lunes, 23 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (407)

Celestino Romualdez pensó durante un instante su respuesta. - Andando, sí -dijo por fin. No era Romualdez persona de largas explicaciones, quizás por ello exigía una especie de fidelidad inquebrantable. Pero lo cierto es que no tenían demasiadas alternativas. El Lada Niva estaba absolutamente "quemado". ¡Nadie sabia muy bien si incluso ellos mismos habían quedado infectados por el purulento virus que portaba el ocupante de su asiento trasero. La vida valía poco en aquel Madrid de 2.013, pero era todo lo que tenían. Y la única opción era quedarse por los alrededores de esa zona, antaño cubierta por los hombres de Bachat, o acercarse hasta donde había un cierto ambiente, una oportunidad de algo... poder, dinero... que no era otro lugar más que la sede del Distrito de Chamberí. Allí irían. Y caminando, porque tampoco la distancia entre ese punto y este, en el que se encontraban ahora, era excesiva. De modo que una extraña patrulla, ametralladoras en mano, empezaba a desplazarse con toda la celeridad de que era capaz por entre las sombras de aquella madrugada. Bachat abrió el cajón. Allí estaba la pistola, efectivamente. Comprobó que estaba cargada y la empuñó con fuerza. Dejó el cortaplumas en el mismo cajón de donde había extraído el revolver: ya no le haría falta para nada. - Está bien. Ahora vamos a esperarlos -anunció el saharaui. - Como quieras -contestó Sotomenor encogiéndose de hombros. - ¿Dónde me sugieres que nos escondamos? -preguntó Bachat, no sin cierta carga de ingenuidad. - Creía que aquí el que mandabas eras tú -repuso el jefe de la policía de Chamartín. El saharaui acercó el arma hacia la cabeza de su homologo. - Es una pregunta que deberías responder. - No sé -empezó vagamente Sotomenor-. Ellos vendrán aquí directamente... - O sea que es aquí donde no podremos quedarnos. La respuesta fue otro encogimiento de hombros. - Está bien. Vamos a darnos un paseo por aquí, a ver si localizamos un sitio más seguro -anuncio Bachat. Jacinto Perdomo había servido muchos años como militar en el Sahara. Quizás por eso sus ojos se habían habituado a percibir cualquier mínimo detalle aunque reinara en el ambiente la oscuridad más absoluta. Desde lejos pudo percibir una ágil sombra que se movía hacia ellos. - Pues ahí tienes a tu jefe -aseguró a Corted. -¿Qué? - Cristino Romerales. Que acaba de salir del coche y viene hacia nosotros. - ¡Cuidado! -exclamó Corted-. ¡A lo mejor te engañan tus ojos y se trata de uno de los de Sotomenor...! ¡Ti... Pero Perdomo ya tenía un viejo revólver en la mano. - Aquí nadie va a tirar contra nadie, Damián. Tú te vas a quedar quieto hasta que llegue el jefe.

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