes por el menor resquicio. Luego, todo lo demás, apenas si eran los negocios lucrativos; soportados en el apoyo, en la tutela, en la protección del arancel del Ministerio de turno. Y ya podían venir políticos honestos, como don Santiago Alba, que enseguida se alzaba en su contra el corifeo de los catalanistas de Cambó, los bizcaitarras de Sota o los monárquicos españoles de la Liga de Productores. Ya solo les importaba la riqueza. Todo lo demás no era sino la prolongación de esta y el poder político no era sino una posición de continuidad con respecto a aquella.
Claro que, en otras ocasiones, se daba cuenta de que juzgaban con injusticia. Bilbao era una Villa digna, esencialmente lo era. Española por encima de todo, incapaz de pactar con bizcaitarras o con tradicionalistas, excesivos siempre en su distancia com respecto al régimen constitucional. ¿Cómo podía él condenar a Bilbao a causa de su historia personal? ¿Cómo podía él afirmar que Bilbao no comprendía, cuando era él el que se estaba distanciando tanto de Bilbao y de su gente? No, la pugna no se establecía en la forma según la cual Bilbao estaba en contra de Iturregui, sino que era este último el que estaba combatiendo a Bilbao. Y, en esa tesitura, era muy difícil la victoria de Miguel Iturregui. Seguramente se lo comerían.
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