jueves, 14 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (380)

Así que el saharaui levantaría su largo y magullado organismo y se dirigiría hacia la puerta de su improvisada cárcel. La puerta estaba cerrada, como bien había supuesto, pero aquellos tiempos de penurias y estrecheces económicas estaban modificando los criterios de antaño y los conducían por una pendiente muy peligrosa. Si bien en los últimos tiempos que vivían antes de la desbandada final, la corrupción ya era un fenómeno tan extendido que se cernía sobre todas las instituciones posibles, empezando por la clase política y siguiendo por el mundo de la empresa, la judicatura y hasta la más alta representación del Estado, se veían inmersos en esa sombría trama; en estos que corrían ahora, la moralidad publica había quedado relegada a un fenómeno excepcional. No era tan diferente a lo que ocurría, por ejemplo, en el año 2.013; era en realidad una circunstancia que bien podía encontrarse a medio camino entre un salto cualitativo o una extensión simplemente mayor de lo que ya era costumbre habitual en España en los últimos tiempos. De forma que no podría sorprender a nadie que la puerta original, de recia madera, hubiera sido sustituida por otra fabricada de una delgada capa de conglomerado. Solo presionada por la mano de Bachat se combaba. De modo que el saharaui se protegía el brazo, enrollándolo con la ropa que llevaba encima y golpearía con fuerza el centro de la puerta. Solo dos de esos impactos lograron lo que parecía imposible a primera insta: que la puerta saltara de sus goznes y se viniera abajo. No. En este caso no hubo contratiempo alguno. El Porsche todo terreno de Fancisco de Vicente rodaba con ligereza a través de Serrano y ya se aproximaba a la arteria perpendicular de Ortega y Gasset para desde allí dirigirse a la plaza de Colón, de acuerdo con lo que había indicado Vic Suárez. Pero Cristino Romerales era hombre de convicción y dignidad. Él no estaba dispuesto a pactar no importara qué cosa en aquellos tiempos de vergüenza. A lo lejos, en esa noche tan oscura como la boca del lobo, el Consejero de Interior de Chamberí pudo advertir que se encontraba la plaza de Colón, su flamante estatua trasladada por el que fuera alcalde de Madrid y ultimo ministro de Justicia de España, Alberto Ruiz Gallardon, desde su plaza hasta ese principal nudo de carreteras que cortaba el Paseo de la Castellana con la calle Génova. Se palpaba el bolsillo interior de la chaqueta para asegurarse de que llevaba encima su pistola. Era mas que posible que la tuviera que utilizar. Efectivamente las tenía. Unas sombras más poderosas que la misma noche se cernieron sobre los ocupantes del Lada Niva. Dos personas que se encontraban más bien en el otro lado de la Estigia que en este mundo turbulento al que apenas nadie habría querido pertenecer. La sombra del que llevaba la voz cantante se apercibía de esa circunstancia. Pero, en cualquier caso, encañonaría su ametralladora antes de preguntar: - ¿Quién os manda?

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