Los vientos de cambio que en las últimas semanas recorren el mundo árabe, desde Túnez a Egipto pasando por Yemen, Marruecos y Mauritania, son el resultado de décadas de falta de democracia, de corrupción generalizada, de atentados constantes contra los Derechos Humanos (contra las libertades públicas, contra la seguridad jurídica, contra la equidad social), y de gobernantes cleptocráticos que han patrimonializado la riqueza de sus naciones.
Y, sin embargo, Europa no puede mirar para otro lado ante lo que está ocurriendo, pues durante años ha avalado, protegido, apoyado y justificado a regímenes autoritarios de todo tipo, sin hacerle ascos a repúblicas pseudo-panarabistas, como el Egipto de Hosni Mubarak, a híbridos de estado policial y complejo turístico de la Costa Azul, como el Túnez de Ben Alí, o a monarcas teocráticos que consideran a su país y a sus ciudadanos como el cortijo y el rebaño que heredaron de su difunto padre, como el Marruecos de Mohamed VI. Europa, en su ceguera, ha apoyado en el Magreb a cualquiera que se postulara como gendarme de sus intereses neocolonialistas, y, para colmo, se ha dejado chantajear por esos personajes que decían contener la inmigración ilegal, el tráfico de drogas, o el islamismo radical.
Tradicionalmente se ha achacado la incapacidad de las sociedades árabes para articularse según los estándares occidentales en términos de Democracia, Desarrollo Económico y Libertades Individuales, al hecho de que la historia social y política del Islam, que hasta la Edad Moderna superaba al Mundo Occidental en todos los ámbitos del conocimiento, se vio truncada en su evolución por no haber experimentado un Despotismo Ilustrado, una Revolución Francesa y una Revolución Industrial. Y, sin embargo, la ola de descontento, el ansia de libertad que recorre el Mundo Árabe en las últimas semanas recuerda, de alguna manera, a los cambios sociales que pusieron al hombre común en el centro de la vida política en la Europa de finales del XVIII y principios del XIX: ciudadanos que de la noche a la mañana descubren su condición de tales, cuestionan a la Clase Dirigente, ocupan la calle y derriban regímenes autoritarios.
Haría mal Europa en no tomar buena nota de lo que está pasando en la ribera sur del Mediterráneo y no asumir de una vez que en Política Exterior la defensa de los Intereses de Estado debe ir siempre de la mano de la Defensa de los Principios, pues lo contrario nos aboca a alimentar de manera miope y con una completa falta de escrúpulos a oligarquías y autócratas que no pasarían el más mínimo test de homologación democrática y que, cuando caen, porque siempre caen, suelen dejar un terreno abonado para el primer iluminado que pasa por allí, que además suele despreciar a Occidente y hacer gala de ello: en Irán al Shah Reza Pahlevi le sustituyó el Imán Jomeini, tras Batista en Cuba vino Fidel Castro, en Venezuela Carlos Andrés Pérez fue barrido por Hugo Chavez.
Ante la situación actual, la disyuntiva de Europa es sencilla: o repite los errores del pasado y asume el riesgo de que los procesos culminados en Túnez, en marcha en Egipto y en Yemen, y larvados en Marruecos, Mauritania, Jordania y Siria nos traiga una camada de iluminados que incendian la región, o se alinea con las clases medias que aspiran a la misma Libertad, a la misma Democracia y al mismo Desarrollo Económico de la orilla norte del Mediterráneo que hasta ahora solo pueden ver por la televisión vía satélite en el Cairo, en Rabat o en Saná.
El tiempo de las cancillerías europeas se está acabando, y mientras Obama ya ha empezado a distanciarse de Mubarak (¡Qué olfato político el de estos americanos...!) Zapatero y Sarkozy siguen apuntalando a Mohamed VI, que cuando se escriben estas líneas inicia unas vacaciones en suelo francés mientras sus generales ya han empezado a desplazar tropas del Sáhara Occidental ocupado a Casablanca y Rabat ante el riesgo de que el pueblo marroquí empiece también a salir a la calle para dejar de ser súbditos y convertirse en ciudadanos. Y todo esto en el patio trasero de España.
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1 comentario:
¿Acaso la intención del hombre no es la mejora personal y social?, ¿acaso lo malo y corrupto no se queda sin futuro cuando el pueblo despierta?.
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