martes, 3 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (393)

Está en la cama. La preparan para llevarla a su silla. Me recibe con la más amplia de sus sonrisas, pero tan pronto la sientan, tuerce el gesto y se me pone de morros. Pilar me está reprochando que el jueves pasado le prometimos –su madre y yo- que iríamos a visitarla, pero estábamos viendo un apartamento –nos estamos mudando de casa. Al otro lado de la sala, un padre se afana con una niña, a la que habla en euskera y español, alternativamente. “Lorsen”, que se sabe estas actitudes suyas, le ha comprado con una regalo de los “todo a cien”. Es sábado por la tarde. El catarro que sufre Pilar obliga a las enfermeras a quitarle los mocos de una manera casi permanente. La niña está incómoda, así que Lorsen le sugiere que salgamos su padre y ella un momento y que volvamos después, para darle un tiempo a su recuperación. En realidad, mi mujer me lleva rápidamente a una máquina dispensadora de bebidas calientes donde se toma un vaso de cacao. Cuando volvemos a la UCI, una señora me pregunta por los padres de José María, y me pide que salga alguno. Una vez en la sala, pregunto por ellos. Está su madre que sale. Pero José María –Jose- no para de pedir la presencia de su madre, de modo que Pilar le obliga a Lorsen a buscarla, cosa que esta hace. Jose es un niño de Cantabria, un “morrosko” de dos años que bien podría tener seis y que ha sufrido unas graves quemaduras. Concluido su café, regresa su madre. Pilar se queda más tranquila. A consecuencia de una discusión familiar, una tía de Pilar, que se había comprometido a visitar a mi hija todas las semanas, deja de hacerlo. La niña escucha atenta las explicaciones de su madre, a quien su profesora le ha requerido a que le figa algo. “Tu tía Juli, se ha ido una temporada a Madrid. Así que de momento no va a venir, le cuenta Lorsen. ¿Por qué siempre pagan los más débiles las estupideces de la gente? Pilar está encantadora, aunque sus necesidades de oxígeno son bastante elevadas y las enfermeras le aspiran constantemente sus mocos. Pero ella dice a todo que sí: que le pongamos colonia, que le peinemos, que le demos de comer –tarea que corresponde a su padre, auxiliado por su madre, que se ha vestido de princesa, para dar contento a Pilar y a ella misma, sin duda. Víctor, el padre del niño quemado de Cantabria oye a Lorsen referirse a los cachorros que “Lota” –la perra de mi cuñada Gaby- acaba de tener. Cuenta que son hijos de Bècaud nuestro perro, que es un “fox terrier”. Víctor saca una foto de su perra, que es idéntica que el nuestro, sólo que con el rabo cortado y supongo que con pedigrí. Mi mujer sigue haciendo campaña publicitaria entre las enfermeras de la UCI, tratando de encajar algunos de los cachorros de Lota. Pero hoy no está teniendo ningún éxito. Cuando Lorsen y yo visitamos a los socialistas en Cruces, por causa del atentado contra el militantes de juventudes, le digo al consejero Inclán que tiene a una inquilina emparentada conmigo en ese hospital. Él contesta “¡Si ya la conozcoa! Yo he estado aquí muchos años”. Después visitamos a Pilar. La encuentro muy tranquila, muy sonriente. Lorsen le dice que tiene que rezar por el chico que acaba de entrar en Cruces –el socialista- y Pilar contesta afirmativamente.

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