lunes, 11 de febrero de 2013
Cecilia entre dos mares (43). No comprendiern nuestro amor (V)
"¿Qué me dices, Cecilia. Vendrías conmigo?", le preguntaba con frecuencia Iturregui. Tantas como dos, tres o cuatro veces en el mismo día. Y ella le decía que sí, aunque a Iturregui le parecía que ella asentía sin demasiada convicción. Como si el secreto de Cecilia Llosa se interpusiera una vez más entre los dos, entre su amor, en el futuro que compartirían juntos. Y sentía una gran duda en relación con todo eso. Le parecía como si fuera a montar un viaje a París, después de venderlo todo, toda su fortuna, en billetes del Banco de España negociables en Francia o en Inglaterra, para que ella le dijera en el último momento que no, que se quedaba en Bilbao, para volver después a Arequipa o pasar una temporada en Madrid o Roma o Viena... Era la Cecilia vacilante, indecisa; o la Cecilia que afirmaba sus decisiones con los labios apretados y la mirada firme, sobre la base de causas desconocidas para él. Pero ella le decía que sí, que le acompañaría a París, que vivirían su amor, ella cogida a su brazo, paseando por el Bois de Boulogne, con una sonrisa de complacencia, de felicidad. Y, entonces, Iturregui seguía haciendo planes: "Iremos a París y veremos qué villa nos compramos por allí". O... "No, no. Mucho mejor. Nos hospedaremos en un hotel, hasta que pensemos dónde instalarnos definitivamente". Y Cecilia asentía y asentía, hasta decirle en alguna ocasión: "¡Qué envidia me das!. ¡Qué bien te lo vas a pasar en París!" Y Miguel se la quedaba mirando, perplejo. "¿Qué es lo que ocurre, Cecilia? ¿Tú no vienes conmigo?" "No lo sé", le contestaba entonces, con la mirada puesta en el suelo. "A veces creo que me voy a volver al Perú". Y él se veía, en París, solo, recorriendo las alamedas de la gran ciudad, con el frío viento del invierno sacudiéndole en la cara; o, peor aún, en Bilbao, recomponiendo rápidamente su familia, haciéndose perdonar por la gente.
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