martes, 20 de marzo de 2012

Intercambio de solsticios (336)

Cruces (Barakaldo), 8-12 de julio de 2.007

Querida Lorsen,

Hemos llegado al martes 19 de junio. Apenas cuatro semanas después de haberme dado la noticia se producía el traslado. Dentro de su preocupación -iba a cambiar todo su mundo de referencias cotidianas-, Pilar se encontraba serena. Pero... ¿qué sensaciones le produciría ese cambio? ¿Lo haría suyo -lo "asumiría", en palabras de la ínclita doctora Hermana- o lo iba a afrontar como algo que se le imponía, lo mismo que al cabo le ocurría a su padre?
La pasada semana había conocido yo la habitación en la que iba a transcurrir en el futuro inmediato la vida de nuestra hija. Un cuarto para dos niños -reservado para ella sola- contiguo a la sala de enfermeras-. Estaría dotado de timbre de alarma -como el resto-, una conexión por cámara con las enfermeras y una alarma -que instalarían más tarde- conectada con la UCI. También con posterioridad estudiarían un dispositivo para inmovilizar un ascensor, de modo que en caso de urgencia se condujera a Pilar rápidamente a la planta baja.
A mí me pareció que el cambio la iba a poner muy nerviosa, aunque reconozco que me encontraba predispuesto para eso.
La trasladaron en su misma cama, que sería también la que ocuparía en su nuevo recinto. Estaba flanqueada por médicos, enfermeras, celadores y por su tía Carmen y yo mismo. La emoción del acontecimiento superaba con mucho cualquier tentación que tuviera de caer en el abatimiento.
Para las próximas siete noches contraté el servicio de una persona externa, una colombiana llamada Luz, que al principio apenas le resultó agradable a Pilar -tu amiga Inés Obieta dice que es racista, como su madre, y le doy bastante la razón-. Ese servicio tendría continuidad en la semana siguiente.
La suerte estaba echada. Sólo el tiempo nos diría cómo lo iba a soportar.
En medio de esas estaba cuando me devolvía llamada el Consejero. Fue una conversación algo tormentosa.
- Esa reunión con la Doctora Hermana no va a servir para nada -dijo.
Me quedé muy sorprendido. Era el "día d". El día en que todas mis estrategias quedaban hechas trizas, como ocurre con las gavillas lanzadas al aire por los campesinos. Y en ese día, el mismo Consejero en cuya gestión había puesto yp alguna esperanza, parecía evaporarse en el aire, desdiciéndose de su anterior palabra..
Sin embargo, aún conseguía yo que la puerta continuara abierta.
Esa tarde tendría lugar mi reunión con Natalia y su hermano Luis. Apenas le había tratado y me causó muy buena impresión.
A lo largo de la entrevista, se me ocurrió que sería conveniente abordar la cuestión desde todos los puntos de vista: el psiquiátrico, con iñaki Viar; el jurídico, con Luis Infante y el bio-médico, con Ana Baruque -una amiga de Natalia.
La reunión a tres, con la Doctora Hermana y el Consejero le pareció a Luis positiva.
A la.salida del despacho nos fuimos Natalia y yo a tomar una cerveza. Hacía mucho que no nos veíamos -desde la última semana santa.
Repetimos la conversación recurrente que manteníamos desde que ella volvió a romper el hielo, cuando ETA decidía cerrar su "alto el fuego permanente", que no era otro más que Pilar y sus múltiples derivaciones.
Esa noche me encontraba muy preocupado. No habían transcurrido aún veinticuatro horas desde que nuestra hija había pasado a su nuevo destino, pero yo había atravesado ya un larguísimo mes repleto de tensión..
En un momente determinado le hice una confesión:
- Desde hace tiempo, quizás desde que nació, tengo asumido que mi hija se puede ir en cualquier momento. Pero no a causa de una depresión. Ahora, ese pensamiento aviva mis peores recuerdos. No quisiera que se muriera sin que yo haya hecho por ella todo lo posible, el máximo. Por lo menos para compensar lo que no hice por su madre.
