jueves, 12 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (400)

Pero una vez que llegaban las vacaciones, y después de no pocos tiras y aflojas, Susana admitía pasar diez días con su padre en la localidad catalana en la que su este disponía de una casa de veraneo -es decir, que su madre la permitía ir, en uno de esos correos fogosos, dolientes y combativos que acostumbraba la porteña. La estancia estival produciría un efecto taumatúrgico entre padre e hija. Especialmente en esta última, que pudo comprobar que su universo era más amplio que el siempre reducidísimo mundo de su madre. Tan relajada se encontraba, que el mismo día central de las fiestas de la localidad en que se proyectaban sobre el mar unos fuegos artificiales de gran fama, que los Brassens seguirían desde el barco de un amigo, llamaba Paula a su hija. Esta le hacía el siguiente comentario: - Vamos a ver los fuegos desde el barco de papá. - ¿Queee? -exclamó la argentina, casi al borde del paroxismo. - Es una broma -dijo Susana, para la que su primera afirmación no era otra cosa que un juego de niños. No había sido fácil, sin embargo, que Susana llegara a Barcelona con su padre. Agobiada por ls ausencia de ingresos y refractaria a la contención en sus gastos, Paula escribía uno de sus impertinertes correos conminando a Raúl a que llevara un dinero a su casa para que ella pudiera comprar unoss trajes de baño para su hija. En realidad, una vez más, lo que intentaba la argentina era procurarse de dinero para sus gastos; pedía 1.000€ y no gastaría ni 50 en su hija: a diferencia de lo que practicaba con ella misma, siempre vestía a Susana de baratillo. Raúl pidió por el contrario que Paula seleccionara la ropa de baño y que después él la pagaría, pero ya se sabe que la porteña no era mujer fácil –cuando menos no lo era en aceptar las propuestas de su todavía marido-: los trajes de baño debieron esperar hasta su llegada a la localidad veraniega. Lo cierto era que la situación económica de Paula era todo menos desahogada. Disponía, era cierto, de pocos recursos para tanto gasto. Hagamos un somero repaso de la situación: Paula disponía de unos ingresos fijos de 2.700€ mensuales, a los que debía sumar algo más de 300€ que cobraba su madre por su pensión (respecto de este último extremo haremos algun comentario en su momento). En cuanto se refiere a los gastos, debía descontar los de agua y electricidad, qud Raúl seguia satisrespondiéndoles actos respondiendo a la educación de Susana que se mantenian por el mismo financiador. Los gastos asumidos por la argentina se referían a la comida -y la bebida, la porteña era una notable consumidora de cerveza-, para lo que Paula disponía de una tarjeta del Corte Inglés, con una cobertura de 900€. Debía pagar 3 sueldos, el de Samantha, la ecuatoriana y el de las dos vendedoras de su tienda, a lo que se unía el alquiler de un almacén que le costaba unos 700€. Una ruina, por lo tanto, una verdadera quiebra. Pero una quiebra provocada por ella. Y es que Paula contaba con una principal enemiga: ella misma. O dicho de otro modo, un desastre de administración en un cock-tail en el que se integraban su orgullo, la voluntad de humillar a Raúl y su pésimo talento administrador. Era ella la que provocaba la limitación de recursos para gastos corrientes, al impedir que “Sam” visitara a Raúl en su despacho: las cosas debían hacerse como ella ordenara o no se hacían. Por lo tanto, no se hacían. Era ella la que sometía a su propio negocio a una extraordinaria presión, pagando a dos vendedoras y un almacén que costaba lo que una vivienda. Juana -la madre de Paula- estaba, como ya se ha señalado, ingresada en una residencia cuyo coste asumia Raúl. Concluida su convivencia y en trance de disolución su matrimonio, Brassens resolvía no atender al pago de los correspondientes recibos. Pero Raúl había tramitado de la Comunidad de Madrid la pensión que correspondía a Juana. Y lo hizo con éxito. Pero el pago efectuado por la institución solo abarcaba la cantidad acumulada desde la peticion de la prestación, no desde el momento en que Juana había acreditado su derecho a la misma. Enterada Paula de esta cuestión, resolvía con la seguridad en ella caracteristica: - Como Raúl lo ha hecho bien, que él prepare el recurso. A lo que el aludido contestaría que era mejor que lo gestionara otro abogado. Y claro que Paula queria ese dinero “ganancial” -para él-, “gastancial” -para ella-. Porque la argentina quería conseguir el capital suficiente para vivir con holgura el resto de su vida. Claro que nadie sabía muy bien si ante su derrochadora forma de comportarse, Paula no enterraría ese patrimonio en unos pocos meses. Pero ese “argentino” que le salía a Paula no aceptaba la humillación sufrida por el corte de ingresos al que Raul la había sometido. Eso era para ella un castigo humillante, la gran señora que ya no podía hacer su santa y estrepitosa voluntad, como ella acostumbraba. De modo que decidió pagar a Raúl con la misma moneda. Ya no se trataba sólo de obtener su dinero, tenía que humillarlo. Así que le enviaba correos a diario, insultantes, sarcásticos; volvía en ellos -y con frecuencia- a la acusación de maltratador y le llamaba “patético” a la cara en presencia de su hija. Raúl sentía el impulso de contestar, pero ni Jacobo Bono -su abogado-, ni Jorge -su hermano- se lo permitían; de modo que la frustración debia anidar con fuerza en ella. Porque a Paula le gustaba discutir con su marido, ya que siempre ganaba en la porfía: a una arrabalera no la gana ni un arrabalero, y Raúl pertenecía a una familia cuyo abolengo no era precisamente rancio, pero había sido ennoblecido con grandeza de España por el abuelo del actual Rey y había recibido una esmerada educación: nunca se habían encontrado en el mismo nivel, por consiguiente, y menos aún en aquellos momentos. No había terminado aún la estancia de Raúl en la localidad catalana cuando acaecía un acontecimiento que no podemos dejar de reseñar. Partidos Jorge y Vic de retorno a su pueblo del pirineo navarro, Raúl y Susana estaban invitados a cenar por sus vecinos. Con insistencia demandaba Paula a su hija -en llamada aparentemente producida desde Madrid- que le relatara sus planes para esa noche. - Vamos a casa de Elisa, la de abajo -refirió la niña. A su regreso, por la noche, Raúl no vio nada. Cansado despues de una jornada de playa a la que se unía la opípara cena y el alcohol correspondiente, los Brassens accedían a sus camas y descansaban plácidamente. La mañana siguiente Raúl era despertado por el soniquete de su “black-berry”. Le haíia entrado un correo. No se lo podia creer. Paula le informaba que, amparada por las sombras de la noche y sabedora de que padre e hija cenaban fuera de casa, la argentina habia entrado en el piso, cogido las llaves del vehículo que les servía como medio para desplazarse por aquel pueblo de la costa mediterránea. Y que lo había hecho en compania de un notario. Una breve inspección realizada por Raúl determinaría que la argentina se había llevado también 50€ que él había dejado sobre la encimera de la cocina destinados a la asistenta por horas que había contratado para esas vacaciones. Por suerte, Raúl había tenido la precaución de guardar el resto del dinero a buen recaudo y en lugar diferente al habitual. - Tu madre es una mentirosa -dijo a Susana. Pero de regreso a Madrid, Paula volví a a instrumentalizar a su hija, que justicaba a su madre con las palabras siguientes: Bueno, papá. No es tan grave. Ya sabes: El que se fue a Sevilla...

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