jueves, 2 de agosto de 2012

Intercambio de solsticios (415)

El siguiente episodio en este interminable listado lo constituía la visita de Raúl a su chalet para recoger de él unos documentos a los que se ha hecho ya referencia y que, según dijo Paula al notario, esta había puesto a disposición de su marido. Pero, una vez que Raúl hacía acto de presencia en su propia casa -acompañado esta vez de un amigo-, Samantha se comunicaba rápidamente con su señora, que se personaba también con una velocidad de vértigo en la casa. En el momento preciso en que Paula subía al primer piso, Raúl se encontraba dentro de lo que durante un tiempo fuera su habitación conyugal, con el objeto de comprobar si en el armario había ropa de hombre -de Pachito, por lo tanto. Raúl dentro, Paula en el quicio de la puerta y el amigo del primero fuera del cuarto y sin visión respecto del interior de la habitación. La ocasión resultaba propicia para que la argentina improvisara el motivo para la segunda denuncia por maltrato. Solo le bastaba con tirarse al suelo, simulando un empujón. Pero Paula, violentada por la intempestiva visita de Raúl careció de reflejos para eso. Solo atinaría a gritar; eso sí, con la más potente de sus voces: - Es una violación de mi privacidad! A lo que Raúl contestaría: - Cómo que privacidad? Esta es mi habitación. En esas estaban cuando Juana, la madre de Paula, levantaba su pesado y torpe organismo y se dirigía a la puerta de la estancia que ocupaba ella a la vez que unía su estridente voz a la algarabía imperante: - ¡Canalla! Hijo de puta! Y cuando Raúl Brassens refería a su abogado Jacobo Bono lo sucedido, este le dijo de forma categórica: - La próxima vez tendrás que ir en compañía no de otra persona, sino de dos. Quedaban atrás los tiempos en que el mismo asesor jurídico animaba a su cliente a tomar posesión de su casa, incluso a dormir en ella... Y como resultaba que, en ese episodio, enfurecida ante la visita -para ella, intrusión- de su marido, no paraba Paula de hacer fotos a Raúl y a su amigo y a pedirle, a voz en grito, según era costumbre inquebrantable para ella, a su criada que marcara el número de teléfono de la comisaría Jacobo Bono -el abogado de Raúl Brassens- recomendaría la interposición de uns demanda por la que la argentina debía poner a disposición del amigo de Brassens las imágenes, dado que constituían -estas sí- un espacio protegido: el de su privacidad.

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