Hay personas y fechas, acontecimientos históricos que se asocian a nuestras vidas con la fuerza de un imán. Uno puede hasta despegarlo de su soporte y seguir adelante como si no hubiera ocurrido nada en realidad, pero basta con que una efeméride, una noticia, una canción... te recuerden esos hechos para que se desencadene todo lo que llevábamos dentro de nosotros y pensemos en lo que podría haber ocurrido respecto de esas personas, pero también en relación con nosotros mismos.
Me estoy refiriendo a Salvador Allende, a su Unidad Popular y al proceso que impulsarían hacia el socialismo en Chile entre los años 1969 y 1973, en especial desde la proclamación de aquél como presidente de la República en noviembre de 1970 hasta el golpe de estado protagonizado por el general Pinochet, que pondría fin a ese experimento.
Yo era entonces un estudiante universitario, comprometido en la lucha por las libertades conculcadas por la dictadura franquista. La oposición estudiantil se expresaba entonces sólo en posiciones de izquierda y nacionalistas, y en el amplio abanico de partidos -más bien capillas- que pululaban por entre los centros universitarios con denominaciones más que repetitivas. Todas representaban, por lo visto, el verdadero movimiento revolucionario, pero todos sus militantes cabían en el modesto espacio de un utilitario.
En mi caso, yo apoyaba, desde mi posición de delegado de la sección jurídico-económica del curso correspondiente -lo fui en 4 ocasiones-, las posiciones de la Organización de Estudiantes de Deusto, afiliado como estaba a las Juventudes Socialistas y al PSOE.
Imbuido por la idea de una transformación progresiva de la sociedad que operara sin traumas extremados, me espantaba la idea de ver las aguas de la ría del Nervión "teñidas en sangre", como vaticinaba el militante de una facción maoista, con el que algunos años más tarde coincidí en una fracasada negociación para integrar la empresa municipal de informática, que yo presidía, con la sección correspondiente de la Caja de Ahorros local, que él representaba.
Salvador Allende constituía entonces la posibilidad de un tránsito no revolucionario hacia el socialismo, sustentado en la fortaleza democrática de las instituciones chilenas, y la bonhomía personal de un dirigente que era capaz de tender puentes de relación a su derecha -el humanismo cristiano- y a su izquierda -los comunistas y los más radicales del populismo de entonces.
Pero Allende no supo -o no pudo- controlar a los extremistas a su izquierda, en tanto que los democristianos sucumbieron a la polarización de las extremas derechas. Los intereses económicos que se verían puestos en peligro por la oleada nacionalizadora del gobierno, y la preocupación de la administración Nixon respecto del proceso mismo, de su posible generalización y el impacto sobre los intereses de las multinacionales estadounidenses sobre el terreno, abortarían el proceso.
El 11 de septiembre de 1973, Allende se dirigió al país desde Radio Magallanes, en un discurso del que quienes le conocían advirtieron que había sido preparado con antelación. Y es que el presidente socialista era muy consciente de lo que iba a suceder.
"Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación.
'Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron... soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero... que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.
'Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.
'Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen... ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
'Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes,. quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
'Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos.
'Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos... porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.
'Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.
'El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
'Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
'¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!"
Emociona aún, leído y escuchado 50 años después, el discurso que pasaría a llamarse "de las alamedas". Trastornado por el acontecimiento y enormemente preocupado por lo que vendría a continuación, pude leer un artículo de la revista "Triunfo", que era todo un referente para la progresía española de aquellos tiempos en blanco y negro. Aparecía un artículo de Eduardo Haro Tecglen que decía: "Murió por defender la legalidad de los otros". Rescaté la frase, plastifiqué una foto del presidente Allende y la pegué en el interior del armario en el que guardaba mis cosas. Allí estuvo durante mucho tiempo, el suficiente para recordarme que la tarea que teníamos por delante era bastante más compleja de lo que parecía, porque una cosa es empezar un proceso y otra bien distinta culminarlo.
Tiempo más tarde, perdí la fe en el instrumento para el cambio -el PSOE-: cuando se conocen los proyectos desde dentro se advierten mejor sus contradicciones y las deficiencias de las personas que los encarnan. Pero ésta es otra historia.
Lo cierto es que programé un viaje a Chile y visité el Palacio de la Moneda, donde, como si se tratara de un fantasma, permanece la imagen de Allende. Mi juventud sigue viva asociada a su memoria. Y los sentimientos afloran poderosos sobre un viejo sueño que se ha desvanecido para siempre.
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