viernes, 3 de agosto de 2012

Intercambio de solsticios (416)

La densa noche se espesaba sobre unos desvaídos grupos de personas que se afanaban en conseguir sus objetivos. ¿Cuáles eran estos? Nadie lo sabia muy ien, en realidad. Y si se lo preguntaban a cualquiera de los intervinientes era seguro que no podrían contestar. Apenas un... "Lo sabrá el jefe? Pregúntaselo a él". Y no resultaba extraño. En ese cierto retorno a las cavernas, que despojaba de civilidad los escaños signos de ella que habían quedado después se que la civilización se batiera en alerta retirada, ños grupos que antes admitían la condición se humanos, habían quedado sustituidos por simples jaurías de perros asilvestrados, cuya única garantía de supervivencia era la fidelidad al jefe, a toda costa, siempre que esa costa no les llevara por delante a ellos mismos. ¿Y los líderes? ¿Qué pretensión tenía Sotomeor, por ejemplo? Estaba claro: en aquellos momentos, el jefe de la policía de Chamartín solo quería salvar el pellejo. Para, una vez recompuesta la situación, hacerse con el control del único obstáculo -¿el próximo?- que tenía por delante, que no era otro sino Chamberí. El grupo que primitivamente había sido destinado a tomar esa posición carecía de responsables. Con la excepción del conductor del Porsche de Sotomenor, quizás. Reclutado a toda prisa de entre los torturadores de Bachat y algún deshecho del turno de guardia. Se trataba de sujetos despiadados con el inferior, hasta el punto del sadismo, pero incapaces de llevar siquiera un ápice la contraria a su jefe, hasta el punto del masoquiso, si se les pusiera a prueba en ese sentido. Sabían que su destino inmediato se encontraba en manos de su líder y obedecían ciegamente sus ordenes. Claro que si en alguna ocasión, alguien les pudiera reprochar las tropelías cometidas, habrían excusado su salvaje conducta, se habrían excusado con leo consabido cumplí,iento de las ordenes recibidas. No figuraban en esa lista, sin embargo, los desvalija miembros de los ancianos que algunos consejeros de la destronada junta de Chamartin habían denunciado; o las violaciones de las jóvenes -y maduras- mujeres que se aventuraban a internarse en las calles por ellos patrulladas o el mercado negro de las drogas, alcohol o alimentos con los que comerciaban. No lo estaban, desde luego, pero su jefe lo conocía y lo consentía, con tal de que alguno de los beneficios obtenidos aterrizase en su despacho con el objeto del trafico a gran escala. ¿De dónde si no salía el poderoso vehículo que les cedía Sotomenor para la operación? Como los ciudadanos alemanes que decían desconocer la masiva deportación de judíos hacia cualquiera de los campos de exterminio en una población distante solo 10 ó 15 kilómetros de su pueblo, como los nacionalistas vascos que reprochaban con sus torvas miradas cuando se encontraban en las escaleras de las casas con los perseguidos por la banda terrorista como si estos fueran responsables del posible inconveniente de unas manchas de sangre en eñ portal algún día... Miraban hacia otro lado. ¿Eran peores unos que otros? Seguramente no. Se trataba solo de una actitud ante la vida. No era otra cosa que la difícil subsistencia del civismo cuando la barbarie se instalaba en el poder. Orwell lo dijo: es muy difícil sustraerse del ojo del gran hermano, hacerle frente.

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