viernes, 20 de enero de 2012

Intercambio de solsticios (309)

Bilbao, 4 de diciembre de 2004.

Querida Lorsen:

La mañana de tu segundo aniversario me sorprendía en una habitación de la Gran Peña, en Madrid. Desde tu ausencia, cuando aceptaba la investidura de la Hermandad de San Fernando, me pasa igual todos los años. En esta ocasión le hacíamos caballero a Carlos Urquijo que, después de salir tan rápido como había entrado de la Delegación del Gobierno, aspiraba a alguna compensación. Junto con él y con Vicky asistimos a una misa que dedicamos a tu memoria en la catedral de Burgos. Y digo que “a tu memoria”, porque no creo que seamos nosotros –no por lo menos yo- quienes podamos rezar por ti. En tu caso siempre será al revés.
Como te decía en mi anterior carta los recuerdos de tu ausencia han perdido gran parte de su agrasividad antigua, aunque lógicamente están ahí. Lo mismo que tu presencia, el sentimiento que tengo de tu protección permanente.
Dos años después creo que soy una persona distinta, me gustaría creer que mejor de lo que fui. El dolor no sólo hiere, también transforma. Lo cierto es que, sin ningún esfuerzo, valoro de forma diferente ciertas cosas que antes resultaban prioridades para mí. Sobre todo en lo que se refiere al aspecto del amor, de forma que si apareciese por mi vida esa chica que pueda contribuir a mi felicidad futura, creo que estaría dispuesto a trabajar más tiempo y más fuerte a favor de esa relación, a regar esas flores todos los días, a poner ese “minuto de razón” –del que hablaba Milanés- en los momentos difíciles.
Se diría que encaro esta etapa de mi vida –que presumo corta- con una cierta serenidad, consciente de todo lo mal que hice cuando estabas tú -incluso contigo-, dispuesto a rectificar, a valorar lo que significa tener un lugar en el corazón de alguien en la forma en que se expresa el amor. Ser alguien porque lo eres para alguien; ser compañero para compartir tantos momentos que pueden ser felices, que pueden ser tristes; escribir por fin una buena historia con tu propia vida.
Y a todo eso ha contribuido tu ausencia. Quizás de no ser por tu largo viaje todas estas cosas que te cuento no se habrían producido, aunque siempre pienso que si te hubieras puesto un poco mejor existiría una oportunidad para la felicidad entre nosotros. ¡Ay. Es muy difícil saber muy bien saber si ese “si” bastaría para cambiar la historia! Pero me consuelo pensando que todo podría haber cambiado.
No sirve de mucho dedicarse a estas reflexiones, aunque me asaltan con frecuencia. Tú estás ya lejos y yo tengo que saber qué es lo que tengo que hacer con mi vida. Una vida que tú te encargas ahora de hacer, si no más feliz, sí al menos más segura, gracias a tus desvelos.
Sigue ahí –me dirás: “¿adónde crees que voy a ir?”-, sigue pendiente de tus amores de aquí abajo, no te despreocupes de nosotros que hoy más que nunca te necesitamos.

Un beso.

No hay comentarios: