jueves, 8 de marzo de 2012

Intercambio de solsticios (333)

Cruces (Barakaldo), 1-8 de julio de 2.007

Querida Lorsen,

ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que te escribí. Ese tiempo que ya no existe para ti, que ha quedado estancado o, mejor dicho, discurre aún -como tus cenizas- por los campos de Arrechea, empujado por las aguas del río en que tan a menudo te bañabas en los días más calurosos del verano. Esa medida no existe para los muertos; sin embargo, para los que permanecemos aquí a veces pasa como un verdadero torbellino, como quisiera explicarte en esta que será una larga carta.
No te voy a hablar de mí, sino de nuestra hija.
Hace algo más de cinco semanas -la fecha exacta fue el 17 de mayo-, un jueves, me llamaba la doctora Hermana. Fui a verla y me dijo:
- Como sabes va a haber obras en la UCI. Por ese motivo ha vuelto a salir el caso de Pilar. La vamos a llevar a la quinta planta, a la unidad de la escuela infantil, a la espera de saber dónde dejarla definitivamentele, porque no hay ningún otro sitio.
Escuché sus palabras materialmente lívido. El momento que tantas veces tú y yo habíamos temido, se hacía por fin realidad. ¿Una decisión del hospital, quizás? Se lo tenía que preguntar.
- No lo hemos decidido nosotros, pero lo asumimos.
- Pues yo no estoy de acuerdo -le dije-. Lo voy a pelear. Si hiciera falta llegaría incluso a organizar una campaña de prensa. De momento voy a hablar con el Consejero de Sanidad.
Le hice ver que Pilar vivía gracias a ese ambiente, que aunque muy duro para cualquiera de nosotros, había sido su casa durante casi veinte años. Recibiendo en ese inusual ambiente muchísimo cariño por parte de todo el personal a lo largo de todo ese tiempo.
- Ha sido la familia la que lo ha conseguido -repuso ella entonces-. Y debe seguir siendo la familia la que continúe haciéndolo.
- ... Y no te olvides cómo murió su madre, lo mismo que su abuela paterna -continuaba yo, prescindiendo de sus para mí incomprensibles palabras.
Estaba a punto de abandonar el reducido despacho interior de la UCI, sin despedirme. No me había gustado la noticia ni el modo en que me la daba. Esta no era la médico-amiga que habíamos frecuentado a lo largo de muchos años.
- Manténme informada -dijo.
- Por supuesto -contesté.
Pilar barruntaba ya que pasaba algo. Ni siquiera quería que hablara con la jefa del servicio. Aún me batía apresuradamente el corazón cuando volvía a despedirme de ella. Nuestra hija me esperaba, el gesto preocupado y muy atento.
- No pasa nada, hija -le dije con la expresión más serena que me fue posible componer en esos instantes-. Ya sabías que todos los niños vais a salir de aquí, por las obras. Nada más..
Era la primera impostura que cometía en este asunto: la responsable de la UCI de pediatría del hospital de Cruces me obligaba a mentir a nuestra hija. Yo no la informaba acerca de la permanencia de su nuevo destino, sin decírselo claramente dejaba abierta la posible temporalidad del cambio. ¿O así lo creía yo en realidad?
Pilar se quedó tranquila, al menos en apariencia. Tu padre, que había esperado a que terminara mi conversación con la médica, me pidió que le informara. Le conté lo que sabía.
Nuestra conversación concluía en la entrada principal del centro hospitalario. Allí, al menos mis voces pudieron desafiar su sordera sin que nuestra hija se enterase.
- Eso la puede matar -me dijo. Y me puso su manaza sobre el hombro. Yo asentí..
Y me fui al "Bodegón Rosario", donde alguna vez comíamos tú y yo. Mientras esperaba a que me sirvieran el primer plato le puse un mensaje a Natalia Infante:
"Problemas. A Pilar la sacan de la UVI".
(Creo que en este momento conviene abrir un breve paréntesis: Conociste a Natalia en la fiesta de Navidad que organizó Mariló Ygartua cuando vivíamos en el Casco Viejo. Natalia se ha convertido en mi mejor amiga desde hace ya tres primaveras).
Esa misma tarde le llamaba al Consejero de Sanidad. No tardó mucho tiempo en ponerse al teléfono.
- Tengo que contarte una cosa sobre mi hija.
- ¿Ha pasado algo?
- Sí, pero no te lo quiero contar por teléfono.
Me aseguró que me daría una cita tan pronto como pudiera.
Le llamé a mi hermano Raúl y le conté el caso. Me insistió en que pidiera un informe por escrito sobre las causas que habían motivado esa decisión. Él pensaba que no estaba justificada.