Se quedó impresionada.
Cuando la acompañaba a medio camino entre su casa y la mía, me insistía en que estaba segura de que hacía el máximo de lo que podía hacerse. Y que si luego se moría tenía que estar tranquilo. Incluso dijo -ella, que ni siquiera es creyente:
- Una vez que has hecho todo... ¡que sea lo que Dios quiera!
En plena calle me abrazó dos veces y me hizo prometer que la llamaría.
El siguiente día -miércoles- me había citado con Iñaki Viar para que me diera su informe. Era confirmatorio de todas mis especulaciones. Iñaki estaba dispuesto a mantener la reunión de que habíamos hablado apenas veinticuatro horas antes.
Con el original del informe en la mano me fui a hablar con Hermana. Se lo di. Por toda respuesta me dijo:
- Lo integraré en el expediente.
- No esperaba que me dijeras eso. Creía que lo ibas a leer y me comentarías algo -contesté, quizás de manera un tanto desabrida..
Pero no hizo ninguna observación.
Luego, de acuerdo con lo que me había sugerido Iñaki Viar, le pedí que un psiquiatra del hospital visitara a Pilar, para prevenir en todo caso una posible depresión.
Me dijo que pasaría la nota. Sé que Pilar recibió la visita, aunque no me comentaron nada al respecto.
Tere Hermana le entregó el original del informe a mi hermana Carmen. Le dijo que no le había gustado que le hiciera visitar a Pilar a un psiquiatra sin su conocimiento. Desde su cama, Pilar le lanzó una pedorreta.
Ese viernes 22 esperaba a que apareciera Inclán en el salón de plenos del Parlamento.
Nada más que lo hizo me llegué a su escaño. No estuvo muy cordial.
- Sólo quieres que los médicos te den la razón -dijo.
Yo esgrimía el sobre con el informe de Iñaki.
- ... Pero sí tú me pides la reunión, la tendrás.
Le estreché la mano y le expliqué el papel que le daba y quién lo había firmado.
Un momento después era el Consejero el que se llegaba al escaño contiguo al mío.
- Este informe está muy bien escrito -me dijo.
El sábado 23 de junio -en esa fecha tú habrías cumplido 49- Natalia conocía a Pilar. Esta me hacía bajar a la entrada del hospital a esperarla. Ya tenía su habitación bastante decorada; sus fotos, sus cuadros y dos espejos que la ayudan a controlar el espacio breve de su reducido mundo.
No fue corto este primer contacto. Cuando daban las dos y nos debíamos marchar, Pilar se puso nerviosa. Natalia se ofreció a quedarse mientras que yo comía. Ante mi sorpresa nuestra hija aceptaba quedarse a solas con una desconocida.
Llegaba el jueves 28 de junio. En el salón de reuniones del despacho de los abogados Infante -donde Natalia también trabaja, en sus traducciones- nos sentábamos Natalia y Luis, Ana Baduque, Iñaki Viar y yo.
Después de agradecer la presencia y el apoyo de todos, les informé que Eugenia había superado el primer golpe. Añadí que el Consejero de Sanidad había aceptado finalmente nuestra reunión "a tres" con la doctora Hermana -a quien los Infante reapellidan permanentemente como "Hermano"- y que convenía confrontar todas las ideas para el mejor fin de la entrevista. Acabé diciendo que yo no estaba cerrado a nada y que iba a colaborar para que Pilar se encontrara bien, sólo en el caso de que no se adaptase pediría que volviera a la UCI.
Iñaki subrayó la excepcionalidad del caso, la conveniencia de que hubiera un centro para este tipo de enfermos y el hecho de que Pilar debe seguir pudiendo interactuar con otra gente.
Ana estuvo muy bien. Se quejó ante la ausencia de involucración de la familia en el asunto y consideró que cabía preparar un plan específico para Pilar.
Luis dijo que se debía definir la transición y que había un plazo de hasta 12 meses para recurrir la decisión del centro -que era del día del traslado.
Yo salí muy.contento de esa reunión: estaba bien provisto de equipaje con estrategia y argumentos.
