miércoles, 27 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (390)

Cuando llego a su sala, Pilar está en la cama, cuando lo habitual es que se encuentre sentada en su silla ortopédica. Pero su catarro-anginas-gripe la tiene bastante postrada. Miró más allá de su cama y me doy cuenta que ya no están el ertzaina y su mujer y que en esa cama no hay nadie. ¿Se habrá muerto? Y empiezo una conversación con Pilar que ella sigue con dificultad. Poco después una enfermera me explica que el niño se murió ayer y que mi hija lo ha notado, así que su tristeza este día se une a sus limitadas condiciones físicas en una especie de alimentación recíproca. Poco más de media hora y la niña acepta que me vaya: cuando se encuentra mal prefiere estar sola. Lorsen y yo damos un paseo a Bècaud, nuestro perro. A la conclusión de este nos encontramos con Germán Yanke que acaba de perder a su madre. Cuando nos despedimos de él, una voz de señora dice; “¡Jorge!”, me doy la vuelta. Se trataba de una antigua enfermera de Pilar, a la que la niña le hacía todo tipo de bromas, como la de soltarse el tubo del respirador o precipitar de cualquiera de las maneras posibles la alarma del aparato, para preocuparlas, que acudieran rápidamente a su cama, ansiosas, para que luego ella se riera ampliamente de su preocupado aturdimiento. “¿Sigue haciendo lo mismo con las enfermeras nuevas? ¿Les come la moral de la misma manera? –pregunta- Parece como si estuviera diciendo: “Ya verás. Esta que acaba de llegar no se ha enterado todavía de lo que vale un peine”. Me hace gracia. Pilar, en veterana de la UCI, demostrando su capacidad de control de la situación... Hoy Pilar nos recibe a Lorsen y a mí –su madre se pone una mascarilla para evitarla el contagio de su catarro recurrente- en la cama. A pesar de que le siguen administrando antibióticos la niña se encuentra mejor y sus luminosa sonrisa lo dice todo. Le han bañado, le han lavado la cabeza y el efecto tonificante de la limpieza opera sobre la enferma –sobre todos los enfermos- una especie de efecto balsámico. Es uno de esos días que quisieras que durara toda la vida. La niña está animada, y te anima a su vez, dice que sí a todo y hace sus acostumbradas bromas, como la de que me ponga una de sus pulseras y me la deje puesta. El orden es el habitual: Ella nos anuncia a través de sus gestos que tenemos un sobre –la dirección del ertzaina que ha perdido a su hijo, a quien queremos ponerle unas letras-, primer turno de limpieza de mocos, colonia y peinado –para Pilar y para mí-, segundo turno de evacuación de mocos, traslado a su cama, tercer turno de eliminación de mocos, comida –administrada por su padre a través de la cánula, directamente a su estómago- y despedida, toda vez que le hemos puesto la televisión para que se distraiga en ese rato de la sobremesa. El estricto orden de Pilar, como el baluarte de su seguridad ante lo imprevisto. Pero hoy el orden se asocia en ella a la felicidad, y no se puede pedir mucho más. “Portugalete, 6 de Febrero 2002-02-14 Hola Jorge y ‘Lorsen’: Os escribimos estas líneas para agradeceros profundamente las molestias que os habéis tomado -tras la muerte de nuestro hijo Aritza- al escribirnos esas líneas que nos han servido de apoyo y de ánimo en estos días que sin ninguna duda son y serán posiblemente los más duros de nuestra vida, esperamos que con el transcurrir del tiempo y unidos podremos salir adelante. A ti Jorge te animo a que sigas adelante en la gran labor que estáis realizando, que yo creo y estoy convencido, que algún día se os gratificará y llevaréis a esta maravillosa tierra por el buen camino. A ti ‘Lorsen’, que apoyas a Jorge y que no te vayas nunca abajo, levanta la cabeza con orgullo por el marido que tienes. Y respecto a Pilar, no tengo palabras para agradecerla todo, todo lo que ha hecho por Aritza, era su ángel de la guarda, en cuanto sonaba un monitor, ya estaba avisando a las enfermeras, ellas raudas acudían para ver lo que le sucedía. Bueno, sin más lo que en principio era un agradecimiento. Ha ido sacando del corazón todo lo que voy sintiendo. No me extiendo más, un beso y un abrazo sin olvidarnos del abuelo. Nos tenéis para lo que necesitéis. Los padres de Aritza”.

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