miércoles, 20 de febrero de 2013
Cecilia entre dos mares (47). En un mar de dudas (I)
"Astondo. Este texto para 'El Porvenir'...", para publicar. Y, por favor, no me esperen, que tengo un negocio por resolver. No, ciertamente que no se trataba de ningún negocio. Lo que tenía que resolver, más bien, era otra cosa, y se trataba de sus dudas. Se puso su abrigo y se colocó el sombrero, comenzando así su deambular por las siete calles históricas de Bilbao, situadas detrás de su oficina.
Tenía que ordenar sus ideas. Porque, lo,cierto era que, en ese momento, aún podía tomar cualquier decisión. Por ejemplo, salir de Bilbao hacia París con Cecilia; por ejemplo, quedarse en Bilbao con Begoña y sus hijos, explicando entonces a Cecilia que su historia de amor no podía tener continuidad. Esa segunda posibilidad no le supondría perjuicio económico alguno, al fin y al cabo, el capital que había convertido en efectivo era producto de la venta de sus acciones y de otros títulos, y se podría poner perfectamente otra vez en Bolsa, o adquirir con su importe otros bienes, inmuebles, en ese caso.
No, el problema no era el económico. Estaba más bien dentro de él, en su cabeza, en su corazón. Y consistía en responder a una pregunta: ¿Qué tipo de vida quería llevar? Bilbao, con sus amigos, sus negocios, su ambiente de toda la vida; también la vida aburrida de un hogar insípido... O París. París se le aparecía entonces como la constatación de un futuro que al fin resultaba posible, el futuro que se le había negado en un.Bilbao que se decía cosmopolita pero que nunca había dejado de ser provinciano. París era algo así como la oportunidad de empezar de nuevo; de nuevo, pero con el bolsillo caliente, que algunos de los problemas de esa nueva vida, y de las otras, también se arreglaban con dinero.
Y, por supuesto, estaba Cecilia. Ni punto de comparación con su mujer.. Pero, en ocasiones, Cecilia era la contradicción incomoda, el secreto de algo que fue y que nunca le contó. A veces, se preguntaba Iturregui si cabe que se oculte algo en una relación amorosa; si, al cabo, eso de conocerse, de ser novios, esa situación que desemboca en el matrimonio-; todo eso, no significa antes que otra cosa, una adaptación mutua, una especie de lavado de todas esas cosas que tienes, entre las cuales, alguna hay con la que no te encuentras muy feliz, ¿Caben secretos en el amor? ¿Ella no se daba cuenta de que en el otro, en él, no existía, aunque su secreto fuera muy duro de aceptar, por lo menos, comprensión? A veces a él le parecía sorprender en ella una excesiva prudencia en contarle las cosas. Y si, en ocasiones, le hacía ella alguna confidencia, de alguna historia pasada, lo hacia como quien no le da importancia, como si no estuviera contándosela precisamente a él. Y es que, en Cecilia, subsistía un gran secreto. Ella siempre se lo decía: "He sufrido mucho, Miguel. Y no quiero sufrir más". Y se quedaba en esas palabras, y dejaba que se le fuera la mirada, lánguida, infinita, para volver luego hacia él, con una sonrisa triste, para terminar después concentrando su vista en el suelo.
¿Le abandonaría Cecilia? Según el padre Sopeña, sin ningún género de dudas que lo haría. Para los curas, se diría que las mujeres se dividen en dos tipos de personas. Hay mujeres que tienen esa imagen de "femmes fatales", devoradoras de hombres, destructoras de matrimonios; mujeres que están hechas para el lujo y, en el caso de Cecilia Llosa, para los salones literarios; pero que son incapaces de volverse hacia sus familias, hacia un hombre, más allá de los momentos brillantes, también en la enfermedad, también en la pobreza...
Las calzadas de Mallona le recordaban el ascender orgulloso en los homenajes a los caídos en el sitio de Bilbao, todos los dos de mayo, junto con los liberales, los bilbainos auténticos. Y se acordaba, entonces, de sus hijos. ¿Qué piensa, en realidad, un hijo de su padre? ¿Cómo percibe la imagen paterna? Un ser muchas veces airado, distante, que sitúa prácticamente todos los asuntos en negativo y que es incapaz de comunicar su afecto. Un ser que piensa la condición de padre en términos de lo que es justo. De lo que es suficiente, que concibe la niñez como una simple preparación para el futuro, no como ese fondo de felicidad del que puedas echar mano en los frecuentes malos momentos a lo largo de tu vida. Mecánicamente, Iturregui había desplazado la educación recibida por él a sus hijos, y según eso, en el colegio de la vida, había que aprender a sufrir. ¡Buena escuela!, que esa es la forja de los espíritus fuertes. Quizás esa era la causa por la cual Cecilia no quería volver a sufrir. Es cierto que nadie quiere sufrir, pero hay algunos que están dispuestos a asumir que hay momentos de tristeza, de dolor y que, según avanzas en el penoso paso de los años, es bastante inevitable que se produzca el sufrimiento. Y Cecilia le hablaba siempre de una niñez feliz, de un padre encantador. Y le pedía a veces. "Prométeme que no voy a sufrir contigo¡. Y él la miraba con una expresión hermética, los ojos clavados en el infinito. ¿Cómo se pueden prometer esas cosas?
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