miércoles, 18 de julio de 2012

Intercambio de solsticios (404)

- ¿Pero es que te has vuelto loco, Damián? Jacinto Perdomo había conseguido llegar con cierta agilidad, a pesar de sus avanzados años, a la puerta de la sede política de Chamberí, donde la gente de Corted acababa de hacer fuego sobre el todo terreno de Francisco de Vicente. Corted tenía una expresión alucinada. Parecía observar a su compañero de profesión desde la infinita distancia que producen los siglos. ¿Venia este de alguna guerra de las clásicas? ¿De aquellas campañas o asonadas en las que se forjaron los prohombres de la patria, Indívil y Mandonio; Padilla, Bravo y Maldonado; Daoiz y Velarde? A veces parecía que el coronel recibía sus instrucciones del Más Allá y que su único intérprete era él mismo. Jacinto Perdomo debió repetir su pregunta. - He recibido instrucciones de Cristino Romerales, que es el que puede darlas, en el sentido de rechazar una agresión que viene del enemigo... -Sí,. Ya. Se Chamartín -le atajó Perdomo-. Pero el coche sobre el que habéis abierto fuego era el de Paco de Vicente. - ¿Y quién es ese? ¿Se trataba de una pregunta retórica, formulada por quien ya se conocía la respuesta, o era más bien la expresión de ese ser salido-de-no-se-sabía-dónde y que se encargaba de una tarea que él mismo desconocía. ¿O es que Damián Corted quería acabar con los ocupantes del vehículo para después hacerse fuerte en el distrito y provocar una especie de golpe de estado sobre Juan Andrés Sánchez, el presidente de Chamberí, a la manera de lo que ya había funcionado en Chamartín con Cardidal-Sotomenor? -¿A ti qué te pasa? ¿A qué estás jugando? -preguntó Perdomo. - Yo no estoy jugando a nada. Solo he recibido instrucciones. En el interior del Porsche, Vic Suárez, Francisco de Vicente, Cristino Romerales y Jorge Brassens hundían sus organismos en los más profundos recovecos jamás intuidos en ese coche. Habían permanecido un larguísimo lapso de tiempo de quince o veinte segundos en el más absoluto y espeso de los silencios. Un silencio que rompió Cristino. - ¿Estamos todos bien? Uno a uno, los cuestionados fueron reportando afirmativamente. - Bueno, Cristino y Paco, vosotros sois los jefes en esta plaza -afirmaría Jorge Brassens antes de preguntar-: ¿Qué paso debemos dar ahora? - Quedarnos aquí... -insinuó Vic, que intuía ya que esa seria la ultima noche de su vida. - En realidad, aquí el,jefe es... - ... Sí -interrumpía ahora Romerales a De Vicente-. Como ya llevan un rato sin actuar voy a ver qué pasa... Extrajo el arma de su cinturón. Le quitó el seguro. Y salió del coche con una rapidez sorprendente para el volumen de su organismo.

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