miércoles, 30 de enero de 2013
Cecilia entre dos mares ;38). Cecilia no se niega (VI)
Otras veces, cuando les sorprendía la tarde-noche de aquel otoño, ella le invitaba a pasar a su habitación, la 220. Entonces, Cecilia le enseñaba libros sobre Arequipa; le leía sus poemas; le hablaba de su familia, extensa familia, incontable familia... Y ella, tan joven y tan guapa. Miguel se le acercaba, le ponía el brazo derecho sobre su hombro. Y ella hablaba y hablaba, que Perú tenía una extensión dos veces y media la de España, pero con un cuarenta por ciento de su territorio ocupado por montañas: los Andes; le hablaba de la costa de Mollendo, y le decía que por efecto de una extraña corriente que le llamaban de Humboldt, las olas nunca alcanzaban la tierra sino que corrían paralelas a esta. Cecilia hablaba, hasta que rompía a callar. Y entonces recorría los labios de Miguel. Y lo hacia como siguiendo un ritual que comenzase siempre en el mismo punto y terminara casi en el momento del éxtasis. Nunca partía ella de la situación que dejaran el día anterior o el previo al anterior. Cecilia hacia el amor como una diosa que oficiara una antigua ceremonia. Y él, por supuesto, se dejaba llevar. Era ella la sacerdotisa, él el objeto de sus oficios, el objeto de su amor. Y lo hacían siempre vestidos, manteniendo siempre la decencia formal. Se amaban sin que él se quitara siquiera la chaqueta, sin que ella se desprendiera nunca de pieza alguna de su "toilette".
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