miércoles, 2 de enero de 2013
Cecilia entre dos mares (28). Un amor en el otoño de abril al (IV)
Miró pensativamente más allá del cristal de su automóvil, un magnifico Bentley de color negro, reluciente. Había dejado de llover y un tímido arcoiris se bañaba en los colores del atardecer. Le ocurría a menudo, se ponía a pensar en el futuro de todo aquello... Y Cecilia, curiosa, como todas las mujeres, le inquiría: "¿En qué estás pensando, Miguel?" Y el empresario aprovechaba la oportunidad para formular su pregunta. Lo haría a través de un pequeño rodeo: "No sé muy bien, Cecilia..." "¿Qué es lo que no sabes?" "No sé muy bien en qué parará todo esto..." Entonces ella ponía cara de preocupada, esas caras que ponía Cecilia justo antes de decir algo imprevisible. Pero Iturregui continuaba, casi indiferente a lo que ella pudiera comentar: "Ya te he dicho mil veces que te quiero... Pero tú no me lo has dicho nunca. Nunca me has dicho...'Te quiero', aunque solo sea un poco..." Luego la miraba directamente a los ojos, oscuros, pintados en un rostro que adquiría por momentos la tonalidad rojiza de aquel crepúsculo. Había conseguido el efecto pretendido. Cecilia le devolvía una mirada distante, lejísima; para decirle después: "Te ruego que no me hagas esa pregunta". "No lo entiendo, Cecilia -le insistía Iturregui-. Yo no estoy pidiendo nada de lo que previamente yo no esté dispuesto a ofrecer, ni te pregunto nada que no esté de antemano dispuesto a contestar. Yo te estoy diciendo que te quiero -enfatizó-. Y solo me gustaría saber si tú también me quieres". Cecilia dirigió entonces su lejana mirada hacia el suelo del automóvil para decirle en voz muy baja, tan baja que luego él tendría que preguntarle qué le había dicho: "¿Y tú qué piensas? ¿Piensas que te quiero?" Y le contestaba, con esa seguridad que le caracterizaba y que sorprendía a todos, ya le conocieran o no:
"Creo que sí. Que tú me quieres". Pero aún tuvo que escuchar su contestación a pregunta tantas veces formulada: "Miguel. Ya lo has dicho: tú sabes que te quiero".
Entonces Miguel Iturregui desplegaría una amplia sonrisa, la cogería por los hombros y la atraería hacia él, diciendo: "Ya lo has dicho, guapa. Y ahora te quiero un poco más, si fuera posible".
Y Cecilia, el gesto enfurruñado, le pedía que la acompañara al hotel.
Como si se tratara de una intuición, Iturregui notaba que Cecilia se estaba enredando en un amor imprevisto, no deseado. Pero que era más fuerte que los cálculos y las planificaciones. Bastante más fuerte que todo eso.
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