miércoles, 16 de febrero de 2011

Intercambio de solsticios (135)

Bilbao, 23 de febrero de 2003.

Querida Lorsen:

Volvía ahora de comer de casa de mi madre –el mismo menú que ayer- y observaba las calles de Bilbao que tú llegaste a odiar tanto, aunque a lo mejor no fueran las calles el objeto de tu antipatía, porque las calles son objetos inanimados, sino la gente que las habita hoy, a la intransigencia de muchos nacionalistas que día a día, semana tras semana, mes a mes van expulsando a los jóvenes y a los que ya somos maduritos de lo que antes era nuestra Villa, en la que nacieron nuestros padres y nuestros abuelos y que ya apenas reconocemos como propia.
Pero esas calles, Lorsen, sólo aparentemente carecen de alma. Porque, cuando ya has llegado a tu edad, a la mía, cada uno de sus rincones te evoca algunos recuerdos: la esquina de Marqués del Puerto que doblaba mi abuela María, por ejemplo, donde había un supermercado en el que ella compraba tabletas y tabletas de chocolate, o la inmobiliaria contigua en la que firmamos el contrato del apartamento desde el que te escribo ahora, o la calle General Concha que me trae los recuerdos del “Chacalac” donde nos convidaban a chocolate con churros en la grandes ocasiones o los primeros años como colofón de una noche de juerga mantenida por la obligación que mandataba la fecha. Ahí, a la izquierda estaba la filatelia de Negrete, donde mis hermanos pequeños empezaron su colección de sellos y yo la mía...
Hoy mi recorrido por esas calles “acuchilla mi memoria”, como decía Jon Juaristi, quizás porque tu recuerdo estaba tan distante de este Bilbao que yo tanto he querido y cuyo cariño espero recuperar con el paso del tiempo. No superaré jamás tu ausencia, pero tengo por fuerza que superar alguna de tus neuras, transmitidas a mí con la constancia del martillo pilón de tus referencias diarias. Bilbao es tan mío al menos –más incluso, los liberales llegamos antes- como lo pueda ser de los nacionalistas, y aunque vaya quedando en un desierto de esperanza yo me sigo aferrando, como si fuera una razón para subsistir a la idea por la cual resistir es vencer.
Entretanto, reconozco que mi corazón sufre con la herida que aún sigue abierta. La sangre que brota a través de ella se filtra a mis sentidos a través del tejido de tus pensamientos. Aún eres tú la que presides la ingrata ceremonia de mi vida.
El pasado viernes, cuando recogía a Bècaud, a quien devolveré a casa de tu padre esta misma tarde de domingo, estuve con Gaby, a quien acababan de operar de la muñeca. Le dieron anestesia general y la han impedido salir de casa durante una semana. La encontré atontada, aunque supongo que esa reacción era producto de la intervención. El miércoles que viene le había convidado al “Cirque du Soleil” que vimos tú y yo con mi madre la última vez. La imposibilidad de movimientos de Gaby me ha llevado a volver a invitar a mi madre al espectáculo. Es –y será- otro recuerdo de tu ausencia. Poco importa: ¡Son todavía tan pocas las cosas que he hecho sin ti en estos escasos tres meses!
Cenaba Kelly con tu padre, pero no me había avisado: el agobio por la operación de Gaby le tenía un poco trastornado. Me invitó a quedarme, pero yo ya estaba comprometido. Me hubiera gustado: Kelly te quería mucho y creo que me tiene un gran aprecio, que es recíproco por mi parte.
Chelo Aparicio me ha acompañado a verle a Pilar esta mañana. Le ha regalado unas toallas de Ágatha Ruiz de la Prada que le han encantado a nuestra hija. El caso es que había un niño junto a ella, la madre del cual había salido del hospital para comprarle unos bocadillos o por la razón que fuera. El chico quería que su madre llegara pronto y Pilar –como puedes suponer- ha hecho causa común con él, reclamando que se le avisara urgentemente. Chelo ha supuesto que la niña se dolía por la ausencia de una madre que simbolizaba también a la suya. Luego le he explicado que hacía lo mismo contigo en esos casos.
También han aparecido unos traumatólogos, para comprobar la situación de la cadera de la niña. Todo bajo control, según me han asegurado.
Luego han llegado los padres de su amigo y Pilar se ha tranquilizado. Pero Chelo debía irse enseguida, porque comía en Castro con su familia y la de Santiago González. Aún así le ha puesto colonia y la ha peinado.
A Pilar le ha gustado Chelo y quiere que vuelva. Le he dado de comer y me ha dicho que sí, que me quiere mucho.

No tengo mucho más que decirte, por el momento. Sólo mandarte el beso de todas mis cartas y decirte que te sigo echando de menos.

1 comentario:

Sake dijo...

A veces pienso que sé perfectamente lo que opino y lo que siento, pero en ocasiones todo se funde con tus opiniones y sus sentimientos y ya no se lo que es tuyo y lo que es mio.