Hablé también con Carlos Urquijo. Le propuse una reunión con él y con el jefe de prensa del PP del País Vasco, José Luis López. Quería montar con los dos una especie de comité de comunicación.
Tiempo atrás había decidido modificar mi testamento, quería que Raul fuera el tutor de Pilar además de dejarle mis cosas para el caso de que me vaya antes que nuestra hija. Así que me había citado con Vicente Arenal, mi notario. Como sabes, confío mucho en su criterio, de modo que le coloqué el "rollo". A propósito de la campaña de comunicación me dijo:
- Es mejor que no aparezcas tú. Algunos podrían pensar que te estás valiendo de tu cargo para obtener un trato de favor.
Pensé en la conveniencia de contárselo a mis hermanas, pero concluí que de hacerlo así me someterían a sus acostumbradas presiones. Así que esperaría a que el asunto estuviera algo más claro.
El miércoles siguiente hablé con Teresa Hermana. Le pedí el informe que mi hermano Raúl me había sugerido y le dije que había hablado con el Consejero, que me iba a recibir. La médico-jefe accedía a entregarme un papel sobre el asunto. Luego me dijo:
- Como he visto tu reacción, he pedido que el Comité de Ética de Cruces se pronuncie sobre este tema.
No sabía de la existencia de ese organismo, así que se lo pregunté. Me dijo que analizaban casos un tanto límites, como los relativos a realizar o no transfusiones para los pacientes que fueran testigos de Jehová y otros supuestos en que el criterio estrictamente médico no es el único aplicable.
- No es un informe resolutivo -me explicó.
Esa misma tarde convocaba una reunión en el Parlamento vasco con José Luis y Carlos. El primero atendía constantes llamadas: esa noche tendría lugar una cena en Vitoria, que presidiría Mariano Rajoy.
Carlos intervino:
- Antes que digas algo me gustaría comentar una cosa.
Le animé a que lo hiciera.
- Creo que sería bueno que hablaras con el Ararteko -el Defensor del Pueblo en el País Vasco-. A los políticos siempre les molesta que les planteen problemas por ese lado.
"A los políticos", me dije. "¿Y qué éramos nosotros: 'amateurs'?"
Le dije que lo tendría en cuenta. A continuación expuse las consideraciones que me hacía Vicente Arenal.
- Yo no tengo ninguna duda -dijo José Luis-. Debes ser tú mismo el que lo comuniques. Y en una rueda de prensa, además, porque eso permite después hacer unos cortes en las radios.
Carlos también estaba de acuerdo, de modo que debía dejar a un lado las reservas que me hacía Vicente.
Era ya el viernes 25 de mayo. El siguiente domingo se celebrarían las elecciones municipales, de modo que no teníamos pleno en el Parlamento. Era la fecha en que me había citado el Consejero de Sanidad.
Como me ha ocurrido con las intervenciones más importantes que he tenido que hacer a lo largo de mi vida, ensayé las palabras que iba a pronunciar varias veces en casa. Mi mirada vagaba por entre los muebles y los cuadros que decoran las paredes -los últimos cuadros que pintaste-. Sin embargo, en esta ocasión no quise cerrar la intervención: se trataba de un diálogo, no de un discurso, así que debía dejar un espacio a la improvisación.
Inclán, el Consejero, no se había informado del asunto. Eso manifestaba un cierto desinterés por su parte -¿o un desinterés cierto?-, aunque por lo menos me permitiría contárselo todo. Y así lo hice. No quedó nada en el tintero.
- No te preocupes -me dijo-. Hablaré con Teresa Hermana y luego te diré.
También me informó que no iba a intervenir si es que la decisión la había tomado el profesional a cargo del paciente. "No lo he hecho nunca y tampoco lo haré en este caso", me dijo.. Yo deduje que había un espacio de maniobra para el Consejero. No en vano se había acordado sacar a nuestra hija de la UCI no porque lo quisiera el equipo médico responsable.
Salí por lo tanto muy bien impresionado de la reunión. Así se lo puse de manifiesto a mi hermano Raúl y a Carlos Urquijo. También hablé con la doctora Hermana:
- Me ha dicho que hablará contigo -le informé.
- Pues a ver qué dice -fue su respuesta.
Se establecía entonces un compás de espera hasta el jueves 31 de mayo. Esa tarde, nuestra amiga Chelo Aparicio moderaba una mesa redonda de periodistas para la Fundación para la Libertad.
