lunes, 25 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (387)

Se trata de un sueño. Pilar está en su cama, pero en casa. Es un día soleado y yo veo a una vaca que tiene el tamaño de Bècaud, mi perro. La vaca ha rescatado a un ternerillo del barro. Pilar está contenta y habla por los codos. Se le entiende todo. En casa de mi madre. Ya ha pasado la Navidad hace mucho tiempo. “Hay regalos para Pilar”, me dicen. Pero yo no los recojo. Siempre leSergio que se los lleven ellos. Josemari Calleja denuncia en su libro “¡Arriba Euskadi!” a una payasa que es concejala de HB. Cuando Lorsen lee el pasaje me dice que cree que Pilar ha tenido alguna cinta de esa sujeta. Pero a la vuelta de su última visita al hospital me dice que Pilar tiene efectivamente esa cinta, de modo que ha montado un buen follón en la UCI. “Es que a la ‘cría’ le gusta”, se excusa una enfermera. “¡Pues ya no le gusta!”, contesta mi mujer, en tanto que, convencida, lanza pedorretas contra la cinta que enarbola su madre. Sábado. La visitamos su madre y yo. Está vestida con un traje de Agata Ruiz de la Prada. Su madre escribe una carta en la pizarra dirigida a mí -y a mi corbata, que representa al personaje de Marilyn Monroe cuando el aire del Metro de Nueva York le levanta las faldas, en “La tentación vive arriba”, de Billy Wilder. Pero pronto está incómoda. Aún tardamos un rato en interpretar que quiere ir a la cama y comer. Así lo hacemos y Pîlar se queda tranquila: ya ha recuperado su sonrisa. Pienso que a veces los problemas de comunicación que tenemos con Pilar se suplen gracias a su perfecto orden mental establecido. Pilar te recibe en su silla. Lorsen instala el caballete.. Coloca la pizarra. Ella –o yo mismo- escribe una carta dirigida al otro, aprobada –entre gestos afirmativos o negaciones- por Pilar. Luego pide ir a la cama, que le quiten los mocos y que le dé –yo- de comer. Parece como si la rutina estableciera para ella la seguridad necesaria en su vida. Pilar asocia el cambio con el caos. Es muy consciente de su vulnerabiolidad y odia todo lo que no controla. Todo aquello que no sepa muy bien qué trae por detrás. El hijo del ertzaina está peor. Sus ojitos están cubiertos por unas gasas, en tanto que su padre lee un libro y su madre se afana en hacer cualquier cosa en torno del niño. Pilar me recibe sentada, y hace en seguida gestos de negación con la cabeza. Una enfermera me advierte que hoy, igual que ayer, la niña se encuentra regular. “Anginas”, dice alguien. El caso es que la niña sólo quiere que la lleven a la cama, le quiten los mocos y que yo me aparte del aire que le trae el ventilador. Lo cierto es que se encuentra mal y quiere que me vaya. Una enfermera la reprende en broma para que sea cariñosa conmigo, y Pilar llora. Con un pañuelo de papel le secó los dos gruesos lagrimones que apenas se asoman de sus ojos. Pilar rechaza muy pronto mis caricias, el contacto de mi mano en su mano, en su brazo. Quiere estar sola. “Me voy si me das un beso”, le digo. Al final son dos.

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