Toda vez que hubimos despedido a Ana y a Iñaki -Luis se fue nada más concluida la reunión- Natalia y yo nos fuimos a tomar una cerveza, que como es habitual con ella resultaron unas cuantas.
Me insistió mucho en que me hiciera tratar por un psiquiatra. Le dije que en realidad yo no me encontraba mal. Le expliqué que el anterior verano tuve una ligera depresión que me obligaría a suspender un viaje a la India. Le recordé que la había combatido con la ayuda del texto que había escrito a lo largo de esas fechas, "La tercera muerte de Federico Barrientos", en la que Federico-Jorge moría en el atentado del 11-m -un atentado que, por fortuna, tú no conociste- después de haber sufrido por dos veces la muerte: una especie de suicidio en su infancia y la pérdida de su mujer. ¿A que te suena?
La primera semana de julio la pasé casi entera con Pilar. Ocurre a menudo que, cuando las cosas se tuercen, esa mala situación la debes soportar prácticamente solo.
Fue una auténtica desbandada: Carmen estaba con mi madre y mi hermano Gonzalo, en Menorca Eugenia en Marbella, con Jujo; Marisa desaparecía por tres lunes y hasta Maika -la voluntaria de la Cruz Roja- decidía acompañar a su padre a que conociera Madrid.
Resulta especialmente duro que tu madre carezca de la sensibilidad de alterar sus planes, siquiera para liberar a su hija y permitirla acompañar a su nieta. Yo ya sabía que tengo por madre a una señora egoísta a la que la vida no ha alcanzado nunca, como esos rayos de sol que golpean sobre los cristales que esconden algunas flores.
Todavía hoy en día -22 de julio- cuando repaso estas líneas, casi cinco semanas después del cambio, dudo que mi madre se haya presentado en la nueva habitación de Pilar.
Resultaría una semana dura para los dos. Yo desplazaba a mejores fechas todos mis compromisos -afortunadamente había terminado ya el período de sesiones del Parlamento- y me concentraba en esa habitación de hospital. Nunca había pasado tanto tiempo seguido con Pilar y había momentos en que ni ella ni yo sabíamos muy bien qué hacer.
Aún hoy seguimos negociando una relación civilizada. Debo reconocer que no siempre la conseguimos.
El viernes 6 había decidido que Pilar estuviera sola durante las horas centrales de la noche. Luz -su cuidadora colombiana- me decía que nuestra hija dormía como una bendita. Así que ella la acompañaría hasta que conciliara el sueño y estaría con ella cuando se despertara por la mañana.
Eran como las 10 de la noche. Yo me estaba fumando un "porro" mientras veía una película de Tarantino. De pronto sonó mi móvil. Era Luz.
- Les acabo de decir a las enfermeras que me voy. Ellas me han dicho que no soy yo quien las tiene que informar de eso. No están muy contentas. Me han dicho también que si ellas, por lo que fuera, no están en la sala y suena alguna alarma, no se hacen responsables si no la oyen y pasa algo.
Luz venía a decirme que estaba dispuesta a quedarse con Pilar esa noche, pero había que establecer la desconexión en algún momento. Si hacía coincidir esa decisión con el retorno de mi hermana, seguro que ella me haría alguna reserva.
De modo que no ordenaba ningún cambio. Pero me quedé muy inquieto. ¿Qué hacer? ¿Presentarme yo mismo en Cruces? ¿Quedarme adormilado en el sofá a la espera del amanecer o de alguna llamada urgente de la UCI?
Resolví tumbarme vestido sobre la cama. No pegué ojo.
Una vez más, el sistema operaba sobre la base de transferir a la familia -a mí- toda la responsabilidad, toda la preocupación.
Este es el resumen de lo ocurrido durante esos días. El lunes siguiente Inclán me citaba para el miércoles de esa misma semana a la reunión con Teresa Hermana.
Pero eso da por lo menos para una tercera carta.

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