Cuando terminó el acto la abordé y le referí mi preocupación. También le dije a Iñaki Viar, su marido y psiquiatra, que a lo mejor tenía que contar con él.
El viernes, 1, debutaban las sesiones plenarias en el Parlamento después de las elecciones. Ya entrada la mañana aparecía Inclán. Salté hacia su escaño.
- He hablado con Tere Hermana -empezó-. Yo creo que la decisión es suya, porque no viene del centro.
Torcí el gesto.
- Pero no te preocupes. Estoy contigo. Si quieres estoy dispuesto a montar una reunión en la que nos encontremos los tres.
Me extrañó su afirmación de que se trataba de un acuerdo adoptado por el servicio médico que atendía a Pilar. Así que le dije:
- Si te parece hablo con Tere y luego te lo cuento.
El martes siguiente volví a hablar con la doctora Hermana.
Abordé el asunto sin demasiados preámbulos. No tenía ninguna gana de mostrarme simpático.
- El Consejero me dice que la decisión no la ha tomado el hospital.
La noté nerviosa y me contestó de forma entrecortada, insistiendo en los mismos argumentos que había empleado la primera vez. En esta oportunidad asumía definitivamente la decisión. Me confirmó que partía de uno de los miembros de su equipo.
- Se le encendió la lucecita -explicó.
Entonces le dije que yo me mantenía en el desacuerdo. Después indagué acerca de su disposición a reunirnos los dos con el Consejero. No había nada que objetar por su parte.
Esa tarde, entregado a la evasión en la escritura que acostumbro practicar, me encontraba sentado ante el ordenador.
Hay veces en que un incierto sentido te dice que te va a llamar alguien. Cuando sonó el teléfono miré el nombre de la persona que me llamaba, era Natalia. Precisamente estaba pensando en ella.
Por dignidad no quería llamarla. Ya le había puesto un mensaje del que no había recibido respuesta.
- Te llamaba por lo de la ruptura de la tregua -me dijo.
Hacía poco que ETA había decretado el enésimo fin de su enésimo alto el fuego, en esa inacabable secuencia que vienen administrando los terroristas desde hace ya demasiado tiempo.
- Eso me preocupa relativamente -le dije-. Me inquieta más lo que está pasando con mi hija.
Supongo que entonces, Natalia ligaba esas palabras con mi mensaje del día a partir del cual se desencadenarían los acontecimientos.
- ¿Y qué quiere decir eso? -preguntó.
Le expliqué todo. Estaba confundida y no entendía nada.
Verdaderamente, se trataba de una situación inusual. Me pidió que la mantuviera informada. Por supuesto que así lo haría.
Creo que esa conversación constituyó un punto y aparte en toda esta historia.
Era ya la tarde del día 12. Iñaki Viar había vuelto de su viaje a Moscú con los Ibarrola y otros amigos. Me citaba en su despacho, una reducida pieza con una biblioteca, mesa, dos sillas y la butaca del médico, y el inevitable diván de todo psiquiatra que se precie de tal.
Me escuchó con atención. Hizo alguna pregunta y me dijo que para hacer el informe resultaba necesario realizar una visita a Pilar. Como el traslado era ya inminente determinamos que si no había especial urgencia podíamos organizar el encuentro para el sábado siguiente.
Esa misma noche hablaba con Natalia. Le puse al corriente de los últimos acontecimientos. Me dijo que el asunto le parecía muy interesante, porque se trataba de un caso que se encontraba a caballo entre el tratamiento médico y la salud psicológica del paciente, incorporando por lo tanto la situación integral del paciente.
La mañana siguiente me iba otra vez al hospital de Cruces, en el deambular inacabable que me estaba correspondiendo en esta época. Mi conversación con Tere Hermana la quería plantear en términos amables: se trataba de franquear la entrada de Iñaki Viar a la UCI.
- ¿Para cuando está previsto el traslado? -le pregunté.
- Te íbamos a llamar. La verdad es que se ha retrasado todo, pero va a ser para el martes -me informó.
Eso permitía la visita del psiquiatra a Pilar sin necesidad de modificar nuestras apretadas agendas.
- Tengo el informe del Comité de Ética. Cree que la medida está bien adoptada -me informó. Aunque insistía en que el dictamen no era resolutivo.
Mi hermana Carmen me llamaba con alguna frecuencia. Yo no le decía casi nada. En realidad esperaba a que llegara el viernes, cuando había citado a todas las visitantes de Pilar. Pero Carmen tenía razón: había que sondear las disponibilidades que teníamos.
Yo había hablado ya con Mari Jose -una amiga, que me había presentado José Luis Ainsúa-, que estaba haciendo una sustitución: no podía contar gran cosa con ella, por lo tanto.
