jueves, 1 de marzo de 2012

Intercambio de solsticios (330)

Bilbao, 15 de enero de 2006.

Querida Lorsen:

Felizmente han concluido ya las navidades y con esa situación la vida de las rutinas vuelve por sus fueros. No han sido unas fechas gratas y el recuerdo de tu ausencia se ha producido en una forma lacerante. No era capaz de poner un solo disco, por ejemplo, por el miedo de que tal actitud pudiera provocar en mí un sufrimiento extraordinario además de innecesario –la vida ya contiene en sí su buena ración de pesares que no conviene acrecentar por el único placer de experimentar nuevas dosis de esa especie.
Pero llegaba el principio del año y como mi hermano Raúl renunciaba a su viaje a Florianópolis –Brasil- para sus vacaciones de Navidad, yo me integraba en un viaje organizado para conocer los lugares donde transcurrieron aspectos de la vida de Lawrence de Arabia.
Y me fui a Siria. Damasco, Palmyra y Aleppo fueron las ciudades que visité, sus exteriores y las ruinas maravillosas que se prodigan en ese país, fronterizo con Irak y con Israel.
Fue en el camino desde Palmyra, que contiene los restos de una población a caballo entre la cultura romana y la bizantina, en un autobús en plena noche, donde experimementé una sensación de paz de tal manera intensa que me produjo un bienestar que aún permanece en mí. Quizás rodeado de la espiritualidad del ambiente, el choque o la integración de religiones, el conjunto de episodios sagrados que se produjeron en su historia, los espíritus de tantas personas que hicieron de sus vidas testimonios de su fe... Todos esos seres perdidos en las nieblas de los recuerdos, o los mismos seres vivos que persiguen como a su sombra un rincón de trascendencia me gritaban con sus voces silentes que había una especie de destino en tu vida, que lo hay en la mía. Y que ese destino no hay quien lo tuerza, apenas ha comenzado a desenvolver sus efectos. De tal manera, el sentimiento de culpa que anidaba en mí por tu enfermedad y tu muerte no tenía sentido ya, quizás porque nunca lo había tenido. Si San Pablo cayó de su caballo convencido de que su tarea de acabar con los cristianos era inútil y debía dedicar su vida a favorecerlos e integrarse en esa comunidad, yo, en el autobús, viendo cómo se desplegaban ante mí las luces de los pueblos que existen entre Palmyra y Aleppo, me veía desalojado de esa montura que era para mí una especie de potro de tortura, una línea directa permanente con el sufrimiento, con la insatisfacción. Un sentimiento que teñía casi todos los actos de los que era consciente, cuando mi juego al escondite con la soledad fallaba y empezaban a formularse esas terribles preguntas que siempre dicen “¿por qué?” y nunca sabes contestar.
Claro que se trata solo de una aproximación. Nunca sé si todo eso ha terminado definitivamente o se trata sólo de un alivio pasajero, como esas enfermedades que deben alejarse por un tiempo del enfermo, para que así este disponga de la oportunidad de un respiro que le permita a su enfermedad continuar posesionándose del objeto de sus inquinas. Sólo el paréntesis entre las frases dolorosas. Aunque, después de todo, ahora me encuentro mucho mejor y espero que se mantenga esta situación durante mucho tiempo, pero bien sé que no depende sólo de mí.

Un beso.

1 comentario:

Sake dijo...

Todo llega y todo pasa y hoy he vuelto a sentir el placer de la serenidad, pero no cantes victoria porque aún siento demasiado tu falta.