miércoles, 6 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (374)

Y para conseguir escapar era necesario actuar desde la sensibilidad que proporciona un cierto sentido de oportunidad. Pensar en lo que ocurría en ese ambiente. Y Bachat apenas sabia nada de la practica convencional de aquellas gentes: ¿Serian de los que habían aprendido sus métodos de tortura de algún libro de esos en que los judíos narran la forma en que les trataban los nazis o actuaban se cualquier manera, movidos por sus más básicos instintos o por la precipitación del que necesita obtener de alguna información concreta en el más breve plazo de tiempo? Algo le decía al saharaui que se trataba de este último grupo de sujetos. No, no eran ni mejores ni peores. Habían, eso sí, leído algún libro de esos teóricos que escribían en su tiempo sobre la prá tica de las torturas; pero de esos textos no habían obtenido lo más importante: la manera más abyecta y cruel de entre las que existen de reducir al ser humano a una especie de estropajo que nada vale, que no mantiene ni siquiera un átomo de su dignidad, que ha desaparecido como persona y que se ha convertido en un ente servil dispuesto a cualquier bajeza con tal de sobrevivir, de llevarse un mendrugo de aun a la boca, de humedecer sus labios con un sorbo de agua... No sabían llegar a ese punto, no eran profesionales aun de la degradación humana, solo apere dices. Y sin embargo eran capaces de hacer daño. Pero ahora, esa cabeza que le seguía dando tumbos le decía que hacia tiempo que o había escuchado ruido alguno y que quizás había llegado el momento de intentar una solución desesperada: escapar. En el flamante "Hublot" que portaba en su gruesa muñeca izquierda de medico traumatólogo, experto en descoyuntar y ayuntar huesos, marcaba las cinco y cuarenta minutos. Noche cerrada, como si estuvieran dentro de la boca de un lobo. Francisco de Vicente era todo un mar de dudas. Primitivamente había pensado en tomar la calle Hermanos Bécker para dirigirse a la Castellana, y de ahí llegar a la plaza de Colón, para torcer a su derecha por Génova. Pero el incidente de la barricada le había obligado a continuar por Serrano... ¿Qué haría? ¿Seleccionar una de las calles transversales para llegar a Castellana o continuar por Serrano? En el fondo se trataba de la misma disyuntiva de siempre: las grandes avenidas madrileñas o las calles medianas que comunicaban unas con otras en un barrio de Salamanca ordenado en una forma rectilínea. Vic Suárez debió advertir la preocupación de Francisco, así que venció su natural discreción para afirmar: - Cualquier dirección que tomes es un misterio en estos tiempos que corren, Paco. No sabes si una calle ancha es más peligrosa que una estrecha... Pero no deberíamos coger el puente de Juan Bravo, porque nos alejaría de la Castellana. Yo iría hasta Ortega y Gasset y de ahí a Colón... - En todo caso, a pesar de este último contratiempo, creo que son más seguras las calles amplias -afirmó Brassens-. Son más difíciles de cortar. - Tenéis razón -asintió el Consejero de Sanidad apretando el acelerador. Cristino Romerales se ponía en marcha en también en dirección a la plaza de Colón. ¿su objetivo? Evitar que los daños colaterales que sugería Damian Corted se pudieran concretar esa noche sobre cualquiera de esas personas que llevaba muy dentro en su afecto o consideración. La vida, pensaba entonces Romerales, se había vuelto tan difícil que no merecía la pena vivirla por el mero hecho de acumular semanas, meses o años. En realidad siempre había ocurrido así. Pero en aquellos tiempos, especialmente, los contrastes se volvían más nítidos que nunca. Los villanos, oportunistas y supervivientes de toda laya habían invadido la geografía de todas las antiguas urbes y el heroísmo, singularidad anómala en todas las épocas, se convertía en cualidad notable de un reducido grupo de personas, algunas de las cuales lideraban esos amagos de comunidades en busca de la civilización perdida desde hacia más tiempo del que podían recordar. Y esa era la opción que había elegido Cristino Romerales: la de la dignidad y el valor. Era como en los versos de Yeats: "La marea está enturbiada por la sangre: en todas partes La ceremonia de inocencia está ahogada, Los mejores de convicción carecen, mientras los peores Llenos están de intensidad apasionada"

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