viernes, 27 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (187)

Eran tres chicos y una chica los que se sentaban en una mesa del VIP’s de Príncipe de Vergara ese caluroso domingo madrileño en el mes de mayo. La despachada joven del cuarteto llevaba la conversación.
- Me parece bien lo del Perú. ¿Sabes lo que viene a costar el billete?
Contestaba el muchacho que se sentaba a su izquierda.
- No menos de 400 euros. Luego está lo de los hoteles y demás…
- ¿Y son muy caros? –volvía a preguntar la chica.
- Eso depende de lo que pidas –respondía su interlocutor.
La joven negó varias veces con la cabeza.
- No, yo no necesito un hotel de cinco estrellas.
(No hacía falta que lo jurara. Tenía ella una expresión levemente desgarrada que se compadecía abiertamente con unas facciones cercanas a la vulgaridad; aunque, ”qui lo sa”?, que se preguntaría un italiano).
- Tenemos que programarlo –declaraba la chica.
Luego desaparecía de la mesa, junto con el interlocutor que le había informado previamente de la situación del viaje y que debía ser su acompañante. La chica llevaba un brevísimo vestido floreado de tirantes, con pronunciado escote en pico, que permitía advertir unos cumplidos pechos, y que dejaba a la vista una buena parte de sus razonablemente estéticas pantorrillas (tal vez un punto gruesas).
En la mesa quedaban los otros dos muchachos, cuyo tono de voz resultaba imperceptible.
Habían encargado un largo pedido de platos a una camarera a la que preguntaban por alguna otra persona que por lo visto trabajaba en el establecimiento: resultaba inevitable, no estaba, su jornada correspondía a otro turno.
Al cabo de sus buenos 10 minutos regresaba la pareja. Y la chica preguntaría con expresión asombrada.
- ¿No hay novedad?
En efecto, no había ningún plato sobre la mesa. Pero no era del todo de extrañar: la tardía hora –sobre las 5 de la tarde-, la intendencia del restaurante no debía estar a pleno rendimiento.
La voz del que se sentaba en el lado opuesto al de la chica se apoderaba de esa zona del comedor. Se trataba de un chico más bien alto, el pelo cortado al raso.
Apareció la camarera.
- Le había pedido una hamburguesa sin mayonesa –dijo el chico haciendo grandes aspavientos e impostando la voz, lo que ponía de manifiesto su condición sexual-. Es la segunda vez que me la traen y se ve per-fec-ta-men-te que tiene mayonesa por atrás. Me la voy a comer, pero quiero que sepan que no es lo que he pedido.
La camarera le observó detenidamente.
- No. Déjela así que aviso al encargado –dijo esta.
- No. Me la voy a comer –inisistía el muchacho, observando el plato como quien no da crédito a lo que ve-. Pero no es lo que había pedido.
Unos momentos después aparecía el que debía ser el encargado.
- Siento mucho lo que le ha ocurrido. La verdad es que deberíamos haber estado más al tanto. Por supuesto que van a preparar otra vez la hamburguesa y… para tratar de compensarles por el error les invitamos a las bebidas y al postre. Y le ruego que disculpen otra vez por el mal servicio.
El cuarteto aceptaría las disculpas y daría buena cuenta de brownies, tortitas con nata y un par de helados.
La calurosa tarde despejaba de viandantes una de las arterias más anchas de Madrid. Sobre ella, cuatro jóvenes se encaminaban hacia su coche.

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