viernes, 17 de agosto de 2012

Intercambio de solsticios (425)

Y Romerales desapareció, como tragado por las sombras de lo que un día fuera la sede del PP -¿fantasmas del pasado? Ignorante del "affaire" que había surgido entre su amigo Romerales y el coronel Corted, Jorge Brassens, que acababa de pisar terreno amigo en la sede de Chamberí, le saludaría efusivamente. - ¿Cómo es eso, Damián? ¿Qué alegría verte? El aludido deshizo en un momento la expresión cariacontecida para devolverle el gesto: se acercó a él. Le propinó un fuerte abrazo. Ese gesto sorprendió no poco a Brassens, quien conocía lo adusto del personaje, desde sus recientes tiempos madrileños. - Bueno. Aquí estamos -anunciaría el coronel vagamente-. Cristino me ha pedido que prepare un operativo de defensa del puesto. - Eso está bien, Damián. Ya no queda otra cosa en la que confiar... - Bueno. En el caso de que todos confiáramos en todos... -dijo el coronel continuando con su habitual vaguedad. Brassens no estaba todavía en condiciones de aterrizar en la dura vida real: esa según la cual la gente destroza a la gente por medio de un comentario sarcástico, con un gesto despreciativo, con ademán de fastidio. - No sé muy bien a qué te refieres -repuso. - A que me mandan hacer algo y luego no confían en mí. - ¡Ah! ¿Te refieres a lo del tiroteo? ¿No ha sido un error? - Eso mismo he dicho yo... Pero no hay manera. Brassens puso cara de no comprender muy bien lo que le decían. Pensaba que era muy raro que Romerales hubiera actuado desde el principio de autoridad y sin motivos para hacerlo. - Créeme, Jorge -dijo Corted tras advertir las dudas de este-. Las cosas han cambiado mucho desde que nos conocimos. Aquellos eran otros tiempos y tu forma de actuar no es la que otros tienen ahora. -Supongo que todo ha cambiado, Damián. Y nosotros también con los tiempos... -repuso filosófico Brassens. Romerales no tardaría en llegar, armado de las correspondientes Smith&Wesson de las que hizo entrega al matrimonio Brassens. Vic Suárez empuñó el arma con gesto decidido. -¿Dónde nos ponemos? -preguntó ella con resolución. El ruido lejano de unos motores se confundía por momentos con la sube brisa que precedía al amanecer. Pero Bachat, atento al más lev soido de aquella noche, torció el gesto. - Creo que vienen -advirtió. Pero Sotomenor no musitaba palabra. En efecto, la percepción auditiva del saharaui se vería muy pronto acompañada por la visual: unos faros destellaban a lo lejos, rompiendo la oscuridad de la noche. La exigua caravana se iba acercando. Bachat advirtió el numero de coches y preguntó como en un susurro: -¿Solo habéis mandado dos coches? - ¿Dos? -preguntaría un atónito Sotomenor.

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