Esa tarde me citaba con Maika, la voluntaria de la Cruz Roja que la solía visitar los sábados por la tarde.
Fue una conversación bastante tormentosa. En primer lugar, ella carecía de disponibilidad adicional: tenía mucho que hacer y de quienes cuidar, y además tenía que atender a su "vida social". Luego dedicó sus comentarios a justificar la decisión del personal de Cruces y a decirme que Pilar afrontaría muy bien el cambio. Después señaló los lugares a donde se le podía llevar, todos imposibles para su atención por mi parte -Mondragón, Toledo...- Terminó diciendo que ella se la hubiera llevado a casa, lo que constituía toda una enmienda a la totalidad a nuestra actuación como padres y -supongo- que también a la felicidad de nuestra hija.
Creo que había un cierto resentimiento por su parte, un resentimiento que yo no comprendía en absoluto y que provocó en mí otro semejante hacia ella.
Ese viernes, 15 había convocado la reunión con el equipo de visitas -mejor que "visitadoras", que recuerda el título de una novela de Vargas Llosa en que denominaba con ese apelativo a las ejercientes del más viejo oficio del mundo.
La verdad es que encontré mucho espíritu de colaboración entre ellas. Tu amiga Inés Obieta y María Acha, especialmente. Carmen pediría vacaciones para ocuparse de Pilar. Nadie iba a cambiar, sin embargo, sus planes: Carmen se iría con mi madre a Menorca, Eugenia con Jujo -¿resucitado?- a Marbella y Marisa estaría "missing" durante tres lunes consecutivos del mes de julio.
Especialmente sintomático fue el caso de mi madre. Después de una llamada en que ofrecía su casa para alojar a nuestra hija, le costó menos coger un avión con destino a las Baleares que un taxi que la llevara a Cruces para darle un beso a su nieta.
Llegaba el sábado, y con él la visita de Iñaki Viar a Pilar. En el "hall" del hospital le entregué una copia del informe del Comité de Ética. Nuestra hija no entendía gran cosa de lo que estaba pasando. Estaba de guardia Marian -"la peque"- que se hizo cargo inmediato del asunto. Le informó a Iñaki de la personalidad de nuestra hija, que tan bien ella conoce. Luego llamó por teléfono mi hermana Carmen, produciéndose una conversación entre la enfermera, ella y yo. Iñaki observaba y sacaba sus conclusiones.
Como yo observé que Iñaki tendría que irse pronto, Pilar decidía -como es habitual en ella- que ese "pronto" había llegado ya. Viar salía de la UCI. Por lo que parecía, le bastaba con lo visto y oído.
Cuando se marchó Iñaki volví al despacho de Tere Hermana, que estaba de guardia. Nuestra relación parecía haber capotado definitivamente. Prueba de ello fueron sus palabras, que no venían a cuento con lo que yo iba a preguntarle y que no era otra cosa que saber a qué hora se iba a producir el traslado.
- Te recuerdo lo que teníamos consensuado en su día -me dijo.
- ¿A qué te refieres? -le pregunté, bastante intrigado.
- A que no vamos a.utilizar ningún procedimiento extraordinario -explicó.
Hermana se refería a que -de lo que te voy a contar va a hacer como tres años- Pilar se puso muy grave. Entonces, de acuerdo con una conversación que tuvimos tú y yo, dije a la médico que lo que no aceptaba era que nuestra hija sufriera.
El hecho de que la médico-jefe evocara esa conversación en estos momentos me pareció, además de muy poco considerado, de verdadero mal gusto. Era como si me dijera: "La trasladamos a la quinta planta a esperar a que se muera".
La cita era para el martes a las 10 de la mañana.
Esa misma noche hablaba con Natalia de mi extrañeza ante la actitud de la médica. Natalia me hacía toda clase de preguntas. Era evidente que le interesaba el asunto. Después me dijo:
- Como me dices que vas a necesitar gente para visitar a Pilar, me presento como voluntaria.
Se lo agradecí muchísimo y acepté por supuesto el ofrecimiento.
- Me la tendrás que presentar. -Luego me dijo que había hablado con su hermano Luis, que es abogado.
- Espero que no te moleste -no me molestaba-. Ya sé que te está asesorando un hermano tuyo, pero no estaría de más que hables con él. Es un abogado muy minucioso, como era mi padre. Ha ganado varios casos contra Osakidetza.
Le confirmé que así lo haríamos. La semana siguiente.
Concluyo así esta primera carta. La siguiente empezará con el traslado y la nueva situación.

Un beso.

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